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 Recuentos de la Selva

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   CAPITULO 3

  CAPITULO 4

   CAPITULO 5

   CAPITULO 6

   CAPITULO 7

   CAPITULO 8

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   CAPITULO 19

   CAPITULO 20

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  CAPÍTULO 7

UNA CRUZ EN EL CAMINO

Les recuerdo a los lectores que siguen mis capítulos que trabajé como docente en Misiones; cada tanto regreso, pues alguien muy cercano afincó sus raíces allí y formó una familia, (mi hijo).

 

En uno de mis visitas llamó mi atención uno cruz blanca al costado del camino; preguntando a quién pertenecía, me impacté ante la respuesta: - De ahí Sra. que Ud. lo conoció. ¡Si concurrió a su escuela!.

 

Reviví entonces los momentos en mi casa en la Colonia, hasta aquel paraje. ¡22 Km!. caminos secos de polvorienta tierra roja, siempre calurosos, que alternaban con días húmedos y lluviosos, en los que el camino era una verdadera pista jabonosa. Mi vehículo tenía las gomas adecuadas (pantaneras); no bastaba: más de uno vez me he encontrado en la banquina esperando auxilio a veces entre sollozos pues se hacía noche y temía pernoctar allí. Había que sacarme y llevarme nuevamente a la ruta; esa operación se hacía generalmente con un tractor. Un alumno que vivía a metros del colegio comúnmente lo hacia. Todas las mañanas llevaba en una heladerita (picolé) helado de agua; con su venta organizábamos un viaje a Las Cataratas. A pesar que sólo estaban a 60 Km. había alumnos que aún no las conocían; también les cocinábamos. Cuántas veces, cuando el mal tiempo amenazaba, pensé en quedarme, pero de sólo ver esos niños que recorrían largos trechos para llegar, o encontrarlos saliendo en el camino, de las picadas y lógicamente acarrearlos, me hacían desistir la idea; ellos no sólo recibían enseñanza sino también el refrigerio y un plato de comida, que tal vez era el único del día, pues sus padres, por lo común estaban en las chacras o trabajando en el monte.

Cierta vez caí en la banquina, muy cerca del Colegio; Este alumno mío me sacó. Al preguntarle por el importe me cobró más o menos la tercera parte de lo que sería mi sueldo: poco después yendo a Cataratas me hacen seña solicitando acarreo. En la Colonia no había colectivos estables, en el Parque Nacional, única reserva vegetal y animal, no se  permitía asfaltar previendo la extinción de los mismos, razón por la cual escaseaba el transporte, pues pocas veces se encontraba transitable. Volviendo al relato, el que hacia señas, era nada menos que mi alumno, el que me había sacado con su tractor. Me pedía que lo acercara a Iguazú; accedí y durante el viaje me preguntó: - ¿Es Ud. porteña Sra.? - Sí, respondí. - Y ¿porqué se vino de allá, la selva es brava, hay que conocerla. Le respondí soy maestra, para eso estudié; creo que es mi obligación ir donde me necesiten. En el pueblo no había maestra con vehículo apropiado, hacia tiempo que Uds. estaban sin docente, además me gusta enseñar, pero... Me sale cara la tirada cuando me voy de la ruta. Se quedó en silencio, no hablamos más; como es costumbre al llegar me preguntó ¿Cuánto es?, - ¡Nada!, dije, y seguí mi viaje...

Hoy frente a esa cruz me entero que, adolescente aún, tratando de sacar un vehículo con su tractor, fue atropellado por un conductor que acabó con su vida.

Sigo ante ella y conforme conmigo digo: aquella vez te regalé un viaje, un viaje y una clase. ¡Ojalá la hayas llevado contigo! ¡QUE DIOS TE TENGA A SU LADO!



                                                                                   Profesora Norma Ferretti

 

 

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