Les recuerdo a los lectores que siguen mis
capítulos que trabajé como docente en Misiones; cada tanto regreso,
pues alguien muy cercano afincó sus raíces allí y formó una familia,
(mi hijo).
En
uno de mis visitas llamó mi atención uno cruz blanca al costado del
camino; preguntando a quién pertenecía, me impacté ante la respuesta:
- De ahí Sra. que Ud. lo conoció. ¡Si concurrió a su escuela!.
Reviví entonces los momentos en mi casa en la Colonia, hasta aquel
paraje. ¡22 Km!. caminos secos de polvorienta
tierra roja, siempre calurosos, que alternaban con días húmedos y
lluviosos, en los que el camino era una verdadera pista jabonosa. Mi
vehículo tenía las gomas adecuadas (pantaneras); no bastaba: más de
uno vez me he encontrado en la banquina esperando auxilio a veces
entre sollozos pues se hacía noche y temía pernoctar allí. Había que
sacarme y llevarme nuevamente a la ruta; esa operación se hacía
generalmente con un tractor. Un alumno que vivía a metros del colegio
comúnmente lo hacia. Todas las mañanas llevaba en una heladerita (picolé)
helado de agua; con su venta organizábamos un viaje a Las Cataratas. A
pesar que sólo estaban a 60 Km. había alumnos que aún no las conocían;
también les cocinábamos. Cuántas veces, cuando el mal tiempo
amenazaba, pensé en quedarme, pero de sólo ver esos niños que
recorrían largos trechos para llegar, o encontrarlos saliendo en el
camino, de las picadas y lógicamente acarrearlos, me hacían desistir
la idea; ellos no sólo recibían enseñanza sino también el refrigerio y
un plato de comida, que tal vez era el único del día, pues sus padres,
por lo común estaban en las chacras o trabajando en el monte.
Cierta vez caí en la banquina, muy cerca del Colegio; Este alumno mío
me sacó. Al preguntarle por el importe me cobró más o menos la tercera
parte de lo que sería mi sueldo: poco después yendo a Cataratas me
hacen seña solicitando acarreo. En la Colonia no había colectivos
estables, en el Parque Nacional, única reserva vegetal y animal, no se
permitía asfaltar previendo la extinción de los mismos, razón por la
cual escaseaba el transporte, pues pocas veces se encontraba
transitable. Volviendo al relato, el que hacia señas, era nada menos
que mi alumno, el que me había sacado con su tractor. Me pedía que lo
acercara a Iguazú; accedí y durante el viaje me preguntó: - ¿Es Ud.
porteña Sra.? - Sí, respondí. - Y ¿porqué se vino de allá, la selva es
brava, hay que conocerla. Le respondí soy maestra, para eso estudié;
creo que es mi obligación ir donde me necesiten. En el pueblo no había
maestra con vehículo apropiado, hacia tiempo que Uds. estaban sin
docente, además me gusta enseñar, pero... Me sale cara la tirada
cuando me voy de la ruta. Se quedó en silencio, no hablamos más; como
es costumbre al llegar me preguntó ¿Cuánto es?, - ¡Nada!, dije, y
seguí mi viaje...
Hoy frente a esa cruz me entero que, adolescente aún, tratando de
sacar un vehículo con su tractor, fue atropellado por un conductor que
acabó con su vida.
Sigo ante ella y conforme conmigo digo: aquella vez te regalé un
viaje, un viaje y una clase. ¡Ojalá la hayas llevado contigo! ¡QUE
DIOS TE TENGA A SU LADO!
Profesora Norma Ferretti |