Lo trajeron de muy pequeño, aunque no era
nuestro, mi hija lo bautizó con el nombre de Pachuli,
respondiendo a la pregunta de sus dueños.
Creció y vivió como más que un gato: su fuerte
personalidad, lo hacía enfrentar a grandes perros. Volvía a su casa
a altas horas de la noche, herido a veces en el fragor de la lucha
por una gatita, pero regresaba, esperando que el último en llegar a
la casa así lo hiciese.
Allí
estaba el guardián, tanto es así, que le decían: ¨El Gape¨.
Mezcla de gato y perro. Eran suyos los mejores lugares de la casa,
pero el motor del auto, le costó una renguera, por dormir dentro de
él y al ser puesto en marcha, pero no impidió que siguiese con sus
andanzas, trepando a toda clase de árboles, utilizándolos como si
fuesen mangrullos: contemplando y vigilando el panorama.
Vio llenarse la casa de chicos, jugó y creció
con ellos, fue ejemplo de pulcritud, utilizando la rejilla del baño
en caso de apuro.
Por esas cosas de la vida Pachuli fue nuestro,
se adaptó más que bien: quien le había puesto el nombre, pasó a ser
su dueña. Cazador mayor, podríamos decir que todo lo atrapaba, nos
dio su cariño y el ejemplo de seguir siendo el cachafaz del barrio,
pese a todo vivió y vivió….
¡Qué me crezcan las orejas si miento! casi
veinte años nos acompañó estaba cansado y como las flores, las
mariposas, las personas…, llegó, llegó muy lejos, tanto que siempre
lo recuerdo, saben ¿por qué?: olvidados en una caja, encontré un par
de pendientes, ¡Vaya mi sorpresa!, al
comprobar su color y semejanza con los ojos de Pachuli – me dije,
Dios lo convirtió: rápidamente me los puse y a estar tan cerca de
mis oídos es como si lo sintiese, pues en el fondo de esa piedrita
amarilla miran y brillan sus ojos, ¡LOS OJOS DEL GATO!.
Profesora
Norma Ferretti