Todos
los caminos lo llevaron hacia una misma dirección,
nuestra música folklórica. Vientista de gran renombre,
Rodolfo Dalera, se auto titula guitarrero y cantor
olvidándose de sus tareas como difusor, autor,
compositor, luthier de instrumentos norteños y sabedor de
sus secretos como ejecutante. Oriundo de 3 Arroyos, supo
ser operador cinematográfico en la ciudad de Tandil hasta
la actuación de Margarita Palacios y su conjunto, donde
tuvo oportunidad de demostrar sus virtudes musicales,
decidiéndose venir a Capital Federal para acompañar
diversos grupos nativos. Así empieza, hace más de 50
años, su historia artística en nuestro folklore.
-Solo se puede aprender a
ejecutar bien nuestra música folklórica acompañando a
artistas de alto valor, compartiendo con ellos buena
parte de su vida, arriba y abajo del escenario.
- ¿Con eso alcanza?
-No, sensibilidad es lo que
se necesita para entender al pueblo, y traducir esas
vivencias a nuestra música nativa.
-La vida te dio la
oportunidad de acompañar a muchos de nuestros grandes
referentes.
-Yo creo que Dios los puso en
mi senda. Así fueron apareciendo Llajta Sumac. Alberto
Castelar, Los pastores de Yaco, Miguel Ángel Trejo, Los
trovadores cuyanos, Los baqueanos, Marta y Waldo de los
Ríos, Peralta Luna, Hugo Díaz…tantos. Participé de la
misa criolla con Ariel Ramírez. Es que tocar los
instrumentos me hace feliz- Cuando mi pueblo no alcanzó
para albergar mis ilusiones de escenario decidí venir a
probar suerte a Capital. Claro que aquellos primeros
tiempos como músico popular, fue muy dura prueba para mi
espíritu. Pero la vida me premió con el aplauso del
público.
-Nombraste a muchos,
quien es el más querido.
-Sin dudas Margarita Palacios
fue como una mamá para todos nosotros. Te voy a contar
una anécdota: Grabé el último disco como acompañante
suyo, allá por la década del ’70 y me fui a Francia,
después de un tiempo vuelvo y la voy a saludar. La
encontré con yeso en la mano derecha por una quebradura,
pero con el espíritu de siempre. Aprovecha el momento
para regalarme el disco grabado, donde extrañamente no
figuraba aunque había participado. Enojada me dice “-Traé
para acá-” y me escribe con la izquierda una esquela,
un regalo del cielo esa dedicatoria escrita con la
zurda, la del corazón, como era ella, todo corazón.
-¿Cuando la conociste?
-En el teatro de Tandil,
donde yo era operador. Alguien le había contado que yo
tocaba la quena, entonces me llama para que los acompañe.
¡Imagínate el susto!. Lo primero que hice fue Tum-tum el
bailecito con un solo de quena. Me sentí tan a gusto que
los acompañe a tomar el tren subimos nos sentamos,
sacamos los instrumentos y empezamos a tocar hasta que el
guarda me avisa que debía bajarme porque no tenía boleto.
Él no le interesaba mi entusiasmo, pero como yo sabía que
avanzaba unos kilómetros para hacer los cambios y volvía
me arriesgué. Así pude disfrutar un poco más con ellos.
-¿En ese momento hacés
amistad con Kelo Palacios?
-Sí, es como mi hermano. Fue
mi arreglador en Los Chaskis, Los troveros cuyanos, el
dúo Carranza Dalera, porque le da la cuota modernita sin
quitar lo tradicional. Es ese arreglo chiquito que
enriquece musicalmente pero no desvirtúa. Cada día estoy
más estructurado musicalmente. Me gusta mucho su trabajo
porque nunca molesta al oído armónicamente. Cuando me
llamaron para grabar en C.B.S firmé el contrato con el
pedido expreso que me dejen elegir el arreglador. Kelo da
tranquilidad. No desentona en ningún ritmo.
-¿Cuando aparece Dalera
creador de su propia música?
-Por casualidad. Estábamos
tocando en Radio Nacional con Pascual Lupia, de pronto
hacemos una cueca en la menor, y pensé ¡Qué linda! Al
otro día teníamos programa nuevamente -era la época que
en las radios se hacía música en vivo-Hago un tema con un
solo de quena y recuerdo los acordes de Pascual. Entonces
escucho que anuncian –“Seguidamente escucharan la
cueca de Dalera La serranita”- Arranca Tito Veliz en
charango, yo empiezo a hacer la introducción de “La cueca
de los coyas” y olvidé la melodía de mi cueca ¡Qué apuro!
Inventé notas, cuando escucho
decir “¡Se va la segundita!”. Y otra vez el
sufrimiento. Pasan algunos días y encuentro a Selva
Gigena quien me dice-“Dalerita, escuché tu cueca
¿Tiene letra?”- Ja, ja. Como no la recordaba bien
tuve que escribir una música especial para ella. Ese fue
mi comienzo como creador.
-Contanos tu iniciativa
para ser dueño de una fábrica.
Un día se me ocurrió que no
debía seguir como peón, entonces pensé poner una fábrica
de quenas en Tandil. Compré una casita, hice el taller,
convencido de dejar la música por un tiempo. Antes un
señor nos había hecho grabar varios temas Tito Veliz en
charango y yo en quena, con la promesa que íbamos a
seguir en contacto. Yo seguí con la hechura de la casa,
casi terminada a esas alturas, cuando mi cuñado me
entrega una carta de carácter internacional donde se me
anunciaba que me enviaban el boleto porque estaban dadas
las condiciones para ir a tocar a Francia. Ese señor se
llamaba Héctor Miranda, director de Los calchakis.
-Y desde ese momento el
mundo.
-Sí hice largas giras por
países europeos con mucho éxito, Canadá, Túnez, México…
-Y allí te quedaste
¿Por qué?
-Con el grupo había grabado 7
LP, la música de la película “Estado de sitio”, junto a
Mikis Theodorakis e Ives Montand, con la dirección de
Costa Gavras. Iba muchísima gente a escuchar cada
presentación, pero a mí me había dejado de parecer buena
música, quería algo más fino, ya no me conformaba. Por
eso me radico en México y creo el grupo Los Chaskis, con
quienes grabé 8 LP, con mucho reconocimiento de mis pares
y el público.
-Pero la tierra te
llama.
-Sí, extrañaba Argentina, su
gente y sus costumbres. En el 2003 grabar “La tierra
noble” donde recopilé varias canciones muy queridas, y
continué con mis actuaciones solo o con Los chaskis.
-¿Cual fue tu mayor
satisfacción en estos más de 50 años junto a la música
folklórica?
-Creo que lo más
satisfactorio fue que Don Ata me considere su amigo y me
dedique su poema “El quenero” en su libro “guitarra”
Poemas y cantares argentinos.
En el silbo de su quena
toda la raza cantó,
desde el coro de las Ñustas,
hasta la muerte del sol.
Carlos y Graciela
Arancibia