Canción letra y música Ramón Navarro
Hay canciones de éxito temporario y aquellas que quedan
para siempre prendidas al corazón porque son una pintura
de un momento, un paisaje o un personaje. Son las que van
a perdurar porque tienen un verdadero sustento. Cada una
de sus letras me ha sido contada por su autor. De poco
sirve que sus historias duerman en mi grabador. Al
publicarlas tengo la secreta esperanza de ayudar a
descubrir y amar el hondo sentir de nuestros músicos y
poetas.
Adonde nace el agua de la quebrada
Leopoldo junta ausencias de sol a sol
sudores sin amores copla salada
le envejeció los ojos y la ilusión.
Leopoldo tiene nubes en el sombrero
y la puna le apura su corazón.
Si la luna lo alumbra bajo el alero
su cansancio lo tira sobre un jergón
y un sueño de balidos y tintineos
lo envuelve como el humo de su fogón.
Quien podrá escuchar los silencios que guarda
y entender tantas lunas de ausencias en su alma
Leopoldo tiene nubes en el sombrero
y la puna le apura su corazón.
¡Y la puna le apura su corazón…!
Cuenta Ramón Navarro:
Allá
en La Rioja conocí a Leopoldo Silencio. Un personaje
al que le hice una canción. Vivía solo en la parte más
alta de la montaña criando cabras. Cada tanto los
changos subíamos caminando al cerro por la orilla del
canal. Cuando llegábamos a su casa, don Leopoldo
expresaba una alegría desbordante, y con una
generosidad infinita nos ofrecía sus pasas, el vino
dulce, el pan caserito que había hecho esa mañana en el
horno de barro, el vinito cocido ese que se hace hervir
y se retira del fuego antes que se convierta en arrope,
espeso como el oporto, o un quesito de cabra que era un
manjar.¡ Inolvidable!. Siempre nos convidaba todo eso
y mientras tanto no paraba de hablar. Por todo lo que
no había hablado durante todo el año. Cuando nos
íbamos otra vez el silencio lo rodeaba.
Un hombre interesante. Un día tuvo que bajar hasta el
pueblo para ver al médico. El le prohibió volver a la
altura porque le había afectado el corazón. Tuvo que
primero vivir en Chuquis y después bajar a la ciudad de
La Rioja. Cuando se fue en ese rancho del cerro dejó
todo preparado para no irse nunca: La mesa puesta con
el mantel, sobre el pan, el vino, las piedras del
fogón oscurecidas, negras de tanto fuego. Si uno
miraba por la ventanita del cuarto para su interior
parecía que en cualquier momento iba a sentarse a
almorzar o cenar don Leopoldo a su mesa. Entonces yo
pensé que esta era una forma que él ha tenido para no
irse nunca de la casa, y le hice la canción, la grabé.
Y un día llevé un grabador, lo puse arriba de las
piedras y me senté a escucharla. El ya no estaba pero
su alma seguía impregnada en el silencio.
CARLOS ARANCIBIA
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