NACIÓN GUARANI
Rumbo al sur
Una antigua leyenda nos cuenta la vida
de Tupí y Guaraní, dos hermano gemelos que enemistados
por culpa de las continuas peleas entre sus mujeres,
debieron separarse. Tupí, entonces, se dirigió hacia el
norte, mientras que Guaraní se iba hacia el sur.
Los arqueólogos hablan de los Tupí
–Guaraníes, dos pueblos unidos por el mismo idioma y las
mismas costumbres.
Los numerosos descendientes de
estos míticos hermanos, penetraron en la selva. Los
guaraníes, empleando canoas y balsas para viajar por los
ríos, escogían un lugar y allí levantaban su aldea y
practicaban la agricultura. Pero como en poco tiempo sus
campos de cultivo perdían su fertilidad, los guaraníes
debían tomar sus pertenencias y mudarse en busca de
mejores tierras.
La ocupación de nuevos territorios
no siempre fue pacífica. A veces encontraban tribus
locales muy fuertes que les impedían avanzar, y debieron
torcer el rumbo. Otras veces, en cambio, conquistaron
violentamente y guaranizaron a los vencidos.
¿De dónde vienen los guaraníes?
No fueron los únicos aborígenes que
poblaron la alta Cuenca del Plata
( Paraguay, sudeste del Brasil y
nordeste de lo que hoy es la Argentina). Tampoco
estuvieron aquí desde siempre; pero transformaron, con la
influencia de su cultura y de su dulce idioma, a otras
poblaciones aborígenes, mestizas y criollas que siguen
ocupando gran parte de la Argentina, el Paraguay, el
Brasil, Bolivia y hasta el Uruguay.
Los que saben de estas cosas
cuentan que, hace más de mil años, los guaraníes
iniciaron una larga migración hacia el sur desde el
corazón de las selvas sudamericanas: quizás desde la
meseta del Mato Grosso, donde se separan las aguas que se
encauzan hacia el norte, hacia las selvas amazónicas, y
las que descienden hacia el sur, a la cuenca del plata; o
quizás desde más al Norte todavía.
Pero dejemos hablar a los
guaraníes, ellos mismo nos contarán su origen.
El mito de los Gemelos
Hasta el centro del mundo, que era
cuadrado entonces, bajaron de los cielos el constructor,
Ñandéruvusu, y su compañero, Mba’ ecuaahá. Fue el primero
de ellos quien dio vida a los árboles, las frutas y los
arbustos, y cubrió el mundo con una selva tan
esplendorosa como jamás volvió a verse otra igual.
No contento con su obra, dio vida
también a Ñandesi, la primera mujer y nuestra madre
originaria.
Ambos compañeros gozaron entonces
en ella, y en ella engendraron dos hijos gemelos.
Pero la madre despreció a los
compañeros, y éstos la abandonaron en la selva recién
creada, para regresar a los cielos solitarios.
Ella con los gemelos, vagó por la
selva; pero se perdió y llegó al país de los jaguares. La
abuela de los felinos quiso esconderla; las fieras sin
embargo, la olfatearon, y la devoraron. El constructor y
su compañero, arrepentidos, sólo pudieron, desde los
cielos, salvar a sus dos hijos.
Los gemelos, Tupí y Guaraní, fueron
creados por la abuela de los jaguares. Crecieron pronto y
se hicieron infalibles cazadores. Algunas aves, antes de
morir, pudieron contarle su historia, y los hermanos
decidieron vengar a su madre.
Dijeron entonces a los jaguares que
en sus andanzas por la selva habían descubierto una
tierra paradisíaca, donde los alimentos abundaban y se
recogían sin esfuerzos. “Allí no se conocía el mal,”
aseguraron. Pero para alcanzarla era necesario llegar
hasta el confín de la tierra, donde nace el día, para
encontrarse con el mar, cruzarlo y ganar la felicidad.
Los jaguares les creyeron, y se
embarcaron en grandes canoas que los gemelos habían
hecho. Pero los gemelos, que por herencia de sus padres
dominaban los elementos, desencadenaron una terrible
tempestad como venganza. Las canoas naufragaron y los
jaguares fueron convertidos en toda clase de animales.
Entonces los gemelos decidieron
repoblar la tierra.
En busca de La Tierra Sin Mal
Desde el corazón de la selva ( o
desde la misma desembocadura del gran río Amazonas), Tupí
y Guaraní decidieron separarse. Tupí marchó hacia el
norte; Guaraní, hacia el sur.
Los descendientes de Guaraní
siguieron siempre la misma dirección, en grandes canoas
que iban a la deriva, llevadas por la corriente de los
ríos en busca de la Tierra Sin Mal que les había sido
revelada. “Una tierra, donde no había muerte; y abundaba
la miel, y la carne y los cultivos crecían solos, una
tierra donde todos podían vivir con felicidad.
Buscando ese paraíso se detenían,
donde encontraban buena tierra. Levantaban sus aldeas,
sus Tekoás, siempre rodeadas de empalizadas (por lo
general, los habitantes del lugar nunca recibían bien a
los recién llegados); y empezaban a cazar, a pescar y a
realizar cultivos. Sobre todo mandioca, maíz, batata,
zapallo, maní, poroto, tabaco. Para ello, en esas selvas
debían voltear árboles y quemar malezas. A lo sumo a los
cinco años la tierra se cansaba. Y los guaraníes debían
embarcarse nuevamente.
Siempre hacia el sur, en busca del
paraíso que anhelaban. Cuando los españoles arribaron a
estas playas, muchos guaraníes ya habían llegado al Delta
del Paraná: los hombres de Pedro de Mendoza los llamaron
Carios.
Quizá esa búsqueda empecinada de su
paraíso los llevó- más que a otros aborígenes- a escuchar
la palabra de los misioneros jesuitas, que les hablaron
de otro paraíso. Tal vez por eso, entre 1609 y 1768,
varias decenas de miles de guaraníes aceptaron vivir en
los treinta pueblos establecidos por la compañía de Jesús
en tierras que hoy son argentinas, brasileñas y
paraguayas. Las sociedades establecidas en esas Misiones
se pareció bastante a la Tierra Sin Mal que buscaban;
aunque los guaraníes perdieron en el cambio gran parte de
su cultura. Sus médicos- hechiceros- los Karaís y payés-,
con frecuencia los hombres más virtuosos de cada
comunidad, guías de su pueblo, no fueron aceptados en las
reducciones.
De todos modos, esa incorporación a
la sociedad que se estaba formando a partir de la dura
conquista, salvó el idioma guaraní- adoptado por los
jesuitas como lengua oficial en sus misiones-, que llegó
a ser ampliamente mayoritario, así, en gran parte de la
Cuenca del Plata.
Pero no todos los guaraníes
aceptaron la tutela de los misioneros. Entre los escasos
grupos que hoy se mantienen aislados en la selvas,
alejados ( hasta donde pueden ) de influencias extrañas,
se recuerda con orgullo a un cacique, de nombre Guairá,
que rechazó la catequización y el bautismo y se refugió
con su gente en los boscajes más impenetrables. De
aquellos indómitos aborígenes también descienden los
guaraníes monteses actuales.
Los jesuitas fueron expulsados de
los dominios españoles, y los guaraníes- fueran
cristianizados o monteses- sufrieron la discriminación y
la miseria que la sociedad de los blancos impuso siempre
a los indios de América.
Habían sido sobre todo mestizos
guaraníes los cincuenta y tantos paraguayos que,
dirigidos por Juan de Garay, bajaron desde Asunción para
refundar Buenos Aires en 1580. Más de cinco millones de
argentinos, paraguayos y brasileños que siguen cultivando
la lengua que nos trajo, desde el corazón de las selvas
sudamericanas, estas historias que aquí reunimos
Fuente:
http://www.oni.escuelas.edu.ar/2004/CORRIENTES/621/or%C3%ADgenes.htm |