“CADA VEZ QUE
ME SANTIGUO, LO HAGO EN AZUL Y BLANCO”
Domador de vientos, el cantautor Marcelo Berbel
seguramente estreno albas en su provincia de Neuquén
del mismo color con que se santigua. Como su
tierra, su cara está surcada de soledades y de
silencios. Desafiando la nieve en los caminos, el
ceño se le ha vuelto adusto, pero sus ojos, ¡Ah! Sus
ojos guardan un niño travieso, pícaro que a veces se
deja atisbar, nos llena de ternura el alma y vuelve
enseguida a su guarida para que no le roben la
inocencia. A su poesía, la ha ido forjando el
camino. Tiene la agudeza de una flecha, otras veces
es río caudaloso. Nunca podía ser estanque. Es un
viento ululante. Sus canciones son vertientes donde
deberían abrevar varios cantores de raíz folklórica
para encontrar la nutriente, descubrir en su obra el
vuelo altivo del cóndor, o sentir como se tensa en
las cuerdas de su guitarra el arco, hundiéndose la
flecha de su canto en el horizonte de nuestro
folklore.
-Yo vengo del lugar más extenso de
América, tal vez el más despoblado, mi provincia de
Neuquén, con sangres indígenas y europeas mezcladas
en las venas; soy criollo orgulloso de su pequeña
patria: la Patagonia. Y argentino hasta la médula.
Cada vez que me santiguo lo hago en azul y blanco.
Quizás para comprender el sentir patagónico hay que
andar en el viento y aprender a comérselo, pisar la
nieve de las cumbres, asombrarse ante el vuelo
majestuoso del cóndor…Les pido perdón porque me
emociono fácilmente, mejor dicho, últimamente vivo
emocionado, pero jamás me avergoncé de mis lágrimas.
Los voy a martirizar con una copla mía que dice:
Que
los hombres no deben llorar
cuando el llanto llega, me pregunto
¿No será que hay hombres que no lloran
el porqué de las lágrimas del mundo?
La búsqueda de la copla
-¿Cuándo
se originan sus poemas?
-Mirá,
yo siempre escribí letras sin pretensión de que sean
poesías, porque prácticamente no fui a la escuela
primaria, siempre digo que repetí hasta los
recreos. Pese a todo mi maestra, quien llevaba a
los mejores alumnos de excursión, me incluía por
saberme tan curioso.
La
primera vez que vi el bosque petrificado, le
dije:-“Yo ya estuve acá”- Me miró extrañada
–“¿Cuándo?”- me preguntó. Comencé a describirlo en
todos sus detalles y ella me creyó, pero yo jamás
había ido, tal vez rondaba en mis sueños solamente.
-Después usted escribió una poesía sobre ese
bosque, al que en esos años debe haber sido difícil
llegar…
-En
aquella época un colectivo Ford “A” nos solía llevar
desde nuestras viviendas ubicadas en el medio del
desierto neuquino, ubicadas en plena zona petrolera:
Plaza Huincul hasta el Limay o al Bosque
Petrificado, distante unos 40 Km. De todo lo que vi
y aprendí, pude escribir esto:
Yo
conozco un cementerio cuyos muertos
son árboles nomás petrificados
y son tantos que ayer eran un bosque
tal vez de un verde extraño acabado.
Pobre bosque dormido en el silencio
con los brazos de piedra desolados
ahí están siempre de pie como lo eterno
los árboles sin vida del pasado.
Ellos fueron sepultándose aún con vida,
fueron su propia cruz después de muertos
y había trino de pájaros y nidos
cuando cayó la flor pues llegó el viento
Tal vez vivían en siempre primavera
y así los sorprendió el primer invierno
La savia vegetal se volvió roca
y sus formas, estatuas de silencio.
En
las noches de luna voy al bosque
por entrar en un mundo que se ha ido.
un momento nomás en esos años
por el fondo sideral de los olvidos.
Que tremenda tristeza sin paisaje
la sombra de un paisaje ya perdido
sobre el páramo silente del desierto
misterioso, nocturno y dolorido.
Sin
embargo pese a toda esa tristeza
me gusta recorrer el viejo tiempo
y andar tras de la luna reflejada
la distancia infinita de otro cielo
pues allí por escuchar desde la piedra
melodías que yo tan solo siento
le hice música a tantas soledades
que ha llenado de música el silencio.
-¿Volvió a ver alguna vez a esa maestra?
-Sí, el año pasado se encargó de presentar un libro
para niños que llamé “Adivina niños”.
Tiene una anécdota muy particular. Un día le digo a
mi señora: - “Vieja voy a hacer un libro en cuya
tapa vas a estar vos”-Me miró sorprendida y me
dijo-“No viejo, que tengo que ver yo con el
libro”-
Pasó el tiempo. Lo terminé y corregí. Adivina
niños estaba casi listo cuando me llaman de la
editorial porque faltaba el diseño de la tapa. En
ese momento, ocupado como estaba no recordé la
dedicatoria prometida. Solo me vino a la memoria una
creencia mapuche donde la lechuza es un símbolo de
inteligencia por el tamaño de su cabeza y sus ojos
muy grandes en relación al cuerpo. Pensemos que es
la única ave que tiene orejas por lo tanto escucha
todo a su alrededor, siempre meditando. Cuando usted
anda por el bosque le dice ¡Shtt! ¡Como no pensar en
ella como símbolo para la tapa del libro! Esa fue la
decisión final. Y así se hizo.
-Supongo que su mujer no quiso entender la
simbología y le quitó las llaves de su casa…
-Efectivamente, no me dejó sin llaves, pero no lo
perdonó jamás.
-Volviendo a su obra literaria ¿Qué lo inspiró a
escribir el poema “Punta de flecha”?
-En
toda la Patagonia, al ser una región tan despoblada,
es común ver alguna punta de flecha. Sus dueños ya
no están, pero en la naturaleza han escondido
señales para que uno vaya descubriéndolas. Yo soy un
enamorado de esas cosas.
-Supongo que al encontrarlas comienza a
preguntarse sobre varios temas, pero ¿Se obtienen
respuestas?
-Generalmente la respuesta es el misterio. Una vez
encontré una ollita que tenía puntas de flechas
hachas de un material que no se puede datar por el
carbono 14. Pero la cerámica si se pudo estudiar en
La Plata, tenía entre 8 y 9000 años, así que uno
puede supones que esas puntas eran más o menos de la
misma edad. Cuando uno las mira con una lupa, son
perfectas, talladas como escamas, de una agudeza tal
que resulta increíble que alguien pudiera aguzar de
tal manera la piedra. ¡Ah! La piedra. Yo la amo
tanto que no quisiera volverme tierra sino piedra.
Se dice que nos volvemos polvo pero yo quisiera ser
roca de ser posible. No digo que me puse a
estudiar, pero sí a curiosear y descubro que casi
todo el mundo cree que las flechas necesitan plumas
atrás para ir derecho. Y no es así. Si se saca las
plumas y se tira la flecha por su propio peso vuela
igual y tal vez llegue más lejos.
-¿Qué función piensa cumplían las plumas?
-Yo
pienso que el objetivo era otro. Cuatro plumas
bicolores y las distintas combinaciones determinaban
a qué tribu o a que cazador pertenecía la presa
herida. Todas esas cosas me vinieron a la memoria
un día que andaba solo en el campo, me senté a
churrasquear y al lado mío vi una punta de flecha
escondida en la maleza. ¡No sabe que alegría! Poder
ir levantándola despacito, como una flor recién
cortada entre las manos. Fue inevitable escribir
sobre esto:
Una
punta de flecha hallé una tarde
semi oculta perdida en la maleza
clavada en una herida que ella abriera
en el pecho desierto de la tierra.
Era aguda, era hermosa y cristalina
astilla trabajada de la piedra
tal vez su material vino a este mundo
en el raudo meteoro de una estrella.
Yo alcé como flor de otros veranos
su forma corazón, blanca y perfecta.
El
arco que impulsaba su destino
hace mucho la dejó sola e inerte
con el mudo misterio de su hechura
y el antiguo secreto de su suerte
vi en el tiempo la mano creadora
que forjó su ángulo grave y reluciente
y la vi como ayer, surcando el aire
con el silbo de su andar frío y silente.
Y pensé en la trayectoria y la distancia
pequeña mensajera de la muerte.
Así
se me ocurrió que en algún tiempo
de ese mismo lugar y por la tarde,
otro ser como yo miraba el cielo,
y el sol del horizonte que arde y arde.
sentí como que hablaban los silencios,
y la vaga sensación de estar con alguien,
y no se porque razón deje la flecha
en el mismo lugar que estaba antes.
Más primero la apreté fuerte en el puño
Y cien siglos se clavaron en mi sangre
DE TRIGALES Y PASTO VERDE
-Hablemos
de usted, don Marcelo.
-¡Ah, no! Más me gusta hablar de mi obra, de lo poco
que he hecho y de lo que pretendo ser. Si yo
siembro trigo, cuando está maduro me gustará
escuchar ¡Qué lindo trigal! Y yo contestaré con
orgullo ¡Ese trigal es mío! En cambio si me
preguntan si soy sembrador, solo podré decir “–Sí.-“Pero
nunca me enteraré si gustó el trigal. Y mi pan no
tendrá el mismo sabor. Yo ya no tengo cuerdas
vocales y hablo porque la ciencia lo quiso así.
Pero Dios que es muy equilibrado, me dio cantores y
a mi poesía le puso música. Por ahí yo no fui nunca
a un lugar, pero si la visitaron mis canciones.
Tengo un corazón de niño, lo que me salva es tener
un estuche tan estándar.
Y
si me ven tocar la guitarra les debo advertir que no
soy guitarrista, aunque los admiro no sé hacerlo.
Pero hago como los pibes cuando suben a decir un
versito y no saben donde poner las manos: se rascan
la nariz, se tocan la oreja o meten la mano en el
bolsillo. A mí me pasa lo mismo, entonces para
entretenerlas toco la guitarra.
-En una conferencia lo escuchamos hablar con gran
emoción acerca de su padre y de su abuelo ¿Por qué
no nos cuenta algo de su abuela o su madre?
-Soy medio llorón, y si pongo a la vieja en la
guitarra se me van a poner los pelos como palas.
Solo te digo:
“María Teresa es más que un nombre
Dejame que le llore y que le cante
María Teresa, era mi madre…”
Para escapar de esas emociones no hablo sobre mi
abuela, madre, mujer, hijas, nietas…Aunque las
mujeres ocupen un lugar muy especial en mi vida,
como doña Carmen Funes.
-La Pasto verde…
-Sí. Aunque tenía algunas cosas grabadas, fue ella
la me abrió la puerta de Buenos Aires. Cantada por
algunos como Cafrune, Sarralde y los Andariegos,
hice esa canción con la intención de rendirle mi
sencillo homenaje a una mujer mendocina que supo
desde su ranchito de adobe albergar los sueños de
lanza y romance en épocas de fortines. Por
casualidad un día me quedé sin nafta en el lugar
donde me habían criado. Ahí estaba la tapera donde
mis suegros habían pasado la luna de miel. Y el
lugar donde mi viejo conoció a mi madre estaba por
ahí cerquita. Entonces vi una reja antigua y
recordé lo que había ocurrido…Resulta que cuando
murió doña Carmen no había cementerio y se la
enterró allí. Cuando se hizo el cementerio la gente
quiso llevarla como referente, pero el cura no
autorizó el traslado. Para que esta pobre mujer
descansara en paz mi tío y mi viejo hicieron una
reja y clandestinamente una noche la pusieron
protegiendo la tumba en el campo. Aún yo no había
nacido, y cada tanto escuchaba la historia en mi
infancia. Y fue ante esa reja que me inspiré para
hacer la zamba “La pasto verde”. Desde ese momento
doña Carmen Funes empezó a devolver la cachetada a
aquellos que quisieron hacerla pasar al manicomio
llegando a ser en algún momento la mujer más
conocida del país.
“La
pasto verde”
Zamba
Aguada de los recuerdos lejanos
tapera de un dulce ayer
tiempo de la “pasto verde”
zamba del coraje hecha mujer…
Brava gaucha en los fortines sureños
bella flor del jarillal
mil soldados te quisieron
pero la tierra te quiso más.
Sobre las rejas, entre las piedras
donde duerme tu voz
mi guitarra lloró
Solo esta zambita por las noches
quiere darte luz.
porque le duele que digan
que el criollo neuquino te olvidó.
Quien te llamó Pasto verde, fresquita
tal vez tu aroma sintió
poema de los desiertos,
besos de un coplero que pasó…
Tal vez hable de tus años de moza,
la aguada, el grillo, el zampal
años de lanza y romance,
sangre que secó el viento al pasar.
-Bueno, a mi me gusta practicar aquello tan
viejo de “mejor quedar gustando y no repugnando”.
No vaya a ser que alguien diga -“Che, que pesao
este viejo Berbel”-
-Me atrevo a pedirle una copla para la despedida
-Dejo una para reflexionar:
Puede
tanto el amor, tiene tal fuerza
Que si a todos nos rozara con su besos
Se podría dar de amor humildemente
Una lágrima, y mojar el universo
GRACIELA ARANCIBIA
Nota de autora:
Cuando
Berbel habla sobre la venganza de doña Carmen Funes,
seguramente se debe referir a que jamás se mencionó
su nombre como la responsable del descubrimiento de
petróleo en lo que es hoy Plaza Huincul. Su rancho
de adobe se encontraba a un costado de la ruta 22 en
Neuquén. Una acequia cercana le proveía de agua y
esta cada día venía con olor más fuerte. Ninguno de
los distintos remedios empleados para hacerla
bebible daba resultado y el olor persistía. De modo
que cada viajero que pasaba por la posta se llevaba
en la memoria las quejas de la Pasto Verde por el
agua con olor a querosén. Tanto insistió con el
tema que el Ministro de Agricultura de la Nación
decidió mandar técnicos a revisar la zona. Doña
Carmen los guió en sus exploraciones. Se cree que
los albergó en su caso y les facilitó la tarea al
conocer ampliamente el lugar. El doctor Keidel como
encargado decidió hacer las primeras perforaciones
y es allí en el pozo número 1, donde brotó la sangre
negra de la tierra. ¡Petróleo!!. La cuenca neuquina
comenzaba a desangrarse. YPF no le pagó a doña
Carmen los servicios prestados y su nombre jamás
apareció en las conmemoraciones como precursora de
la industria petrolera en esa región. Su
sobrenombre, se piensa,
Se lo dieron los milicos fortineros allá por el
1879, cuando su donosura desafiaba al mismo viento,
año y señor de la zona. Entró a Neuquén desde
Mendoza, casada con un soldado fortinero chileno,
apellidado Campos. Supo de la lucha del cuartel,
pero sus veinte años tenían la fuerza para soportar
los embates del destino. Allá por 1960 se le hizo
un homenaje, se levantó un monolito, cerca de la
tumba enmarcada por las cuatro rejas. Una simple
rosa roja fue el anónimo homenaje a su memoria,
cuyos pétalos, fueron rápidamente deshojándose en la
arena.
El poeta Marcelo Berbel supo rescatarla del olvido
haciendo volar su nombre con las alas de una
canción.
Bibliografía:
“Las cuarteleras” Vera Pinchel
“Neuquén” Félix San Martín