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Página declarada de Interés Cultural por la
Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por
Resolución Nº 374/07 del 15/11/2007
Adherida a la Federación Argentina de Instituciones
Folklóricas F.A.I.F.
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SUPERSTICIONES Y
LEYENDAS - LA AZUCENA DEL BOSQUE |
Hace
muchos, muchos años, había una región de la tierra donde
el hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí
I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales
ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver
despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá
un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y
dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres
destinados a poblar la región.
Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá,
pues era de color rojizo.
Estos hombres necesitaban esposas para formar sus
familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.
Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo,
felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque,
gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces
y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de
ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.
En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho
casual no hubiese cambiado su modo de vivir.
Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú
(algarrobo) apareció junto a una roca un animal que
parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una
gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de
alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar
saltaron algunas chispas.
Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al
notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos
piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación,
hasta convencerse de que siempre se producían las mismas
vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego.
Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a
un pecarí (cerdo salvaje - jabalí) y como no acostumbraban
comer carne, no supo qué hacer con él.
Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le
ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se
desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció
apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto
era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a
las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.
Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué
habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a
cazar animales para comer.
La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron
a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la
construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos
animales y para defenderse de los ataques de los otros. En
esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre
las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera
creído posible hasta entonces: la cantidad de animales
cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las
armas, la mejor puntería... todo fue motivo de envidia y
discusión entre los hermanos.
Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a
sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y
Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde
vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala
consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir
el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran
noticias de Pitá y de su familia.
Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado
hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando
de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido
corresponder a favor tan grande y debían sufrir las
consecuencias.
El castigo serviría de ejemplo para todos los que en
adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo
para vivir en paz y para amarse los unos a los otros.
El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso.
Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno
hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los
relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió
copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un
mal presagio.
Después de tres días vividos en continuo espanto, la
tormenta pasó.
Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo)
del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba
blanca.
Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir un
mandato d e Tupá.
Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en
un claro del bosque. Allí les habló de esta manera:
Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha
apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros,
hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor
guiaran vuestras vidas... pero la codicia pudo más que
vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la
intriga y la envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz
entre vosotros: iPitá! iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!
Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se
confundieron en un abrazo, y tos que presenciaban la
escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas
humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo
que crecía y crecía ...
Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas
azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurría, las
flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a
ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotí
(blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión
y la paz entre los hermanos.
Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres
que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la
"AZUCENA DEL BOSQUE".
fuente:
http://www.bibliotecasvirtuales.com
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