Enseguida apareció un
avestruz, que al verlos cantó: tom, tom.
Los niños quisieron atraparla y le ordenaron a sus
perros que la siguieran. Acorralado contra el monte, el
avestruz daba un salto cada vez que los animales avanzaban.
De esta manera, sus patas largas esquivaban el ataque y
reanudaba la huida. Con su último brinco se elevó y los
perros volaron detrás de él. Los niños los siguieron: codo a
codo los dos hermanos, y después la pequeña niña.
Se fueron todos hasta
el cielo, alcanzaron las estrellas. Cuando el avestruz se
detuvo, los perros se prendieron de su cuello, pero no lo
mataron. Así permanecieron, secundados por los niños:
parados, los varones lado a lado, y la menor detrás.
En esa posición generaron una nueva
constelación, y sus nítidas figuras se aprecian durante el
invierno: el sur señalado por la cabeza del avestruz