Bastante tiempo pasó.
Un día apareció una mujer que practicaba el canibalismo; los
tobas se unieron contra ella y lograron vencerla. Una vez
dominada, la echaron al fuego para terminar simbólicamente
con la trasgresión.
Otro día llegó una
tiniebla muy espesa que todo lo cubría. Había sido precedida
por un perro enfermo que se paseó por el caserío de los
tobas. Todos lo despreciaron y lo quisieron fuera del
poblado: le arrojaron piedras, hasta que se marchó hacia
otro, del que también fue expulsado con violencia. De noche
regresó y después de andar recorriendo las casas, llegó a la
morada de una pareja que no tenía hijos. Sintieron pena por
él y lo llamaron para que se acercas e al fuego. Le
prepararon un sitio con abundante pasto para que se
recostase y después lo alimentaron. Pensaron en curado y
conservado como guardián de la casa.
Se acostaron tarde y,
una vez dormidos, el sueño del hombre fue interrumpido por
un mensajero. Le indicó que debían empezar a trozar madera
de árbol Francisco Álvarez exclusivamente. La pila de leña
tenía que alcanzar una altura determinada bajo la copa de
otro árbol. Durante su tarea, le aseguró que padecerían sed
pero nunca hambre, le señaló que tendrían que transcurrir
dos jornadas oscuras
antes de iniciar la
quema de la madera trozada y dedicarse a cocinar.
El mensajero -que
llevaba una muy buena vestimenta, desconocida por esas
tierras- convenció al hombre, que, por su pane, realizó lo
encomendado con precisión. A la mañana siguiente, él y su
mujer emprendieron la tarea. Alcanzada la altura prevista,
pudieron descansar. Al mediodía siguiente comenzó a llover y
toda la leña del poblado -salvo la de árbol Francisco
Álvarez conada por la pareja- se mojó, y nadie pudo encender
el fuego.
Todos se les acercaron
solicitándoles madera, pero ellos no los ayudaron, ya que se
habían comprometido a respetar las instrucciones recibidas.