Cada uno de los
hombres eligió a su mujer, con excepción de Chiiquí, que
quedó sin pareja. Este motivo lo llevó a escarbar la tierra
con tanto ahínco que llegó a lastimar el ojo de una de
ellas, enterradas por la caída. Lleno de alegría, la tomó
-aunque herida- por esposa.
Advirtió
a los hombres que no durmieran con sus mujeres, a riesgo de
que se repitieran los infortunios del
zorro sagaz, hasta que no encontrase la manera de resolver
el problema.
Al siguiente día, Chiiquí voló hacia
el cielo y allí arriba chifló.
Enseguida se acercó una mosca muy
grande:
¿Cuáles son los
motivos de tu visita? -le preguntó.
El carancho le expresó
el deseo de que un viento fuerte y
frío
con lluvia se instalara en su poblado,
y la mosca respondió rápidamente ante la solicitud.
Las mujeres, aunque robustas,
temblaron por el temporal. Chiiquí aprovechó el desconcierto
para robarles el fuego y así dominarlas. Preparó una fogata
y, estas, heladas por el frío, rodearon las llamas y
comenzaron a asar pescados y a alimentarse a través de la
boca y por la vagina.