P�gina declarada de Inter�s Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por Resoluci�n N� 374/07 del 15/11/2007
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SUPERSTICIONES Y LEYENDAS - LA MANDIOCA - UN REGALO DE TUP�

 

Esbelta, graciosa y muy bonita, �asaind� deb�a tener unos quin�ce a�os. Pese a su belleza, sus ojos negros y grandes miraban con temor. Su cabello era largo y lacio, siempre lo adornaba con flores de piquill�n. Cubr�a su cuerpo con un tipoy tejido con fibras de caraguat�, ajustado en la cintura con una chumb� de algod�n de vistosos colores.

 

Sus pies descalzos parec�an no tocar la tierra al caminar: as� era, suave y liviana.

 

Con el prop�sito de recoger tiernos frutos de palmera (cogollos), ven�a desde muy lejos trayendo una cesta fabricada con tacuaremb�. Dispuesta, lleg� a la zona m�s poblada de palmeras confiada en que podr�a alcanzar los ansiados frutos, pero, al verlos tan altos comprendi� que le iba a ser imposible. Trat� entonces de llegar, subi� por el tallo, pero se vio obligada a desistir.

 

Desilusionada, mir� desde abajo el penacho verde de las palme�ras trataba de hallar un medio que le permitiera conseguir los co�gollos buscados. A punto de desistir de su intento; comprob� que algo se mov�a entre una cascada de helechos. Se acerc� un poco m�s y not� que se trataba de un muchacho. Sus manos recias em�pu�aban el arco y la flecha, sus ojos miraban con atenci�n hacia un lugar cercano.

 

�asaind� dirigi� su vista hacia el mismo sitio y pudo divisar a la v�ctima a la que estaba destinada la flecha del desconocido: se trataba de un hermoso maracan� que, tranquilamente posado en la rama de un �andubay ignoraba completamente su pr�xi�mo final.

 

La joven sinti� tanta pena por el espl�ndido animal, cuyo inten�so y brillante colorido era una nota de alegr�a y de luz entre los verdes del bosque, que sin pensarlo peg� un grito y desvi� la aten�ci�n del cazador. El maracan�, puesto sobre aviso, con vuelo un tanto pesado, se intern� en la espesura.

 

El cazador sali� de su escondite y, ante la presencia inesperada de la ni�a, qued� at�nito, mir�ndola. Su belleza y su expresi�n lo hechizaron, al instante hab�a olvidado la pieza de caza. La mucha�cha baj� la vista, temerosa, pero escuch� que el joven le hablaba con voz suave:

-(Qui�n eres? �Qu� haces aqu�?

-Soy �asaind� y pertenezco a la tribu del ruvich� Sagua-�...-respondi� casi de modo inaudible.

  -(Ya qu� has venido a los dominios de mi padre, �asaind�?

La ni�a mir� los penachos de las palmeras que la brisa conven�a en grandes abanicos y el muchacho adivin� su intenci�n:

 

-Quer�as alcanzar cogollos de palmera, �no es cieno? -dijo, y deposit� el arco en el suelo y la flecha que a�n conservaba en la mano, trep� al tallo de una de las palmeras y con movimientos r�pidos de sus piernas, acostumbradas a esos ejercicios, lleg� donde los cogollos tiernos se ofrec�an generosos y frescos.

 

Se los arroj� a �asaind� desde arriba, ella sonre�a. En pocos minutos la cesta estuvo llena: el rostro de la joven reflejaba un gran placer. Gracias al servicial desconocido, su viaje no hab�a sido infructuoso.

 

Cuando el muchacho baj� de la palmera, los ojos de �asaind� brillaban: tal vez de alegr�a y de agradecimiento. �l segu�a embo�hndo, pero la quiso retener. La joven deb�a cruzar el r�o para regresar con los suyos... Entonces, ante la insistencia del muchacho de pasar m�s tiempo con ella, no tuvo m�s remedio que contarle su historia:

 

Hace tiempo que los hijos de la mujer que me cri� partieron hacia el norte con otros y tardan en volver. Los alimentos comienzan a escasear, y la se�ora me envi� a buscar frutos... Yo no tengo padres... Murieron hace muchos a�os, cuando yo era peque�a.

 

El  muchacho se entristeci� mucho ante semejante historia, no podia creer que quien hab�a criado a la ni�a la mandara a un lugar tan lejano que para llegar hab�a que cruzar un r�o peligroso. Al mirar detenidamente su rostro imagin� que ella no era feliz, y desde el fondo de su coraz�n le prometi� cuidado y cari�o.

 

La alegr�a que le caus� a �asaind� aquel ofrecimiento se transpa�rent� en su dulce mirada y en su sonrisa agradecida, y no dud� en aceptar.

 

Catupiri, as� se llamaba el joven, resultaba ser el menor de los hijos del cacique Marangat�, poderoso y respetado, incluso fuera de sus tierras. Desde peque�o hab�a sido preparado en las artes de

La guerra por un diestro guerrero de la tribu, pero su madre, que no lo descuidaba jam�s, conserv� su coraz�n tierno y su alma pura como cuando era peque�o. Su bondad reflejaba tal cual el tierno coraz�n de ella.

 

Y justo en ese momento, Catupir� evoc� a su madre: record� su gran bondad y el cari�o que por �l sent�a. Pens� en llevarse a �asaindi consigo: deseaba hacerla su esposa.

 

Tambien pensaba en el cacique: �l no ver�a con buenos ojos que su hijo  llevara a la tribu a una extranjera, a una desconocida, y menos a�n con la intenci�n de casarse con ella. De igual manera, decidi� que la presentar�a, aunque, al principio por lo menos, la ocultar�a de los ojos de su padre, solo se la confiar�a a su madre. Estaba seguro de que ella sabr�a comprender y sin duda llegar�a a sentir gran cari�o por aquella joven desamparada, al verla tan buena, tan inocente y tan hermosa...

 

- Quieres venir a nuestra tribu, �asaind�? Mi madre te recibir� como a una hija y te brindar� el cari�o que hasta ahora te ha faltado.

�asaind� sinti� miedo, pero nada pod�a ser m�s duro que la vida que llevaba. Volvi� a mirar el tierno rostro de Carupir� y sonroj�n�dose, vocifer�:

 

    -Acepto!

Los dos j�venes tomaron el camino que conduc�a a la tolder�a: conversaban y re�an, y as� llegaron donde se levantaban los toldos de los s�bditos del gran Marangat�.

 

Atardec�a. El cielo, con los m�s bellos rojos y dorados, parec�a su�mergirse en las tranquilas aguas del r�o. Los p�jaros retornaban a sus nidos y la flor del irup� cerr� sus p�talos ocultando sus galas. Al d�a siguiente, el sol, al alcanzarla con uno de sus rayos, la volvi� a desper�tar: paz y tranquilidad reinaban sobre la tierra.

 

Carupir�, que ocultaba a su compa�era, fue hasta su toldo, la dej� y le fue a dar la noticia a su madre. Nadie los hab�a visto llegar, de modo que le ser�a muy f�cil ocultarla hasta que pudiera convencer a su padre.

 

Pero Carupir� se equivocaba. Unos ojos que brillaban con mal�dad lo observaban desde muy cerca: era Cava-Pit�, la hechicera, que escondida detr�s de un corpulento zui�and� no hab�a perdido detalle de la llegada de los j�venes.

 

La mujer sonri� y, guiada por su esp�ritu mezquino, se propuso poner al tanto de lo ocurrido al se�or cacique, que hab�a salido con sus guerreros y no volver�a hasta el d�a siguiente: Ya ver�a la ex�tranjera que su vocecita dulce y sus expresiones inocentes no se�r�an suficientes para enga�ar al cacique tal como lo hab�a hecho con el hijo!

 

Por la ma�ana temprano llegaron Marangat�, el cacique, y sus acompa�antes, toda la tribu los recibi� con j�bilo: hab�an logrado importantes piezas de caza y tra�an tambi�n un hermoso guas� vivo.

 

Con paciencia, Cava-Pit� esper� que el cacique quedara solo, y en el  momento oportuno se acerc� a �l para referirle, a su manera la llegada de �asaind� a la tribu. No conforme con esto, y gracias a la confianza que en ella ten�a Marangat�, le fue, muy f�cil convencerlo de que la extranjera era una enviada de. A��, que se val�a del joven para provocar la desgracia de la tribu.

 

La sorpresa del cacique pronto se transform� en profunda indignaci�n: �l no pod�a tolerar la intromisi�n de una desconocida en sus dominios y mucho menos sabiendo, gracias a los buenos oficios de la hechicera, que se trataba de una enviada del diablo.

 

Poseido por una intensa c�lera, Marangat� hizo llamar a su hijo para recriminarle su indigno proceder y su desobediencia: lo increpo duramente acus�ndole de su falta de respeto y, a los gritos, lo conmin� para que trajera a la enviada del mal.

 

Catupiri qued� confundido. Su padre cre�a que, vali�ndose de quien sabe qu� poderes mal�ficos, �asaind� lo hab�a obligado a traerla consigo; pero �l sab�a que no era as�. El cacique, al verla, se I convencieria de que estaba equivocado.

 

Corrio en busca de la hermosa doncella y la llev� junto al temible Marangat�, que ante su presencia qued� maravillado: su hermoso rostro y la dulzura de su mirada lo conquistaron de inmediato. Debia haber  una equivocaci�n. Era imposible que una ni�a tan inocente, tan dulce y tan t�mida, tuviera las malvadas intenciones que le  atribu�a Cava-Pit�.

 

El ruvich� convers� con �asaind�. Ella le cont� de su .ni�ez triste y sin afectos, y de su alegr�a al encontrar al buen Carupir�, que deseaba hacerla su esposa. Entonces, el gran Marangat� comprendi� el  noble amor que acercaba a los j�venes y dio su consentimiento para que unieran sus destinos como era el deseo y la voluntad de ambos.

 

Tiempo despu�s, �asaind� se convirti� en la esposa de Carupir�, aquel muchacho de coraz�n generoso y noble que la hab�a encontrado d�a en el bosque...

 

Por supuesto, al no lograr su cometido, la maldad y la envidia de Cava-Pita se acrecentaron y, llena de nuevos br�os, comenz� a idear un plan �Ya  llegar�a el momento en que se cumpliera su venganza!

 

La felicidad de �asaind� y de Catupir� era cada d�a mayor. Ning�n mal hab�a alcanzado a la tribu y todos olvidaron por completo los vaticinios de la malvada Cava-Pit�.

 

Cuando tuvieron un hijo se hizo m�s grande y efectiva la dicha de la que gozaban. El peque�o Chirir� era dulce y bueno, como su madre, y tenaz como su padre. Mientras crec�a, todos los ni�os de la tribu se iban haciendo sus amigos. Diariamente se los ve�a jugando en el bosque o en la costa del r�o, donde sent�an gran placer.

 

El cacique, orgulloso de su nieto, le hab�a regalado un arco y una flecha hechos expresamente para �l, y entre los momentos m�s felices de su vida se contaban aquellos en que sal�a con el ni�o a ense�arle el manejo de estas armas.

 

Todos viv�an contentos en la tribu, ya nadie consideraba a �asaind� como una extranjera a la que se deb�a despreciar, sino que, por el contrario, gracias a su bondad, se hab�a ganado la simpat�a y el afecto de la gente.

 

La �nica que conservaba su odio era Cava-Pit�, para quien la idea de venganza se afianzaba a medida que pasaba el tiempo. Estaba segura de que este sentimiento no la abandonar�a hasta ver a �asaind� arrojada de la aldea, como hab�a propuesto desde un principio.

 

Ten�a que convencer a la tribu de que la esposa de Catupir�, bajo ese aspecto dulce y tierno, encubr�a a una enviada de A�� para hacer el mal y que solo esperaba el momento oportuno para cum�plir los mandatos del demonio.

 

A fin de convencerlos, decidi� ensayar una nueva acusaci�n. Haciendo uso de sus sentimientos mezquinos y perversos divulg� la noticia de que el peque�o Chirir� se hallaba pose�do por un mal esp�ritu, que condenar�a a muerte infaliblemente, despu�s de un corto tiempo, a los ni�os que lo acompa�aban en sus juegos.

 

La noticia corri� por la tribu con la velocidad del rayo y todas las madres, temerosas del tr�gico final que podr�an tener sus hijos, los retuvieron con ellas para que no se acercaran al peque�o Chirir�.

Sin embargo, esto no fue suficiente para la hechicera, porque ella quer�a levantar a toda la tribu contra la inocente �asaind�.

 

 

En esa forma, consider�ndola culpable, la hubieran expulsado de la aldea ind�gena por temor al maleficio que la pose�a. Como no consigui� su prop�sito, opt� por poner en pr�ctica un plan diabolico con el que, estaba segura, se cumplir�a con creces su venganza.

 

Prepar� un brebaje dulce, exquisito, al que agreg� una peque�a pocion de activ�simo veneno.

Con zalamer�as llamaba a los peque�os amigos de Chirir� y les daba a tomar el jarabe mort�fero que ellos beb�an golosos. Poco les duraba el placer, ya que luego mor�an entre las m�s espantosas contorsiones, envenenados por la infame hechicera.

 

Al ignorar las madres la existencia del famoso jarabe, aceptaron como explicaci�n de la muerte de sus hijos el maleficio del que suponian estaban pose�dos el peque�o Chirir� y su madre, tal como lo predijera en tantas oportunidades la famosa Cava-Pit�.

 

 Ya  no les qued� la menor duda: la extranjera era una enviada de A�a, llegada a la comarca para causar la desgracia de la tribu de Marangat� Todos estuvieron en contra de �asaind� y de �asaind� y de Catapir� de quienes decidieron vengarse matando a su hijito.

 

La hechicera gozaba su victoria: hab�a pasado un tiempo muy largo antes de lograr su prop�sito, pero por fin consigui� que la tribu entera odiara a la intrusa. Entonces, alentada por el triunfo fue levantando los �nimos de toldo en toldo. Incitaba a unos ya a dar muerte al peque�o Chirir�, �nico medio para librarse de los designios de A��

 

En un grupo encabezado por la perversa Cava-Pit�, con palos y lanzas, hombres y mujeres se dirigieron al toldo de Catupir�: tomaron por la fuerza a los padres de la criatura, los llevaron a los bosques y los amarraron con fibras de caraguat� al tronco de un �andubay para que fueran testigos impotentes de la muerte de su hijo.

 

La dulce �asaind� dejaba o�r desgarradores sollozos, gritaba por por su inocencia  y ped�a piedad para su peque�o Chirir�, mientras el valiente Catupir� realizaba desesperados esfuerzos por librarse de las ligaduras.

 Todo en  vano. Buen cuidado hab�an tenido sus verdugos.

 

Cava-Pita saboreaba el triunfo, decidi� ser ella misma quien matara al  peque�o, que atado de pies y manos, permanec�a en el suelo y se esforzaba por dejar sus manitos libres.

 

 

 

Prepar� el arco y la flecha envenenada, y cuando se dispuso a arrojarsela al ni�o, que lloraba ante sus padres desesperados, un ruido espantoso atron� el bosque y una lengua de fuego baj� desde el cielo repentinamente oscurecido y dej� fulminada a la perversa hechicera, que rod� por el suelo.

Los que presenciaban la escena vieron en esto un castigo de sus dioses justicieros a la maldad y a la envidia y, convencidos de su error, desataron a los padres de la criatura que a�n se hallaba en el suelo, a poca distancia de ellos.

 

�asaind� corri� a levantar a su hijito, que medio desvanecido por el terror casi no pod�a moverse. Lo desat� y lo abraz� estrech�ndolo contra su coraz�n, mientras las l�grimas corr�an por sus p�lidas mejillas.

 

Con las cabezas gachas, avergonzados, con el paso vacilante, los que creyeron las calumnias de la perversa hechicera deci�dieron retomar a sus toldos, no sin antes dirigir una mirada triste al sitio donde el peque�o Chirir� estuviera algunos minutos, echadito en el suelo, esperando la muerte en manos de la falsa Cava-Pit�.

 

La sorpresa de todos fue muy grande cuando observaron que justo en ese mismo lugar crec�a una planta nueva, desconocida hasta entonces. La llamaron mandioca y en ella vieron la justicia de sus dioses buenos, que sab�an recompensar el bien y castigaban hasta con la muerte a los que proced�an mal.

 

La mandioca es el regalo de Tup� a los hombres para que les sirva de alimento: posee el dulce coraz�n de �asaind� y de Chirir�, y otorga, al que la come, fortaleza y energ�a, como la que siempre tuvo Catupir�.

 

Fuente: Tomado del libro Leyendas Ind�genas de Lautaro Parodi. 1� Edicion 2005-
Agradecemos al Sr. Carlos Alberto Samonta de Ediciones Andr�meda por permitirnos publicar este material

 

 

 

 

 


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