Quienes pernoctan en
el valle de Coaque,
también llamado Valle de la
Muerte, adquieren una extraña enfermedad conocida con el
nombre de "mal de la verruga" o "fiebre
de Carrión".
La ciencia no ha podido establecer bien su origen, pero al
parecer se debe a la picadura de un insecto (flebotumus) que
solo actúa de noche. Los indios,
familiarizados con el lugar, rara vez
sufren el efecto mortal del nombrado verrucógeno.
Esto sin duda, ha dado lugar a esta leyenda.
Cuando los
Conquistadores entraron al Reino del Sol y lo sometieron a
su arbitrio, se encontraron dueños de riquezas fabulosas,
tierras fertilísimas, almacenes atestados de telas y
alimentos, templos suntuosos y
paisajes deslumbrantes.
Ansiosos por llegar
hasta los últimos reductos, quisieron explorar las sierras
de Coaque, que parecían inaccesibles. Y así lo hicieron.
Cuando llegaron a ella, el silencio era absoluto. Nada,
absolutamente nada, turbaba aquel mutismo impresionante, que
parecía ocultar algo trágico. La expedición, alarmada sin
causa aparente, y sobrecogida por un temor inexplicable,
decidió pasar la noche en un valle
casi desolado, donde ningún animal salvaje
daba señales de vida.
A pesar de los
presentimientos fatídicos, la noche transcurrió tranquila.
Ni un rumor, ni un rugido, ni un aleteo blandió el
aire y ni siquiera se escuchó el lamento a la
distancia, del pueblo que había sido despojado de su cetro.
La expedición vio
salir el sol -rojizo como nunca- y con la convicción de
haber llegado a un lugar sagrado, emprendió el regreso sin
lamentar un accidente.
Pero el maleficio
presentido había entrado en la gente. Al día siguiente,
todos sin excepción, se vieron atacados por unas verrugas en
el rostro y el cuerpo. Una anemia
progresiva los fue disecando uno a uno, y presas de
una fiebre implacable, murieron después de tres lunas
exactas.
Muchos
días después, los conquistadores, no satisfechos de aquel
extraño hecho, resolvieron enviar otro destacamento al mismo
lugar, para investigar la posible causa del mal. Demás está
decir que, a pesar de las precauciones tomadas, corrió la
misma suerte.
Nadie les atacaba. La
vida en esa región estaba proscripta. Al menos no
había vida visible. Pero, fatalmente,
quien llegaba a ella era atacado por
los" sirkis" (verrugas) y moría inevitablemente. Todos los
que desafiaron el misterio, cayeron bajo el hado inexorable de la Muerte.
Un día, un grupo de
valientes fue y regresó en el día. Nada ocurrió. no fueron
atacados por el Mal. Se creyó, pues, que eran
supersticiones, y repitieron la hazaña a la semana
siguiente, pasando la noche en el valle. A las tres lunas
siguieron el camino de sus antecesores, con la cara y el
cuerpo, llenos de "sirkis"...
Los indios de los
valles bajos explicaron el misterio.
Coaque era la morada
sagrada de los Dioses tutelares de la raza. Estos se habían
refugiado allí para proteger a sus desgraciados súbditos, y
todo extranjero que se atrevía a
hollar ese sagrario moría indefectiblemente a las tres
lunas, que era aproximadamente el tiempo que tardaron los
intrusos para sojuzgar el Imperio del Sol..
Por eso Coaque
castigará con la muerte, por los siglos de los siglos, a
todos los extranjeros que pongan sus plantas en el Sagrario
de los dioses tutelares de los Incas...