Dos muchachos linyeras que eran hermanos
y que venían desde Rosario, al llegar a Santiago del Estero,
quisieron hacer noche en una posada donde había varios
hombres.
El mayor de los linyeras tuvo un
entredicho con uno de los hombres que estaba jugando a las
cartas, y los echaron del lugar. Los jóvenes se fueron pero
el hombre, al parecer entrado en copas, acompañado por sus
compañeros, los siguió y por error, dieron muerte al más
joven que no había intervenido en la disputa. Después
huyeron.
El hermano escapó y el cuerpo quedó allí,
al costado de unos rieles. Como era habitual, en el lugar
donde lo encontraron clavaron una cruz. La mujer que lo
encontró se ocupó, ayudada por sus hijos, de construir un
pequeño nicho en el lugar, para poner velas. Empezó a
visitar el lugar y a hacerle pedidos al alma del linyerita
muerto. De boca en boca fue corriendo la noticia de los
milagros que hacía.
La gente de lugares más lejanos empezó a
llegar allí y como ofrenda por los favores recibidos dejaban
prendas y zapatitos de niños.