Leyenda del este
argentino
La selva está silenciosa, soportando la
pesadez del calor. Se oyen solamente los silbidos de algún
pájaro o el canto de la chicharra, que es incansable, cuando
inicia su concierto.
De pronto crujen las hojas secas. Corren
alarmadas las lagartijas, a buscar mejor resguardo. Los
pasos se acercan. Y una figura humana se dibuja
perfectamente. Su ancho sombrero de paja dificulta ver su
cara. Pero en los claros donde se filtra el sol, brilla su
bastón de oro. Es de poca talla. Se diría que es un enano.
Se esconde detrás de los árboles. No desea
que lo vean. ¿Por qué su cautela?
Porque quiere llegar de sorpresa. Busca
niños, de entre ésos que no duermen la siesta.
Si alguno ha penetrado en la espesura en
un descuido de sus mayores, lo toma desprevenido, lo sujeta
en sus brazos y lo lleva hasta la parte más sombría, donde
las lianas y tacuarembós forman tupida techumbre.
Los más prudentes, los que están en sus
casas, oyen el silbido, que parte desde la selva, desde
lejos, y saben que está festejando su buena suerte.
Otros dicen que el silbido proviene de un
pajarillo que nadie ha descubierto, pues anida en lo más
espeso del intrincado monte.
Pero todos, al oírlo, se recatan.
Fuente:
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