En un rancho perdido en el monte santiagueño
habitaba una anciana con sus dos nietos: Crespín y Crespina,
que eran mellizos.
Un día, la vieja se enfermó. Supo por ese
conocimiento ancestral que se concentra en los que ya son
viejos, que solo se salvaría si comía ashpa mishqui
(miel de abajo de la tierra). Ella sabía que del otro lado
del monte donde los animales salvajes son dueños del lugar,
estaba ese dulce. ¿Cómo conseguir el remedio si la vida de
sus nietos correría tanto peligro en el intento?
Pero llegó el día en que se sintió morir,
llamó a sus nietos y les explicó la situación. Crespina tuvo
mucho miedo de perderse, pero la viejita solo con eso se iba
curar, así que uno de los dos tenía que armarse de valor y
llevar a cabo la empresa. Crespín se hizo cargo de la
situación: a la mañana bien temprano abrazó a su hermana,
besó a la abuela pidiéndole la bendición y se dirigió hacia
el monte.
Llegó la noche y el niño no regresó, a la
mañana siguiente la anciana ya había fallecido. Crespina,
desesperada, lloraba sola en un rincón de su rancho sin
saber cómo recuperar a su hermano, porque por su abuela ya
nada podía hacer.
Finalmente, decidió ir a buscarlo: Me qué le
servía cuidarse de su miedo si estaba sola en el mundo
Se fue al monte y a cada paso gritaba
llamando a su hermano por su nombre "iCrespín, Crespín!".
Durante el día y la noche lo había buscado sin ningún
resultado. Por eso comenzó a pensar: "iSi yo fuera pájaro
volaría y encontraría a mi hermano!".
Totalmente desesperanzada y con mucho miedo,
se subió a un árbol y se quedó dormida. Soñó, tal como lo
había deseado: se convirtió en pájaro. Todo resultaba muy
vívido y mientras sentía el movimiento de sus imaginarias
alas gritó: "i Crespín, Crespín!". Sus propios gritos la
despertaron, ya no era una niña, y comenzó a volar.
Por eso, desde entonces, en el monte se
escucha eternamente un agudo silbido que dice "iCrespín,
Crespín!".