Cuentan que hace muchos años un poderoso
estanciero vivía en medio del campo. El hombre tenía una
única hija y destinaba el mayor tiempo posible a cuidarla
con dedicación y afecto.
La niña creció, se convirtió en una hermosa
muchacha que inundaba de alegría la enorme estancia.
Ocurrió que un día, ante el deterioro de una
pared de la casa, el estanciero convocó a un albañil del
pueblo vecino conocido por sus habilidades. Pero el hombre
estaba enfermo y envió a su hijo, a quien le había enseñado
a realizar el trabajo.
Cuando el muchacho llegó a la casa, ansioso
de comenzar cuanto antes, pidió al dueño que le mostrara el
lugar del problema.
El joven se dedicaba con ahínco a su tarea,
hasta que una mañana se encontró con la bella hija del
estanciero. Y sucedió lo inevitable: se miraron y un soplo
de amor los envolvió.
Los jóvenes, en un comienzo, trataron de
disimular sus sentimientos, pero eran tan intensos que
empezaron a ser evidentes. Cuando el padre de ella se enteró
de la situación, se enfureció y le prohibió que volviera a
ver al muchacho.
La pareja, haciendo oídos sordos a las
severas advertencias del viejo estanciero, continuó su
romance.
Entonces, el padre, al no ser obedecido se
encegueció de odio y celos. Una tenebrosa noche sorprendió
solo al desprevenido muchacho, lo golpeó con fuerza en la
cabeza y, desmayado, lo arrastró hasta un lugar apartado del
campo donde lo esperaban sus serviles peones. Lo tiraron al
suelo, lo envolvieron con cuero mojado y lo ataron
firmemente a cuatro estacas. Y allí quedó a la espera de la
muerte. El plan consistía en aguardar a que el cuero
encogiera al calor del sol comprimiendo el cuerpo del pobre
enamorado hasta que sus huesos se quebraran. Así quedó
estaqueado durante siete días.
Cuando el estanciero volvió con sus hombres a
comprobar el resultado de su crueldad vio sorprendido que el
cuero todavía estaba atado, aunque no parecía haber ningún
cuerpo en su interior. El desalmado tomó su cuchillo y
deshizo el envoltorio. Como por arte de magia, apareció
entre los tientos un gracioso pájaro de color marrón rojizo:
el hornero.
Desde entonces, este pajarito es conocido
como un excelente albañil que construye su pintoresca casita
con barro y ramas.