Había una vez un viejo y una vieja que tenían una hija tan
hermosa que la llamaban Belleza del Mundo.
La vieja era
adivina y hechicera.
Un príncipe,
que andaba de viaje, llegó un día a la casa y, al conocer y
tratar a Belleza del Mundo, quedó prendado de la niña y la
pidió a los padres para casarse con ella. Los padres se
opusieron, porque preferían dedicarla a las artes de la madre,
pero como la niña quería también al Príncipe, que era virtuoso
y valiente, tuvieron que consentir.
El día de la
boda, Belleza del Mundo dijo al Príncipe que sus padres
pensaban matarlos esa noche y que sólo se salvarían huyendo.
Se pusieron de acuerdo para la fuga.
A la hora de
dormir, se fueron a su alcoba y fingieron acostarse.
- Vete al
corral, -dijo la niña al Príncipe-, ensilla el caballo overo
que hace una legua por tranco, y con un cuchillo desgarrona
(1) la chancha negra que hace dos leguas.
Dejó tres gotas
de saliva para que contestaran por ella cuando la hablaran, y
llevó por todo equipaje una polvera, un peine y un espejo.
Abandonaron la
casa con el mayor cuidado, para no ser descubiertos.
Al rato, la
vieja, sobresaltada, dijo a su marido:
- Viejo,
Belleza del Mundo se nos va.
- ¿Cómo crees
que puede irse sin que la veamos?, -contestó él. - Llámala.
La vieja llamó
a Belleza del Mundo.
La primera gota
de saliva contestó:
- ¡Señora! (2).
Pasaron unas
horas y la vieja volvió a decir, llena de inquietud:
- Viejo,
Belleza del Mundo se nos va.
- No, vieja,
¿cómo puede irse? Llámala y verás que aún está despierta.
- ¡Belleza del
Mundo!, - llamó la vieja, y la segunda gota de saliva
contestó:
- ¡Señora!
Se quedaron
tranquilos nuevamente, pero, al amanecer, la vieja,
desesperada, volvió a decir:
- Viejo, estoy
segura de que Belleza del Mundo se nos va - y la llamó otra
vez. La última gota de saliva, casi seca, respondió
débilmente:
- ¡Señora! ...
Segura de saber
lo que había ocurrido, la vieja salió de su habitación, revisó
la alcoba y el corral, y volvió gritando:
- ¿No te decía,
viejo confiado? Han huído en el caballo overo y han
desgarronado la chancha para que no los podamos seguir. Vete
en ella, que algo corre todavía, y tráemelos en cualquier
forma. Ya me las pagarán.
Salió el viejo
en persecución de los fugitivos.
Los jóvenes
habían recorrido buena parte del camino, cuando Belleza del
Mundo dijo a su compañero:
- ¿Ves aquella
nubecita de polvo? Es mi padre que nos persigue. Cuando nos
alcance haremos del caballo una planta, yo me convertiré en
una flor y tú en un picaflor. Si mi padre quiere cortar la
flor, pícale un ojo a la chancha y no la dejes arrimarse.
Cuando llegó el
viejo, al ver aquella flor tan preciosa quiso cortarla, pero
el picaflor dió un picotazo en un ojo a la chancha que
corcoveó y no quiso seguir; el viejo tuvo que volverse.
Cuando el viejo
contó a la vieja lo que le había pasado, ella le dijo:
- Qué poco vivo
eres: la planta era el caballo, la flor Belleza del Mundo, y
el picaflor el joven. Vuelve a seguirlos; de cualquier modo me
los tienes que traer. Cuida de que no te engañen otra vez.
El viejo partió
nuevamente.
Belleza del
Mundo lo vio desde lejos y le dijo a su compañero:
- Mi padre
vuelve. Seguramente mi madre le ha explicado todo y le ha dado
instrucciones para que nos descubra. Cuando esté cerca haremos
del caballo una iglesia, de sus pelos los fieles, yo me
convertiré en una virgen y tú en un sacerdote. Si algo te
pregunta, tú dirás: Santa María, yo no he visto nada.
Llegó el padre
y preguntó al sacerdote:
- ¿No ha visto
pasar por aquí un joven, montado en un caballo overo, que
lleva a una niña a las ancas?
El sacerdote,
imitando la entonación con que se dice misa, contestó:
- Santa María,
yo no he visto nada. - Y todos los fieles lo repitieron en
coro.
Convencido el
viejo de que habían tomado otro rumbo, se volvió.
cuando le contó
a la vieja todo lo ocurrido, ella le dijo:
- ¡Ah, viejo,
te engañaron nuevamente! La iglesia era el caballo y sus
fieles los pelos; la virgen, Belleza del Mundo, y el
sacerdote, el joven. Yo iré, a mí no me podrán burlar.
La vieja montó
en la chancha que casi había sanado de sus heridas y corría
con mayor velocidad.
La niña la vio
a gran distancia, y le dijo a su compañero:
- Es mi madre
la que nos sigue ahora. Tendremos que defendernos con más
inteligencia.
Cuando estuvo
cerca, le tiró el polvo, y una niebla espesa le cortó el
camino. La vieja dio tantas vueltas e insistió tanto, que al
fin pudo pasar.
Alcanzó otra
vez a los fugitivos y la niña le tiró el peine. Se formó un
pencal tan erizado de espinas que la chancha se resistía a
entrar, pero la vieja perseveró tanto que al fin pudo
cruzarlo.
Al alcanzarlos
por tercera vez, la niña dijo al Príncipe:
- Cuando llegue
mi madre, formaremos una laguna; tú y yo nos transformaremos
en patitos y nadaremos en ella. Nos tirará tres bolas mágicas.
Si con alguna nos toca, nos perderemos; si podemos evitarlas,
venceremos su poder, y nos dejará en paz.
Cuando la vieja
creyó tenerlos en sus manos, la niña tiró el espejo que se
convirtió en una gran laguna, y ellos se transformaron en
patos.
No pudo
penetrar en la laguna por su profundidad. Tiró entonces sus
tres bolas mágicas, y las tres veces los patitos pudieron
hundirse tan rápidamente que ninguna bola los tocó.
Sintiéndose derrotada, la vieja gritó a su hija:
- Anda,
ingrata, que el que te lleva te olvidará. Y se volvió.
Los dos
jóvenes, contentos de haber triunfado en aquella aventura,
siguieron su camino.
Ya en las
afueras de la ciudad donde vivía el Príncipe, quiso él
adelantarse para explicar a sus padres todo lo sucedido y
hacer preparar un digno recibimiento para su esposa. De común
acuerdo llegaron al ranchito de una viejecita muy pobre. La
viejecita los recibió cariñosamente y la niña se hospedó allí.
Belleza del Mundo le pidió al Príncipe, al despedirlo, que no
se dejara abrazar por nadie si no quería olvidarla. El se lo
prometió.
Llegó el
Príncipe al palacio y sus padres salieron a recibirlo
jubilosos, pero él no permitió que lo abrazaran. Así lo hizo
con todos sus parientes y amigos; pero, en un descuido, una
perrita que tenía desde niño, le abrazó las piernas y en el
acto se olvidó de todo.
Pasó el tiempo;
el Rey quiso casar a su hijo con una princesa y el Príncipe
aceptó.
Belleza del
Mundo, que seguía viviendo en el rancho de la viejecita, tuvo
noticias de la boda y se presentó en el palacio el día en que
se consagraba.
Rogó que la
dejaran hacer unas pruebas para entretener a la concurrencia
con una gallinita y un gallito que hablaban.
Se le dio
permiso. Todos quedaron asombrados de la belleza de la joven,
y muy maravillado el Príncipe, pero como había perdido la
memoria no la reconoció.
Belleza del
Mundo puso en medio del gran salón a sus animalitos. Ellos,
entre vueltas y saltitos graciosos, dialogaron así:
- ¿Te acuerdas,
gallito, cuando mis padres después de casados nos quisieron
matar?
- Co, co, que
no me acuerdo.
- ¿Te acuerdas
cuando desgarronaste la chancha negra y huímos en el
caballo overo, mientras mis gotas de saliva contestaban los
llamados de mi madre?
- Co, co, que
no me acuerdo.
- ¿Te acuerdas,
gallito, cuando nos perseguía mi padre y para engañarlo
convertimos en planta al caballo y nosotros nos transformamos
en flor y en picaflor?
- Co, co, que
no me acuerdo.
- ¿Te acuerdas,
gallito, cuando nos alcanzó mi madre y yo tiré el polvo que
formó una niebla espesa, pero que ella atravesó?
- Co, co, que
algo me acuerdo.
-¿Te acuerdas,
gallito, que por tercera vez casi caíamos en las manos de mi
madre, yo tiré el espejo que se volvió una laguna, nosotros
nos convertimos en patos, y que, al no alcanzarnos con las
tres bolas mágicas, me dijo antes de volverse: el que te lleva
te olvidará?
- Co, co, que
ya me voy acordando.
- ¿Te acuerdas,
gallito, que al dejarme en un ranchito para anunciar a tus
padres nuestro casamiento, te dije que no te dejaras abrazar
por nadie, pero que en un descuido te abrazó la perrita, y me
olvidaste?
- Co, co, que
ya me acuerdo.
En ese momento,
el Príncipe, que estaba reviviendo lo que había pasado, con el
diálogo de la gallinita y el gallito se acordó de todo, abrazó
a su esposa y la presentó a sus padres y al pueblo.
El Rey les
regaló toda su fortuna y dejó a su hijo el reino.
Y fueron
felices,
comieron
perdices.
A mí no me
dieron
porque yo no
quise.
(1)
Desgarronar, regionalismo por "desjarretar"
(2) Este
tratamiento respetuoso de los hijos para con los padres se ha
usado en nuestros campos y aún se usa en regiones del
interior.
Con este título
se conoce en la región central. Es popular también en la
región del norte como lo demuestra la variante enviada por la
Srta. Julia Saravia, de Jujuy y en la región andina como lo
prueban las versiones recogidas por la Sra. Hermenegilda O. de
Gallardo y Srta. Vicenta Olmeida, de San Juan; y en la
central, Srta. María Lastenia Páez Centeno, de Córdoba.