El ser
Lobisome es condición fatal del séptimo hijo varón seguido,
y si es la séptima hija mujer seguida será en vez bruja.
El lobisome
es la metamorfosis que sufre el varón en un animal parecido
al perro y al cerdo, con grandes orejas que le tapan la
cara, y con las que produce un ruido especial. Su color
varía en bayo o negro, según sea el individuo, blanco o
negro.
Todos los
viernes a las 12 de la noche, que es cuando se produce esta
transformación, sale el lobisome para dirigirse a los
estercoleros y gallineros donde come excrementos de toda
clase, que constituyen su principal alimento, como también
las criaturas aún no bautizadas.
En estas
correrías sostiene formidables combates con los perros, que
a pesar de su destreza, nunca pueden hacerle nada, pues el
lobisome los aterroriza con el ruido producido con sus
grandes orejas.
Si alguno de
noche encontrase al lobisome, y sin conocerlo lo hiriese,
inmediatamente cesaría el encanto y recobraría su forma
primitiva de hombre manifestándole, en medio de las más
vivas protestas, su profunda gratitud por haber hecho
desaparecer la fatalidad que pesaba sobre él.
La gratitud
del lobisome redimido es, sin embargo, de las más funestas
consecuencias, pues tratará de exterminar, por todos los
medios posibles, a su bienhechor. De modo que lo mejor,
cuando se le encuentra, es matarlo sin exponerse a esas
desagradables gratitudes.
El individuo
que es lobisome, por lo general, es delgado, alto, de mal
color y enfermo del estómago, pues dicen que, dada su
alimentación, es consiguiente esta afección, y todos los
sábados tiene que guardar cama forzosamente, como resultado
de las aventuras de la noche pasada.
Esta creencia
es tan arraigada entre alguna de esa gente que no sólo
aseguran haber visto, sino que también, con gran misterio,
señalan al individuo sindicado de lobisome, mostrándolo con
recelo y hacen de ese hombre una especie de paria.