Muchas
cuestiones ideológicas, preconceptos e ignorancia
semiológica se hallan implicados en torno a estas
denominaciones; así como intereses geopolíticos astutamente
disfrazados. Y hasta una moda “new age” pseudoantropológica
bastante superficialoide por cierto, con arraigo en los
medios y hasta en las conceptualmente famélicas
universidades de hoy, hartas veces sometidas a intereses
populistas, imperiales y de otro tipo.
Todos sabemos que cuando Colón
“invadió” América… (porque no la “descubrió”), creyó haber
llegado a la India, cuyas riquezas, oro y piedras preciosas
eran ya conocidas en toda Europa, lo cual alimentó su
voracidad y la de quienes financiaron su escuadra invasora y
depredadora con las intenciones más perversas e inhumanas.
De allí nació la denominación “indio” con que se designó
desde entonces, en Europa, a los habitantes de nuestra
América, la “mal llamada”. “Indiani” dijeron los italianos;
“indiens” los franceses; “Indian” en inglés. A nadie se le
ocurrió criticar el título del “Handbook of South
American Indians”, publicado a partir de 1946 por la
SmithsonianInstitution, porque la semiosis de esa década era
otra: no había recibido aún el impacto de la “deconstrucción
cultural” absolutista originada desde la década de 1970 y
reinante hasta la actualidad. “Nativeaboriginalpeoples”;
“Indigenouspeoples”; son las denominaciones más usuales
en antropología actual en idioma inglés: “nativo”, “indio”,
aborigen”, “indígena”.
Es sabido que cada vocablo se
halla “cargado”, esto es, que aparte de su significado
propiamente dicho, posee también un “sentido”, que va más
allá del significado mismo, revelado por la etimología y el
uso lingüístico. En efecto, al hablar de “indio”, desde
hace siglos, ya nadie piensa en lo más mínimo en la India,
ni siente que se alude a ella. Cuando alguien insulta a
otro diciéndole “hijo de…”, en lo más mínimo se pretende
insultar a la madre… sino al contrincante. Este ejemplo
fuerte lo incluimos para que quede en claro que el sentido
es el que se impone siempre en la comunicación lingüística,
el que con el tiempo adquiere nuevas cargas y siempre deja
de lado tanto a la etimología como el uso primerizo.
Es absurdo, pues, que se
pretenda deslegitimar la palabra “indígena” diciendo que
proviene de la India y que alude a ella. ¡Esto sí que es
ignorancia supina!!! La voz “indígena” proviene del latín
“inde”: de allí mismo; y del sufijo “génos”:
nacido, generado. “Indígena vinum” (Plinio) es
“vino del país o de la región”, y en nada alude a la India,
según pretenden algunos charlatanes televisivos. Es
absolutamente legítimo, pues, el uso de la palabra
“indígena” para aludir a los habitantes racial y
lingüísticamente nativos de nuestra América, antes, durante
y después de la invasión de los genocidas y crueles
európidos.
Muy diferente es el caso de la
palabra “indio”, la que sin duda surgió como alusión a la
entonces llamada “India”, y desde 1492 “Indias orientales” o
del Asia, la misma que holló (y depredó) Alejandro Magno
hacia el 330 a.C. y que desde entonces fue denominada y
conocida como “Indía” por los griegos (con acento en la
última “i”). “Indikós” o “índico” se denominó en griego al
nativo de la India, y también “indós” al río Indo y a sus
habitantes. El latín, como receptor de la cultura y la
nomenclatura helénica, absorbe las mismas denominaciones
griegas, y tan sólo cambia la acentuación de la palabra que,
desde entonces hasta hoy, pasó a ser grave y no aguda.
“Índi” se denominó en latín a los indios (de la India), pero
también a los persas y árabes. “Índicus” y luego “Índus”
pasó a ser el nativo de la India.“Índaconkha” se
llamaba en Roma a las perlas, tan apetecidas en Europa.-
Pero no se debe creer que la palabra India se aplicó
exclusivamente a la India, sino también a Egipto y hasta a
Etiopía… De allí que fuera sencillo extender la misma
denominación tan difusa a las nuevas tierras americanas,
cuya ubicación exacta en el mapa aún no era del todo segura
ni conocida (pese a variadas conjeturas ya entonces
existentes).
Ya Cristóbal Colón, en su
“Diario” o “Relaciones de Viajes”, escrito hacia el
1500, utiliza ampliamente la palabra “indio” para
referirse al hombre que halló en América (y, de paso,
cuenta cómo engañaban al indígena trocando sus adornos
nasales de oro puro por “pedazuelos de escudillas rotas y
de vidrio…”). Mismo empleo de la voz “indio” también hizo
Bartolomé de las Casas, antes del 1550, en su “Brevísima
relación de la destrucción de las Indias”; y también
Garcilaso de la Vega, en sus “Comentarios reales”
(hacia 1560).
Evidentemente, la voz “indio”,
en lengua castellana, ya desde el año 1500 o tal vez unos
años antes, designaba a los habitantes del llamado Nuevo
Mundo con quienes se enfrentaron los españoles y europeos de
entonces, no en un “encuentro de culturas” (como aún hoy
pretende España), sino en un genocidio y deculturación de
los indígenas. Más de 500 años de uso de una voz… desde el
punto de vista semiótico y lingüístico, sería imposible de
erradicar. En efecto, la voz “indio” ha sufrido el proceso
natural y espontáneo (“desde abajo”) de
“resignificación” al que se halla sometida toda el habla de
una cultura, sin excepción. Pretender “desde arriba”,
en forma vertical y totalitaria, decretar la supresión de
vocablos y significados, además de estúpido, es ingenuo.
Todo un libro se podría escribir en torno a este espinoso
tema. Pensemos que la palabra “Europa” deriva y alude a una
vaca, con la cual Zeus (o Júpiter según la mitología romana)
mantuvo relaciones amorosas… Sin embargo, a ningún estudioso
europeo se le ocurriría la jocosa pretensión de prohibir
dicha voz y reemplazarla por otra…más casta…
Las palabras surgen, crecen,
se implican, y adquieren vida propia, independizándose de
sus respectivas etimologías y acepciones diacrónicas. No
son ni racionales ni racionalizables; y menos aún podrían
someterse al análisis pseudorracional de un zopenco o a sus
caprichos de “omnipotencia lingüística”. Con semejante
criterio, hasta la palabra “América” debería suprimirse,
pues no fue Américo Vespuccio quien la visitó por vez
primera… (en sí, el nombre “América” implica ya un craso
error de apreciación histórica). Más absurdo y jocoso sería
el pretender que nuestro Continente debería denominarse “AbyaYala”,
según un indigenismo fonético de pacotilla, puesto que ni
los indígenas tenían en su cosmovisión un concepto “macro”
o continental, ni una idea “moderna” de las verdaderas
dimensiones de los Continentes, ni tampoco existía entre
ellos una política conglutinante ni una ideología a nivel
“mapamundi” que la apuntalara… Todo lo contrario: cada
cultura indígena era en extremo localista e introspectiva.
Transpolar a AbyaYala nuestra idea de “América” constituye
un absurdo mal uso de dos voces procedentes de la lengua de
los indios Cuna (de Panamá y Colombia), que en nada aludió
jamás al concepto de América como Continente, sino que
significa: “tierra-vida”; o “tierra-riqueza”;
conceptos que bien pueden hallarse en quichua, o en aymara,
o en mapuche, o en la lengua maya, azteca, etc. ¿Qué
significaría para los mapuches de la Patagonia el concepto
abstracto de AbyaYala? Pues nada: sería una intrusión vacua
de sentido y, además, fuente interminable de controversias y
disidencias (lacra de nosotros, los americanos
indigenistas). Los nativos de habla quichua preferirán su
rica terminología (“Pacha” equivale a nuestra voz
“mundo”; y “Kay Pacha” a “Mundo de aquí”; “Kay
runa”: “hombre de aquí, nativo, indígena, indio). Los
aymaras lo mismo; al igual que los guaraníes; o los
mapuches: “Mapu”: tierra; “fillmapu”: mundo, todo
(tierra y su gente). ¿Para qué ir a buscar en Panamá
lo que tenemos acá? Justamente eso es “desarraigo”,
identidad negativa impuesta por el invasor…
No es posible meter a
empellones una voz porque se le ocurrió a algún dirigente
indigenista boliviano, sin reparar en el localismo del
nombre y de la propuesta, lo que contradice el sentir
latinoamericanista (que siempre ha sido regionalista y
jamás conceptualmente abarcativo). Es nuestra mentalidad
occidental, la que, con sus lacras procedentes de la
ideología ecuménica europeizante y “catholiké” (“para todo
el orbe”) se nos mete por la ventana cuando la queremos
echar por la puerta (señal de que la tenemos todavía
introyectada). Sería como pretender crear un indigenismo
“a la occidental… y cristiana…”, supuestamente negador de
dichos conceptos totalitarios y globalizantes.
Buscar términos que guarden
alguna similitud con la voz “América” es otro absurdo que
pretende forzar el lenguaje, aberrante postura propia de
mentes poco sagaces e ilustradas. No falta quien pretende
que el término América en realidad derivó del vocablo
maya Quiché: “Amerrique”, que significaría “país del
viento”, para nada alusivo al concepto generalizador y
universalizante de América, con extensión continental.
Nuevamente se pretende forzar el lenguaje para adecuarlo a
nuestras pretensiones de carácter ideológico. La bondad de
lo segundo en nada justifica el absurdo de la postura
primera, de carácter semiológico.- De ser así, deberíamos
comenzar con cambiar el nombre de “Argentina”, derivado del
latín “argentum”: “plata”, calificativo infamante
que Martín del Barco Centenera publicó en su obra “La
Argentina y Conquista del Río de la Plata”, hacia el 1602
(dio a nuestro territorio el nombre de lo que esperaban
llevarse de aquí…a manos llenas y matando gente): horrible y
perversa denominación reveladora de quiénes eran “ellos”,
los európidos “intrépidos”, “colonizadores”,
“evangelizadores”, “aventureros”, etc.- Dígase lo mismo de
“Venezuela”, diminutivo de Venecia… De “Colombia”, homenaje
a Colón. O de “Bolivia”: homenaje a Bolívar… Quien detenta
el Poder siempre apetece “de-nominar”, o “de-signar” al
dominado…, cuya “auto-designación” siempre será peligrosa
para los intereses del dominante.
El término “indio”, por otra
parte, ha adquirido matices semánticos dentro de su tan
amplia resignificación diacrónica a través de cinco siglos.
No se trata de una voz unívoca, ni mucho menos. “Indigenouspeoples”,
“nativepeoples”: son voces admitidas e indiscutidas en
antropología en idioma inglés. Pero en castellano se han
conformado capas o estratos significantes a través de los
siglos, los que no podemos desconocer pues han cristalizado
a través de siglos de uso en el habla. Por ejemplo: nos
parece natural e indiscutible hablar de “indios ranqueles”,
de “indios charrúas”, de “indios mapuches”, de “indios
tobas”, de “indios wichís”, de “indios chiriguanos”, de
“indios chanés”, de “indios guaraníes”, de “indios pampas”,
dado que se trata de poblaciones indígenas supervivientes o,
al menos, muy próximas a nosotros en sus dataciones e
historia. Jocoso sería hablar de “indígenas charrúas”, o
de “indígenas tobas…”. O de “aborígenes mapuches”… Y
absurdo sería el circunloquio: “los pueblos originarios
ranqueles”… o “los pueblos originarios pampas”, etc. La
de-signación de “indio mapuche” ya ha sido acreditada en el
habla por el paso del tiempo y de la historiografía; y más
debe ser motivo de orgullo que de denuesto. La voz “indio”
es connotativa: dice mucho más de lo que expresaría la
conceptualización meramente etimológica.- Sin embargo, no
es aplicable el término “indio” a los indígenas de épocas
antiguas, ni a los estudios arqueológicos. Nadie podría
decir, por ejemplo, “los indios de Aguada…”; sino “los
indígenas de Aguada habitaron tal zona…” El reciente uso
de la palabra “amerindio” demuestra que inconscientemente
(como siempre operan los mecanismos naturales y no forzados
del habla) se procura la vigencia y continuidad del fonema
“indio”, y que no es fácil desterrarlo ya que no existen
alternativas superadoras. A “amerindio” se le opuso la
perífrasis denominativa “primitivos americanos”, o “paleoamericanos”,
como diferenciación entre quienes llegaron primero a nuestra
América (los “más primitivos”) y los “amerindios”, quienes
ya se hallaban asentados y habían conformado pautas
culturales nativas y oriundas en nuestro Continente. La voz
“indoamericano”, por su parte, expresa la misma
intencionalidad semántica, mantenedora del tema “indo”,
aunque su empleo más bien se limitó a los ámbitos políticos,
jurídicos e históricos.
Tampoco cabría para ellos la
voz “aborigen”, que más bien se aplica a las poblaciones
etnográficas actuales. De hecho, el vocablo “aborigen” es
predilecto de las iglesias evangélicas, quienes lo traducen
tal cual de sus “papers” en inglés. “Aboriginalpeoples”
surgio de los antropólogos que viajaron al África, como
denominación de las poblaciones oriundas o nativas, con
identidad racial africana, aculturadas y deculturadas por
sus dominadores de habla inglesa (con la complicidad de
religiosos evangelistas y de toda Europa). A decir verdad,
tan solo los africanos son “originarios” de su Continente:
todos los otros pueblos proceden de antepasados migrantes
desde otros Continentes, y en mayor medida los primitivos de
América, donde en realidad no hubo poblaciones
“originarias” sino tan sólo “nativas” o “primitivas”
procedentes del Asia, Polinesia y Austronesia.
Pueblos originarios
(¿?)
“Pueblos originarios” es la más
reciente y peligrosa denominación con la que se pretende
de-signar y de-nominar a nuestros indígenas, globalmente
considerados, sin diferenciación de ningún tipo: ni
cronológica, ni geográfica, ni conceptual, ni cultural.
Diacrónica y sincrónicamente, en forma misteriosa y
verticalista, se nos impuso dicha perífrasis
indisimuladamente traducida del inglés (de EEUU):
“original peoples”, o bien “aboriginalpeoples”.
Hemos rastreado hasta 1927 para hallar el título de un
libro de K. Crowe: “A History of the Original Peoples of
Canadá”, el que parece ser el más antiguo antecedente de
esta dupla, que tan rápido ha cuajado durante la última
década en mentes precarias y en círculos desprevenidos e
incautos (que adoptan todo lo nuevo sin reparar en qué
enorme anzuelo ideológico se tragan…).
Diversas organizaciones
indigenistas abrazaron sospechosamente e irreflexivamente
esta reciente denominación, de manera precipitada, para
referirse a las poblaciones indígenas americanas previas a
la invasión europea. Dichas organizaciones, muchas de
ellas subvencionadas por supuestas ONGs “benefactoras” y
multinacionales del saqueo, también adoptaron
simultáneamente el jocoso y peregrino nombre de AbyaYala
para nuestra América preeuropea, pero ello ocurrió más en
Bolivia y Perú, o en Sudamérica, que en Panamá y Colombia
donde surgió AbyaYala. La NewAgepseudoindigenista
actual, que hizo furor en Argentina, Bolivia, Cuzco, etc.,
usa una Wiphala multicolor inventada en los cafés de
Cochabamba o del Cuzco, y habla de “pueblos originarios” por
TV, en los medios periodísticos (tan “permeables” a veces) y
en ámbitos pseudouniversitarios, y es quien se ha encargado
de difundir dicha designación por doquier. Y lo extraño es
que se la haya aceptado tan rápida y fácilmente en todos los
medios masivos, diarios y revistas, TV, y ámbitos
paraculturales, sociales y políticos... (Hemos notado
que, cuanto más inerme culturalmente es una persona o grupo
social, tanto más fácilmente adopta novedosas denominaciones
si es que ellas obedecen a códigos simples, sin requerir
elaboración ideativa). No ha faltado algún alumnito
descabellado que se acercó a decirnos en clase, como
grandiosa novedad: “Profesor… ya no se dice más
“indígena”: ahora se dice “pueblos originarios…”
Inteligencia equivale a autocrítica: decimos siempre.-
“La ignorancia es atrevida”: es nuestro lema.
Al parecer, esta perífrasis
designativa ha sido “diseñada” en EEUU por expertos en
semiología mediática, con la finalidad aviesa de restarle a
la palabra “indígena” toda su cargacontestataria y
reivindicativa, que fue recibiendo a lo largo de siglos
de discriminación, segregación, latigazos, explotación y
esclavitud del indio. El desviacionismo conceptual que
expresa el acople de dos palabras vacías ambas de sentido y
carga secular es evidente, y se trata de otra manipulación
más de los expertos en “guerra mediática” o comunicacional
al servicio de la Cía. Muchos supuestos “amautas”, y
algunos reputados “shamanes” viajeros (que cuando ven un
dólar o un euro se repliegan con Whiphala y todo), han sido
los primeros en ponerse al servicio de esta manipulación, al
igual que nuestros deslucidos ámbitos universitarios,
siempre tan poco lúcidos y esclarecidos.- Trataremos de
“hacer visible lo invisible”, y de dar a entender que la
“mano recóndita” de la semiología made in USA (así como fue
capaz de derribar con recursos mediáticos y semióticos al
bloque socialista y al llamado “comunismo real”), también
puede ser capaz de neutralizar la capacidad de resistencia
de la ideología indigenista sudamericana, trabajando sobre
el significado y no sobre el significante, esto es, anulando
la tan temida semiosis que las voces “indigenismo” e
“indigenista” han instaurado a través de siglos, por
procesos naturales y normales del habla. Se habla de
documentos de la Cía y de los servicios de inteligencia de
ciertos países sudamericanos en los cuales se presenta al
indigenismo, precisamente, como la nueva “hipótesis de
conflicto” en Sudamérica, una vez caída (según ellos)
la amenaza ideológica y militar del comunismo. A fin de ser
breves, daremos tan solo algunos ejemplos o casos
esclarecedores.
1) Es sabido que los Vikingos
(“Hombres del Norte”, en su lengua) llegaron y se asentaron
primero en Groenlandia, y después América del Norte, en la
Isla de Terranova (actual territorio de Canadá), hacia el
año 982 de nuestra Era. Existen pruebas arqueológicas y
restos de asentamientos que hacen bastante indubitable e
indiscutible este hecho histórico. Los Vikingos, pues,
habrían llegado a América y se habrían asentado en ella al
menos cinco siglos antes que Colón.- Según varios
estudiosos, existen claras huellas de arte Vikingo, e
iconografía del mismo origen hasta en Sudamérica, en la
cultura Tiahuanaco, y hasta en la cultura Tafí (“wankas” de
El Mollar), actual Tucumán (Argentina), y en los
Comechingones (por aquello de que “eran barbados…”).
Quien esto escribe no cree en la probabilidad de lo segundo
(asentamientos Vikingos en Sudamérica), pero es indudable
que ciertamente los hubo en América del Norte. Lógica y
apodíctica conclusión: los Vikingos serían
pueblosoriginarios de América, junto con los otros
indígenas existentes, quienes no serían los únicos
yexclusivosoriginarios… Esto ya tiende a menoscabar la
categoría de predominancia racial y cultural indígena en la
historia americana, y su capacidad ideológicamente
contestataria, puesto que así quedaría claro que nuestros
indios no fueron los únicos habitantes de América antes de
Colón. Como lógico efecto de esta “resignificación”, los
rubicundos y európidos Vikingos también fueron pueblos
americanos originarios… Por tanto, no sólo los
indígenas fueron legítimos habitantes y dueños de América.
También hubo “otros”.
2) El celebérrimo tema de las
“Tribus perdidas de Israel”… es milenario. Ya el historiador
Flavio Josefo (judío al servicio de Roma, amigo del
emperador Tito, quien lo nombró “cuidadano romano” y le
entregó vastas posesiones en Galilea), hacia el año 79
d.C., al escribir la historia de los judíos, refiere que
hacia el año 700 a.C. diez tribus perdidas de Israel fueron
trasladadas hacia el este del río Éufrates. Gran cantidad
de referencias pretenden que dichas “tribus perdidas”
también poblaron parte de la India, y que los gitanos serían
una de ellas. En Etiopía (África) se habrían asentado
varias de dichas tribus. Otras se habrían afincado en
diferentes regiones de Asia, Irán, Irak, Paquistán,
Afganistán, Arabia, Yemen, Egipto, Rusia… Y no falta quien
afirmara que la tribu perdida de Zabulón se asentó en
Japón…, cuya familia imperial sería de origen judío… El
rabinato tomó diferentes posiciones al respecto a través de
los siglos. Antiguamente no reconocían como judíos a los
descendientes de dichas “tribus perdidas”. Pero en la
actualidad, el fundamentalismo hebreo a ultranza que vemos
hoy hasta ha creado una organización (“Mi pueblo
retorna”) consagrada a identificar a las poblaciones
supuestamente de origen judío (diseminadas, según ellos,
casi por todo el mundo). Intenciones de tipo geopolítico,
sin duda alguna, se ocultan detrás de este supuesto
“interés histórico”, que no es desinteresado ni meramente
cientificista ni demográfico… “La arqueología es una de
nuestras principales armas paraapuntalar nuestra identidad
nacional”: ha confesado un profesor de la Universidad de
Tel Aviv en “HistoryChannel” (y eso no es antisemitismo
sino verdad escueta, honesta y sana).
El mal llamado “descubrimiento”
de América (sospechoso calificativo, jamás aplicado al
África, ni a Oceanía, ni al Asia) desde sus precisos
orígenes se ha implicado con el tema de las “tribus
perdidas”… (el mismo término “descubrimiento” parecería dar
a entender que fue procurado y buscado ex profeso…). Al
parecer Colón fue judío sefardita, y gran parte de sus
capitanes lo fueron (celebraban el Pesaj durante el primer
viaje con cánticos en hebreo, los hermanos Pinzón y otros
marinos). “Ginovés”, en sefaradí medieval, quería
decir “judío…”; no genovés... como el clero tradujo
interesadamente después para disimular lo indisimulable.
Muchos cronistas fueron judíos conversos y otros marranos.
Infinidad de indicios indicarían que se buscó en América la
“tierra prometida”, el “Paraíso perdido” pleno de oro y
riquezas (con gentes sumisas y mansas que intercambiaban
“espejitos por oro puro…”).- Los banqueros judíos de Toledo
financiaron el primer viaje de Colón (no la reina Isabel).
Desde 1492 muchos intentaron identificar a descendientes de
dichas tribus en nuestro Continente: la tribu de Rubén
habría poblado América… El primer obispo español designado
en México, Juan de Zumárraga, y el de Yucatán, Diego de
Landa, quemaron miles de manuscritos mexicas y mayas donde
relataban su historia… (¿Por qué? ¿ Para borrar de cuajo
toda la memoria indígena?). Esos clérigos aseguraban
que los indios americanos eran los verdaderos descendientes
de dichas tribus de Israel. Lo mismo declara Antonio de
Montesinos, también de origen judío, hacia 1511. El
bíblico “país de Ofir”, pleno de oro, de donde (según la
tradición hebrea) provino ese metal para el tempo de
Salomón, según algunos sería Perú (con arreglo a cierto
manejo del alefato hebreo…). Se ha afirmado que el quichua
tiene su origen en el hebreo arcaico, al igual que el tupí.
Ello fue sostenido por lingüistas franceses y alemanes;
mientras que los mormones consideran a los indios
norteamericanos como descendientes de hebreos. Lo mismo se
ha dicho de los Toltecas de México y hasta de los Pieles
Rojas de Norteamérica.
Bernardo Graiver, en la década
de 1970, realizando estudios en el museo de Santiago del
Estero (Argentina), creyó hallar piezas de cerámica con
inscripciones en arameo o hebreo antiguo y hasta publicó un
libro sobre el tema. Antes que él, un investigador italiano
(Miguel Ángel Mossi), estudioso del quichua y otros idiomas
locales, afirmó que en Atamishqui (Santiago del Estero
actual) se hablaba un dialecto del arameo antiguo. La
misteriosa lengua, ininteligible para el pueblo, que hablaba
la nobleza incaica, según algunos sería de origen hebreo
arcaico (a diferencia del runa simi, que hablaban
los indios genuinos). Más que ponernos a investigar la
seriedad y las pruebas de semejantes afirmaciones, en
realidad deberíamos reflexionar en torno a la verdadera
causa de ellas… y a qué tipo de intenciones geopolíticas
obedecerían… Es evidente que las pruebas en que se asientan
son “de artificio”, conjeturales y fantasiosas, pero ello no
puede ser casual: evidentemente obedecen a una intención con
miras a justificar una ocupación futura (ya incoada…). Lo
importante en este punto no es la veracidad de lo afirmado
por ellos… sino que la gente se lo crea. Para ello
cuentan con su arma más poderosa: la TV y los medios.
Referencias y estudios de
investigadores chilenos afirman, sin más, que el pueblo
Mapuche es de origen judío, descendiente directo de algunas
“tribus perdidas” de Israel… Coincidencias entre la
cosmogonía mapuche y bíblica (como el tema del Diluvio
universal, y la subida a los cerros; la referencia continua
al Este: Puel, en mapuche, donde se hallaría el Paraíso y la
salvación, origen también de ese pueblo: la Patagonia
argentina…) nos hacen pensar en mixturas de tradiciones
bíblicas traídas por los frailes durante la invasión
hispana, en simbiosis con auténticos mitos mapuches de
tradición oral (difícilmente comprobables). Pero también en
peligrosas posturas manipuladas por dirigentes sionistas,
hábiles para hacer creer al estudiantado, a los docentes y
al pueblo ingenuo en fantasiosas versiones cuya peligrosidad
y recónditas intenciones no podemos sospechar siquiera…
Algunos de ellos hablan de basarse en el genoma humano, en
el ADN y en descubrir cromosomas de las “tribus perdidas”
del Israel arcaico, para demostrar ante el mundo que “ellos”
estuvieron por aquí muchos siglos antes… suficientes como
para apuntalar pretensiones hegemónicas fundamentalistas y
para reclamar su derecho al territorio… ajeno… La
manipulación genética sin duda la harán ellos mismos, y dará
seguramente resultado positivo, ya que en el próximo Oriente
se han entremezclado prácticamente todas las razas, desde
hace milenios, incluyendo las africanas que son las únicas
realmente originarias. Alguien ha afirmado que los
primerizos judíos eran negros (para reclamar territorios en
Etiopía, sin duda…). (“Cuanto más grande es la mentira,
más gente se la cree”): dijo alguien que entendía de
comunicación estratégica humana.
Pensemos que ya se habla de “la
Gran Nación Mapuche”, que abarcaría la Patagonia chilena y
argentina… muy poco poblada, con enormes riquezas
minerales, oro, petróleo, gas, montañas, agua, grandes ríos,
tierras cultivables… bocado apetecido por hábiles
manipuladores internacionales que ya se han comprado grandes
extensiones de tierras en toda la Patagonia
argentino-chilena, mientras nuestros políticos (sopechosamente)
miran hacia otro lado (un día llegarán en paracaídas los
fundamentalistas sedicentes “verdaderos propietarios” de
nuestra Patagonia, y se declararán a sí mismos “pueblos
originarios” como lo han hecho en Palestina, expulsando
a sus pobladores milenarios… y encerrando como rehenes a
sus habitantes nativos en Gaza, Líbano, Jerusalén…, a
quienes, cada tanto, por no someterse ni renunciar a su
identidad, bombardean con bombas de racimo en forma impune y
con la complicidad de toda Europa, el Vaticano y EEUU: lo
mismo que se hizo contra nuestros indios bajo la mal llamada
“conquista”…). “Nosotros somos losverdaderos
palestinos”: dijo GoldaMeir cuando se le preguntó por el
destino de los habitantes de Palestina hacia 1960. Ya operó
aquí el mecanismo perverso de la “resignificación”, no
espontánea sino calculada y manipulada. “Nosotros somos
los verdaderos patagónicos; lospueblos originarios…”:
afirmarán después.- Totalitarismo de derecha (nazifascismo)
es el desconocimiento del “Otro” en cuanto tal. El negarle
su identidad y autodeterminación. El arrebatarle su
territorio y riquezas; su lengua, religión, cultura… sus
recursos naturales. El imponerle medios de comunicación,
tecnología, modos de ser y pensar ajenos. El apoderamiento
de todo un territorio y su pueblo ya es peor: es la
aniquilación y la supresión total de la Otreidad. Esto ya
se hizo en América hace 500 años. Puede repetirse. Se
denomina: “Segunda Conquista”… del incauto (agregamos
nosotros).
Dicha neodominación y
“reemplazo étnico” no serían nuevos en América: es lo que
ocurrió desde Cristóbal y Diego Colón en adelante
(apoderarse de un vasto y riquísimo territorio, por la
fuerza, relegando, despojando y esclavizando a sus
indígenas… que fueron y son los verdaderos
propietarios). Los despojaron de todo; aniquilaron al 90
por ciento de la población indígena en apenas 150 años, pero
fue para traerles “la verdad de la Fe…” (se la cobraron
bien cara, por cierto, y más si tenemos en cuenta que nadie
se la había pedido): la Espiritualidad y la ética indígenas
eran mucho más elevadas y puras, más desprendidas de todo lo
material que la europea… Ni siquiera el indígena podía ni
sabía mentir…, según Bartolomé de las Casas, Montesinos y
otros. Lo aprendieron de los ocupantes hispanos, hábiles en
tretas y confabulaciones, pactos falsarios, palabra empeñada
que los europeos traicionaban como si nada. Ello sería el
mayor sacrilegio según la ideología indígena, que no
concebía la mentira ni el doblez (“SIMI”: “palabra”
en quichua, era algo sagrado, Entidad que, una vez
proferida, se unificaba con Pacha, el Gran Todo cósmico).
Conclusiones
Como corolario de lo dicho
anteriormente, los hebreos, además de los Vikingos, serían
también ellos “pueblos originarios” de América,
especialmente sus descendientes peruanos, andinos de Ecuador
y Colombia, y, muy señaladamente, los mapuches. Pensemos
en la etimología de la voz “mapuche”: deriva precisamente
de “mapu”: tierra, y “che”: hombre…
Equivaldría a “hombre de la tierra”, o a “autóctono”,
“nativo…” El sentido de esta perífrasis
denominativa “mapuche” es innegablemente y claramente
exclusiva y excluyente: alude al “hombre de
nuestra tierra”, o “nativo de esta tierra”. Deja de lado,
pues, a todos los advenidizos, depredadores, invasores
disfrazados de predicantes o de “iluminados”. Los shamanes
indios ya preveían, pareciera, que extraños disfrazados de
ovejas se acercarían para esclavizarnos y llevarse nuestras
riquezas. Lamentablemente, lo hicieron impunemente a lo
largo de 500 años; y continúan con la misma práctica, sólo
que ahora en forma más disimulada y eficiente: nuestros
indígenas antes extraían oro buscando y prospectando a mano
pepitas o vetas del áureo metal…lo que no contaminaba. Los
depredadores foráneos lo hacen hoy por el método genocida
del cianuro, veneno espantoso, para lo cual no vacilarán en
demoler toda la Cordillera si es preciso… ni en cancerificar
a millones de nuestros habitantes de hoy (indios o no).
La palabra “autóctono” es
parecida a “mapuche” (por ello no es utilizada ya con
alusión a los indígenas). Proviene del griego “autós”:
“mismo, allí mismo”; y de “jthón”: “tierra, mundo
de abajo”. El hombre “autóctono” es el oriundo de la
tierra; el relacionado con “su” Mundo subterráneo, no el
advenidizo ni el ocupante. La palabra “nativo” también ha
sido defenestrada de la antropología actual. Posee rancia
prosapia latina: “NativiDei”, dice Cicerón: “dioses
nativos, oriundos o propios del lugar”. Como se ve, toda
voz que excluye al extranjero, al invasor, al genocida,
también ha sido excluida del lenguaje usual tanto en
sociología, como en antropología y en política, y muy
especialmente en los medios.
Creemos haber demostrado que la
perífrasis “pueblos originarios” es peligrosa para nuestra
identidad, independencia y autodeterminación. Ambos
términos, en conjunción semiótica, apenas son “de-notativos”,
no “connotativos” (que es la compleción del significar
humano). Son palabras que, aisladas, no significan casi
nada…(y juntas tampoco). Apenas “denotan”; no “connotan”.
En realidad, son portadoras de intereses, ocultas
intencionalidades, arteros propósitos de dominación que
“ellos” procuran ocultar dada su negatividad para los
pueblos fagocitables.- Por otra parte, apenas abarca dicha
perífrasis un sector ínfimo de la comunicabilidad: tan sólo
funciona adjetivando de manera muy genérica, lo cual atenta
contra el verdadero proceso semiológico. Tampoco dicha
de-nominación genérica permite ser personalizada: a un
amigo de confianza (por ejemplo) podemos decirle “che,
indio…”; pero ridículo sería decirle “che:
pueblooriginario…”. Se trata, técnicamente, de una
“frase”, que no es personalizable ni singularizable. Este
tipo de aberraciones suceden cuando se trasladan elementos
lingüísticos de un idioma a otro, en forma mecánica y sin el
debido proceso de elaboración semántica que exige la prueba
del tiempo para ser expresión natural y propia de un
pueblo. (Nuestros antropólogos hacen genuflexión ante
toda novedad escrita en inglés… si es made in USA mejor).
Traen y pagan a charlatanes de EEUU o Francia para
hablarnos a nosotros de la simbología indígena… Varios de
ellos sólo habían visto en libros algunas piezas de nuestra
cerámica indígena… Otros, apenas llegados, han pasado
primero por nuestro museo para interiorizarse un poco…
Hemos escuchado disparates
increíbles al pretender utilizar dicha denominación binaria
en el habla. Otro ejemplo absurdo: alguien nos ha dicho en
Jujuy: “Hablé con un originario y me dijo….”
Otra frase de una estudiante de antropología mal formada:
“Los pueblos originarios tobas teníancerámica..?”“¿Y
los pueblos originarios Quilmes..?” En Santiago del
Estero alguien ha dicho: “Allá, por aquel monte,
vivenoriginarios…” (ala Cía no le importa cuáles).
Dislate tras dislate. Aberración más aberración. Confusión
más confusión. El habla debe surgir, tras un proceso
espontáneo y natural, del inconsciente colectivo propio de
una formación cultural e histórica dada, de “abajo hacia
arriba”. Cuando un término o un “ciclo verbal” resulta
impuesto a empellones vía mediática y verticalmente… siempre
será desestructurante (desconfiemos). “Nada es casual,
ni gratuito, ni estéril, ni inocuo, ni impensado, ni
inocente en los medios. Por el contrario: todo se halla
planificado, enderezado a un fin de neodominación, a
condicionar nuestro cerebro, a imponernos pautas
verticalistasférreamente martilladas” (esta es la “Ley
semiológica Condorhuasi”, de enorme utilidad pragmática para
poder entender al mundo de hoy y sus amenazas disimuladas).
Por el momento, al parecer no
existe vocablo que pueda reemplazar a las voces
“indígena” (cultismo); o bien a “indio” (habla
popular). En parte la voz “aborigen” podría hacerlo, pese a
su carga evangelizadora adherida. Estas tres voces, al
menos poseen una clara fuerza “connotativa”, acreditada por
el uso secular, que las ha significado y re-significado
indubitablemente. Y pueden singularizarse y personalizarse
(aplicarse a un individuo concreto y en singular o plural).
Un Vikingo, o un Hebreo, jamás podrían ser designados
razonablemente como “indígenas”, y menos aún como “indios”.
No habría lugar para confusiones al respecto porque ambas
palabras pertenecen a nuestra habla secular y son emanación
de nuestra identidad cultural. Pero sí se les podría
considerar como “pueblos originarios”, a los Vikingos y
Hebreos, al menos desde el punto de vista superficial (o
fantasioso en el caso de los Hebreos) que da por segura su
presencia en América desde hace más de mil años.
Según nuestra opinión, la más
peligrosa y letal arma actual para la neodominación es la
“resignificación mediática”, esto es, el uso
político y perverso de la semiótica, que tanto provecho les
ha dado durante la “guerra fría” a “ellos”, los rubios o
blancos dominadores del planeta, que nada tienen de
democráticos ni de respetuosos de la libertad “del otro”.
Para este propósito siniestro la Cía se llevó a los EEUU a
los más importantes y reconocidos semiólogos europeos, y se
les pagó muy bien… por el servicio prostibulario de
supeditar y vender el Saber a intereses geopolíticos
espurios.- Manipular las palabras es contra natura. Además
es engañoso y trapacero. La gente poco ilustrada es la que
más fácilmente cae en esa red falaz de resignificados
perversos, planificados en un nivel tal de elaboración de
modelos y códigos a los cuales no es posible sustraerse.
Por ello pensamos que la guerra actual y del futuro será la
“guerra semiológica”; el trabajo de los servicios de
inteligencia sobre la mente humana y su expresión
conceptual: el habla, coformadora de ideas y de actitudes
políticamente manipulables. El “totalitarismo mediático
global” que intenta instalarse en nuestra América, es
un dispositivo perverso de poder, para la neodominación y la
explotación de los recursos del mundo del Sur, cuyos
habitantes seremos “resignificados” para ser explotados y
genocidados. No lo hagamos posible continuando en la
ignorancia y desprevenidos.
Nuestros indios fueron y son
“indígenas”, o “aborígenes”. Es una estrategia desacertada
caer en el juego de “ellos” si los denominamos “pueblos
originarios”, conceptualización chabacana e
intelectualmente hueca, y políticamente mortífera para
nuestros intereses geopolíticos latinoamericanos, que son
mantener nuestra identidad y territorios.- Sólo el saber
nos hará libres.-
Fuente: Jorge Fernández Chiti