JUANA AZURDUY
Capitulo XXIX
La muerte de su amigo y protector despeña irremisiblemente a
doña Juana en la miseria, como lo revela la dramática carta
anteriormente citada que dirigiese a las autoridades salteñas
solicitándoles ayuda para regresar a su Chuquisaca natal, ya
parte de la República Bolívar, luego Bolivia.
La respuesta oficial a tan dramática solicitud fue avaricienta:
“Salta, mayo 2 de 1825.
Habilítese a la viuda del Teniente Coronel Manuel Ascencio
Padilla, con cuatro mulas pertenecientes
al Estado,
entregándose, por el ministerio de Hacienda, la cantidad de
cincuenta pesos para los gastos de su marcha”.
Nadie recibió en su ciudad natal a la gran
heroína, quien llevó consigo a su hija Luisa, ya de once años,
descubriendo que la mayoría de sus propiedades habían ido
confiscadas y otras estaban en poder de su hermana Rosalía,
quien durante todos esos años había sostenido una vida sin
compromisos, obediente a su destino de dama chuquisaqueña sólo
preocupada por la educación de sus hijos y la atención de su
esposo.
Doña Juana reclama la devolución de sus bienes y logra
que
el gobierna boliviano apenas le reconozca su hacienda de
Cullco:
"Cbuquisaca, agosto 11 de 1825.
"Autos y vistos: Constando por la sentencia de remate dada en
cinco de enero de mil ocbocientos diez que corre a
fs. 58 del Expediente
mandado agregar, que la subasta de la Hacienda de Cullcu
propia de la Teniente Coronela del Ejército doña Juana
Asurdui (sic) viuda del Coronel Dn. Manuel Ascencio Padilla,
se vendió por el Gobierno anterior por sólo su patriotismo:
declárese conforme al Superior Decreto de trece de abril del
presente año de su Excelencia el Sr. General en Jefe del
Ejército Libertador encargado del Mando Supremo de estas
Provincias, que puede la indicada Asurdui tomar posesión de
dicha Hacienda, sirviendo este Auto de suficiente despacho en
forma".
La extrema indigencia en que vive hasta el final de sus días
hace que más adelante se viese obligada a malvender esta
propiedad.
Una de las razones de la falta de reconocimiento de sus
compatriotas hacia alguien que lo había entregado todo por la
causa independentista se debió a que quienes habían quedado en
la cresta de la ola cuando llegó el momento de la libertad
habían sido en su gran mayoría personas de dudosa conducta
durante la larga guerra. La mayoría de los caudillos, en
cambio, habían muerto o ya no contaban, y por otra parte la
primitivez de los sobrevivientes hacía que las negociaciones
politiqueriles fueran para ellos escenarios en los que se
desenvolvían con mayor dificultad y menor éxito que en los
aguerridos campos de batalla. Esto hizo que quienes treparan a
las posiciones de
gobierno y de poder fueran personajes como el mariscal Santa
Cruz, hoy héroe nacional de Bolivia, quien durante varios años
a principios de la gesta libertadora combatiese del lado
realista, teniendo a su cargo nada menos que la represión
sangrienta del levantamiento patriótico de La Paz en 1809.
Así lo señala Paz, descorazonado:
"No puede menos de contristarse la imaginación de un
argentino y de un soldado de los primeros años de la guerra de
la independencia,
considerando lo poco que han servido para su país y para esos
mismos soldados aquellos sacrificios y ver que sólo sirvieron
para allanar el camino a otros guerreros más afortunados y
facilitar su carrera a los Santa Cruz y otros muchos que como
él hicieron la guerra más obstinada a esa misma Independencia,
de que ahora son los grandes dignatarios y los verdaderos
usufructuarios, mientras que los más antiguos y los mas leales
soldados de la gran causa de América arrastran una penosa
existencia en la oscuridad, la proscripción, la miseria y el
olvido ".
Las feroces luchas intestinas que se
abatieron sobre la república recién constituida, bautizada con
el nombre de Bolívar a instancias de Sucre, fueron otras
razones por las cuales no hubiera tiempo ni disposición para
el reconocimiento a quienes tanto habían luchado y sufrido por
la libertad, como en el caso de Juana Azurduy, quien envejecía
solitaria y olvidada con la sola compañía de su hija Luisa,
con quien nunca llegó a desarrollar una relación con la
intensidad afectiva que había llegado a tener con sus hijos
muertos.
Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que
sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado
de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su humilde
vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje a tan
gran luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en
presencia de los demás, y dícese que le manifestó que la
nueva república no debería llevar su propio apellido sino el
de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que
luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la
caudilla:
"Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la
pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su
muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el
término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E.
quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis
intereses y agotados todos los medios que pudieran
proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa
familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que
mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran
confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis
desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne
ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo
que por mi propia graduación puede corresponderme".
Esa paupérrima pensión de 100 pesos mensuales le fue pagada
puntualmente apenas durante dos años, deglutida por.
la anarquía que se agravó aún más después de que el mariscal
Sucre fuese herido en el cuartel de San Francisco y que el
presidente Blanco fuese asesinado en la Recoleta. Recordemos
que Pedro Blanco conducía las tropas realistas que
reiteradamente se enfrentaron contra los Padilla,
a pesar de lo cual,
mientras doña Juana subsistía malamente, él llegaba a
la máxima magistratura de
un país nacido de la indómita lucha de otros por la libertad.
Buenos Aires, a su vez, cuyos errores políticos sumados a las
conspiraciones de Sucre habían provocado en 1825 la pérdida
del inmenso y feraz territorio altopetuano, parecía considerar
que quien hubiese nacido y habitase más allá de sus nuevas
fronteras, en Chuquisaca, por ejemplo, era un extranjero.
Aunque se tratase de una mujer que todo lo había dado en su
heroica lucha por la independencia de las Provincias Unidas
del Río de la plata. O por tratarse, justamente, de una mujer,
pues de haber sido hombre, con seguridad,
distinta
hubiese
sido su suerte. Y el reconocimiento de sus méritos en tantos
campos de batalla. Como que nuestra Argentina tampoco ha
destinado ni una página de su memoria
al
fogoso y eficiente cuerpo de amazonas que guerrease
a
sus órdenes, cubriéndose de gloria
a
la par de la nombrada, arremetiendo con el mismo ímpetu y
desangrándose por los mismos plomos.
Doña Juana quedó completamente sola de familia cuando
su
hija Luisa contrajo matrimonio con Pedro Poveda Zuleta y se
fueron a vivir lejos. |