JUANA AZURDUY
Capítulo XXVII
Juana Azurduy, viuda de Padilla, necesita el sosiego y la
protección para restañar las profundas heridas anímicas que el
destino ha producido en su espíritu.
La convulsionada Tarija no puede proveérselo y por ello
parte hacia el sur, en busca de alguien a quien Manuel
Ascencio mucho estimaba y de quien Arenales, les había hablado
con entusiasmo. Alguien a quien, como hemos visto, ya doña
Juana había solicitado ayuda cuando la anarquía iba
deshaciendo la fuerza de sus partidarios.
Martín Güemes era, probablemente,
lo más parecido a su esposo que podía hallarse: también provenía de una
familia acomodada y, a pesar de ello, convencido de sus
ideales de libertad y justicia, había empuñado
las
armas en contra de los
intereses de su propia clase social. El también era alto,
fornido, muy bien parecido. El también sabía hacerse amar por
sus hombres, que eran capaces de dar la vida a una orden
suya.
El gran caudillo salteño recibió a la teniente coronela con
demostraciones de afecto y admiración y, sabiendo que sería la
mejor forma de ayudarla, incluyó a doña Juana en su ejército,
asignándole tareas de mando y responsabilidad.
Güemes aparece con una personalidad controvertida
en opinión de los historiadores que se ocuparon de él, aunque
quizás ello estuviese influenciado por el hecho de que dichos
textos fueron escritos al calor de las luchas intestinas entre
unitarios y federales, deformando la visión que de él se
transmitió a la posteridad.
"Este caudillo -escribiría José María Paz, su contemporáneo-,
este demagogo, este tribuno, este orador, carecía hasta cierto
punto del órgano material de la voz, pues era tan gangoso,
por faltarle la campanilla, que quien no estaba acostumbrado
a su trato, sufría una sensación penosa al verlo esforzarse
para hacerse entender. Sin embargo, tenía para los gauchos tan
unción en sus palabras y una elocuencia tan
persuasiva, que hubieran ido en derechura a hacerse matar para
probar su convencimiento y su adhesión.
"Era además Güemes relajado en sus costumbres y carente de
valor personal, pues jamás se presentaba en el peligro. No
obstante, era adorado de los gauchos, que no veían en su
ídolo sino al representante de la ínfima clase, al protector y
padre de los pobres, como lo llamaban, y también, porque es
preciso decirlo, el patriota sincero y decidido por la
independencia: porque Güemes lo era en alto grado. El
despreció las seductoras ofertas de los generales realistas,
hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo la gloria de morir por
la causa de su elección, que era la de América entera".
Quizás un general español que combatió
contra Güemes pueda darnos una visión más ajustada de lo que
significó el caudillo salteño y sus gauchos para nuestra
independencia:
"Los gauchos eran hombres del campo, bien montados y armados
todos de machete o sable, fusil o rifle (carabina de
caballería), de los que se servían alternativamente sobre sus
caballos con sorprendente habilidad, acercándose a las tropas
con tal confianza, soltura y sangre fría que eran admirados
por
los militares europeos, que por primera vez observaban a
aquellos hombres extraordinarios a caballo, y cuyas
excelentes disposiciones para la guerra de guerrillas y
sorpresa tuvieron repetidas ocasiones de comprobar. Eran
individualmente valientes, tan diestros a caballo que igualan
si no exceden, a cuanto se dice de
los
célebres mamelucos y de los famosos cosakos (sic), porque una
de las armas de estos enemigos consistía en su facilidad para
dispersarse y volver de nuevo al ataque, manteniendo a veces
desde sus caballos y otras veces echando pie a tierra y
cubriéndose con ellos, un fuego semejante al de una buena
infantería".
(García Camba,
Memorias.)
Doña
Juana pasó varios años junto a Güemes durante los cuales no es
imposible que hayan sostenido alguna relación amorosa, ya que
la teniente coronola era todavía una bella hembra a pesar de
que el sufrimiento había dejado huellas en su cuerpo, en
tanto que Güemes era un varón a quien mucho gustaban las
mujeres; como eran mentas de la época.
La vida afectiva de la teniente coronela parece ser
un tema tabú para los
historiadores que de ella se han ocupado, como si fuese
inimaginable y quizás descalificante reconocer en tan
idealizable figura de nuestra historia supuestas debilidades
de su carne. Por el contrario,
todo parece indicar que la pasión en su lucha patriótica seria
similar a la que alimentaba sus deseos de mujer,
como
lo muestra el elevado nivel
erótico que adornaba su relación con Manuel Ascencio y
que seguramente también dio calor a vínculos de doña Juana con
otros hombres.
Otra
circunstancia que la unía a Güemes era su compartida enemistad
contra el general José Rondeau, quien llegó a distraer el
Ejército del Norte a su mando, acampado en Jujuy, para atacar
al caudillo salteño.
Este, seguramente disconforme con el mando de Rondeau,
previendo que un ejército tan indisciplinado estaba condenado
al desastre, abandonó, con sus gauchos, el Ejército del Norte
y se dirigió hacia Salta. En el camino se apropió del
armamento que había quedado almacenado en Jujuy, y luego, ya
en Salta, se hizo elegir gobernador. Esto de alguna manera
significaba una rebeldía ante Buenos Aires, ya que hasta
entonces las autoridades provinciales habían sido designadas
por el gobierno central.
Güemes había regresado sinceramente indignado por la
corrupción del ejército porteño, lo que hizo que en Salta
cundieran exagerados rumores de que Rondeau y sus subalternos
cabalgaban con sus alforjas llenas de oro.
Como una prueba más de su ciega
incapacidad, Rondeau decidió escarmentar al caudillo salteño y
se dirigió a enfrentarlo con su ejército. Como no podía ser de
otra manera, fue derrotado contundentemente por las
experimentadas montoneras de Güemes, quienes dejaron a las
tropas sin víveres, ya que habían retirado todo el ganado que
hubiese en su camino, a tiempo que les producían crecientes
bajas a favor de un decisivo predominio en la caballería.
"Es inconcebible tanta imprevisión, mucho más en un general
que sabia prácticamente lo que era la guerra irregular o de
montonera y lo que valía el poder del gauchaje en nuestro
país, pues lo había visto en la Banda Oriental. No
puedo
dar otra explicación, sino
que se equivocó en cuantó a las aptitudes de Güemes y el
prestigio que gozaba entre el paisanaje de Salta
".(José M. Paz,
Memorias.)
Como
es de imaginar, estos desatinos en el interior de las fuerzas patriotas
provocaron su debilitamiento, lo que se hizo grave, pues un
poderoso ejército realista, al mando del general Ramírez
Orosco, invadió Salta. Eran 6 batallones, 7 escuadrones y 4
piezas de artillería, formando
un
total de aproximadamente
4.000 hombres.
A pesar de la desorganización de las guerrillas argentinas y
de no poder contar con el refuerzo de las tropas regulares,
la resistencia de los gauchos salteños fue admirable y eficaz.
Al proclamar ante el Cabildo de Salta, su nuevo triunfo,
un Güemes más preocupado que eufórico decía:
"A
pesar de no haber sido oportunamente auxiliados, una vez más
hemos conseguido, aunque a costa del exterminio de nuestra
provincia, el escarmiento de los tiranos".
No hay registro de la intervención de la teniente coronela en
las luchas intestinas argentinas; es posible que ella aya
querido evitarlo y, por otra parte, que Martín Güemes le haya
ahorrado ese calvario. |