Página Inicio

   Quienes Somos

    CARTELERAS
 

   PEÑAS BAILABLES

   EVENTOS Y PEÑAS ESPECTÁCULO

   MÚSICOS Y CANTANTES

 
    TEMAS DE INTERÉS
 

AL COLE CON EL FOLKLORE

   Artículos Relacionados

   Comidas Típicas Criollas

   Conociendo la Argentina

   Conociendo nuestro Barrio

   Creencias

   Costumbres

   Danzas Tradicionales Hist/Coreog

   Diccionario Folklórico

   Efemérides Folklóricas

   Fábulas

   Fiestas Criollas por Provincia

   Jineteada y Doma

   Instrumentos Musicales Autóctonos

   La Payada y los Payadores

   Literatura Digitalizada

   Notas de Interés General

   Nuestra Bandera

   Nuestro Himno

   Pilchas Gauchas

   Objetos Representativos

   Refranero

   Relaciones

   Representantes del Folklore

   Supersticiones y Leyendas

   INGRESO AL FORO TRADICIONES

   ALMACEN DE CAMPO

   LIBRO DE VISITAS
 
   ENTRETENIMIENTOS
 

   Adivinanzas

   El Rincón de los Abuelos

   GAUCHITOOO

   Juegos

   Links relacionados

   Postales Virtuales Argentinas

   Rincón Poético
 
   OTROS DESTACADOS
 
   DESTACADOS DE PEÑAS
   ESCUELAS DE DANZAS NATIVAS
      DONDE APRENDER A BAILAR
   C. de Música/Salas de Ens. / Est. de
      Grabación/Luthiers/Representantes
   Conjuntos y Artistas Folklicos -
   Danzas de Proyección Hist/Coreog
   La Revista Peñera
   Manos Argentinas
   Musicalizadores de Peñas

   PROFESORES - CLASES

   PROGRAMAS RADIALES Y TV

   REVISTAS FOLKLÓRICAS
   DIARIOS TRADICIONALISTAS

JUANA AZURDUY

Capitulo XIII

Doña Juana transcurrió un raro tiempo sin comba­tes, alternando su honda relación con Padilla y su maternal dedicación a sus hijos con la organización de un escuadrón al cual dio el pomposo y excesivo nom­bre de "Húsares", porque los nativos eran muy sensi­bles a los nombres extranjeros. Se encargó también de dotarlos de un uniforme precariamente concebido pero suficientemente marcial, para ser lucido con orgullo y altivez.

Este regimiento tuvo su bautismo de sangre el 4 de marzo de 1814 en la batalla de Tarvita. Enterado el matrimonio guerrillero de que avanzaba un nutrido regimiento realista al mando del comandante Benito López, se emboscaron en un desfiladero con el fin de sorprenderlo y destrozarlo, y en el momento oportuno atacaron con sus fuerzas considerablemente inferiores.

Los tablacasacas eran un escuadrón bien pertrecha­do y disciplinado, y pudieron resistir el embate que Manuel Ascencio condujo a su cabeza, reagrupándose para salir en persecución de los guerrilleros.

Pero fue en ese momento cuando los "Húsares" comandados por doña Juana entraron en acción y se precipitaron contra el flanco izquierdo de los godos, mientras que Zárate hacía lo mismo, en una maniobra bien combinada, contra el derecho.

Después de dos horas y media de cruento comba­te, la acción se definió en favor de los patriotas. López, el comandante español, huyó y buscó refugio en el pueblo de Tarvita.

Habían escogido para atrincherarse la casa del cura, que era espaciosa y de paredes anchas. En los lugares de acceso levantaron barricadas de adobe, convirtie­ron los ventanucos del granero en aspilleras y, así parapetados, esperaron el ataque.

No tardó mucho en oírse el griterío de los indios y cholos que avanzaron sobre la casa, pero varios de ellos rodaron sobre el suelo, alcanzados por los certe­ros disparos que partían desde el interior.

Padilla, cambiando de táctica, ocultó preventiva­mente a sus hombres en los ranchos vecinos e intentos incendiar el refugio enemigo, mas tampoco obtuvo resultado, ya que los precavidos españoles habían cubierto de barro el techo.

-Cuando yo vaya a arrimar una escalera en aque­lla esquina -dijo, indicando con su diestra-, todos a pegar tiros y tiros a las ventanas...

Te van a matar. ¿Qué es lo que vas a hacer? -pro­testó doña Juana.

-Ya lo verás. Con que... denle duro. -Y se alejó por una calle estrecha.

Cesó por unos momentos el ataque. Ningún dispa­ro, ninguna voz. El corazón de la guerrillera latía de inquietud; sus ojos, de tanto mirar el ángulo indicado, se empañaban. Luego el tiroteo se renovó con mayor intensidad, porque cautelosamente Padilla se aproxi­maba ya al granero arrastrando una escalera que arri­mó en el ángulo donde no había troneras y trepó al techo cargando un bulto y su fusil.

¿Qué era lo que intentaba?, se preguntaron sus par­tidarios. Los disparos continuaron aceleradamente y el vocerío de los indios era ensordecedor. Padilla hora­daba ahora el techo con el arma.

-¡Al asalto! ¡Al asalto! -gritó Hualparrimachi ense­ñando su cara ensangrentada y los indios envalentona­dos corearon con ímpetu.

El caudillo continuaba trabajando como un catea­dor de minas. Había hecho un boquete.

Los de adentro no se daban cuenta de lo que esta­ba sucediendo en el techo, atentos a la amenaza de asalto, a los disparos, a esos indios que avanzaban por delante y por detrás del granero.

Rozando la frente de Padilla silbó lentamente una bala. Impertérrito, obcecado, siguió su trabajo hasta concluirlo. Tomó entonces el bulto, que no era otra cosa que un cesto de ají, lo amarró con un lazo de cuero remojado y, convenientemente sujeto a su fusil, lo incendió, dejándolo caer por el boquete. Volvió a cubrir el agujero con barro y paja y saltó desde el techo entre el clamor de sus guerrilleros.

Los realistas vieron pender sobre sus cabezas una brasa gigante que humeaba con insoportable olor y, sintiéndose cegados y al borde de la asfixia, abando­naron la lucha. El humo sofocante del ají los obligó a abrir las puertas, salir al campo y rendirse a discre­ción.

Luego de dicha acción, Hualparrimachi, que sabía husmear donde los demás no encontraban nada sos­pechoso, descubrió disimulada en la vestimenta de algunos de los prisioneros una carta que dirigía San­chez de Velasco al derrotado. comandante López, en la que le anunciaba que el hijo de éste, Francisco López de Quiroga, estaba ya cerca con un escuadrón para unírsele y aumentar su poderío para derrotar a los Padilla.

Estos inmediatamente dispusieron la estrategia ade­cuada para dar cuenta de los nuevos y desprevenidos contingentes enemigos, y así fue como en una embos­cada los derrotaron rápidamente. Tanto Sánchez de Velasco como López de Quiroga fueron hechos prisio­neros y puestos al cuidado de Zárate, quien se repo­nía de algunas heridas importantes recibidas en el combate de Tarvita.

Si bien hasta ahora los Padilla habían logrado sofo­car con habilidad y coraje los embates de sus enemi­gos, era evidente que éstos estaban cada vez más decididos a terminar con ellos concentrando fuerzas, debido a que la resistencia de otros caudillos iba apa­gándose, y preocupados porque la supervivencia de Manuel Ascencio y Juana convencía aún más a quie­nes los imaginaban dotados de condiciones sobrenatu­rales, inmunes a las armas realistas y con capacidad para invisibilizarse en el momento oportuno. De otra manera era inadmisible que los enfurecidos y podero­sos godos aún no hubieran podido dar cuenta de ellos.

El redoblado acoso obligaba a los guerrilleros a moverse con mayor precaución en terrenos cada vez más difíciles, en condiciones climáticas extremas, resultándoles a veces imposible conseguir alimento durante varios días.

Esto producía un progresivo deterioro en la condi­ción física de los niños Padilla. Ya no le era fácil a Manuelito trepar como cabra a las alturas y a veces debía sentarse sobre una roca para recobrar el aliento. En cuanto a Mariano, se lo notaba más apagado, sin entrometerse en todo y con todos, replegado sobre sí mismo. También las niñas alegaban con frecuencia no tener fuerzas para seguir caminando y reclamaban que se las llevase en brazos. En todos ellos eran evidentes una pálida delgadez y una creciente debilidad.

A pesar de tales penurias los jefes realistas, luego de Tarvita, no fueron pasados por las armas sino con­servados con vida e incorporados a la furtiva carava­na. Esta magnanimidad contrastaba con la impiedad de tantos jefes al servicio del rey, pero también, para ser leales a la verdad, con la de otros jefes de Republiquetas que emularon a sus enemigos llevando siempre a cabo una atroz guerra de exterminio, en la que los rendidos, los prisioneros y los heridos de uno y otro bando eran inevitablemente ejecutados, a veces luego de feroces tormentos.

Hasta se dieron casos de canibalismo, como lo rela­ta el Tambor Vargas:

 “El 29, día de San Miguel en la fiesta de Lequepalca, estaban los indios de la Patria jun­tando gente, sorprendieron a dos mozos que eran orureños guardas de Alcabalas, los atrope­llaron y mataron a palos, también al hijo de un amedallado del rey (Así se designaba a los nativos altoperuanos distinguidos por sus servicios a España. (N. del A.) lo mataron, después machu­caron el cuerpo del muchacho en un batán, esto es, lo molieron.

"El 30 juntándose los del rey con bastante indiada y tres bocas de fuego llegaron a Lequepalca, después que los patriotas se fueron, sólo lograron pescar a algunos indios de esas inme­diaciones, los encerraron en la iglesia, de donde sacaron a tres, reconviniéndolos para qué mata­ron a un muchacho tierno poniéndolo en ese estado machucado, pues ahora que se lo coman, que para eso lo harían así, mandando ponerlos juntos con las tercerolas, y por no perder la vida comieron naturalmente carne humana ".

Los Padilla no practicaban la crueldad y un testimo­nio de su carisma y nobleza es que sus prisioneros de Tarvita, Manuel Sánchez de Velasco y Francisco López de Quiroga, más tarde liberados, fueron conversos a la causa rebelde, llegando el primero a ser importante magistrado de la Bolivia independizada y dedicando conmovedoras páginas de elogio a doña Juana en su excelente Memorias para la historia de Bolivia. Por su parte, López de Quiroga se incorporó al ejército boli­viano para luchar en contra de su antiguo bando, lle­gando a general de brigada y pasando a la historia por haber salvado la vida del mariscal de Ayacucho, D. Antonio José de Sucre después del motín de abril de 1828 en Chuquisaca.

 

inicio

página anterior

página siguiente

 
© 2005 Copyright FolkloreTradiciones -  Todos los Derechos Reservados
Dean Funes 1773 - Piso 11 Depto. 25 Capital (1244)
- Provincia de Buenos Aires - República Argentina
Tel/Fax: (54-11) 3533-0893
- e-mail:
mlf@folkloretradiciones.com.ar
Diseño y Hosting: www.drwebsa.com.ar