Era
un matrimonio de campesinos que vivía de la labranza de una
pequeña heredad. El marido se llamaba Crespín: era laborioso y
apegado a la vida simple y sobria de la casa. La mujer, en
cambio, era haragana, despreocupada, y sobre todo, amiga de
los bailes y de las bebidas. Mientras el uno vivía contento
con su tarea y con su suerte, la otra, siempre malhumorada y
triste, le amargaba los días.
Un año en que la cosecha era más abundante que nunca, Crespín
segaba su trigo. Bajo el sol del verano, trabajaba más horas
de las que puede resistir un hombre. Debía hacerlo todo solo.
Su mujer no era capaz de atar una gavilla.
Un día enfermó.
La mujer tuvo que ir al pueble cercano, para traerle algunos
remedios. El le recomendó que volviera cuanto antes:
necesitaba sanar pronto para terminar la siega y comenzar la
trilla.
La mujer marchó
hacia el pueblo. En uno de los ranchos que encontró en el
camino, estaban de fiesta. Llegó sólo para descansar un rato,
pero, poco a poco, se fué dejando ganar por la alegría, y
comenzó a beber, a cantar y a bailar. La aloja (1), las
vidalas (2) los gatos y las zambas (3) despertaron en ella su
afición de siempre.
Cuando más
entretenida estaba, vinieron a llamarla, Crespín se había
agravado. Déjenlo, dijo ella, la vida es corta para divertirse
y larga para sentir, y se quedó. Al día siguiente volvieron
para decirle que Crespín estaba moribundo. Ella constestó como
la primera vez, y siguió bailando. Cuando le anunciaron que
Crespín había muerto, dijo: - La Vida es corta para divertirse
y larga para llorar.- Y siguió divirtiéndose, como si nada
hubiera sucedido.
Unos vecinos
piadosos velaron y enterraron a Crespín.
Cuando la mujer
regresó a su casa, se encontró en la más horrible soledad.
Comprendió su desgracia, y su arrepentimiento la torturó sin
tregua. Lloró y llamó por todos los rincones de la casa, y
llorando y llamando cruzó el trigal y salió al campo. Días y
noches, los pastores y campesinos la oyeron llamar a Crespín
hacia todos los rumbos.
Enloquecida de
dolor, pidió a Dios que le diera alas para seguir su búsqueda,
y se convirtió en ave. Desde entonces, fué el pájaro huraño y
solitario que en la época de la siega llama al compañero, con
su silbo tristísimo: ¡ Crespín!...¡Crespín!...¡Crespín!...
(1)
Y llamará por
siempre, porque jamás encontrará el que busca.
(1)Voz
onomatopéyica del Crespín. Crespín o Crispín. Diplopterus
naevius. Este pájaro huraño habita desde México hasta Buenos
Aires. Este cuento animalístico es el que tiene mayor
extensión en la Argentina y el que se encuentra con más
frecuencia en la tradición oral. Tiene algunas variantes.
Damos aquí la versión más común.
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las
Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de Educación.(1940)