El
quirquincho (1) fue un tejedor tan hábil
como haragán. Una vez, como llegaba el invierno y no tenía con
qué abrigarse, decidió tejerse un poncho.
Preparó la
urdiembre (2) en su telar de palos
(3) y comenzó a tejer con su maestría de
siempre. La tela salía fina, apretada, flexible. Sería
seguramente su obra maestra; él lo comprendía, y la miraba con
orgullo. A los dos días de trabajo firme y entusiasta, la
pereza lo dominó y descuidó el tejido. No sólo iba quedando
floja y desprolija la trama, sino que, para terminar pronto,
agregó hilos gruesos y groseramente retorcidos.
Con el tejido
burdo aligeró el trabajo y ganó tiempo. Pronto estuvo la tela
casi terminada. Antes de sacarla, el tejedor tuvo un
remordimiento de conciencia, y volvío a tejer apretadamente y
a manejar con prolijidad los hilos; pero la lista
(4) delicada constrastó visiblemente con le
resto de la prenda basta.
Cuando para
castigar su haraganería y falta de prolijidad Dios lo
convirtió en animal, el quirquincho llevaba puesto su poncho
ridículo, que se endureció en forma de caparazón. Las placas
pequeñas y apretadas de los extremos contrastan con las
grandes y desiguales del medio.
Las tejedoras
comarcanas, que conocen la historia del quirquincho, ponen
todo su amor y se celo en las hermosas mantas criollas que
trabajan.
(1) Quirquincho, también peludo.
(2) Urdiembre, es la palabra que usa el
pueblo en el interior. Urdimbre pertenece al lenguaje del
culto.
(3) El telar criollo, primitivo.
(4) Lista . "franja".
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las
Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de Educación.(1940)