Anahí
era la india más fea de una tribu guerrera e indomable, pero
tenía una bellísima voz. Su humilde choza se hallaba a orillas
del Paraná. Cayó prisionera en una incursión de tribus rivales,
siendo condenada a morir quemada en una hoguera, por haber
matado al centinela que la custodiaba. La sentencia se cumplió,
viéndose a Anahí surgiendo de entre las llamas rojizas,
agitarse su cuerpo y el árbol y ella transfigurarse súbitamente.
Las primeras claridades del alba alumbraron la flor del ceibo,
que encarnaba el alma de la india y la de su tribu, desaparecida
como tantas otras.
Es la flor triste y solitaria de la veneración y en su forma
viva palpita una oculta ternura.
El alma de Anahí, la reina fea de la dulce voz, se anida
en la flor del ceibo.
Bibliografía
Adolfo Colombres: Seres sobrenaturales de la cultura popular
argentina, Edic. Del Sol, Bs. As., 1999.
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