Una
costumbre muy arraigada en la juventud norteña,
especialmente en la zona de Cafayate (Salta), es la de
reunirse varios jóvenes (varones y mujeres) con sus
guitarras y bombos, de vez en cuando algún otro
instrumento como flauta o sikus, a interpretar canciones
folklóricas.
En otros lugares, la reunión se realiza en casas de
familia, en donde, en un patio (antiguamente de tierra)
unos tocan instrumentos, otros bailan, algunos cantan y
el resto toma alguna bebida refrescante. En este tipo de
reuniones se respetan determinadas reglas ("el que toca
nunca baila" decía el Payo Solá): tener bien "cebado" a
los guitarreros, donde, el término "cebar" hace alusión a
no dejar sin bebida a los artistas.
Estas fiestas, terminan, por lo general, con una serenata
a una ausente enamorada, o, tal vez, abrazados llorando
alguna pena escondida. Lógicamente, no faltará alguno que
otro dolor de cabeza por el exceso en la ingestión....
En
la Salta de la época de la Pacha Mama
, la resignación fue la virtud característica que
sirvió a los grupos populares para sobrellevar las duras
condiciones de vida a las que estaban sometidos. Por ello
los esparcimientos añaden un espacio de interés al
estudio de la desigualdad y permiten atisbar las
alegrías, esperanzas y temores generados entre los grupos
populares urbanos y campesinos.
Estas diversiones simples, donde primaba la exaltación de
los sentidos tenían como escenario las casas de bailes
públicos, ubicadas en las afueras de la ciudad.
Las
festividades religiosas, civiles y cotidianas servían
para dar cierta solidez a las relaciones sociales
vecinales y agrupar a la población campesina dispersa en
las fincas.
Las ferias ambulantes, "hoy
aquí, mañana allá" se convertían en lugar de regocijo,
centro de curiosidad. Allí se exponían novedades, se
vendían golosinas y productos que, de otro modo, no
podían ser adquiridas en la campaña y en los pueblos
alejados. Los curiosos podían contemplar desde máquinas
de coser hasta agujas, desde telas brillantes y
llamativas hasta puntillas y botones de todos los colores
y tamaños; collares, pulseras color oro y de sugestivos
brillos y, en fin todas las novedades de cosmética barata
accesible a los asistentes: la infaltable Glostora,
especie de aceite perfumado que permitía
achatar y dar un brillo inusitado al pelo abundante y
nada dócil de nuestros mestizos. Lociones baratas como la
renombrada Mi clavel -preferida por las chicas del
servicio doméstico- en fin, se trataba de la irrupción de
un mundo desconocido, creador de necesidades inútiles
pero atractivas.
Los
sentimientos religiosos se expresaban con novenarios y
calmaban las angustias ocasionadas por la falta de
trabajo, sentidas necesidades cotidianas, males
producidos por incontrolables fuerzas naturales: sequías,
heladas, inundaciones y movimientos sísmicos. Para todas
estas calamidades el fervor popular tenía su patrono y
devoción particular.
Las
diversiones, estrechamente unidas a estos eventos y a las
inaplazables diversiones domingueras, eran semejantes en
las zonas suburbanas y en la campaña: riña de gallos,
trepar y ganar el premio en el palo enjabonado, juegos de
azar como taba, sapo y dados, carreras cuadreras,
ensartar la sortija galopando a caballo, bailes y
beberaje en chicherías y en bodegones.
Aun hoy se festeja encendiendo grandes fogatas el 24 de
junio día de San Juan.
Jóvenes de ambos sexos saltan acompasadamente alrededor
de la hoguera y dan brincos descomunales tratando de no
quemarse. Sobre esta fiesta comentaba, desdeñosamente, el
diario local:
"El
día de San Juan se celebra en los suburbios de la ciudad
y en la campaña con mucho ruido. Se hacen grandes fogones
de paja de maíz alrededor de los cuales se apeñuscan
niños, niñas y hombres a gritar ¡Viva San Juan! y a
dar descomunales saltos sobre los fogones quemando
cohetes y haciendo salvas de escopeta. Ignoramos el
origen de esta costumbre indígena pero la hemos visto
muchas veces en nuestra infancia. Esa costumbre tiene
mucho de salvaje, fundada quizás en agüeros como el que
las aguas de este día están benditas y merced a tan
piadosa creencia, hombres y mujeres se mojan
despiadadamente hasta zambullirse en acequias, pozos y
manantiales de cuyas bruscas mojaduras en esta estación
de frío varios han muerto. La civilización hará
desaparecer por completo estas supercherías que aún vemos
en el seno de pueblos que aspiran a no pasar por
ignorantes".6
Una
vecina de la calle Catamarca, doña Inesita, recuerda
como, en la década de los años '60 festejaban en su
barrio la fiesta de San Juan:
Inesita: La
fiesta de San Juan, del 24 de junio, era en pleno
invierno y el baldío de al lado de mi casa tenía, para
esa época, todo el pasto seco. Entonces ese día, todos
los chicos del barrio juntábamos los yuyos, las ramas,
ramitas secas y armábamos una buena pira. A la nochecita,
cuando empezaba a oscurecer caían todos los grandes. Los
grandes llevaban sillas para sentarse alrededor del fuego
porque hacía mucho frío y traían anís "Ocho Hermanos",
traían masitas y para los chicos la diversión era jugar
saltando alrededor del fuego, no sobre el fuego porque
era alto y grande. El significado de la fiesta era
honrar al santo y a los "juanes" del barrio. Mi tata
lo organizaba porque él era el Juan de la cuadra. En la
reunión los viejos contaban cuentos de "aparecidos" de la
mula ánima, de la viuda sin cabeza y la gente se quedaba
un buen rato conversando. Ese era un encuentro social de
chicos, de grandes, de abuelos. Era la reunión de los
vecinos, una fiesta muy linda donde se veían, charlaban,
se relacionaban. En cambio ahora no sabés quién vive al
frente, a quién tenés al lado. Si necesitás algo ¿a quién
le vas a pedir ayuda? ¡No tenés a nadie! En cambio antes
todos se conocían. Era otra clase de relación con los
vecinos.7
Para los grupos populares las fogatas estaban cargadas de
significados ancestrales pues el fuego, poderoso
elemento, todo lo devora pero también todo lo construye.
De las llamas surgen la luz y el calor que nutre la vida.
Fuente:
http://www.folkloredelnorte.com.ar
http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/libros/cap8.htm