Mucho
habla el folklore universal sobre las cualidades
terapéuticas del sapo. En mi niñez creía a pie
juntillas en el misterio que encerraba aquella práctica
que el criollo del campo hacía colgando del pescuezo
del animal embichado un sapo para que el gusano quedara
eliminado de la herida... Más tarde, en la época que el
muchacho se vuelve escéptico de pura suficiencia o fe
en sí mismo, sonreía cuando se me contaba el caso de la
misma manera. Cuando por mis propios ojos vi la
eficacia del remedio, me convencí y me di al estudio
del fenómeno.
En todos
los folklores he encontrado al sapo como animal a
propósito para leyendas, prácticas de brujerías,
etcétera. En nuestro país lo encontramos en múltiples
aspectos y utilizado por la sabiduría popular para una
cantidad enorme de menesteres, de los cuales haremos
algunas referencias.
En
Tucumán se aconseja el sapo para curar el bocio. Se
toma el sapo, se le hace una cruz en la panza y se la
hace frotar sobre el cuello afectado. Al sapo se lo
cuelga de una pata, de un árbol y cuando se seca, el
bocio habrá desaparecido.
Para que
llueva, se da vuelta un sapo y se le echa sal en la
panza. Si la sal "hierve", es señal que va a llover; si
no "hierve", es sequía prolongada. El fenómeno está en,
que el sapo atrae la humedad del ambiente, que es
segura señal de lluvia.
En
muchas regiones se usa el cuero de sapo aplicado a las
sienes para el dolor de cabeza. Contra el dolor de
muelas se toma un sapo, se le hace abrir la boca, se le
escupe adentro, y el dolor desaparecerá. También se
aconseja hacer un escarbadientes con el fémur del sapo
encontrado muerto, o tomar el sapo vivo y hacerlo pasar
por la cara del lado afectado.
Para
curar heridas o mordeduras venenosas, se abre el sapo
en cruz por el lomo y se aplica al lugar afectado. Los
criollos aconsejan el remedio para las úlceras, y en
algunos lugares de Corrientes, para el cáncer o las
úlceras de la lepra.
El
gusano de las heridas de los animales se elimina
colgando del cuello del animal afectado un sapo. Al
rato se verá caer cantidades enormes al suelo y quedar
la herida completamente rojiza y sangrante.
A los
caballos se les cura la renguera abriendo el sapo por
la, barriga y colocándolo en la parte afectada durante
veinticuatro horas.
Para
ahuyentar las vinchucas que chupan la sangre a las
personas cuando duermen, y se esconden en los ramazones
del rancherío, basta colocar unos sapos colgados a
prudente distancia dentro de la habitación, cerca de la
cama.
Yo he
visto, para que el agua se conserve sin bichos y
mantenga su pureza, arrojar sapos a los pozos.
Para que
llueva, es frecuente colgar de los árboles sapos vivos.
Dicen que atraen las lluvias.
Para
hacer el daño, se toma el sapo, se le pone en la boca
un papel que contenga el nombre de la persona que se
desee hacer víctima; se le cose la, boca y se entierra
al animal. La persona, señalada se irá consumiendo
hasta morirse. Esta especie de brujería fue realizada
por curanderos de la Colonia y, tenida por eficaz y
como tal castigada por las autoridades representantes
de la Metrópoli (el autor incluye la crónica de un
proceso de la época colonial, según crónica de Julio
López Mañán, donde se relata cómo el acusado de
brujería debió mostrar a los jueces el lugar donde se
encontraba enterrado el sapo).
Cuando
los sapos o cururú nuestros gritan seguido, indican
lluvia; igual cosa indican las ranitas chicas que viven
en los techos.
Para el
hombre que se apuna en las alturas de la montaña, es
bueno el remedio del sapo. Este se abre y se lo coloca
en la nuca del "cristiano" en forma de cataplasma.
Si el
niño sufre de aftas o pático, se hace sangrar al sapo
en la pata, y con la sangre que fluye se frota la boca
del pequeño.
Se
realiza un daño o maleficio poniendo a un sapo panza
arriba, mientras la bruja nombra tres veces seguidas a
la persona que se desee dañar.
Extraído de:
"El mito, la leyenda y el hombre - Usos y costumbres del
folklore", Félix Molina-Tellez, Editorial Claridad,
Primera edición, Buenos Aires 1947.