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TRISTE POR DOÑA GREGORIA - POEMA - Néstor Soria

DE PLUMAS CON FUNDAMENTO -

Autor Néstor Soria

La grandeza de los poetas reside muchas veces en el rescate de mínimas historias que no por pequeñas dejan de ser trascendentes y Néstor Soria es una de esas plumas que en cada trazo va rescatando del olvido a hombres y mujeres de un Tucumán para muchos desconocido. “Triste por doña Gregoria” es una acabada muestra de ello.
“Doña Gregoria (esposa de don Avelino Soria y ya fallecida) vivió desde niña en Isla de los Castillo, localidad de San Antonio de Quisque, Tucumán. Un paraje que hoy se encuentra bajo las aguas del dique Frontal, espejo que está ocupando mitad de suelo tucumano y mitad de Termas de Río Hondo, Santiago del Estero.
Cuando se iba a empezar a llenar el embalse, las autoridades desalojaron a todos esos vecinos que allí sembraban, criaban sus animales y cosechaban frutos como la algarroba, para sobrevivir. Y con la promesa de entregarles un terreno tan espacioso como el que dejaban, los trasladaron hacia el sur de la provincia, a un sitio llamado Sol de Mayo, situado dentro de una estancia llamada los Roldanes, donde les dieron un lotecito de 10x30, o sea inservible para todo. Recuerde que al dique lo llenó el río Marapa.
El Árbol de la Esperanza era un enorme ceibo que se hallaba a la entrada de su nuevo domicilio y del que decían que producía milagros a todos los que le pedían. Don Avelino me contó que su mujer, doña Gregoria, le pidió una vez que le devolviera su tierra en Isla de los Castillo y esa misma noche, durante una fuerte tormenta, un rayo desgajó al ceibo y se secó”.

TRISTE POR DOÑA GREGORIA

Qué triste doña Gregoria,
quisqueña de San Antonio,
después de vivir sembrando
que el agua se lleve todo.

Ya no ocupará sus tardes
juntando las algarrobas,
por Isla de los Castillos
que hoy es torrente sin costas.

¿Por qué le cambian la vida?
Qué triste, doña Gregoria.

El dique vino empujando
cuerpeado por el Marapa,
azote de barro y troncos
tapando ranchos de paja.

Parada por sus recuerdos
usted se ha quedado sola
y mira esa sepultura
que hasta los ojos le moja.

Yo sé que guarda un reniego.
Qué triste, doña Gregoria.

A Estancia de los Roldanes
se arriman los inundados.
Caliente rumor de siesta
se estira por Sol de Mayo.

El canto de los queñalos
le va recordando, doña,
que la tierra es siempre ajena
y el pobre nunca la compra.

No espere tiempos mejores.
Qué triste, doña Gregoria.

Se acuerda cuando pedía
al “Árbol de la Esperanza”
milagros tan imposibles
que el árbol secó sus ramas.

Y en Isla de los Castillos
donde hoy la luna se ahoga,
fingiendo ser camalote
anda vagando su sombra.

Y es como estar muerto en vida…
Qué triste, doña Gregoria.

 

Carlos Arancibia
 

 
 
 

 

 

 


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