EL MINUÉ MONTONERO O
FEDERAL
Carlos Vega
Hacia
el año 1820 avanza y cobra notoriedad en Buenos Aires una
nueva variante criolla de la ilustre familia coreográfica que
los Minués y las Gavotas representaron y caracterizaron
durante largos siglos. Se llama Minué Montonero, o
Montonero a secas; o el Nacional – es decir, el minué
nacional – y, más tarde, Minué Federal o,
simplemente, el Federal. Todo eso. Tal como la
Sajuriana, la Condición y el Cuando, es danza en que un
gracioso allegro alterna con el ceremonioso movimiento
del Minué.
Los documentos
denuncian su presencia desde 1825. Se extiende rápidamente por
gran parte del país, cruza al Uruguay, llega al Paraguay, se
menciona en Chile y, más lejos, en el Perú, figura en los
repertorios de las academias mientras se ofrece como número
coreográfico en los teatros. Decae en Buenos Aires al
promediar el siglo, pero se conserva algunas décadas más en el
interior; reaparece en nuestra capital, ya como espectáculo,
en 1879-1880, y el recuerdo de su gallarda foja y de sus
largos itinerarios se pierde luego por completo en toda la
República.
El Minué
Montonero, como sus congéneres precitados, pertenece a una
generación de danzas europeas muy difundida y celebrada en
América. Su característica yuxtaposición de un tiempo lento y
un tiempo vivo es una antigua regla de composición musical y
ordenación coreográfica que se reanima y prospera en la Europa
mundana del siglo XVIII.
Hacia 1750 la
Gavota francesa – según Raoul Charbonnel – “ compartía la
preponderancia con el minué; participaba un poco de este baile
y de otro más animado”. La Gavotte de Vestris” se
iniciaba y terminaba con algunos compases del minuet de la
Reine” , y una Gavota francesa que sobrevivió en América
hasta los comienzos del sigloXIX, principiaba con una especie
de minuet y enseguida pasaba a un aire vivo de dos tiempos, en
que los bailarines ejecutaban movimientos vistosos y difíciles
con los pies” – como dice el memo-Realista chileno José
Zapiola.
Debemos
insistir en que la fórmula coreográfica del grupo criollo que
integran el Montonero, la Condición, la Sajuriana y el Cuando,
es europea, como la que difunden las maternales Gavotas. Esta
familia francesa introduce en América varias especies y
produce variantes locales en diversos países. Si la aparición
de un mismo nombre en distanciadas ciudades no pudiera
atribuirse siempre a las irradiaciones de un solo foco
americano, se podría pensar en que algunas especies
recibieron, al pasar por España, el rótulo que conservaron
después no importa dónde
(1). Lo indudable
es que todas ellas vinieron con una parte lenta y otra viva, y
que, por lo tanto, carece de fundamento la reiterada opinión
de que la Argentina recibe un Minué y le agrega un Gato o una
Zamba. En general, las formas son europeas. Lo que es criollo
en nuestras danzas – y por eso son nuestras – es el estilo de
la ejecución, la posible modificación de detalles, la
asimilación, los recursos ornamentales o complementarios y,
sobre todo, la significación de que se impregnan cuando las
reanima el espíritu local, el sentido que adquieren cuando se
integran en nuestro vivir.
En el caso del
Minué Montonero o Federal se comprueba una vez más el vínculo
de la anécdota coreográfica con los acontecimientos políticos
y sociales del país.
Allá por el
año 1818 empieza a llamar la atención de los militares
una original táctica guerrera concebida en las llanuras de
acuerdo con las aptitudes de los gauchos, con las
características del territorio, con la extensión del escenario
y con el género y cantidad de los recursos disponibles. Era su
fundamento, en cuanto exigía a los combatientes esfuerzos y
valor ilimitados, la subordinación fanática del hombre a su
caudillo. Estas tropas campesinas se llamaron al principio,
“federales” o “anarquistas”, y poco después recibieron el
nombre de “montonera” – como es sabido -. La misma
denominación se extendía a su estilo de guerra, y cada
combatiente era un “montonero”. Esos temerarios jinetes –
infantes no eran vencidos aunque perdieran, porque si
fracasaban su acometida se alejaban tan velozmente como
aparecían. Sus precursores de 1817, más eficaces, diezmaron en
Salta a un veterano ejército realista considerablemente
superior en número
(1) Un
paréntesis sobre metodología. La voz “cuando”, como nombre de
danza, se encuentra en la Argentina, Chile, Perú, Venezuela,
Cuba y México – hasta ahora -. Ante tales datos, lo discreto
es suponer que la danza misma (coreografía-versos-música)
llevó consigo la voz de su propio nombre, aun admitiendo que
luego haya variado o perdido uno o más elementos de su
complejo. Sólo por falta de discernimiento se puede suponer
que muchas ciudades americanas hayan coincidido
independientemente por azar, en la elección de una misma
palabra (de entre las mil que corren en las coplas) para
bautizar varios diferentes bailes. Esto significa negar a la
danza capacidad de dispersión que, de hecho, se reconoce a las
coplas sueltas. La ingenuidad es evidente si la suposición se
mantiene cuando los casos se multiplican. Por ejemplo: en
Venezuela y en la Argentina, aparecen como nombres de danza,
las palabras Mariquita, Caramba, Refalosa y Cuando. De manera
que la coincidencia en la elección, no imposible pero difícil
una vez en un lugar,tendría que haberse producido nada menos
que cuatro veces. Es mucho más juicioso admitir que esas
danzas hayan modificado o perdido su música, sus versos y
hasta su coreografía. El Cuando mexicano conserva versos como
los argentinos y cierta vaga analogía en algunas de las
versiones musicales en tanto la Mariquita, en ese mismo país,
ha conservado clara analogía musical y ha perdido el nombre.
La similitud de los elementos aislados si se repiten en varias
danzas aun a gran distancia, indica la antigua existencia de
un estrato común disgregado. Al escribir en 1936 que el Cuando
“tal vez se conoció con otro nombre en Buenos Aires, pensé en
la Gavota francesa, en el Minué afandangado y en el Minué
montonero, pero no tenía ni tengo los datos necesarios para
determinar sus relaciones. En todo caso, lo posible es que –
aparte la Gavota - la danza primitiva haya sido el
Cuando, y Montonero, su nuevo nombre. Jamás lo contrario. De
acuerdo con la documentación disponible, el Cuando es anterior
al Montonero.
En 1820 la
ciudad de Buenos Aires vió a los montoneros provinciales
triunfantes, en el propio baldío de su plaza central. Al año
siguiente desaparecieron del escenario porteño y se organizó
un gobierno regular y estable. Parece clara la influencia de
tales sucesos en la denominación de “montonero” que un
favorito Minué con allegro, importado o no, recibe en
Buenos Aires por esos años.
A un siglo
largo de aquellas conmociones es difícil explicar la
aplicación de un nombre al parecer “federal” a una danza al
parecer “unitaria”, es decir, a una danza que reina en los
salones y en las tertulias de numerosas familias unitarias.
Acude a la mente la conciliatoria suposición de que en
aquel momento, con la intervención de los montoneros, triunfe
el ideario republicano en que, con pocas excepciones,
coinciden los argentinos de todos los partidos políticos y de
todas las clases sociales. De cualquier modo, el hecho
demuestra que la ansiedad, palpitante incluso en los apacibles
círculos de esparcimiento, se transmite a la danza inocente,
le comunica significación, le pone su sello durable. Si nuevos
testimonios no se oponen, el de 1820 sería el año bautismal
del Minué Montonero.
Los primeros
documentos que lo nombran son varios años posteriores, pero
los hechos que nos transmiten ocurren en circunstancias y
lugares que suponen muy anterior dispersión de la danza.
En 1825 el
capitán José Andrews, por entonces dedicado a importantes
negocios mineros, estuvo unos veinte días en Buenos Aires y
siguió luego viaje a Bolivia haciendo anotaciones a su paso.
En Santiago del Estero concurrió a “un baile criollo”, sin
duda en salón aristocrático, y pudo apreciar el auténtico
estilo de las danzas nativas. Antes las había visto en Córdoba
y – en cuanto respecta al Montonero – seguramente también en
Buenos Aires. Con gusto se entregó a la práctica de tales
novedades, a juzgar por todo lo que nos dice en su noticioso
libro de l827. En el norte de la provincia de Tucumán, al
llegar a la población de Trancas, Andrews fue recibido y
agasajado por las autoridades, y luego, para corresponder a
sus atenciones, les ofreció una pequeña fiesta. En este punto,
dice el viajero: “Como estuviéramos ya bastante al corriente
de las maneras y bailes del país, pudimos hacer discreta
figura en la mariquita y el montonero, y así pasaron las horas
“ …
El sabio
francés Alcide d´Orbigny no omitió en sus obras interesantes
observaciones sobre la vida social sudamericana. En 1827,
después de una breve estada en Buenos Aires, remontó el río
Paraná y estuvo un tiempo en la provincia de Corrientes
dedicado a sus trabajos de naturalista. Pues bien: el viajero
halló el Montonero en Itaty, antigua población enclavada en el
bosque, cerca del Alto Paraná, a unas doce leguas de la ciudad
de Corrientes. El 4 de noviembre de 1827 los habitantes del
lugar le ofrecieron un baile con motivos de su santo.
Concurrió la orquesta itatiense, que se componía “de algunos
malos violines y arpas”, y empezó la danza.
“Se bailó el
alegre cielito, durante el cual, al sonido de los instrumentos
se unía el canto de una o de varias personas que entonaban las
coplas más chistosas. Durante esta danza tan vivaz, los
bailarines hacen sonar los dedos con el fin de imitar el ruido
de las castañuelas. Al cielito siguió el grave minué pero la
danza más linda fue el minué montonero, que une a la seriedad
característica del género las graciosas figuras de la
contradanza española”.
Más lejos
todavía, en Caacaty, pueblito situado en una lengua de tierra
arenosa que se estira entre las lagunas de Iberá y Maloya,
d´Orbigny oyó de nuevo al Montonero, con mucho agrado, a un
grupo de indios guaraníes. Nada más que para ver hasta qué
clase de heroicas y lejanas orquestas rurales había llegado el
minué porteño a fuerza de pura transmisión oral, leamos lo que
escribió el prolijo sabio: “Uno tocaba un violín que él mismo
había fabricado, otro punteaba un arpa hecha de un solo tronco
deárbol ahuecado sobre el cual se había adaptado una tapa
armónica y cuerdas fabricadas en el pueblo; otro punteaba la
guitarra. Los tres hijos del arpista componían la batería, uno
munido de una caja, el otro de un bombo, el tercero de un
triángulo; pero lo que me impresionó sobre todo, fue un indio
ciego que había fecho con una caña un flageolet cuyos
sonidos recordaban los de una flauta, y con el cual, midiendo
la intensidad del soplo, producía dos octavas de justísimos
sonidos”. Más adelante añade d´Orbigny: “Estos virtuosos nos
tocaron, con mucha precisión, algunos aires nacionales, y yo
apenas me explicaba cómo hombres sin principios de teoría y
que no disponían sino de instrumentos tan imperfectos, podían
ejecutar aires y hacerse escuchar con placer. Ejecutaron el
acompañamiento del cielito; y al punto las personas presentes
se pusieron a bailar esta alegre danza acompañada siempre de
cantos, que reproducían, en toda su ingenuidad, la primera
edad de la civilización. Continuaron con el minué montonero,
muy de moda en el país, y que, al carácter grave del minué
común, une el de esas figuras tan graciosas, de esas pasadas,
que los españoles saben ejecutar tan bien”.
El Minué
Montonero, pues, había llegado en 1827 a uno de los pueblitos
menos accesibles del nordeste argentino. Por eso dijimos que
su dispersión es muy anterior a estos documentos.
Cuando el
andariego sabio regresó a Buenos Aires en 1828, pudo verlo una
vez más. Al darnos el repertorio coreográfico de las tertulias
familiares, dice: “se danza el minué, el montonero, la
contradanza y el vals”.
Dos años
después llegó a Buenos Aires el naturalista francés Arsene
Isabelle, joven entusiasta y simpático. Vivió en nuestra
ciudad desde 1830 hasta 1833, y publicó en 1835 su libro de
impresiones Voyage à Buenos Aires et Porto Alegre.
Habla de nuestro mundo social, y en un párrafo recuerda el
encanto sin par de Mariquita Peña, la “Estrella del Sur”. Dice
que sus admiradores la cumplimentan “por la gracia que ha
desplegado en la última tertulia en que bailó un cielito y la
montonera”. Y en nota al pie explica el carácter de nuestro
baile: “Suerte de minué saltado, en el cual la bailarina imita
las castañuelas con los dedos. Esta danza - añade -
es enteramente arrebatadora”. En otro lugar anota la nómina de
la época: “Además del minué, bailado generalmente, está
todavía la montonera, el cielito, la contradanza española y la
contradanza francesa”.
La costumbre
de presentar en escena las danzas de salón hizo que varios
actores de la época, se distinguieran como eximios bailarines,
y hasta los había especializado para los intermedios y finales
coreográficos. No abundan, sin embargo, los datos concretos.
El 11 de agosto de 1829 se bailó el Montonero en el teatro de
Montevideo – según noticias que halló el eminente historiador
uruguayo Lauro Ayestarán -. Decía el programa: “Seguirá una
graciosa Pantomima nueva titulada La Muerte de Arlequín la que
terminará con un Minué Montonero bailado por dos niñas
ejecutando la Sa. Luisita Quijano la parte del hombre”. Y otra
vez, el 18 de enero de 1831, el actor Felipe David bailó el
Montonero en una comedia, también en Montevideo.
Una compañía
de bailarines y mimos de que eran astros Felipe Catón y su
señora, triunfa en Buenos Aires por entonces. Dicen las
carteleras que el 3 de setiembre de 1833, concluida la obra
teatral, “la Sra. Catón acompañada del Sr. Martínez bailará
las acreditadas boleras del Montonero”. Naturalmente, si las
tales boleras estaban acreditadas es porque se habían bailado
antes de esa fecha. Consta, en cambio, que se ejecutaron
después. El Diario de la Tarde comunica a sus lectores
que el 16 de octubre de 1834… “El Sr. Catón y su esposa
bailarán las boleras del montonero”.
En la época de
su apogeo social, pues, el Minué criollo fue objeto de
recreaciones coreográficas teatrales; además, los compositores
le prestaron atención y hasta fue número de concierto. El
mismo diario nos informa que el domingo 1º de febrero de 1835
se representará en el teatro la comedia Adolfo y Clara…
“Concluyendo el todo de la función, con tocar el Sr.
Gutiérrez, en dos guitarras, un Vals, un Minuet Montonero y un
londú variado, composición suya”. Suponemos que no tocaría él
solo las dos guitarras al mismo tiempo.
Un
memorialista porteño, el doctor José Antonio Wilde, autor del
libro Buenos Aires desde setenta años atrás, que
apareció en 1872, nos dio la lista de las danzas favoritas
hacia 1810-1830: “Los bailes de aquellos tiempos eran: el
minuet liso (a veces el figurado, rara vez el de la Corte),
con que se daba principio siempre al entretenimiento, cediendo
generalmente el puesto de honor a la señora de la casa,
acompañadas de otra respetable matrona y dos caballeros
formales; el montonero o nacional, llamado más tarde, en
tiempos de Rosas, el federal: el vals
(pausado)…” etc.
Otro
memorialista de Buenos Aires, Santiago Calzadilla, publicó en
1801 su conocido libro de recuerdos Las beldades de mi
tiempo y, en cuanto nos interesa, coincide con Wilde,
supuesto que no lo haya seguido. Su nómina de los bailes
preferidos en los salones en las tertulias de 1830-1840, más o
menos, está contenida en el siguiente párrafo: “Rompían el
baile con un minuet liso, las señoras y caballeros de más
categoría acompañando a los dueños de casa”. Y agrega que,
después, “ya quedaba oficialmente inaugurada la tertulia para
el minuet liso, el montonero, llamado el año 40 minuet
federal”, etc.
En efecto,
cambió de nombre. No en 1840 sino cuatro o cinco años antes,
el Minué Montonero empezó a llamarse en Buenos Aires,
preferentemente, Minué Federal. El nuevo nombre tiene poca
resonancia en provincias, no elimina del todo los títulos
anteriores y subsiste hasta la caída de la dictadura federal
(1852). Dura el nombre cuando dura en la ciudad la danza
misma; y esta vez no desaparece por razones políticas, pues
ocurre que hacia la mitad del siglo se precipita la decadencia
y sobreviene la muerte general de la familia de los Minués,
gloriosamente vieja, ya extinta en casi toda Sudamérica.
El triunfo de
don Juan Manuel de Rosas, elegido gobernador de Buenos Aires
en 1835, exalta a sus partidarios. A las grandes
manifestaciones en que se asocian todas las clases; a las
guardias de honor que montan cientos de militares y civiles;
al paseo del retrato en un carro triunfal; a las solemnidades
eclesiásticas y civiles; al paseo del retrato en un carro
triunfal; a las solemnidades eclesiásticas en acción de
gracias y a las explosiones poéticas de circunstancias, se
añade un sigiloso homenaje: el viejo Minué Montonero recibe el
nombre de Minué Federal. La iniciativa habrá partido del
ambiente teatral, tan eficaz en la difusión de las reuniones
sociales o de los círculos partidarios, y considero muy
probable que la “federalización” ha coincidido con los
esperanzados transportes subsiguientes al 13 de abril de 1835,
en que se recibió del mando el nuevo gobernador. Sin embargo,
el flamante rótulo no aparece hasta el año siguiente.
La misma
compañía de Felipe Catòn, que el año 1834 ejecutó las Boleras
del Montonero, presenta en el teatro el 12 de agosto de 1836,
después de una “divertidísima petipleza”, el acto coreográfico
de costumbre: “El Sr. Catón y su esposa, baylarán las Boleras
del Federal”, según el Diario de la Tarde y La
Gaceta Mercantil. Conviene observar que la “bolerización”
presupone la general aceptación del nombre político que ha
recibido el baile de salón.
Semanas
después, en setiembre 26, la famosa actriz rosista Ana
Rodríguez Campomanes reaparece en las carteleras con motivo de
su beneficio. Después del drama, y de la tonada que ofrece “a
petición de algunos Compatriotas federales”, sube el
“divertido saynete El Chispero”… “En el que la beneficiada
vestida de hombre hará el papel de su título, y la Sra. Funes
en traje de Figurota y en obsequio a aquella, bailarán por
primera vez el Minuet Federal , con el Chispero”.
Nótese que Catón y su señora bailan las “boleras” del Federal,
es decir, una recomposición coreográfica para teatro, mientras
la Campomanes y la Funes ejecutan el propio Minué de salón.
Desde entonces
el rebautizado baile llegará al público de diversas maneras.
Durante su temporada de 1837 los maromeros que trabajan en el
Jardín del Retiro harán pruebas al son de su música: “El
payaso bailará el Federal sobre la maroma”, el 30 de agosto;
“El payaso subirá a la cuerda elástica y a pedimento de
algunas personas repetirá el Minuet Federal”; el 3 de
setiembre: “El niño Gervasio bailará en la cuerda con los ojos
vendados el Minuet Federal”, el 26 de octubre; en fin, el 8 de
diciembre “La niña Guillermina bailará el Minuet Federal
en la maroma”.
Pero, si bien
la repetición de la danza demuestra la complacencia del pueblo
en oírla, la música era en el circo poco menos que “música de
fondo” para habilidades de volatineros. Mientras, seguían las
creaciones teatrales. En Montevideo, centro de exilados
unitarios, se presentaban con el nombre antiguo. Así, el 12 de
enero de 1837, los niños Priggioni danzan en el teatro “las
Boleras del Montonero” - según Lauro Ayesterán -.
La compañía de
juglares porteños reedita en 1838 sus éxitos “federales”.
Nuevamente Guillermina y el niño Gervasio ejecutan sus pruebas
al son del Minué Federal, y su música acompaña, un par de
meses después, a la “joven Carolina”. En 1839 “La joven
Manuela concluirá con un Minuet federal por primera vez
en la cuerda”; varias veces lo ejecutará luego el volatinero
Gervasio Macías, hará lo propio Catalina Manzanares y,
finalmente, ya en el año 1840, Carolina Sosa ofrecerá una vez
más el Minué criollo.
Los datos del
memorialista uruguayo Mariano Ferreira merecen crédito a Lauro
Ayestarán. Encuenta en su libro referencias a un sarao que se
dio en Montevideo en 1839, y éste es el párrafo del caso:
“Terminado el desfile se hizo un poco de música, y doña
Bernardina se empeñó en que mi hermano Fermín y yo luciéramos
nuestras habilidades bailando un minué montonero, el cual
estaba muy en moda por esa época”. El rótulo federal, pues,
no tuvo aceptación fuera del país.
Sarmiento lo
menciona en Chile. Observó cómo la presentación de la Cueca en
el teatro había “enloquecido al público” chileno una noche de
verano de 1842, y escribió su notable artículo – poco menos
que un ensayo – sobre la trascendencia de las danzas
nacionales. Se refiere en un párrafo a la nostalgia de los
emigrados argentinos y al momento en que “ensayan rehabilitar
su nacionalidad y vivir de su patria y de sus recuerdos”.
Entonces escribe Sarmiento: “El minué montonero con sus
graciosos alegros, despierta sus adormecidas fantasías; parece
que al escuchar su alegre y animada música, salen de un
letargo y se sienten llamados a la vida por la armoniosa voz
de un hada amiga”.
Tal vez
Sarmiento conoció el Montonero en San Juan, su provincia
natal, antes de pasar a Chile: acaso vio cómo lo bailaban los
emigrados argentinos. De cualquier modo, le atribuyó
significación nacional, y no anduvo muy errado. Después del
Cielito, que representa el período de la Independencia, el
Montonero simboliza el momento en que el sentir antiguo
reacción y busca la restauración del equilibrio dentro del
orden republicano.
En el año 1845
hallamos su nombre en el Perú. El profesor de baile Hilarión
M. Moreno ofrece al público sus lecciones en un pequeño
período de Tacna titulado El Fénix, Nº 32. Dice el aviso: “El
que suscribe con conocimientos precisos para enseñar bailes de
sala como Cuadrillas, Valses, Contradanza, Gabota, el Minué de
Vestris, el Montonero o sea el Minué Argentino, etc., ofrece
sus servicios a las personas de ambos sexos”… Y el día 26 de
noviembre del mismo año, El Comercio de Lima anuncia el
“Baile del Minué Argentino” en el Teatro Circo, según el
investigador argentino Rodolfo Barbacci.
Están muriendo
los Minués en todas partes; pero aún sobrevivirá el Montonero,
aislado, en algunos lugares. En el Paraguay lo vio el viajero
George Frederick Masterman, y nos lo cuenta en un libro que
publicó en Londres corriendo el año 1870. Fue en una fiesta a
que asistió en Paraguari, ya en la década del 60. Habla de la
concurrencia, describe el Cielito, se refiere a la orquesta y
después dice: “Tuvimos varias otras danzas, el grave
Montonero, la Media Caña”, etc. Nada más que eso.
El periódico
cordobés La Carcajada lo recuerda en 1872. “En las
tertulias que dieron en sus casas respectivas D. Antolin Funes
bailó un federal y D. Pablo Moyano unos aires”.
Probable broma dirigida a personas conocidas de la ciudad.
Corren los
años y las nuevas generaciones echan en olvido al célebre
Minué criollo. En el siglo presente las tradiciones enmudecen.
Apenas se recuerda, el nombre en Tucumán, Santiago del Estero,
Santa Fe y Misiones; y en Corrientes, el nombre y los versos.
Sólo he podido hallar dos personas que, en muy diferentes
circunstancias, conocieron el Minué Montonero.
Una se nos
presenta como protagonista de un episodio en que concurren la
tradición oral y los documentos.
En el año 1879
la ciudad de Buenos Aires celebra y aplaude a dos niños de la
sociedad porteña que bailan el Minué Montonero en salones y
teatros. Siete u ocho años tendrán Sara Ciernan y Alberto
Roldán, los danzarines, e intervienen varias veces en fiestas
de beneficencia.
En diciembre
de 1879 una cronista los ve en el Jardín Florida y anota que
fueron los “héroes de la noche” en la ejecución del “célebre
minuet montonero”. Y añade: “Es de perecer de risa, el
contemplar aquellos dos niños perfectamente vestidos, y
gravemente posesionados de sus roles, haciendo todas aquellas
posturas y figuras académicas con una precisión admirable”.
En febrero de
1880 el Correo del Domingo presentó un grabado a toda
página en que aparecen los niños bajo el título de “Minué
Montonero” y con los nombres de ambos al pie. El cronista les
dedica un comentario. “Por su corta edad – dice -, el minué de
épocas memorables, estos niños se han conquistado una
verdadera popularidad, habiendo sido aplaudidos con verdadero
entusiasmo cada vez que se han exhibido ante el público”. Más
adelante agrega: “Ellos, serenos, circunspectos, graves, con
sus trajes característicos y sus actitudes académicas,
personificaban una época, bailando el aplaudido minué de
nuestros padres”. Prosigue: “¿Cómo ha podido conseguirse en
niños de tan tierna edad esa precisión en el paso, la figura,
el saludo, etc.?”. Y al cabo de forzadas e impropias cuentas,
la cronista aclara: “Todo ello ha sido obra de los mismos
deudos de los niños…”
Exacto. Estas
publicaciones me indujeron a emprender la búsqueda de los
bailarines, y tuve la suerte de hallar a la señorita Ciernan y
a la pianista que ejecutó la danza en aquellas oportunidades.
Desgraciadamente, la pianista falleció poco después, antes de
que hubiera podido grabarle la versión musical del Montonero.
Alberto Roldán, el niño – hermano y orador Belisario Roldán -
, había muerto muchos años atrás.
La abuela de
la señorita Ciernan, que bailó esta danza hacia 1830-1840, es
decir, en tiempos de su boga, se había encargado de enseñar a
los niños la coreografía. Se daba el caso extraordinario de
que con sólo dos portadores teníamos noticias sobre las
figuras tal como se ejecutan más de cien años antes. Los datos
de la señorita Ciernan, sin embargo, no del todo precisos por
momentos, resultaron insuficientes para la restauración
documental completa del extinto Montonero.
La otra – la
otra persona que conoció el Minué criollo – es doña
Escolástica Arsenia Almeida, que nació el 10 de febrero en la
ciudad de Santa Fe, donde aún vive contando sus frescos
noventa y un años. Servicial noticia del profesor Evaristo G.
Mosqueda me permitió entrevistarla, y así pude conocer la
coreografía y oír a la anciana una antigua versión musical de
la danza. La propia informante y tres de los presentes
integramos un cuadro para la exhumación práctica de las
figuras.
Doña
Escolástica nos comunica que vio bailar el Montonero en los
salones y en las tertulias de Santa Fe allá por los años
1875’1880. Lo llamaban el “Federal Nacional”, nunca “Minué”.
Anotamos la versión coreográfica y grabamos la música que nos
cantó. De ambas cosas hablaremos a su tiempo. Baste aquí, que
el Minué Montonero perduró en los salones de Santa Fe hasta
1880 más o menos.
Poco después
lo recoge el circo y pasa a los dominios de los
tradicionalistas. En 1891 el dramaturgo Abdón Arózteguy
incluyó el Minué Federal en su drama Julián Jiménez, y Pepe
Podestá, protagonista de la obra y director del circo que la
estrenó, obtuvo la reconocida versión musical y su texto – me
comunicó – de un ex soldado de Rosas residente en Quilmas. Lo
publicó su hermano, Antonio D. Podestá, en 1896, y fue
exhumado desde entonces muchas veces. La segunda versión
musical – hablo de las dos que circulan desde comienzo del
siglo – me oculta su procedencia. Posteriormente han aparecido
trece más; y la coreografía con que suele presentarse ha
sufrido algunas modificaciones.
Una especie de
Minué-Gavota, en fin, recibe nuevo bautismo probablemente en
1820; brilla en Buenos Aires quince años con el nombre de
Minué Montonero y otros quince con el de Minué Federal; por el
interior, decae y muere en la treintena siguiente y se inicia
en seguida la serie de sus reapariciones como espectáculo.
Caracteriza dos interesantes momentos históricos nacionales y
es una de las grandes danzas tradicionales argentinas.
extraído de la revista "Música y Teatro"
año 1951 :Provincia de Buenos Aires . Ministerio de
Educación |
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