LETRA Y MUSICA PANCHO CABRAL
MILONGA
Boliche de Santos Vega
apenas cruzando el río
yo me pasaba la siesta
mirando correr el río.
Y la siesta era un verano
con aire de duende antiguo
donde los hombres bebían
jugando no sé que olvidos.
Quiero digo que decían
y salían alaridos
de aquellas gargantas rojas
Y era mi fiesta de niño.
Aquí llegaban aquellos
caballeros del envido
y con la boca morada
saludaban mi silbido
Donde estarán esos hombres
Que habrá sido de ese vino,
de ese alcohol que maduraba
entre picantes dormidos.
Hombres de boca morada
juglares del truco, digo
boliche de Santos Vega,
…mi casa mirando al río.
Tobares y Ángel Herrera
entre reales y obligos
eran reyes del momento
contra la espada del vino
Como cambiarles los duendes
la baraja del sentido
si con ángeles de humo
mataban su cigarrillo.
El
comienzo del relato tuvo su origen en la charla que
tuve con Pancho Cabral después del excelente
espectáculo que realizó en la casa de la Rioja
llamado “Provincianías” junto a Ramón Navarro y
Héctor David Gatica.
Después de escuchar tantas historias con fundamento
como no rescatar una de ellas.
-“Ahora va la historia de un boliche que había a la
vuelta de casa en el barrio San Vicente de la ciudad
de La Rioja. Yo vivía a la orilla del río Tajamar,
es decir un río de arena que como todos los ríos
riojanos traen agua cuando llueve en la montaña.
Este boliche estaba al frente de la casa de don
Aurelio Espinoza, un precursor de la música popular
de la provincia, añejo serenatero que tenía como
ladero al famoso ciego Roberto Paz. Constaba de dos
entradas: la principal con un mostrador gastado
cubierto con varias capas de pintura gris y verde,
en cuya parte superior de una de las puntas,
colgaba del techo con unas cadenas una fiambrera de
las de antes, esas de alambre tejido… Y allí
adentro, ¡oh! allí adentro las deliciosas milanesas
que nosotros los niños mirábamos de manera
apasionada, como algo que nunca llegaríamos a
alcanzar...Y detrás del mostrador un inmenso
sargento de policía moreno, cabezón, de ojos
achinados, con un pecho capaz de resistir cualquier
pelea, voz de trueno y jefe del lugar. La segunda
puerta tenía un pequeño salón con los billares,
adonde apenas podíamos llegar nada más que con la
mirada soñadora de la infancia, pensando -“Alguna
vez yo también estaré allí y seré grande como
ellos.”- Al fondo una galeria de un color rosa viejo
con redondas columnas que albergaban a la barra de
los “más grandes”, a los que nosotros queríamos
imitar: Hombres toscos, bulliciosos, de grandes
ademanes y caras brillosas, labios de muchos envidos
y de gran palabra para el juego que los tenía de
personajes. Esa imagen de hombres entre nieblas, de
humos azulados, que mataban su cigarrillo a cada
instante y que con el correr de la siesta amorataban
sus labios con el tinto de don Santos Vega, la llevé
conmigo desde esa infancia ya lejana y en algún
momento esta milonga que te cuento ya no pudo más
estar guardada en el alma. Entonces esos hombres de
“bastos cansados, de boca morada” ídolos de mi
niñez salieron a moverse en un “retruco” hecho
canción. Vaya si tengo que agradecerle a la vida el
haberme permitido vivir esas imágenes. Ver hombres
como Tobares, Ángel Herrera, el Negro Balmaceda, el
“Amarillo” y tantos otros que se me
Fueron. Pido perdón por “el fuego del olvido”, desde
luego, tengo “falta sin envido”.
CARLOS
ARANCIBIA
Fuente:
Carlos Arancibia - Plumas con Fundamento
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