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EL CAPITÁN DON RUFINO SOLANO  - EL DIPLOMÁTICO DE LAS PAMPAS 

 

El Capitán Don Rufino Solano actuó en la llamada “Frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, donde desarrolló un papel incomparable dentro de nuestra historia argentina. Durante su labor, conoció y trató personalmente con las más altas autoridades, tales como Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, Martín de Gainza y, al final de su carrera,  el mismísimo Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió bajo las órdenes del Coronel Álvaro Barros, Coronel Francisco de Elías, General Ignacio Rivas, Coronel Benito Machado, entre otros. En el terreno eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado metropolitano, en la figura de su Arzobispo Monseñor León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Gran Basílica de Nuestra Señora del Luján. 

Este militar, con verdadero arte y aplomo, también se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros. De igual manera, por medio de sus oficiosas gestiones, recuperaron la libertad camaradas e incluso funcionarios, como es el caso de Don Exequiel Martínez, Juez de Paz de Tapalqué; en una época donde arreciaban los terribles malones tanto a los poblados, como en la zona rural.

      Del mismo modo, mediante su tarea mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y contener ataques a las poblaciones. Actividad que fue expresa y directamente encomendada por las más altas autoridades nacionales. Es por ello, que prestigiosos y académicos historiadores, concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)” R. Entraigas, Op. Citada. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría y primer gobernador de la Patagonia, donde lo colma de merecidos elogios.

Por este don que poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, mediante tratados de paz, logró evitar inminentes ataques en la frontera del desierto, extensa región de nuestro país donde existía mucha debilidad y que quedó muy desprotegida durante la guerra con Paraguay.         

      Si bien era poseedor de una gran valentía, lo que más identificaba a este militar era su técnica y poder de persuasión, no solo porque dominaba el idioma araucano a la perfección, sino porque además sabía como plantarse y dirigirse ante los bravos y recelosos caciques, demostrando además lealtad, sinceridad y honestidad en su trato; esta innata virtud le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos.

      Mediante su atinado manejo de las situaciones críticas, logró evitar mayores derramamientos de sangre y por este aspecto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. Su actividad se vio interrumpida cuando el General Julio A. Roca decidiera llevar a cabo la “conquista del Desierto”, en 1880, contienda en que la que Rufino Solano no participó. Pero actuó valientemente como soldado cuando debió defender a los suyos, como veremos más adelante.

      En cumplimiento de su tarea, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, sean estas políticas, militares o eclesiásticas. Cuando venía con estas embajadas, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de Buenos Aires, en muchas ocasiones en los Cuarteles del Retiro, desde donde iba con ellos a las distintas entrevistas y audiencias, finalizadas las mismas, los acompañaba de regreso, cabalgando junto a ellos, rumbo a la frontera.

 

En la fotografía se lo puede ver junto a varios Caciques, enviados de Calfucurá, esperando una entrevista con el General Justo J. de Urquiza.                                            

 El diplomático de las pampas

        Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por un puñado de soldados e incluso en riesgosas ocasiones se aventuraba en soledad; solía pasar varias jornadas en las tolderías, donde era admitido y aceptado merced al enorme respeto y consideración que se le tenía, cada acercamiento le permitió retirarse llevándose cautivas y prisioneros de los indios.

       Este “hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas y sus distintos dialectos a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, Namuncurá, Pinsén, etc., manejando los términos adecuados para manifestarse ante estos  líderes.  También poseía esta valiosa habilidad para tratar con sus mandos, en castellano, tanto militares como del Gobierno Nacional, a fin de arribar a acuerdos ecuánimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento, le permitía al Capitán Solano ser bien recibido en las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.

        En cierta ocasión, durante sus patrullas por la frontera, sorpresivamente se encontraron rodeados por una gran cantidad de indios, Solano iba con un reducido número de hombres. Sus soldados, armas en mano, se prepararon para una rápida retirada a campo abierto, pero el Capitán les ordenó que se quedaran quietos, comprendió que actuando de esta manera lo único que iban a conseguir sería que los “chucearan” por la espalda. En vista de ello, les pidió que esperaran, que iría a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y de inmediato se dirigió decidido y solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía era el líder de la indiada. Tras este parlamento, donde solo Díos sabe lo que le dijo, como resultado del mismo todos se adentraron hasta la toldería y al cabo de unos días regresaron sanos y salvos, incluso con un grupo de cautivas y prisioneros, siendo escoltados por los propios indios hasta las cercanías del fuerte. Este hecho y muchos episodios más, se encuentran plasmados en valiosos manuscritos de la época, obrantes en el Archivo Histórico del Ejército Argentino, como claro testimonio  del prestigio que gozaba el ilustre azuleño.

        Durante su larga vida de frontera, son innumerables los momentos en que la vida del Capitán Solano en la cual estuvo a cinco centímetros de punta de una lanza, donde logró salvar su vida, y la de muchos, gracias a esta prodigiosa habilidad que poseía.

        Rufino Solano actuó en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros, y por su desempeño militar se lo considera uno de los forjadores de las fundaciones de las ciudades de Olavarría, San Carlos de Bolívar, lugares donde le tocó servir.

                     Rescate de prisioneros de la ciudad de Rosario, Santa Fe                

        Para el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada en la ciudad de Rosario, Pcia. de Santa Fe, una medalla de oro en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Dicha misión, cumplida con absoluto éxito, le había sido encomendada por La Sociedad de Beneficencia y la Comisión de Rescate de Cautivos, ambas de Rosario. En dicho acto también se le hizo entrega de un testimonio de gratitud que manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos la que tiene en su faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión  que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me  complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (Presidente)”.

           Dicho acontecimiento fue reproducido en las primeras planas de todos los diarios de la de la ciudad de Rosario y de la Capital Federal, de aquella época.  Nos parece justo reproducir el artículo aparecido en la primer página de la edición del día 14 de marzo de 1873, del Diario “El Nacional”, el principal de la ciudad de Buenos Aires, que de manera textual dice lo siguiente: “JUSTICIA AL MERITO – El Capitán Solano, que fue comisionado para rescatar los cautivos del Departamento del Rosario, regresó ayer de aquella ciudad, es donde nos dice ha merecido las más cordiales atenciones de la Comisión para el rescate de cautivos, y con especialidad del círculo denominado “Club Social”, compuesto de lo más distinguido  y de lo más culto de la sociedad del Rosario; cuya asociación le discernió el honor de acordarle una medalla de oro en recuerdo de estimación y gratitud a sus muy importantes servicios. Ese acto tan bien inspirado debe ser imitado en ocasiones análogas por todos los pueblos argentinos, que suelen ser olvidadizos con el verdadero mérito. Es una iniciativa que honra altamente al pueblo del Rosario y evidencia su cultura y sus sentimientos delicados, como hace doblemente simpático al “Club Social”, al cual enviamos como argentinos las más ardientes felicitaciones, por el acto de justicia y de moral social de que acaba de dar tan noble ejemplo a su país. El “Club Social” que es al Rosario lo que el del “Progreso” es a Buenos Aires, abre sus amenos salones a los lejítimos (sic) placeres del espíritu, pero tiene un pensamiento inteligente y trascendental para los generosos estímulos, y ha de influir necesariamente en orden a los adelantos del país. El Capitán Solano que sigue viage (sic) para la frontera, va lleno de justa satisfacción y gratitud”. Acciones como esta, se repitieron innumerables cantidad de veces en la vida del Capitán Solano.

Luego de finalizar la conquista, los indios continuaron buscando al Capitán Rufino Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su influencia, conduciéndolos ante el Presidente de la Nación, el General Julio A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; así lo hicieron el Cacique Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros. En esos territorios obtenidos hoy se hallan enclavadas las ciudades de Catriel, Valcheta y otras poblaciones, dentro del territorio de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y de Río Negro.

 Blanca Grande, Olavarría. Batalla de San Carlos, Bolívar. Muerte de Calfucurá.

 El capitán Rufino Solano intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrentándose al ataque de malones (San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Cacharí, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar su intervención en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Alvaro Barros, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarría, y luego, a partir de 1868, permaneció en la ciudad de Azul junto al coronel Francisco Elías. Posteriormente a las órdenes del General Ignacio Rivas, ya con el grado de capitán, participó en la feroz e encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la que es la actualidad la ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán !!”. En esta batalla, en la que participó como jefe del cuerpo de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos que la División del General Ignacio Rivas logró hacer marchas rapidísimas.

Su intervención en San Carlos no impidió a este valiente soldado, que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la propia toldería del temible cacique Calfucurá, su contrincante vencido, apodado “El Soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro que no lo mataran; no solo no ocurrió ello, sino que al cabo de algunos días pudo retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares.

Este episodio es único e inolvidable, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, y viendo al Capitán Solano velando junto a su lecho, conmovido, le indicó que debía retirarse de inmediato porque luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas. Con escaso tiempo, así lo hizo, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón en persecución del rescatador y las cautivas: se escuchaban cada vez más próximos los aterradores alaridos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando al día siguiente a sitio seguro. Fue así como el Capitán Rufino Solano fue el último cristiano que vio con vida a este legendario cacique, el cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo este gesto de majestuosa grandeza y generosidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, el Presidente de la Nación y todo su gabinete. Monseñor Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso. 

                                          Su participación junto a la Iglesia.

A propósito de esta máxima figura de la Iglesia Argentina, el Arzobispo Federico León Aneiros, como dijimos, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, el Capitán Rufino Solano le ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes, esta célebre autoridad eclesiástica del país, mantuvo reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado. Por iniciativa de de este alto prelado, en el año 1872, entró en funciones el designado “Consejo para la Conversión de los Indígenas al Catolicismo”, con el primordial propósito de planificar y llevar a cabo misiones evangelizadoras en las zonas fronterizas, donde se hallaban asentadas las tribus de Cipriano Catriel, Raylef, Coliqueo, Melinao y Juan Calfucurá (Piedra Azul) y posteriormente su hijo, Manuel Namuncurá.

La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen, fue así como en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este cacique. El primero fue halagüeño, mostrándose Catriel solícito para atender los requerimientos. En el segundo, el P. Guimón expuso los proyectos de su acción evangelizadora, expresándole: “Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro  país, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religión… ¿No tendría el cacique el deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo menos negaría el permiso de enseñarla a la gente de la tribu y especialmente a los niños?”.          Todo hacía prever la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, después de consultar al adivino y a los demás jefes, Catriel denotó su negativa. Finalmente, durante la tercera entrevista, el cacique respondió de este modo: “No queremos recibirlo más en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacción de su curiosidad”. Debido a este manifiesto y terminante rechazo demostrado por los indígenas, el misionero debió regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.

Catorce años mas tarde, el 25 de enero de 1874, arriba al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del acreditado capitán Rufino Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este notable sacerdote le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección” (Monseñor J. G. Durán, Ops. citadas.)

Queda  certificada la activa participación y la benéfica influencia ejercida por el capitán Solano, por la existencia de cordiales y afectuosas misivas dirigidas al mismo durante las tratativas: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y una tercera remitida por el cacique Bernardo Namuncurá, el “escribano de las Pampas”, fechada el 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que este último, Bernardo, fue el que salvó al Padre J. M. Salvaire cuando estaba a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá, hijo de Juan Calfucurá y padre de nuestro Beato Ceferino Namuncurá. (Archivo Basílica Ntra. Sra. de Luján, J. M. Salvaire, Fuente citada)

Son célebres los sucesos ocurridos en el transcurso de las mencionadas tratativas. La providencial intervención de Bernardo Namuncurá salvándole la vida al P. Salvaire, y las consiguientes promesas efectuadas a la virgen de Luján por el Padre Salvaire, que han dado origen a su proceso de beatificación, el cual se halla en trámite.

1) Arzobispo León Federico Aneiros y otros sacerdotes. 2) Padre Jorge María Salvaire. 3) Placa Padre Salvaire.

Fue así como el Capitán Rufino Solano trató, colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge María Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, logrando así la Iglesia tener un contacto mucho más frecuente y fluido con los caciques. Así lo testimonian expresivas correspondencias remitidas por el Cacique Manuel Namuncurá al Arzobispo Aneiros y sus respectivas respuestas, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre Arzobispo, entre muchas otras. (Capítulo “Correspondencia con los caciques”, Op. Citada, Cardenal S. L. Copello)

Fue el propio Padre Jorge María Salvaire quién, más tarde, colocó la piedra fundamental de la gran Basílica de Nuestra Señora del Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco, y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en la cripta situada en el crucero derecho de la Gran Basílica a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el día de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours. 

Por cierto, resulta una verdadera injusticia que la derruida tumba de este notable militar azuleño se halle ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de la ciudad de Azul, en un lugar que sin ayuda,  difícilmente se la podría localizar.    

Cripta del Padre Jorge María Salvaire (Luján).  Mausoleo de Monseñor Aneiros (Catedral,  de Bs. As.)

 Por la muy meritoria labor desplegada por el Capitán Solano, junto a estas emblemáticas figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo señalan y lo refieren en señal de reconocimiento a su valiosa colaboración; incluso en la más reciente actualidad, el destacado historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo Durán, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, en el año 2001, vino hasta la ciudad de Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” (Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002). Por estas sólidas e incuestionables razone, sin dudas, se puede afirmar que el Capitán Rufino Solano sigue siendo el militar más querido y reconocido por la Iglesia.

Hace aún más valiosa y resalta su intervención, el hecho de que su figura representó el punto de inflexión entre la función del ejército y la acción de la Iglesia, cuyas posturas y principios se mostraron en aquella época, por sus disímiles naturalezas, muy a menudo enfrentadas, incompatibles y hasta inconciliables.

 Para comprender y valorizar la obra del Capitán Solano, es necesario ubicarse en el difícil contexto y en el paisaje de la época y en nuestra patria. Por esos días la frontera era como pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No existían árboles ni otro obstáculo natural que interrumpiera la visión, durante las agotadoras travesías se debía pernoctar en medio de aquella inmensidad, sin nada para cobijarse, solo existía cielo, tierra y distancias. Tampoco lo había para guarecerse de las inclemencias del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía para el caso que hubiera que combatir ante el hábil y astuto rival. 

 Las marchas duraban días, semanas enteras, se debía llevar suficiente cantidad de provisiones y abundante caballada para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, allí las cautivas y demás prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el interminable desierto.

 Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Debían desarrollar las tareas más duras y para que no escaparan, a los prisioneros se les despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo estas cosas, no difería demasiado la dura y difícil vida que se llevaba en los fortines o en los pueblos que se formaban alrededor de ellos.

 A pesar del impiadoso paso del tiempo, este formidable ser es una clara demostración que cuando alguien es verdaderamente grande, jamás puede ser olvidado totalmente, porque esa grandeza es capaz de superar los mayores obstáculos, tales como la indiferencia, la frágil memoria y la ingratitud. Ello se debe a que los servicios del capitán Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valentía, fueron requeridos desde todos los sectores de la esfera social, comenzando por desesperados familiares que le rogaban que rescatara a sus seres queridos, continuando por los mandos del gobierno, tanto políticos como militares, y aún como producto de la constante preocupación de la Iglesia por darle una solución a tan difícil situación.

Durante décadas, todos supieron quien era y donde estaba el “capitán salvador” y él cumplió con todos. Allí encontramos la explicación de su recuerdo: simplemente porque no se puede investigar nuestra historia sin encontrarnos de repente con su noble estampa. Aún en la actualidad, su importante presencia ha sido estudiada y valorada incluso en obras de autores y universidades del exterior. Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina. Susana Rotker, 2002, University of Minnesota, USA; Rutgers University, Wilson Center, 1977, New Jersey, USA; Ftes. Citadas).    

El capitán Solano, vivió y sirvió a su querida Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegaba un sueldo desde Buenos Aires.

Rufino era hijo de Don DIONISIO SOLANO (1777/1882), un valiente Teniente de Patricios, guerrero de las Invasiones Inglesas, y de la Independencia Nacional, que actuó junto al General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y más tarde, fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, allá por el año 1832, fue Alcalde originario(*) de ella, muriendo en esta población a una edad superior a los cien años. (Antonio G. del Valle, Alberto Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente O. Cutolo, Juan G. Durán, obras citadas. *Archivo de la Municipalidad de Azul (año 1837 y otros), Iglesia Catedral de Azul, Revista Biblos, Ftes. Citadas)

Dos fotografías de Rufino Solano. La segunda data de 1912, un año antes de su

fallecimiento

 A menos de cinco años de la fundación del Azul, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo certifican su acta bautismal en la Iglesia Catedral de Azul, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de su defunción, asentada en registro del cementerio local.

 

Sepulcro del capitán Rufino Solano, cementerio de la ciudad de Azul.

 Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben hoy su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Don RUFINO SOLANO, capitán del ejército argentino, y su mayor orgullo fue ser, como él siempre lo decía: “un fiel servidor de la Patria”.-

                                                                                   Autor: Omar Horacio Alcántara

 

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES UTILIZADAS

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OTRAS FUENTES

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- Museo Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco, Pcia. de Buenos Aires.

- Archivo Histórico del Ejército Argentino, Buenos Aires.

- Biblioteca y Archivo del Arzobispado de Buenos Aires. Legajo de Monseñor Aneiros sobre conversión de los indios.

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- Archivo de la Comisión de Beneficencia de la ciudad de Rosario, Pcia. de Santa Fe.

- Diario "El Nacional" (Bs. As., 14-III-1873).

- Diario “La Prensa" (Bs. As., 13- III- 1873).

- Diario La Capital (Rosario, Marzo, 1873).

- Diario El Tiempo (Azul, 09 de julio de 1964).

- Archivo Basílica Nacional, Ntra. Sra. de Luján, Pcia. de Buenos Aires, Carpeta Nº 13, J. M. Salvaire.

- Iglesia Catedral “Nuestra Sra. del Rosario”, ciudad de Azul, Diócesis homónima, Pcia. de Buenos Aires.

- Hemeroteca Bartolomé J. Ronco, ciudad de Azul, Pcia. de Buenos Aires. 

- Archivo de la Municipalidad de Azul, Pcia. de Buenos Aires.

- Museo Histórico y Etnográfico “Enrique Squirru”, ciudad de Azul, Pcia. de Buenos Aires.                    

- www.wilsoncenter.org/topics/docs/ACF352.pdf (U.S.A.)

Fuente: Publicado en "Todo es Historia" Nº 487, FEBRERO DE 2008, DIRECTOR / EDITOR: DR. FÉLIX LUNA.- Agradecemos la colaboración del Sr. Omar Alcantara por acercarnos este material

 

 
 

 

 


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