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Página declarada de Interés Cultural por la
Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por
Resolución Nº 374/07 del 15/11/2007
Adherida a la Federación Argentina de Instituciones
Folklóricas F.A.I.F.
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EL CAPITÁN DON RUFINO
SOLANO -
EL DIPLOMÁTICO DE LAS PAMPAS
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El Capitán Don Rufino
Solano actuó en la llamada “Frontera del desierto” entre
los años 1855 y 1880, donde desarrolló un papel
incomparable dentro de nuestra historia argentina.
Durante su labor, conoció y trató personalmente con las
más altas autoridades, tales como Justo José de Urquiza,
Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé
Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, Martín de Gainza y, al
final de su carrera, el mismísimo Julio A. Roca. En el
ámbito militar actuó y combatió bajo las órdenes del
Coronel Álvaro Barros, Coronel Francisco de Elías,
General Ignacio Rivas, Coronel Benito Machado, entre
otros. En el terreno eclesiástico, fue además el eslabón
militar con el Arzobispado metropolitano, en la figura
de su Arzobispo Monseñor León Federico Aneiros,
denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea
lo llevó a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge
María Salvaire, mentor y fundador de la Gran Basílica de
Nuestra Señora del Luján.
Este militar, con
verdadero arte y aplomo, también se vinculaba y
relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y
Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus
propias tolderías para contactarlos. Mediante estas
acciones, logró liberar cientos de personas, entre
cautivas, niños, canje de prisioneros. De igual
manera, por medio de sus oficiosas gestiones,
recuperaron la libertad camaradas e incluso
funcionarios, como es el caso de Don
Exequiel Martínez, Juez
de Paz de Tapalqué; en una época donde arreciaban
los terribles malones tanto a los poblados, como en
la zona rural.
Del mismo
modo, mediante su tarea mediadora y pacificadora,
logró evitar incontables enfrentamientos y contener
ataques a las poblaciones. Actividad que fue expresa
y directamente encomendada por las más altas
autoridades nacionales. Es por ello, que
prestigiosos y académicos historiadores, concluyen
sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró
mantener la paz en sus confines (sic)”
R.
Entraigas,
Op. Citada.
Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas
por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría
y primer gobernador de la Patagonia, donde lo colma
de merecidos elogios.
Por este don que
poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante
una gran multitud reunida en el Azul en el mes de
diciembre del año 1875, le manifestó:
“Capitán Rufino
solano, usted en su oficio es tan útil al país como
el mejor guerrero”. Es que, mediante
tratados de paz, logró evitar inminentes ataques en
la frontera del desierto, extensa región de nuestro
país donde existía mucha debilidad y que quedó muy
desprotegida durante la guerra con Paraguay.
Si bien era
poseedor de una gran valentía, lo que más
identificaba a este militar era su técnica y poder
de persuasión, no solo porque dominaba el idioma
araucano a la perfección, sino porque además sabía
como plantarse y dirigirse ante los bravos y
recelosos caciques, demostrando además lealtad,
sinceridad y honestidad en su trato; esta innata
virtud le permitió gozar del máximo prestigio y
confianza de ambos bandos.
Mediante su
atinado manejo de las situaciones críticas, logró
evitar mayores derramamientos de sangre y por este
aspecto, con toda justicia, se lo conoció como
“El diplomático de
las pampas”. Su actividad se vio
interrumpida cuando el General Julio A. Roca
decidiera llevar a cabo la “conquista del Desierto”,
en 1880, contienda en que la que Rufino Solano no
participó. Pero actuó valientemente como soldado
cuando debió defender a los suyos, como veremos más
adelante.
En
cumplimiento de su tarea, se lo vio acompañando a
cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos
Aires a parlamentar con las autoridades nacionales,
sean estas políticas, militares o eclesiásticas.
Cuando venía con estas embajadas, se alojaba en el
Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de Buenos
Aires, en muchas ocasiones en los Cuarteles del
Retiro, desde donde iba con ellos a las distintas
entrevistas y audiencias, finalizadas las mismas,
los acompañaba de regreso, cabalgando junto a ellos,
rumbo a la frontera.
En la fotografía se lo puede ver junto a varios
Caciques, enviados de Calfucurá, esperando una
entrevista con el General Justo J. de Urquiza.
El diplomático de las pampas
Durante
sus servicios, efectuó travesías de miles de
kilómetros a caballo, siempre acompañado por un
puñado de soldados e incluso en riesgosas
ocasiones se aventuraba en soledad; solía pasar
varias jornadas en las tolderías, donde era
admitido y aceptado merced al enorme respeto y
consideración que se le tenía, cada acercamiento
le permitió retirarse llevándose cautivas y
prisioneros de los indios.
Este
“hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de
los indígenas y sus distintos dialectos a la
perfección, especialmente el araucano, la lengua
de Calfucurá, Namuncurá, Pinsén, etc., manejando
los términos adecuados para manifestarse ante
estos líderes. También poseía esta valiosa
habilidad para tratar con sus mandos, en
castellano, tanto militares como del Gobierno
Nacional, a fin de arribar a acuerdos ecuánimes
y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad
en su comportamiento, le permitía al Capitán
Solano ser bien recibido en las tolderías para
lograr salvar nuevas vidas.
En
cierta ocasión, durante sus patrullas por la
frontera, sorpresivamente se encontraron
rodeados por una gran cantidad de indios, Solano
iba con un reducido número de hombres. Sus
soldados, armas en mano, se prepararon para una
rápida retirada a campo abierto, pero el Capitán
les ordenó que se quedaran quietos, comprendió
que actuando de esta manera lo único que iban a
conseguir sería que los “chucearan”
por la espalda. En vista de ello, les pidió que
esperaran, que iría a parlamentar para tratar de
salvar sus vidas, y de inmediato se dirigió
decidido y solo hacia un individuo que, por su
postura y aspecto, parecía era el líder de la
indiada. Tras este parlamento, donde solo Díos
sabe lo que le dijo, como resultado del mismo
todos se adentraron hasta la toldería y al cabo
de unos días regresaron sanos y salvos, incluso
con un grupo de cautivas y prisioneros, siendo
escoltados por los propios indios hasta las
cercanías del fuerte. Este hecho y muchos
episodios más, se encuentran plasmados en
valiosos manuscritos de la época, obrantes en el
Archivo Histórico del Ejército Argentino, como
claro testimonio del prestigio que gozaba el
ilustre azuleño.
Durante
su larga vida de frontera, son innumerables los
momentos en que la vida del Capitán Solano en la
cual estuvo a cinco centímetros de punta de una
lanza, donde logró salvar su vida, y la de
muchos, gracias a esta prodigiosa habilidad que
poseía.
Rufino
Solano actuó en los Fuertes Estomba, Blanca
Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros, y
por su desempeño militar se lo considera uno de
los forjadores de las fundaciones de las
ciudades de Olavarría, San Carlos de Bolívar,
lugares donde le tocó servir.
Rescate de prisioneros
de la ciudad de Rosario, Santa Fe
Para el
año 1873, en un multitudinario acto, le fue
entregada en la ciudad de Rosario, Pcia.
de Santa Fe, una
medalla de oro en premio a sus servicios
rescatando prisioneros y cautivas residentes en
esa ciudad. Dicha misión, cumplida con absoluto
éxito, le había sido encomendada por La Sociedad
de Beneficencia y la Comisión de Rescate de
Cautivos, ambas de Rosario. En dicho acto
también se le hizo entrega de un testimonio de
gratitud que manifiesta lo siguiente:
“Rosario, 5 de
agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me
es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole
que el “Club Social” que tengo el honor de
presidir resolvió en asamblea general obsequiar
a Ud. Con una medalla de oro que le será
entregada por el socio Don José de Caminos la
que tiene en su faces
verdadera expresión de los sentimientos que han
inspirado al “Club Social” a votar en su
obsequio este testimonio de simpatía y
agradecimiento por la atenta abnegación y
generosidad con que penetró hasta las tolderías
de los indios de la Pampa para realizar el
rescate de los cautivos cristianos, llevando con
plausible resultado la difícil y peligrosa
misión que le encomendó la Comisión de rescate
del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan
preciosos servicios y ha resuelto acreditarle
estos sentimientos con este débil pero honroso
testimonio. Manifestando así los deseos del
“Club Social” del Rosario, me complazco en
ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado:
Federico de la Barra (Presidente)”.
Dicho
acontecimiento fue reproducido en las primeras
planas de todos los diarios de la de la ciudad
de Rosario y de la Capital Federal, de aquella
época. Nos parece justo reproducir el artículo
aparecido en la primer página de la edición del
día 14 de marzo de 1873, del Diario “El
Nacional”, el principal de la ciudad de Buenos
Aires, que de manera textual dice lo siguiente:
“JUSTICIA AL
MERITO – El Capitán Solano, que fue comisionado
para rescatar los cautivos del Departamento del
Rosario, regresó ayer de aquella ciudad, es
donde nos dice ha merecido las más cordiales
atenciones de la Comisión para el rescate de
cautivos, y con especialidad del círculo
denominado “Club Social”, compuesto de lo más
distinguido y de lo más culto de la sociedad
del Rosario; cuya asociación le discernió el
honor de acordarle una medalla de oro en
recuerdo de estimación y gratitud a sus muy
importantes servicios. Ese acto tan bien
inspirado debe ser imitado en ocasiones análogas
por todos los pueblos argentinos, que suelen ser
olvidadizos con el verdadero mérito. Es una
iniciativa que honra altamente al pueblo del
Rosario y evidencia su cultura y sus
sentimientos delicados, como hace doblemente
simpático al “Club Social”, al cual enviamos
como argentinos las más ardientes
felicitaciones, por el acto de justicia y de
moral social de que acaba de dar tan noble
ejemplo a su país. El “Club Social” que es al
Rosario lo que el del “Progreso” es a Buenos
Aires, abre sus amenos salones a los
lejítimos (sic)
placeres del espíritu, pero tiene un pensamiento
inteligente y trascendental para los generosos
estímulos, y ha de influir necesariamente en
orden a los adelantos del país. El Capitán
Solano que sigue viage
(sic) para la frontera, va lleno de justa
satisfacción y gratitud”. Acciones
como esta, se repitieron innumerables cantidad
de veces en la vida del Capitán Solano.
Luego de finalizar la conquista, los indios
continuaron buscando al Capitán Rufino Solano
para que les ayudara a conseguir tierras donde
vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias
a su influencia, conduciéndolos ante el
Presidente de la Nación, el General Julio A.
Roca, a efectuar sus justos petitorios; así lo
hicieron el Cacique Valentín
Sayhueque, Manuel
Namuncurá, la Reina de los Indios
Catrieleros Bibiana
García, entre muchos otros. En esos territorios
obtenidos hoy se hallan enclavadas las ciudades
de Catriel, Valcheta y otras poblaciones, dentro
del territorio de las provincias de Buenos
Aires, La Pampa y de Río Negro.
Blanca Grande, Olavarría. Batalla de
San Carlos, Bolívar. Muerte de Calfucurá.
El
capitán Rufino Solano intervino en numerosas
batallas en defensa de los pueblos fronterizos,
enfrentándose al ataque de malones (San Carlos
de Bolívar, Azul, Olavarria,
Cacharí, Tapalqué,
Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre
ellas son dignas de mencionar su intervención en
Blanca Grande a las órdenes de los coroneles
Benito Machado y Alvaro
Barros, sentando las bases de la actual ciudad
de Olavarría, y luego, a partir de 1868,
permaneció en la ciudad de Azul junto al coronel
Francisco Elías. Posteriormente a las órdenes
del General Ignacio Rivas, ya con el grado de
capitán, participó en la feroz e
encarnizada
batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872,
abriendo los cimientes de la que es la
actualidad la ciudad de San Carlos de Bolívar;
en esta última contienda, que duró todo el día,
los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese
Capitán
!!”. En esta batalla,
en la que participó como jefe del cuerpo de
baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles
conocimientos de los campos que la División del
General Ignacio Rivas logró hacer marchas
rapidísimas.
Su
intervención en San Carlos no impidió a este
valiente soldado, que al poco tiempo de esta
decisiva batalla, se presentara nuevamente en la
propia toldería del temible cacique Calfucurá,
su contrincante vencido, apodado “El Soberano de
las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un
milagro que no lo mataran; no solo no ocurrió
ello, sino que al cabo de algunos días pudo
retirarse llevándose consigo decenas de cautivas
a sus hogares.
Este
episodio es único e inolvidable, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3
de julio de 1873, y viendo al Capitán Solano
velando junto a su lecho, conmovido, le indicó
que debía retirarse de inmediato porque luego de
su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las
cautivas. Con escaso tiempo, así lo hizo, e
inmediatamente luego del fallecimiento del
cacique, partió el malón en persecución del
rescatador y las cautivas: se escuchaban cada
vez más próximos los aterradores alaridos de sus
perseguidores y cabalgando durante toda la
noche, finalmente lograron salvarse llegando al
día siguiente a sitio seguro. Fue así como el
Capitán Rufino Solano fue el último cristiano
que vio con vida a este legendario cacique, el
cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo
este gesto de majestuosa grandeza y generosidad.
Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue
recibido con admiración y gratitud en Buenos
Aires por el Arzobispo Aneiros, el Presidente de
la Nación y todo su gabinete. Monseñor Aneiros
mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado,
una placa conmemorativa de este singular
suceso.
Su
participación junto a la Iglesia.
A
propósito de esta máxima figura de la Iglesia
Argentina, el Arzobispo Federico León Aneiros,
como dijimos, denominado “El Padre de los
indios”, en numerosas oportunidades, el Capitán
Rufino Solano le ofició de enlace e intérprete
con diversas embajadas de líderes indígenas, con
quienes, esta célebre autoridad eclesiástica del
país, mantuvo reuniones en mencionado Hotel
Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras
oportunidades, en la propia sede del
Arzobispado. Por iniciativa de de este alto
prelado, en el año 1872, entró en funciones el
designado “Consejo para la Conversión de los
Indígenas al Catolicismo”, con el primordial
propósito de planificar y llevar a cabo misiones
evangelizadoras en las zonas fronterizas, donde
se hallaban asentadas las tribus de Cipriano
Catriel, Raylef,
Coliqueo,
Melinao y Juan
Calfucurá (Piedra Azul) y posteriormente su
hijo, Manuel Namuncurá.
La
Iglesia anteriormente había intentado un
acercamiento al aborigen, fue así como en enero
de 1859, el Padre Guimón,
asistido por los Padres Harbustán y
Larrouy,
bayoneses, se internaron en Azul para
entrevistarse con Cipriano Catriel, manteniendo
tres encuentros con este cacique. El primero fue
halagüeño, mostrándose Catriel solícito para
atender los requerimientos. En el segundo, el P.
Guimón expuso los
proyectos de su acción evangelizadora,
expresándole:
“Somos
extranjeros, hemos consentido el sacrificio de
abandonar nuestro país, nuestros parientes y
amigos, con el solo fin de dar a conocer la
verdadera religión… ¿No tendría el cacique el
deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo
menos negaría el permiso de enseñarla a la gente
de la tribu y especialmente a los niños?”.
Todo hacía prever la afirmativa respuesta del
cacique, sin embargo, después de consultar al
adivino y a los demás jefes, Catriel denotó su
negativa. Finalmente, durante la tercera
entrevista, el cacique respondió de este modo:
“No queremos
recibirlo más en adelante, ni siquiera una vez,
aunque fuera solo para satisfacción de su
curiosidad”. Debido a este manifiesto
y terminante rechazo demostrado por los
indígenas, el misionero debió regresar a Buenos
Aires, viendo totalmente frustrado su intento de
acercamiento.
Catorce
años mas tarde, el 25 de enero de 1874, arriba
al Azul el Padre Jorge María Salvaire
(lazarista) con idénticas intenciones de
catequizar e impartir los sacramentos, pero esta
vez contando el sacerdote y la Iglesia con la
invalorable presencia intercesora del acreditado
capitán Rufino Solano. Es así como debiendo
internarse en la pampa, en dirección a los
toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela
de este notable sacerdote le aconsejaron la
intervención de
“…el capitán
Rufino Solano, hombre experimentado en la vida
de frontera, que en varias oportunidades y con
el mismo fin había participado para Salinas
Grandes, ganándose la confianza de los caciques
y capitanejos, cuya lengua conocía a la
perfección”
(Monseñor
J. G. Durán,
Ops. citadas.)
Queda
certificada la activa participación y la
benéfica influencia ejercida por el capitán
Solano, por la existencia de cordiales y
afectuosas misivas dirigidas al mismo durante
las tratativas: dos enviadas por el cacique
Alvarito
Reumay, fechadas el
15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y una
tercera remitida por el cacique Bernardo
Namuncurá, el “escribano de las Pampas”, fechada
el 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que
este último, Bernardo, fue el que salvó al Padre
J. M. Salvaire cuando estaba a punto de ser
ultimado por su hermano, el cacique Manuel
Namuncurá, hijo de Juan Calfucurá y padre de
nuestro Beato Ceferino
Namuncurá.
(Archivo Basílica Ntra. Sra. de Luján, J. M.
Salvaire, Fuente citada)
Son
célebres los sucesos ocurridos en el transcurso
de las mencionadas tratativas. La providencial
intervención de Bernardo Namuncurá salvándole la
vida al P. Salvaire, y las consiguientes
promesas efectuadas a la virgen de Luján por el
Padre Salvaire, que han dado origen a su proceso
de beatificación, el cual se halla en trámite.
1) Arzobispo León Federico Aneiros y otros
sacerdotes. 2) Padre Jorge María Salvaire.
3) Placa Padre Salvaire.
Fue
así como el Capitán Rufino Solano trató,
colaboró y le allanó el camino en la misión,
casi quince años postergada, al virtuoso y
venerable Padre Jorge María Salvaire,
llamado “El misionero del desierto y de la
Virgen del Luján”, logrando así la Iglesia
tener un contacto mucho más frecuente y
fluido con los caciques. Así lo testimonian
expresivas correspondencias remitidas por el
Cacique Manuel Namuncurá al Arzobispo
Aneiros y sus respectivas respuestas,
destacando este cacique la presencia del
Capitán Solano guiando la delegación que iba
a entrevistar al ilustre Arzobispo, entre
muchas otras.
(Capítulo “Correspondencia con los
caciques”, Op.
Citada, Cardenal S. L. Copello)
Fue el propio Padre Jorge María Salvaire
quién, más tarde, colocó la piedra
fundamental de la gran Basílica de Nuestra
Señora del Luján, el 15 de mayo de 1887,
luego fue su Cura Párroco, y murió en la
misma ciudad de Luján el 4 de febrero de
1899 a los 51 años de edad. Sus restos
fueron depositados en la cripta situada en
el crucero derecho de la Gran Basílica a los
pies de la imagen de la Medalla Milagrosa,
al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta
el día de hoy. Por su parte, los restos del
Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo
situado en el ala derecha de la Catedral de
Buenos Aires, en la capilla consagrada a San
Martín de Tours.
Por
cierto, resulta una verdadera injusticia que
la derruida tumba de este notable militar
azuleño se halle
ubicada en el rincón más apartado,
abandonado y olvidado del cementerio de la
ciudad de Azul, en un lugar que sin ayuda,
difícilmente se la podría localizar.
Cripta del Padre Jorge María Salvaire
(Luján). Mausoleo de Monseñor Aneiros
(Catedral, de Bs. As.)
Por la muy meritoria labor desplegada por el
Capitán Solano, junto a estas emblemáticas
figuras de la Iglesia, no son pocos los
historiadores religiosos que lo señalan y lo
refieren en señal de reconocimiento a su
valiosa colaboración; incluso en la más
reciente actualidad, el destacado
historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo
Durán, miembro de la Academia Nacional de la
Historia y Director del Departamento de
Historia de la Iglesia, de la Facultad de
Teología de la Universidad Católica
Argentina, en el año 2001, vino hasta la
ciudad de Azul para fotografiar la tumba del
Capitán Solano, publicándola a página
completa en su libro “En los Toldos de Catriel y
Railef”
(Editorial de la Pontificia Universidad
Católica Argentina, 2002). Por estas sólidas
e incuestionables razone, sin dudas, se
puede afirmar que el Capitán Rufino Solano
sigue siendo el militar más querido y
reconocido por la Iglesia.
Hace aún
más valiosa y resalta su intervención, el
hecho de que su figura representó el punto
de inflexión entre la función del ejército y
la acción de la Iglesia, cuyas posturas y
principios se mostraron en aquella época,
por sus disímiles naturalezas, muy a menudo
enfrentadas, incompatibles y hasta
inconciliables.
Para
comprender y valorizar la obra del Capitán
Solano, es necesario ubicarse en el difícil
contexto y en el paisaje de la época y en
nuestra patria. Por esos días la frontera
era como pararse en la orilla del mar, no
había nada más que horizonte. En ese
horizonte, de manera recóndita acechaba el
peligro, los indios, la muerte, la
cautividad. No existían árboles ni otro
obstáculo natural que interrumpiera la
visión, durante las agotadoras travesías se
debía pernoctar en medio de aquella
inmensidad, sin nada para cobijarse, solo
existía cielo, tierra y distancias. Tampoco
lo había para guarecerse de las inclemencias
del frío, de la lluvia, el viento o el
calor. Idéntica situación se producía para
el caso que hubiera que combatir ante el
hábil y astuto rival.
Las
marchas duraban días, semanas enteras, se
debía llevar suficiente cantidad de
provisiones y abundante caballada para el
recambio. Los indios brotaban de la tierra
como por arte de magia. El espectáculo de
una toldería india es inimaginable, allí las
cautivas y demás prisioneros vivían en un
infierno. Si alguien lograba escapar,
seguramente moría en el interminable
desierto.
Las
mujeres indias, por celos, hostigaban
continuamente a las cautivas y les daban de
comer las sobras, como si fueran perros.
Debían desarrollar las tareas más duras y
para que no escaparan, a los prisioneros se
les despellejaba las plantas de los pies, lo
que obligaba a trasladarse arrastrándose por
el suelo. Las escenas y el ambiente eran
ciertamente escalofriantes. Salvo estas
cosas, no difería demasiado la dura y
difícil vida que se llevaba en los fortines
o en los pueblos que se formaban alrededor
de ellos.
A
pesar del impiadoso paso del tiempo, este
formidable ser es una clara demostración que
cuando alguien es verdaderamente grande,
jamás puede ser olvidado totalmente, porque
esa grandeza es capaz de superar los mayores
obstáculos, tales como la indiferencia, la
frágil memoria y la ingratitud. Ello se debe
a que los servicios del capitán Rufino
Solano, sus conocimientos, destreza y
valentía, fueron requeridos desde todos los
sectores de la esfera social, comenzando por
desesperados familiares que le rogaban que
rescatara a sus seres queridos, continuando
por los mandos del gobierno, tanto políticos
como militares, y aún como producto de la
constante preocupación de la Iglesia por
darle una solución a tan difícil situación.
Durante décadas, todos supieron quien era y
donde estaba el “capitán salvador” y él
cumplió con todos. Allí encontramos la
explicación de su recuerdo: simplemente
porque no se puede investigar nuestra
historia sin encontrarnos de repente con su
noble estampa. Aún en la actualidad, su
importante presencia ha sido estudiada y
valorada incluso en obras de autores y
universidades del exterior.
Captive Women: Oblivion and Memory in
Argentina.
Susana
Rotker,
2002, University of Minnesota, USA;
Rutgers
University,
Wilson Center,
1977, New Jersey, USA;
Ftes.
Citadas).
El
capitán Solano, vivió y sirvió a su querida
Patria durante toda su larga, pobre y
sacrificada vida de frontera, donde rara vez
le llegaba un sueldo desde Buenos Aires.
Rufino era hijo de Don DIONISIO SOLANO
(1777/1882), un valiente Teniente de
Patricios, guerrero de las Invasiones
Inglesas, y de la Independencia Nacional,
que actuó junto al General Manuel Belgrano
durante las Campañas al Paraguay y del
Norte; y más tarde, fue el jefe de la
caravana de familias fundadoras de la ciudad
de Azul, allá por el año 1832, fue Alcalde
originario(*)
de ella, muriendo en esta población a una
edad superior a los cien años.
(Antonio G. del Valle, Alberto
Sarramone,
Ricardo Piccirilli,
Enrique Udaondo, Vicente O.
Cutolo, Juan G.
Durán, obras citadas. *Archivo de la
Municipalidad de Azul (año 1837 y otros),
Iglesia Catedral de Azul, Revista
Biblos,
Ftes. Citadas)
Dos fotografías de Rufino Solano. La segunda
data de 1912, un año antes de su
fallecimiento
A menos de cinco años de la fundación del
Azul, nació nuestro personaje (1837),
viviendo en su pueblo natal hasta su muerte,
ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo
certifican su acta bautismal en la Iglesia
Catedral de Azul, los Censos Nacionales de
1869 y 1895 (el primero y segundo del país)
y la certificación de su defunción, asentada
en registro del cementerio local.
Sepulcro del capitán Rufino Solano,
cementerio de la ciudad de Azul.
Este
ejemplar ser humano, que lo dio todo por
sus semejantes, al cual centenares de
familias le deben hoy su existencia,
murió pobre, viejo y olvidado en su
pueblo natal y se llamaba
Don
RUFINO SOLANO, capitán del
ejército argentino, y su mayor orgullo
fue ser, como él siempre lo decía: “un
fiel servidor de la Patria”.-
Autor:
Omar Horacio Alcántara
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES UTILIZADAS
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El Padre
Jorge María Salvaire y la familia Lazos
de Villa Nueva – 1866-1875.
Buenos Aires, Ediciones
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En los Toldos de Catriel y
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-
Sarramone,
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Historia
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- Del Valle, Antonio G.
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Editorial Placente
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Libro
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- Udaondo, Enrique.
Diccionario Biográfico Argentino.
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Buenos Aires.
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www.wilsoncenter.org/topics/docs/ACF352.pdf
(U.S.A.)
Fuente:
Publicado en "Todo es Historia"
Nº 487, FEBRERO DE 2008, DIRECTOR / EDITOR: DR. FÉLIX
LUNA.- Agradecemos la colaboración del Sr. Omar
Alcantara por acercarnos este material
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