Al comenzar a tocar sus canciones, su
sombra se ampara aleteando en la del Chango Spasiuk, y
las dos empiezan a soñar con palomas en la senda del
teclado. Su música tiene la calidad y el sello de
pertenencia del nordeste argentino, donde la brillazón
de las lagunas, el rumor de juncales, el verde de la
vegetación o una luna asomando en las lomadas se amparan
en la roja tierra misionera, desplegando los sonidos de
su fuelle desvelado, volando juntas bajo el cielo
chamamecero.”Nací en
Apóstoles, Misiones, una región donde la música es como
una pintura, la variedad de colores es como un tesoro
para crear mi cuadro sonoro, mis imágenes y así construir
mi música a esa diversidad varía con mayor o menor
límite. La música de una región es toda esa lectura
más o menos amplia, desde la compleja a la más
simple”.
Chango desde la primera hora
-En tu lugar de nacimiento es más
fácil llamarse gurí que chango.
-Mi padrino de bautismo era uno de los
doctores del pueblo de nombre Abraham, un jujeño
que vivía en Apóstoles ,cliente de la carpintería de
papá. Seguramente al crearse la situación de ser elegido
como padrino de bautismo y atender el parto de mamá,
hablaba de chango por acá, changuito por allá, y Horacio
que es mi nombre desapareció. Cuando apareció la
música Chango ya existía. Hubiese sido como una situación
poco creíble la de sentarme a pensar un nombre. Era muy
incómodo imaginarme como me podía llamar para dedicarme a
la música. Yo no la considero un oficio o una carrera
que esté asociada con los medios, simplemente es mi vida.
Tenía la certeza de tocar chamamé o música regional desde
antes de los diez años y antes de tocar el acordeón
ya me llamaba Chango, era así como mi gente me llamaba.
-¿Cuando formaste tu primera banda?
-Mi primer grupo fue con mi papá y mi
tío marcos, violín guitarra y acordeón. Después
tuve a un compañero de escuela secundaria Ricardo Oviedo,
y Mario Fernández un hombre de muchos oficios, uno de
ellos ser musiquero del pueblo. Dos guitarras y un
acordeón. Con esa formación de trío toqué toda mi
adolescencia. Cuando en el año ‘87 me fui a vivir a
Posadas lo conocí a Jorge Suligoy con quién
grabé mis tres primeros discos, él me acompañó en
mi venida a Buenos Aires y formó parte de un grupo que
armé con un baterista y un bajista.
-¿Que significó el fuelle del primer
acordeón para ese chico de diez años?
-Humm… Habían pasado más de 20 años
desde que mi papá me compró el acordeón, al que se lo
llevó el tiempo, cuando unos amigos se ocuparon de
rastrearlo, encontrarlo y hacerme el regalo de tenerlo
nuevamente.
-Transcurre dos veces la vida con
vos.
-Sí,
volvió. Estaba totalmente destruido casi no se
podía tocar. Lo primero que hice fue mirar su
fuelle, donde todavía tenía pegadas las cintas de
plástico con que lo había parchado a mis diez años
para que no pierda aire.
-¿Lo
pudiste reconstruir?
-Está en
ese proceso. Cuando me reencontré con él no pasé
por la acción de rebobinar una cinta de video, buscando
encontrar el lugar de su recuerdo. Simplemente
ver esas cintas, tocarlas, significó una
percepción muy difícil de explicar. No las toqué como ese
niño que tenía su primer acordeón. No, ese niño no
pensaba y ahora que soy grande trato de no pensar… ya he
pensado demasiado… (Risas)…Quiero acercarme a la música
sin pensar. Creo que es una relación muy
superficial la de pensar en la música. Sucede que
en el folklore la gente quiere escuchar lo nuevo pero,
por lo general te pide que toques algo que ya escuchó.
Entonces dice ¡Ah! Ya escuché esto, es de Cocomarola,
Montiel, es de tal disco. Es una relación tocar
algo que ya masticó, probó. A mí me gusta ser
tocado por algo que uno no puede manejar, no lo puede
controlar. En ese sentido no me gusta pensar en la
música. Es el sonido de “El toro”, “Kilómetro 11” o en
una composición que escuchamos...si está tocado con
una presencia con amor pero con un amor en todo el
sentido de esa palabra, no importa por donde va esa
cadencia solo importa lo que sucede con ese sonido. Que
fibra le toca a uno cuando hace esa música, y la que le
toca a ese sonido cuando es tocado por el sonido que está
enfrente. Por eso no sé si es un lugar para pensar.
Cuando tenía mi acordeón no pensaba, para mí era algo que
me dejaba sin aire. Después uno se va
endureciendo, estructurando y es más difícil sentir lo
mismo.
-Sin
embargo se te ve siempre en la búsqueda.
-Siempre
estoy tratando de desestructurarme pero la vida, el
trabajo, el oficio, las responsabilidades de
ocuparse de cosas que uno cree son importantes y de
golpe uno se pregunta ¿Porqué estoy ocupado con esto que
no tiene tanta trascendencia? Lo que hacemos todos es
querer volver a ver el mundo con esa intensidad,
vivir con ella, ser tocado por la música de esa
manera. No estar pensando todo el tiempo. Si abarcamos
todo el espacio no deja lugar para nada más. Cuando
agarré mi primer acordeón me conecté con eso.
- ¿Hay mucha entre afinidad ese
antropólogo que no fue y el músico?
-En realidad yo no quería ser
antropólogo, quería ser músico. No sé si la palabra es
culto, solamente más formado, simplemente eso. Como
pienso que no podía andar por la vida sin saber de lo que
hablaba quise tomarme la responsabilidad del oficio,
quería ampliar mi forma de ver las cosas, pero duró poco,
curse un año en la facultad, que me sirvió para una
lectura antropológica, tuve la oportunidad de escuchar
música que hasta ese momento no conocía. De golpe
me encontré con compañeros que atesoraban un cuarto
lleno discos de vinilo de pared a pared. Para mí fue
entrar en un nuevo mundo Dino Saluzzi, Astor Piázzola,
Jimmy Hendrix, Chick Korea, Hermeto Pascoal, Los
Jaivas…todo un universo de músicas que estaban sucediendo
en los últimos 20 o 30 años. Hasta ese momento solo
había escuchado música del litoral y de manera muy
limitada porque en mi casa no eran melómanos, no había
muchos discos, lo que se escuchaba era en vivo o de la
radio.
-En “Polcas de mi tierra” hiciste una
buena investigación
-Con trabajo de campo, con
relevamiento etno-músicologico, de hecho es bastante
distintivo ese proceso de conocer y saber que es lo que
hay que contar, como hacerlo, que es necesario para
construir su mundo sonoro y que no. Yo siento que la
gente se confunde con “Polcas de mi tierra”.Es un disco
donde yo hago mucho hincapié en la música que tocaba mi
papá, que había aprendido de la de mis abuelos y que se
tocaba en esa zona de Misiones, pero en realidad el disco
es un homenaje a esos inmigrantes. Música de fines del
1800 que era solo de inmigrantes hasta casi los ‘90, en
donde ya era música de todos, parte de nuestro folklore
argentino. Cuando uno habla de la música del nordeste
argentino habla del chamamé, el ritmo que es más
poderoso, que tiene una historia más rica, más antigua,
hay elementos que hacen a la música del lugar la
chamarrita, el rasguido doble, el shottis, las polcas
rurales, la galopa, la ranchera, el valseado todo eso
hace a la música de una región donde el chamamé es la
columna vertebral, la estética mas definida de todo ese
lenguaje. Cada provincia no es un país, conforman
una región limitada por dos grandes ríos, con un clima
subtropical, entonces la música es la expresión de todo
ese contexto y tiene infinitas lecturas, porque todo ese
escenario cambia algunos son más áridos, otros de lagunas
y pajonales, algunos más llanos, otros con monte y tierra
colorada. Todo eso es la región y el hombre se
expresa con ese lenguaje que tiene tantas caras, sino se
crea una confusión, la gente dice “toca polcas porque es
del nordeste”.
APRENDIZAJE EN EL CAMINO
-¿Qué te lleva a caminar desde Apóstoles a Posadas,
Buenos Aires, el país y después a lugares reconocidos
mundialmente?
-Nunca
pienso “¡Qué bueno sería tocar en tal lugar que vi por la
tele!”. Yo trato de estar fuera de esa fantasía. No
hay un lugar territorial mejor o peor para tocar.
El mejor es donde hay personas dispuestas a compartir ese
momento. Simplemente eso. La presencia o el interés real
de escuchar de esas personas y el tuyo de tocar.
Eso hace que un escenario sea distinto.
-¿Fue dificultosa la llegada a Buenos Aires?
-Fue muy
duro. No tenía discos, carrera, ni conocidos ni
familia…nada. Como dice Bartok “Lanzarse a lo
desconocido desde lo conocido pero intolerable”. Yo no
tengo la visión de porvenir de una ciudad interior.
Encontré tantas personas magnificas acá y en muchos
pueblos gente intolerante, soberbia. El único problema es
que la ciudad no tiene espacio. Tiene un ritmo que
no da lugar a otra cosa. Un ritmo y una fricción
que nos hace vivir demasiado tensos y estresados. Cuando
llegué aparecieron pequeños lugares, peñas, personas que
ayudaron que las cosas empezaran a abrirse. Pero al no
tener manager, oficina, ni discos vivía entre Misiones y
Buenos Aires.
-¿las distancias hacían que el músico sintiera esa
fricción?
-Obvio. Lo
que más me hacía sufrir es que no tenía gente conocida
donde quedarme, y no había muchas oportunidades de
conocer a alguien caminado por la ciudad, es muy distinto
en un pueblo donde todo el mundo se conoce. Fueron
impresiones nuevas, conocimientos de otro tipo. No sé si
siempre desde el interior se debe venir a Buenos Aires… a
lo mejor hay otros caminos para ser conocidos. El
mío fue así. Yo no era muy conocido en Misiones ni
tenía padrino en Buenos Aires. Simplemente era algo
como decir”-Acá no estoy cómodo, voy en búsqueda de otra
cosa”-. Al viajar las cosas fueron apareciendo en
el camino, como un horizonte que se va corriendo a medida
que uno va caminado y las expectativas y objetivos van
siendo diferentes. “Lo único que importa es caminar, las
utopías ¿para que sirven?” dice Galeano. “Para caminar
nada más”. Cuando llegué en el ’98 pensaba ir a Cosquín.
Cuando estaba allí quería ir a otros lugares. ¡Ojo! No
desde es sentido del capricho “¡Quiero que me acepten!,
sino desde una necesidad de llevar adelante el desarrollo
de mi música.
-¿Fue beneficioso ser consagración del festival de
Cosquín?
-Sí, surgió mi primer disco, tuve
oficina y empecé a tocar. Era ese niño que todas
las madres quieren tener, que hablaba tan bien de los
adultos, los pájaros y la tradición. De golpe
cuando mi música empezó cambiar no era más ese niño
querido…. Después cambió mucho el circuito de los
festivales de folklore a cuando comencé. Las
condiciones técnicas con las que uno tocaba no eran ni
parecidas con las que toco ahora. Pero en
contrapartida había un poco más de real atención.
Hoy hay más dispersión en rasgos generales y a lo sumo
uno con un poco de oficio se podía imponer esa atención.
Yo estaba en Córdoba cuando Yupanqui en un festival, que
todavía sigue levantando las banderas de ser un lugar que
defiende las tradiciones, terminó diciendo-“Disculpénme,
yo no puedo imponer mi canto a los gritos”. Eso se
vio mucho en los ‘90. Lo que nosotros llamamos el
circuito, en vez de ser un lugar más amplio es cada vez
más estrecho. Aunque la música folklórica sea cada
vez mediáticamente conocida, haya más revistas, lo que yo
veo es que todo es más limitado.
-¿Cuando empiezan a abrirse las puertas del exterior?
- Es
importante aclarar que siempre me sentí muy querido y
respetado en Argentina, pero en los años ’90 el
folklore se hizo más masivo y yo tenía menos lugares
donde tocar porque mi música había cambiado después de
“¿Bailamos y?”, mi sonido era cada vez mas distinto.
Después llegué a tener que producirme independientemente
“Polcas de mi tierra” y “Chamamé crudo”. Con este disco
se abrieron las puertas de Alemania, Inglaterra, el
festival de jazz en Montreal Canadá.
-La
prensa te ha recibido muy bien.
-Sí, es
muy linda la mirada no contaminada sobre esta música.
Es muy típico de nosotros ponerle una carga social muy
grande a la música, a los oficios a los tipos de
personas. Enseguida asociamos una música con un
montón de cosas que limitan el acercamiento a otras
músicas. Por ahí asociamos el chamamé con una
música bailable de sapukay largo y alegre, y desconocemos
toda una discografía de chamamé que es contrapuntística
reflexiva, profunda. Lo que sucede en el
exterior es que no existe esa cantidad de cosas entre la
música y las personas. Son oídos vírgenes donde lo
único que importa es el sonido, no la carga social.
Ellos ven al chamamé como un tesoro de una región donde
solamente creían había tango.
-
Eso te llena de responsabilidades.
- Es muy
interesante. Tengo la responsabilidad de saber que es el
chamamé, su contexto, quienes son los referentes. A veces
hacen preguntas que ni uno se hace. Cuando esas aparecen
uno se toma su tiempo, preguntándose interiormente ¡Ah!
¿Cómo contesto sin ser un irresponsable? Trato de
llevarlo delante de la mejor manera posible.
EL PODER DE LA PALABRA
-¿Alguna vez cantaste?
-No me
gusta. No sé cantar. Cuando lo hago, tal vez en mi
casa, no siento que me exprese lo mismo que cuando toco.
En mi disco lo hace Sebastián Villalba que tiene una voz
increíble. Ese es el tipo de cantor que me gusta,
no subraya, no pasa con flúo lo que canta, simplemente lo
hace como un pájaro. Dice lo que hay para decir sin
exagerar. Lo importante para mí no es separar la
voz de la música. Hay como una sobre valoración de
la palabra. Yo hago mucho hincapié que todo es un
lenguaje sostenido por el sonido. El sentido se lo da ese
sonido. Para mí es importante un disco o un
concierto cuando está la voz sin texto, como un
instrumento para construir un discurso. Un
mundo sonoro, algo que cuenta algunas veces con
instrumentos, a veces solo diciendo un texto. Todo
está expresando algo, pero la palabra nos da la
oportunidad de digerirlo más rápido. No todo en la
música está para entender ni para explicar, no todo se
puede entender con nuestra percepción y concepción.
Hay un montón de cosas que se dejan atravesar, tocar pero
cuando no es así hay muchos otros procesos que no son la
explicación, el pensamiento. Para mí no tiene mucho
sentido las palabras vanguardia y tradición. Por
ejemplo: Cocomarola, chamamé tradicional. Para mí
es solo chamamé. Esa música tiene infinitas caras y
lecturas tremendas como la de Cocomarola Montiel, Blasito
Martínez Riera, lecturas profundas y algunas otras
lavadas. Todas son el chamamé. Yo creo que lo
de nuevo o viejo no existe.
Mi
tema “Búsqueda”, dura como 10 minutos y tiene 6
movimientos. Tranquilamente eso combina con “Mi
bien amada” de Cocomarola. No son cosas peleadas.
-
¿El Chamamé como lenguaje?
-¡Claro!
Es el sonido de una zona, de un lenguaje que yo uso. El
Chamamé como música tiene su propia vida, ella
excede de mi existencia limitada en este plano físico
mío, excede la historia de cada músico. Simplemente soy
usado por este lenguaje para hacer una lectura más, para
quemar una etapa de las que fueron y serán
quemadas. Hay un proceso paralelo, uno usa y es
usado, en el buen sentido de la palabra por este lenguaje
para hacer su propio camino, para ir en la dirección de
mis propias búsquedas y expectativas del arte y la
música. Yo lo hago con la responsabilidad de tener
un conocimiento profundo del tema.
-Hablabas del Chamamé como columna
vertebral de la región, el tuyo es el de la nostalgia, de
la soledad…
-La música
de mi región dispara las imágenes de ese lugar donde he
vivido, se conecta con situaciones que no siempre son
visuales, lo hace desde una sensación, un vacío donde no
hay imágenes, es mucho más profundo y más
interesante. Cuando esbozo esta soledad no quiere
decir que tenga un real conocimiento de su significado,
por ahí es una oportunidad no de pertenecer a algo
masivo… colectivo, sino la música como la conexión a algo
individual, saber donde estoy parado en medio del
paisaje, de la cultura, de la historia del lugar donde
vivo y mi propia historia dentro de ese contexto.
Entonces ella es la herramienta necesario para ir en
dirección de esa pregunta, no se si podrá contestarla,
sino que ella me ha puesto en movimiento y lo sigue
haciendo. De hecho la palabra soledad sigue
teniendo distintos significados. Uno cree que
significa una cosa y luego descubre que es como creer que
se tocó el fondo de algo, creyó que su significado
ya dio todas las expresiones, y de golpe se abre una
puerta y hay más, más y más. Yo estoy en un
movimiento donde sigo descubriendo el significado, el me
excede como me exceden muchas palabras que usamos
habitualmente: tradición, vanguardia, vida, arte, amor. A
todas las usamos con regularidad que nombramos mate, mesa
o silla... No sé si tienen el mismo calibre.
TAREFERO DE MIS PAGOS
-¿Porque “Tarefero de mis pagos” es un
disco totalmente acústico?
-Yo quería trabajar con materiales más
puros. No es lo mismo una guitarra que va a través
de un cable que una que se la escucha de frente.
Cuando tenés claro lo que vas a decir, empezás a pensar
como y con qué vas a tocar este acorde, con qué vas a
frasear esta melodía. Y cuando uno empieza a tocar
con instrumentos acústicos la fuerza en la música
ya no es tan muscular, no es el volumen ni la presión
sonora. Uno aprende a confiar en otro tipo de
fuerza…en la que podría ser el contenido, el sonido
mismo, no es el volumen. Cuando uno toca acústico, es muy
interesante poner cajón en vez de batería, bajo eléctrico
en vez de usar el contrabajo. De golpe se empieza a
revalorar un montón de cosas. Se aprende a confiar que
hay otra fuerza que volumen no es el sonido fuerte, la
palabra desarrollo toma dimensión. No
necesariamente ella quiere decir ir hacia lo complejo,
sino tocar cada vez más simple, más despojado…
-Hablemos de su contenido.
-Lo grabé en Ion, Buenos Aires y fue
mezclado en Londres, el sonido es tan exquisito que
parece música de cámara. En una primera impresión
parece un disco tradicional. La idea sobre un sonido
acústico es la vanguardia, de renovación, la electrónica
y los instrumentos no convencionales. Son lecturas muy
infantiles. Vanguardia y tradición, son palabras
muy usadas habitualmente. No sé si se tiene un
conocimiento profundo de su significado .No en todos los
temas toco con el octeto, porque no todos tienen la misma
dinámica y estética, lo que importa es como un discurso,
a veces de dicen cosas con muchas palabras y hay otro
donde se utilizan muy pocas. Los músicos que me acompañan
son Marcos Villalba en guitarra y voz, Víctor Renaudeau
en violín. Juan Pablo Navarro en contrabajo, Chacho
Ruiz Guiñazú en cajón y percusión, Marcos Nuñez en
guitarra. Como invitados Antolín Gómez cantor de
Isaco Abitbol cantando “Tarefero de mis pagos”ese chamamé
en donde los hermanos Chávez describen con tan pocas
palabras todo un universo, con Tilo Escobar, el
acordeonista de Blas Martínez Riera, a quien quisimos
homenajear su memoria en “Tome y traiga.” El día de
la grabación sus hijos me llevaron la manta que él usaba.
Fue muy emocionante grabar esa canción con ella sobre mis
piernas .Para mí Blasito es el quinto músico más
importante del chamamé después de Cocomarola, Montiel,
Isaco, Tarragó. Hay 13 temas, 9 de mi autoría. Chamamés
muy definidos y otros que se diluyen. Me gusta mucho el
tema “Chaco” con el n’vike donde todo se percibe como si
estuviera fuera de foco por las altas temperaturas, me
resulta muy visual esa música. “Tarefero de mis pagos” es
un disco donde me siento representado, creo que he hecho
una gran síntesis de mi música.
- Volviste a grabar “Chamamé crudo”.
-Sí. Había grabado escenas de “La vida
en el borde”, que en un principio fue para un documental.
El significado para la documentalista era el borde de los
ríos Uruguay y Paraná, después era el borde de la vida.
Para mí empezó a adquirir un montón de significados de
esa vida, de una forma de pensar. La palabra entra
a calar en un montón de lugares. Por eso volví a
grabar el tema cada vez más despojado. Sentí que
tenía un significado diferente a la lectura de 5
años atrás. Esa cosa del génesis, de algo
abstracto, sutil, siempre con nuestro análisis
mental. Situaciones históricas, papeles firmados
para hablar de la historia de una música…el año tal
sucedió tal cosa…Yo quería hablar de la música a través
de la música y no de las palabras… no del texto sino del
lenguaje mismo.
-¿Que significó el premio de la BBC de
Londres?
-Una muestra de respeto e interés real
por mi trabajo y el de un montón de gente, un equipo que
viene trabajando conmigo estos últimos tiempos. Estos
esfuerzos se ven reflejados en ese premio. Me puso muy
feliz, creo que es algo que vale la pena. Fui,
toqué y me abrió muchas puertas. Eso ayuda a que
pueda seguir adelante mi trabajo. Tanto en Europa como en
Argentina hay mucho por hacer en distribución.
Trabajamos mucho con Ben Mandelson a quien más que un
productor considero un súper productor.
- ¿Que motivó la tapa del disco?
- Sentí que no tenía que estar
en la tapa. Ya he estado en muchas y seguramente
estaré en futuras, lo importante era la música. Cuando
salió de cada 10 argentinos 9 no sabían que un
tarefero es quien cosecha la hoja de la yerba mate, un
oficio, un mundo que se expresa con una música, con una
forma de vivir. Siendo que es un país en donde el
mate es su bebida popular. Lo usé como una herramienta de
comunicación. Al salir en Europa quise ayudar a
enfocar el origen, me imaginé que una persona que no
sabía nada de nuestra región del nordeste argentino al
ver el reverso de la portada del disco vería un camino
rojo, un paisaje, el hombre y su oficio, una reseña.
- ¿Que te sugiere la palabra chamamé?
La idea de
chamamé es el gaucho, las espuelas, el zapateo, el
sapukay. Yo creo que esas cosas están muy en
la superficie, es una forma muy infantil de verlo.
La música es un misterio al cual uno responde con el
misterio del sonido. Lo que sucede es que detrás de
lo que llamamos chamamé hay un sonido generado por
un acordeón, un guitarra, una o varias voces. En algunos
temas más que fragmentar yo quiero unir. De hecho somos
un país muy fragmentado, con mucho desconocimiento. Hay
muchos investigadores como Pérez Bugallo o Antonio
Piñeyro han escrito mucho sobre este tema, y falta mucho
que escribir e investigar. No desde el significado de
esta música sino sobre su origen. Para mí es como
una cebolla, tiene muchas capitas formadas por los
poetas, compositores, momentos históricos, paisajes,
situaciones. Uno no puede dejar de lado todo eso,
ni limitarlo a un contexto pequeño.
-¿Eso significa que no pertenece a ninguna provincia?
Fíjate que
al chamamé se lo asocia con Corrientes. Algo que
confunde mucho. Es la provincia más antigua del nordeste
con una población estable, pero no es la provincia
guaraní por excelencia. Para mí, Formosa es más
bilingüe. Ella es el centro de un espiral, no el espiral.
El lugar donde se dan las condiciones para que una música
a partir de una serie de elementos empiece a tomar forma
en ese contexto histórico-geográfico. Sin ofender a los
demás, ese lenguaje no le pertenece a la provincia sino a
la región. El shottis es una música de mucho tiempo
después como lo es la chamarrita con muchas influencias
brasileñas, el rasguido doble y la ranchera entran a
calar, pero el chamamé es el color y la estética.
Todo lo demás es producto de la creación. En mis
discos nunca pongo los ritmos. No importa. Yo sé lo
que estoy tocando. Si es un rasguido doble tocado más
rápido o si es una polca rural ¿Importa? ¿Para quién?
Para la cabeza que quiere seleccionar, acomodarlo en un
estante interior. Para mí no tiene ningún sentido.
-No
te gusta encasillar tu música.
Hay gente
que me dice que en mi música hay una especie de
melancolía de Europa del este…puede ser, yo no me pongo a
analizar. Tocar este ritmo haciendo un uso bastante
amplio de lo que hay en la región, hace que algunas
personas se confundan. Yo ejecuto música popular
del nordeste argentino con una mirada absolutamente mía,
y con un real conocimiento sobre este universo. No todo
puede ser explicado. Mi rol no es enseñar, es nada más
que tocar…apenas tocar. Para mí hacer música es
como respirar. La necesito para vivir.