“Yo sé que muchos dirán
que peco de atrevimiento,
si largo mi
pensamiento
p´al rumbo
que ya elegí,
pero
siempre hei sido así
galopiador contra el viento.”
El
23 de mayo hace una década que en Nîmes, Francia, a los
84 años, lejos de su tierra y sus compatriotas, al
corazón de Héctor Roberto Chavero, conocido mundialmente
como Atahualpa Yupanqui se le “adormeció el compás “, y
se fue para el silencio, por el sendero infinito el
poeta, el músico, el buscador incansable de los
misterios que encierra el alma del hombre de nuestro
país, del paisano… “El hombre que lleva el país adentro”
como solía afirmar, sutil observador de las tradiciones,
caminante, creador. En las cuerdas de la guitarra,
sus manos encontraron la pampa “por eso prepara todos
los rollos del lazo en armada grande para pialar
tranquilo los treinta versos de un estilo gaucho.
Entabla así su tropa, la ordena. Usa de madrina un
cencerro de cifra, y se lanza al camino, por una huella
que traspone todos los horizontes.” El Ande “En
la montaña, la guitarra se despoja de lujos, se aprieta
en los miedos de su propio misterio. Los valles
son la cuna de su copla” La selva
“siempre sabia, siempre prudente, amaneció sobre una
tierra bermeja. Cada recodo, cada rama florecida
le fueron enseñando un tono, un color, un acento
del hombre o del paisaje.
El mismo destino,
distintos caminos, bajo un mismo cielo “del poncho
hacia afuera el mundo infinito y complejo, poncho
adentro el universo, animando los sentimientos del
hombre frente a la noche abierta” Poco le importo el
color del poncho o del paisano, siempre que los sueños
de libertad se derramaran por sus flecos.
En su canto quedó
impresa la huella del indio, del peón de campo, del
domador, del minero, del arriero, del zafrero, del
salinero, todos sembradores de nuestra identidad.
En seis cuerdas atesoró las semillas, para que fueran
brotando vidalitas, bagualas, zambas, cifras, estilos,
huellas, gatos, yaravíes, vidalas, bagualas, canciones
andinas, malambos, en cada uno de los ritmos el vibrante
sonido de la tierra, una siembra que todavía no
terminamos de recoger, pese a que la cosecha está lista.
En su pluma aletearon
las historias pequeñas, sencillas, y hondamente
comprometidas con la realidad social del ser anónimo,
aunque algunos bordaron su nombre en el recuerdo:
Anselmo, el indio, Juan Vilte, Luis Acosta García, Juan
Carreño, Alejo Chauqui, Eleuterio Galván, Doña Guillerma,
tantos aquerenciados en sus versos y cuentos. Pero para
llamarlos solo necesitamos un nombre ¡Juan Pueblo.
PEREGRINAJES
Atahualpa Yupanqui supo
guardar en sus alforjas de peregrino el mensaje de una
pampa grávida de vientos donde el caballo, el lazo, las
espuelas, el rebenque compartieron “la vida sencilla/
como es la del pobre peón/ madrugón tras madrugón/ con
la lluvia, escarcha o pampero”. Para hundir su
canto en el misterio de la montaña recorrió el noroeste
donde los antigales, los cardones, los tolares, las
piedras, hacen de su copla un acullico para compartir la
soledad del coya.
Pero Tucumán fue su
amada secreta, un cielo de zambas topando los cerros
para bajar encendidas en su guitarra “Dura vida de
montaña/ cantos del cañaveral/coplas de la noche larga/
plena de andar y andar/ con su aradito de plata/ como en
tiempos e ´sembrar/ traza su melga en la noche/ la zamba
de Tucumán”
Santiago es chacarera,
vidala, donde la nostalgia del hombre toma el vuelo de
una urpila buscando el nido por las tardes, se
multiplica en las eses de su tonada, se hace lengua
quichua, y se vuelve blanca salina. Catamarca,
Salta, La Rioja y un Velazco esplendoroso intentaron
aquerenciarlo, pero al cabo de los años descubrió a los
pagos de Cerro Colorado y supo que su camino de
peregrinar había terminado “En esa aldea pequeñísima
con gente sencilla, buena, profundamente honesta, con
caballada flor…un reino de zorzales, reina moras y
palomas, higueras y duraznos y tunas, aromas de
doradilla , menta y romero, selvas de berro en los
arroyos y viejas trenzadoras de hilos bermejos y azules
en primitivos telares” allí frente a las
grutas pintadas, al río Los Tártagos. El viento lo
llevará por el mundo dos veces, pero siempre volverá a
“Agua escondida”, su casa de piedra, rodeada de
frondosos árboles que visten de sombras los senderos.
Bajo un añoso roble una piedra mora custodia sus
cenizas, pero su alma vive libre en el ceremonioso vuelo
de las águilas festoneando el cielo azul.
No me dejes partir/
viejo algarrobo/levanta un cerco de tu sombra buena/
átame a la raíz de tu silencio/ donde se torna pájaro la
pena/ yo siempre fui un adiós/ un brazo en alto/
un yaraví quebrándose en las piedras/ cuando quise
quedarme / vino el viento/ vino la noche y me llevo con
ella/ No me dejes partir , viejo algarrobo/ que ya no se
decir hasta la vuelta/ Hay un río profundo que me llama/
desde el antiguo valle de mi pena.
Más de 1500 canciones,
más de 3000 cartas, 9 libros, películas, audiovisuales y
un sinfín de poemas inéditos, hacen de Atahualpa
Yupanqui uno de los referentes indiscutible de nuestro
folklore.
Aquí les dejamos alguno de sus pensamientos: “Que se
puede recomendar para que el pueblo recupere el
conocimiento amplio de su propia tradición, que es como
conocer la íntima voz de su familia nacional. Eso
tendría que ser. Se ha perdido un asunto sagrado, como
es ser el cúmulo de acontecimientos que pueden unir una
familia en una región determinada que se llama país…que
se llama país. Ha pasado mucho camino y se ha
perdido por momentos el rumbo, se ha disgregado, se ha
tapado la huella con mucho pasto, con mucha hierba que
tapó los viejos caminos y se han abierto nuevos caminos
que pueden acaso desorientar, porque es una nueva
condición la vida moderna. Ya los caminos son rutas,
las rutas son asfálticas. En fin, hay otra
condición de vida. Yo pienso en aquello
que decía alguien en mi país- Alguien escribió
hace muchos años que nos es necesario matar a los
abuelos para que vivan mejor los nietos, registrando de
diversas maneras, para la buena memoria del devenir.
Para que tenga buena memoria el pueblo. Sepa de donde
viene y a hacia dónde va. Eso pienso. Cuál sería
el camino para que la gente recupere ese tipo de ser
nacional. Desde el punto de vista de las
tradiciones populares, musicales o poéticas. Eso
se llama el folklore: Como podría recuperar esa
gente un conocimiento cabal, serio, y sensato sin
cometer un folkloricidio, que es comúnmente el que
se está cometiendo, creyendo que se hace un folklor de
nuevo tipo y se comete un folkloricidio”