JUANA AZURDUY
Capítulo XX
El abandono de Chuquisaca por parte de los
soldados godos hizo que Juana Azurduy viviera una de las
pocas experiencias gratificantes de su lucha sin cuartel, ya
que los Padilla aprovecharon la débil defensa de su ciudad
natal para tomarla, ingresando luego por su calle principal al
lento y elegante paso de sus cabalgaduras, enjaezadas con
plata y cuero, mientras los chuquisaqueños, algunos sinceros y
otros adulones,
los vitoreaban
y arrojaban flores a su paso.
Detrás de Juana y de Manuel Ascencio venían en la más correcta
formación que pudieron, los "leales" y los "húsares", además
de los restos de honderos que fueran conducidos y entrenados
por Hualparrimachi. También las bizarras amazonas que
impresionaban con su porte feroz que daba pábulo a las
leyendas de inaudito coraje y de barbaries superiores a las
masculinas.
Los Padilla, prepararon a la ciudad para el ingreso
de don Juan Antonio Alvarez de Arenales, quien lo hizo algunos
días después, con tal algazara que en su informe a Roodeau así
se refiere Arenales a esa fecha del 27 de abril: "Me he
posesionado hoy de esta plaza, sin oposición, y con
imponderables demostraciones de júbilo en lo general del
pueblo".
Pero
no se queda allí Arenales mucho tiempo ya
que él también, movido por
su propia historia, se propone reconquistar su querida
Cochabamba, de la que había sido gobernador, y así lo hace a
mediados de mayo, rindiendo al gobernador realista don Antonio
Uriburu y a su jefe militar coronel Francisco J. Velasco.
Arenales deja a Manuel Ascencio Padilla a cargo de Chuquisaca,
y éste, dando muestras de responsabilidad y modestia, convoca
para ejercer el poder político a un ciudadano respetable, don
Juan Antonio Fernández, dejando para sí sólo el control
militar de la región.
Las familias pudientes de la ciudad, que hasta entonces habían
preferido apoyar a los realistas convencidas de su mayor
poderío, habían ocultado sus riquezas, especialmente en los
conventos y en los monasterios, descontando el saqueo de los
Padilla y sus huestes. Pero Manuel Ascencio dio instrucciones
a sus hombres, supuestamente incivilizados, de no tocar un
solo doblón que no les perteneciese. Lo que fue religiosamente
cumplido.
Se produce entonces su primer encontronazo con el general
Rondeau, ya que éste lo conmina a abandonar Chuquisaca,
tratándolo poco menos que de usurpador, y advirtiéndole que
ya está en camino para hacerse cargo de su gobierno el coronel
Martín Rodríguez. A pesar de su indignación y de los consejos
de los suyos, los esposos Padilla obedecen estas órdenes y se
retiran a su refugio de La Laguna.
En cuanto llega Rodríguez ordena la requisa de todos los
tesoros que pudiesen encontrarse en Chuquisaca, sin obviar
conventos y demás lugares sagrados con el pretexto burdo de
evitar que los mismos cayeran en poder del enemigo y de
brindarles la adecuada protección.
`El coronel Daniel Ferreira llegó a la casa donde tenía sus
sesiones el tribunal confiscatorio
designado por el
coronel Martín Rodríguez, en los momentos en que se hacía el
lavatorio del dinero. Esto era presenciado por el coronel
Quintana, presidente del tribunal, quien le dijo: Ferreira,
¿por qué no toma usted algunos pesos?'. Este, aceptando el
ofrecimiento, estiró su gigantesco brazo, proporcionado a su
estatura, y con tamaña mano tomó cuanto
podía abarcar.
Quintana repitió entonces: ¿Qué va a usted a hacer con tan
poco?; tome usted más'. Entonces Ferreira, extendiendo su
amplio pañuelo, puso en él cuanto podía cargar, algunos
cientos.
"Con más generosidades como ésta, con lo que sustraerían los
peones conductores, los cavadores, los agentes subalternos y
algunos más, ¿qué extraño es que el caudal, cuando hubo de
entrar en arca, hubiese disminuido notablemente? Se dijo que
faltaba mas de la mitad. " (José
Marta Paz, Memorias.)
No se
detuvo
aquí la codicia de Martín Rodríguez, sino que, ebrio de poder,
hízose designar supremo director de la Provincia del Plata, en
un arresto independentista que erizó la piel
de
Rondeau, quien ordenó su inmediata destitución y su reemplazo
por el amigo de Manuel Ascencio, don Juan Antonio Fernández.
Lo cierto era que la conducta del general en jefe del Tercer
Ejército del Norte no era mejor, y como prueba de ello el
mismo José María Paz nos relata lo
sucedido
después de la única victoria obtenida por Rondeau, en Puesto
del Marqués:
"Nunca he visto, ni espero ver, un cuadro más chocante,
ni una borrachera más
completa. Los licores abundaban, y el frío y la fatiga de la
noche antes, las excitaciones de todo género convidaban al
abuso, que se hizo del modo más cumplido. Debo hacer justicia
a los oficiales, pues, con pocas excepciones, no se vieron
excesos en ellos.
"En las inmediaciones de La Quiaca, a tres o cuatro leguas del
Puesto del Marqués, había otro cuerpo enemigo cuyo número no
sabíamos y que no hizo sino presentarse en las alturas, para
servir de apoyo y reunión a los fugitivos. Es probable que
si doscientos hombres nos hubiesen atacado en aquellas
circunstancias, nos derrotan completamente. Parecíamos más una
toldería de salvajes que un campo militar.
"Dispénseme la acritud con que me expreso, porque ese día ha
sido uno de los más crueles de mi vida. Veía en perspectiva
todos los desastres que luego sufrió nuestro ejército, y las
desgracias que iban de nuevo a afligir a nuestra patria."
A pesar de sus diferencias con Rondeau, los esposos Padilla
esperaron en La Laguna seguros de que serían convocados para
engrosar las filas del ejército que se aprestaba a la batalla
contra los godos. Como dicho llamado no se produjese, Manuel
Ascencio se desplaza hasta Pomata para entrevistarse con
Martín Rodríguez, quien le informó que sólo necesitaban
cabalgaduras y soldados ya que los puestos de mando estaban
suficiente y adecuadamente cubiertos con los oficiales
designados por el gobierno porteño.
Los Padilla, tragando saliva, sobreponiéndose a este nuevo
desaire, optan una vez más por colaborar con los jefes
abajeños convencidos de que todo sacrificio era bueno si las
fuerzas realistas eran finalmente derrotadas y ese amado suelo
y sus habitantes liberados del yugo hispánico. Cumplen
entonces con lo solicitado y envían contingentes de animales y
soldados que merecen el displicente elogio del coronel
Rodríguez: "las fuerzas que me participó mandar no son
despreciables, a
ellas y las que pueda reunir en el curso do su marcha las
destinaré a Pocoata". También le hace saber, nuevamente y como
para que no queden confusiones, que los esposos deberán
permanecer en La Laguna, en espera de instrucciones y
custodiando las vías de acceso de aprovisionamiento realista.
No sólo fueron los Padilla los caudillos dejados de lado
por Rondeau sino también todos los demás, con lo que el ejército
patriota se vio privado del coraje, del patriotismo y del
conocimiento del terreno de otros caudillo como Lanza, Zárate
y Camargo. Los historiadores que defienden la decisión de
Rondeau indican que éste no quería indisciplinar sus fuerzas
incorporando a ellas jefes irregulares que si bien habían
dado enorme pruebas de su bravura, no eran adecuados para
desempeñarse dentro de las rigurosas estructuras de un
ejército formal. |