-Ella una de la tantas mujeres que
han forjado nuestra historia, que a�n hoy, lo triste de
su destino y la soledad en el final de sus d�as,
logra conmovemos hondamente..."
Mar�a de los
Remedios Carmen Rafaela Feliciana de Escalada, as� fue
bautizada un 20 de noviembre de
1797, en la Merced, el d�a de su nacimiento, por sus
padres Antonio Jos� y Tomasa. Su padre Canciller de la
Real Audiencia, que la hab�a entregado siendo aun una
ni�a por ambici�n de dinero y poder, al hombre que
jam�s la hab�a hecho feliz, esto seg�n lo calificaba
ella: un vil arreglo pol�tico, un gran acontecimiento
social que se ocultaba detr�s de estas palabras:
libertad, revoluci�n e independencia.
El 12 de
Septiembre de 1812 se cas� con Jos� de San Mart�n, ella
ten�a solo catorce a�os, �l treinta y cuatro, y desde
este instante comienza su desolado sufrimiento. Una
vida austera impuesta por su esposo desde el mismo
momento en que descubre su ajuar de sedas de Par�s y
R�o de Janeiro y las convierte en cenizas explic�ndole
que la esposa de un militar de su rango no deb�a
exhibir lujos, provoc�ndole desaz�n y angustia... Le
dej� solo tres vestidos, "los m�s descoloridos y
simples". As� se presenta en Mendoza en Septiembre de
1814, su �nico af�n acompa�arlo,
contenerlo, esperando sentir su abrazo, su coraz�n
palpitando de algarab�a ante su presencia, y dice: "�l
me azot� con distancia y su maldito aire militar". Se
instal� en su hogar, sencillo, cercano a la plaza de
armas y al Cabildo, al que pocas veces acudi� a
refugiarse, porque antes que esto, el olor a p�lvora,
la estrategias dise�adas sobre un papel, las voces de
los soldados
eran su �nico goce. "Con poco nos contentamos las
mujeres junto a ellos. Sus brazos guerreros
manchados de sangre, historias de mundos que jam�s
visitaremos, y las voces de libertad que quieren
inculcar en medio de tanto desasosiego.
�Pobre de aquellos que no triunfen o se
equivoquen porque les pasar� lo que a nosotras:
caer en el abismo del olvido y del repudio!".
Se sent�a feliz
recordando aquellas tardes de paseo por las veredas de
tierra junto a sus amigas, libres y divertidas, o
relatando como la monjas Nieves Godoy, Dolores
Esp�ndola y Mar�a del Carmen del Ni�o de Dios Correas,
del Monasterio de la Buena Esperanza, hab�an decidido
confeccionar y bordar la bandera del Ejercito del
Libertador, entonces s�, el general tuvo palabras
de
reconocimiento a su labor diciendo: "las Monjas
tienen el honor y la gloria de haber contribuido
al m�s noble desprendimiento a la
formaci�n del Ej�rcito de los Andes y el gran
privilegio de haber bordado la bandera de la Patria".
Tampoco se
alejaba de su pensamiento aquella maravillosa tarde en
que las Patricias entregaron sus joyas, tambi�n con
prop�sito de ayudar. El general era, demasiado duro y
estricto en sus exigencias, solicitaba el m�ximo de los
esfuerzos al pueblo mendocino, desde animales, v�veres,
abrigo hasta lo m�s importante, lo m�s atesorado, la
entrega a la patria de los hijos varones... Y a
pesar de satisfacer
con todo esto, los acusaba de indolentes: "para m�
aquella tarde fue memorable..., Cada uno hab�a acercado
algo, pero no negaremos que odiaron a la Patria
ya la guerra, por arrancarles con insolencia
desde su modesto bienestar, hasta sus hombres".
Ninguna de estas reacciones sorprend�a a Remedios,
porque actuaba con la misma indolencia cuando la
salud
quebrantada de ella, la somet�a a esos
ataques infernales, sumida en la soledad con la �nica
compa��a de su criada Jesusa -m�s adelante nos
referiremos a ella-, �l siempre ausente, - "Jos�
nunca estaba", y cada vez que emprend�a
un viaje me entregaba al cuidado de alguna
familia "1endocina que no se excusara en recibir
a esta "t�sica desahuciada...", Como si �l no
fuera un
Mortal, como todos, porque tambi�n padec�a sus males,
su columna, su reuma, ataques de gota,
y bilis, dias en
cama. Yo lo cuidaba, yo lo atend�a. Lo que
�l, creo no comprend�a, era que por m�s batallas
ganadas, por m�s traves�as en la monta�a y
pa�ses liberados, u Jos� era un hombre , simplemente
un hombre".
Todas sus maldiciones
eran hacia su salud, esos
fuertes ataques, acompa�ados de mareos y desmayos, su
debilidad, - "Maldita enfermedad, me ha
condenado a sufrir, siento un vac�o de vivir
y un v�rtigo de no ser". No le dejaba disfrutar
de nada y le quitaba todo, su humor hab�a
cambiado y su
car�cter, este mal hab�a anidado en ella, para no
abandonar/a jam�s.
Entonces era
inevitable pensar en Merceditas, una ni�a condenada a
transitar por este mundo,
sin una madre que la
acompa�ara, sin un padre que la cobijara, y m�s a�n sin
hermanos con quienes compartir y conversar la vida, en
fin, Merceditas, sola e indefensa.
El final
se acercaba, era su sombra, el general decide entonces
enviar/a a Buenos Aires, una vez m�s al cuidado de su
familia, un viaje que ser�a de ida. Dispuso una
diligencia, soldados que la
custodiaran, una criada, que no fue Jesusa. Se
despidi� de ella para no
volver a ver/a. Las enviaba a recorrer una camino
colmado de peligros, los salvajes posiblemente
atacar�an y descargar�an sobre ella todo su odio.
El pueblo mendocino
despidi� aquella ma�ana a su generala, pero los
comentarios fueron inevitables, las habladur�as,
dejaban deslizar que ese viaje era una locura, que
adem�s no era la tisis, la �nica excusa, algunas
desavenencias amorosas se hac�an tambi�n presentes, y
lo confirma una carta que el general redacta a su amigo
Guido y expresa: ..oo. Alg�n dia lo pondr� al
alcance de ciertas cosas y estoy seguro dir�
usted, nac� para ser un verdadero cornudo, pero mi
existencia misma la sacrificar�a antes de echar una
mancha sobre mi vida publica... "
Pero no viajaban en la sociedad
absoluta, a poca distancia, un carromato destartalado
casi, y oscuro los segu�a, todo esta fr�amente
previsto, un ata�d de madera era toda su carga. El
general hab�a decidido enviar/o, por si la dama no
llegaba a destino. El temido ataque no se hizo esperar
demasiado y cuando arribaron a la posta Demochados, el
peligro los azot�, los salvajes indios arremetieron
contra la dama y su comitiva. Guarecidas al reparo de
un cobertizo, Remedios, su hija y la esclava se
sintieron morir, lo �nico que les brind� calma fueron
sus ruegos a Dios, implorando protecci�n. El general
Belgrano envi� una misiva a San Mart�n: "... Pienso
detenerla hasta ver m�s claro a estos
hombres, opino que debe ir embarcada a
Rosario..., En fin veremos lo que mejor le convenga".
Por supuesto el viaje continu� por tierra.
Entr� en la ciudad de Buenos Aires
por la calle de la Catedral, no muy lejos estaba la
casona de los Escalada. La recibieron su padres, y tres
sirvientes, que no pudieron ocultar su dolor al verla,
su fragilidad era alarmante, en su rostro se dibujaba
la muerte, era tan joven a�n. Hab�a vuelto a
su casa, su mundo,
aquel lugar que nunca debi� abandonar.
Transcurrieron los d�as y la
comunicaci�n por carta con su esposo fue primero
espor�dica, luego inexistente, recib�a alguna noticia
por las gacetas que le acercaban el general O'Higgins o
lo amigos de San Mart�n, esto la manten�a informada.
Entre otras, lo supo en Chile, trabajando para liberar
a Per�, m�s tarde en Lima, vencedor, pero la
Independencia continental de Sud Am�rica ser�a su gran
obra. Tambi�n le interesaron sus amor�os con una
chilena arist�crata ella, o con Rosa Campusano, una
peruana. Y aqu� aparece Jesusa, esa esclava que una
tarde fr�a de junio del a�o 1820 hab�a sido vendida en
Mendoza, en un acto publico, acostumbrados en la �poca,
por ciento sesenta pesos, que no la hab�a acompa�ado en
su viaje de regreso, esa mulata guardiana de sus d�as,
se perdi� entre las sombras, sin
siquiera despedirse, una orden de �ltimo momento hab�a
cambiado su rumbo, ahora la noticias la ubicaron
primero en Chile, luego en Per�, siguiendo los pasos
del general, con un hijo mulato, muy parecido a �l, no
la odi�, pero fue otro trago amargo que Remedios
soport� y que no dej� de provocarle un gran desconsuelo-
All� estaba ella, sumida en sus
recuerdos, sus despojos tendidos sobre una cama
acicaladamente, con solo veinte kilos, soportando la
impotencia, sinti�ndose vencida, al fin se
entreg�, sin m�s...
La
acompa�aron los Escalada y algunas de las familias m�s
importantes de la sociedad, en su recorrido
por las calles de los Recoletos, �ste fue su cortejo
hasta la morada final. Tres hombres �;e trajes oscuros
cavaron un hoyo, desparramando tierra tambi�n oscura
alrededor, " Jos� estaba
ausente". Lleg� a Buenos Aires tiempo despu�s de su
muerte, en busca de Merceditas, que
poco recordaba de �l, antes de emprender su regreso a
Europa, coloc� una l�pida, la que solamente expreso:
"Aqu� yace
Remedios Escalada, esposa y
amiga del general San Mart�n".
N. De la R.: Habr� recordado aquello de que:
" siempre
detr�s de un gran hombre, se esconde una gran
mujer ".
Remedios s� tuvo muy presente los consejos del padre
Juan Guillermo: "la mujer debe seguir a su
esposo en la vida y en la muerte". En la
vida intent� acompa�arlo, la
muerte la encontr� sola.
Graciela.
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