Las
Madres indias también tienen corazón
Una
semana atrás las tropas al mando de Francisco Bedoya
habían exterminado a toda la población de una aldea
india, treinta y tres familias pagaron con su vida la
negativa a enrolarse en las filas de los enemigos de
Artigas, el famoso caudillo oriental. Era explicable
entonces la zozobra que sentían los habitantes de
Corrientes de saber que las tropas artiguistas se
acercaban, setecientos indígenas guaraníes al mando de
Andrés Guacurarí y Artigas, indio educado en las
antiguas misiones jesuíticas y conocido como Andresito.
Estábamos a mediados del año 1818, se trataba de
hombres fogueados en cien batallas, veteranos de la
lucha contra los portugueses. El terror dominó a los
pobladores de Corrientes los indujo a enterrar en las
afueras del caserío sus más preciados tesoros y joyas.
Sólo Francisco Bedoya optó por ocultar sus riquezas en
el jardín de la mansión que ocupaba, ingenuidad, porque
sería despojado por su criado, indio de la tribu
aniquilada por Bedoya. Mientras tanto los vecinos de la
ciudad intentaban idear alguna defensa. El ejército
indio entró en la ciudad en perfecto orden, ocupando la
plaza mayor, nadie mostraba deseos de venganza. Horas
después Andresito y sus oficiales asistieron a misa en
la Iglesia de San Francisco, su aspecto era lamentable,
vestían jirones y un chiripá por toda ropa, su
armamento impresionaba por lo precario, antiguas armas
de fuego, lanzas, arcos y flechas. Al finalizar el acto
religioso alrededor de doscientos niños indígenas,
esclavos de las principales familias de la campaña
recientemente liberados por Andresito, esgrimiendo
armas adaptadas a su tamaño, conducían prisioneros a un
número igual de niños blancos, hijos de las familias a
las que ellos habían servido. El cautiverio benigno,
duró una semana, al cabo de la cual el jefe indio llamó
a las madres y les devolvió sus pequeños,
recordándoles" que las madres indias, también tienen
corazón". Días después, Andresito dispuso que se
organizara una fiesta, a la que debían sumarse los
vecinos y los indios de su tropa. Sería una fiesta
simple, y en su transcurso los indios guaraníes
representarían dramas sacros enseñados por los
jesuitas. Entre las que más le agradaban estaban "La
Tentación de San Ignacio", cuyas danzas eran
interpretadas por estos hombres de rostros feroces, con
total soltura y gran delicadeza. Pero el temor había
alejado a los blancos, entonces solo la tropa de
Andresito rodeo el precario escenario. El desaire fue
tan grande que el jefe indio no estaba dispuesto a
perdonarlo, por ello a la mañana siguiente, los
tambores convocaron a la plaza a los vecinos y un
portavoz transmitió las órdenes del jefe indio: los
ciudadanos más respetables y adinerados debían hacerse
presente de inmediato, la noticia sumió a los
convocados en el más hondo pánico, hubo llantos, rezos,
despedidas, invocaciones al Señor, puesto que para
ellos había llegado la hora de la degollación. Una vez
reunidos en la plaza, Andresito hizo que se le
distribuyeran palas y azadas, rogándole en amable tono
y con excelentes modales que limpiaran el lugar de
hierbas malignas, estas eran abrigo de alimañas,
peligro para los niños y las mujeres, constituían un
horrible espectáculo en una ciudad que estaba orgullosa
de la cultura de sus habitantes. Al caer el sol una
desconocida pulcritud imperaba en la plaza, los pastos
recortados y canteros primorosamente diseñados, a la
vez que yacían exhaustos los artífices de tanta
belleza. Rodeándolos estaban los indios, setecientos
rostros amenazantes que, a la señal de su jefe
estallaron en una ensordecedora carcajada. El viejo
Sherhisha, cómico de la tropa imitaba las grotescas
posturas de los mortificados obreros, después se
agregaron músicos y la tortura se convirtió en una
fiesta. Solo a su fin la tropa india se retiró tan
silenciosa como a su llegada. Andrés Guacurarí y
Artigas había tomado desquite a su manera.
Información extractada de Enciclopedia Abril, Educativa
y Cultural S:A. Editor César Civita. Avalada por el
Instituto Geográfico Militar. |