¿Dónde van aquellos que
están solos en una noche como ésta?; porque convengamos
que no es una noche cualquiera. Ni un sábado más; ni
siquiera se parece a cualquier fiesta.
¡Pero
el alma del tanguero nunca está sola!. Eso me dije, y
me preparé para salir después de las 12. Sonaron las
bombas, que dicho sea de paso, cada vez son más
fuertes. La algarabía se adueñaba de la noche y el
choque de las copas en el brindis, anunciaba, una vez
más, el nacimiento del Hijo.
Miré
el arbolito prolijamente armado el8 de Diciembre; puse
al Niñito en el Pesebre, me persigné y salí. El cielo
se iluminaba con tantas luces que estallaban al
unísono. Como si fuese el último día, se mostraban
brillantes y esplendorosas queriendo mostrar el
Universo en cuestión de segundos. Ni un perro en la
calle. Las personas se cruzaban y saludaban a los
vecinos; algún que otro borracho perfilaba hacia la
mitad de la calle, como queriendo comprarle al
municipio el pedazo de empedrado que le corresponde. El
paisaje festivo le puso mejor "onda" a mi caminata y
luego de unos minutos subí al taxi.
Cuando llegué al Canning, parecía como si
todavía no hubieran abierto. Pero ya estaba ahí y me
bajé. Sí, por suerte estaba abierto, pero nadie a la
vista me aseguraba que esa noche había milonga. Nada de
música, desde adentro, me daba una señal.
Entonces caminé despacio (cruzando los dedos) por el
pasillo y abrí la puerta. El saludo espontáneo en la
entrada y las mesas vacías alrededor. El panorama era
de "Nochebuena en familia", "con amigos", pero no en la
milonga. Al fin, me senté, creyéndome el ser más
desamparado y solo de la Tierra. Dejé mi carterita en
la silla de al lado, como para hacerme compañía y me
aferré a la ilusión de que en algún momento alguien,
tan solo como yo, llegara. Si es hombre, mejor.
El
mozo se acercó tímido y le pedí un café; porque de
verdad, no sabía qué pedir ni tenía ganas de tomar
nada. El aire acondicionado estaba a full.
Con mi chalina con brillos me abrigué la garganta,
crucé los brazos y esperé. Media hora de tango y yo
"planchando" acá. A los mozos, fieles en la barra,
los sorprendía, de vez en cuando con una mirada
piadosa.
Comenzaron a llegar, pero eran parejas, y ningún tipo
solo. Bueno, al fin y al cabo, era Navidad. ¡Qué
pretendía yo! A eso de la 1.30 hs., y ya dispuesta y
resignada a terminar la noche en chinelas y con una
sidra que había guardado en la heladera (por si las
"moscas", ¿ vió?), suena Pugliese, ya mis espaldas,
alguien que aparecía de la nada y que me invitaba a
bailar. Eran las 5, cuando "bajamos" de la pista. No
hubo descanso, ni siquiera el atisbo so pretexto de
tomar algo, de volver a la mesa. Durante casi 4 horas
bailamos, sin decimos una palabra, sin soltamos
siquiera.
Su
abrazo era suave y su respiración tranquila. Me
acompañó a buscar un taxi y sin decir una sola palabra,
ya cuando el coche llegó, me besó en la mejilla y sus
ojos, que hasta el momento no había visto, y que eran
de un marrón intenso, se clavaron en los míos; y sólo
atiné a decir "¡Gracias!". No le pregunté nada. No me
dijo nada. El taxi emprendió el camino de regreso. Abrí
la puerta, me saqué los zapatos, fui de a poco
desvistiéndome hasta llegar a la cocina. Busqué un
vaso, abrí la heladera y destapé la sidra. Me acerqué
al arbolito y con mi vaso lleno entre las manos, miré
al Niñito del Pesebre y sus ojitos de un marrón
intenso, en los que podía verse el Universo, se
clavaron en los míos. El Milagro se había hecho.
Arrastrando las chinelas sobre el piso de madera, me
dirigí al sillón, y me despatarré sobre él, dejé el
vaso en la mesita ratona, prendía tele haciendo "zapping"
un rato y me quedé dormida. Un "bombazo" me
despertó sobresaltada, poco ruido en la calle, un sol
que amenazaba quemamos vivos y el timbre del vecino que
perfora los tímpanos (a una "amanecida" como yo)
25 de Diciembre: 12 hs. Abro la heladera y saco la pata
de pollo que me sobró del 24, me sirvo otro vaso de
sidra y pongo a Pugliese, mientras digo i Feliz
Navidad!.
Sarah
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