Cuando
no había ni asomo de barrio, la esquina ya estaba allí,
con su poste y su luz, esperándolo. Porque al principio
fue la esquina.
En
Buenos Aires, por su traza de sencilla geometría
cuadricular, respetuosa de los puntos cardinales, las
calles se cruzaban formando las clasicas y puntuales
cuatro esquinas. Mas tarde, con el crecimiento, algunas
como llevadas por los vientos, apuntaron a diversos
rumbos provocando el encontrón de más de dos que
quebrantaron el esquema inicial generando las inusuales
cinco, y aún siete, esquinas. La de cinco, por ser la
primera y por esa rareza como de trébol de cuatro hojas
que tenía, fue de la mayor y perdurable prestigio, que
aún le dura.
De la
simple intersección de las calles " nació entonces ese
espacio ciudadano que llamamos esquina. En su
emplazamiento material, su lecho geográfico. Ese
fragmento urbano, repetido y aparentemente igual para
todas, es el ámbito necesario. Necesario pero no
suficiente.
Para
ser "la esquina" como lo entiende la sutíl "parla"
porteña, otras virtudes ha de tener. Cantidad no
definida y, tal vez, no definible de circunstancias
deben concurrir para hacer de un mero espacio físico
una entidad espiritual. Un tácito acuerdo y un plural
entendimiento que nadie concertó conducen, sin
ceremonia visible, ese misterioso proceso de gestación.
A
veces, no siempre, una presencia con fuerte poder de
convocatoria lo favorecía: antaño una pulpería, un
boliche, el almacén. Después el café. Hasta un humilde
buzón. No es condición indispensable. A algunas les
bastó con el sol que las inundaba...
...No
todas las esquinas son o fueron iguales. Su importancia
les viene por su área de influencia. Desde las que
apenas si superan como tales la reducida superficie
propia, hasta las que hallaron vasto eco y
reconocimiento general, el espectro que ofrecen muestra
una variada gama de valores. Un buen número logró
extender su originaria zona de influencia gravitando
hasta varias manzanas a la redonda y aún llegaron a
regir barrios enteros, cuando no han pasado a ser, lisa
y llanamente, su símbolo. Así Cabildo y Juramento,
Rioja y Caseros, Beiró y Lope de Vega, Cuenca y Jonte,
Triunvirato y Monroe, Av. La Plata y Chiclana, entre
otras tantas más. Sin contar las muchas y notorias que
generan en su largo itinerario avenidas como Rivadavia,
Corrientes, Santa Fe, etcétera, que están en la mente
de todos y sería obvio enumerar. Quedan todavía en
reducido} privilegiado número, las esquinas por
antonomasia: las que de la mano de un cuento, una
novela, un ensayo o la letra de un tango, ganaron la
módica inmortalidad y un lugar en la mitología
ciudadana: Suárez y Necochea, Centenera y Tabaré,
Rivadavia y Rincón, San Juan y Boedo y ¿es necesario
nombrarla?, Corrientes y Esmeralda.
A
espaldas de estas señeras y rutilantes muestras, yacen
atrapadas en la cuadriculada trama urbana un sinnúmero
de esquinas menores que son el invisible sustento de
aquellas como los ocultos ladrillos lo son de su muro.
Esquinas mínimas, anónimas como los seres que las
poblaban, que no dejaron rastro en la historia
ciudadana pero que la hicieron tanto o más, en su suma,
que las de mayor prestigio. Lo que perdían en extensión
lo ganaban en intensidad, en profunda entraña humana.
Ninguna como ellas supo en Buenos Aires y por décadas,
sustentar y preservar lo más auténtico de la cotidiana
vida porteña.
y
esas mínimas esquinas ¿dónde están? Las esquinas no son
eternas. Nacieron de necesidades y circunstancias
humanas -por lo tanto transitorias- y a sus avatares
quedaron ligadas. Crecieron, desarrollaron con los
núcleos que las gestaron. Y corrieron la variada suerte
que el azaroso vivir a cada uno le deparó. Como los
hombres, las esquinas padecen cansancio, sufren el
abandono, el desamor. Las esquinas también mueren....
León Tenenbaum.
(Buenos Aires, un museo al aire libre. Ediciones
Corregidor 1989)
Información extraída del Diario "La Porteña"
Publicación independiente de Distribución Gratuita.
Editada por estudiantes dellnstructurado de Historia de
la Universidad del Tango (CETBA)
Sarah |