JUANA AZURDUY
El joven cholo hab�a desarrollado una fuerte rela�ci�n con los
ni�os, sobre todo los varones Manuel y Mariano, quienes
aprend�an del joven indio las habili�dades de la selva, c�mo
sacarle punta a una flecha, c�mo tensar un arco, c�mo
atravesar peces con una lanza, c�mo cazar monos y hacer
sabrosa su carne, c�mo trepar hasta la copa de los �rboles
para vigilar. Al mismo tiempo consideraban natural que ese
joven apuesto de brazos nudosos y de piernas bien tornea�das
les recitase bellas poes�as acompa��ndose de su quena:
Luz que me despiertas en cada ma�ana,
con la sonrisa rosada de otra aurora que llega,
y, muy despacio, va dorando el cielo,
mientras un sol madrugador, entibia
del aire la caricia...
Manuelito
aprendi� r�pidamente a revolear la "huaraca", y lanzaba la
piedra, que deb�a ser de aerolito para tener m�s peso, lejos y
con notable punter�a. Su hermano era menos vigoroso, pero
ten�a Mariano, en cambio, una notable inteligencia para
esconderse haci�ndose inhallable o para desplazarse con tanto
ssigilo
que desconcertaba al mism�simo Hualparrimachi. Felices y
jadeantes, los ni�os rogaban al guerrero� poeta que los
premiase con alguna de sus creaciones.
�Apu Inti, del mundo todas las maravillas
con ti despiertan y ellas son mis amigas!
�Buenos d�as, aurora clara!
�Buenos d�as, quieta monta�a!
�Ah sol, toda oro, y en la noche, de plata!
Buen d�a, cielo limpio con sol reci�n nacido, pasto
flor, r�o calmo, arroyo cristalino...
A ti arroyo, te hablo:
Ma�anera, suave brisa
si est� mi amada despierta,
ll�vale este hato de besos,
que en mi boca tengo presos.
En cuanto llegas, amigo sol,
lo que la noche esfuma con su oscuridad,
se llena de vida, luz y color
�Buen d�a, Apu-Inti! �Buen d�a, mi Dios-Sol
No te vuelvas ardiente,
no la hieras quemante.
S� bueno, tus rayos entibia.
Torna tu luz tan suave,
que hasta su rostro llegue,
cual t�mida caricia, como ese beso leve,
�que mis labios ansiosos,
a darle no se atreven!
Corriente de agua clara, t� que copias su imagen
y la llenas de besos, cuando la ba�a tu agua,
�No te das cuenta cu�n
feliz eres?
Hoy otro d�a nace, donde todo est� riente,
Y, como todo es un sue�o dichoso y transparente,
mi alma enamorada, le env�a su saludo.
Se ha dormido mi pena. Se la llev� la noche.
�Al arribo del d�a mi dolor queda mudo!
Se sent�an orgullosos los ni�os de que fuese Juan
Hualparrimachi, nieto de rey europeo y descendiente de monarca
incaico, quien estuviese a cargo de ellos, pues a sus o�dos
llegaban comentarios de su extraordinario valor en las
batallas, de su lealtad hacia sus jefes, de c�mo las j�venes
indias suspiraban por su amor.
Una de sus haza�as m�s mentadas fue cuando �l y Juana
rescataron incre�blemente a Manuel Ascencio, ca�do preso luego
de una acci�n algo descabellada que tuvo por misi�n la de
escarmentar � un tal Carva�llo que en nombre del subdelegado
del cant�n de Tapala, don Manuel S�nchez de Velasco, comet�a
toda' clase de abusos contra los nativos. Era tal su
despotismo que cuando los ind�genas no pod�an oblar los
excesivos tributos que �l pretend�a cobrarles les confincaba
por la fuerza todas sus propiedades, la vivienda, las
cosechas, los bueyes, conden�ndolos a la miseria m�s absoluta
y a la inevitable muerte por ina�nici�n. Pero no terminaban
aqu� sus haza�as sino que a los o�dos de los Padilla llegaban
inacabables denun�cias acerca de torturas y asesinatos que
Carvallo y sus secuaces comet�an como una forma de imponer su
voluntad por el terror.
Ese terror realista que tan bien describiese el Tam�bor
Vargas, un casi analfabeto y modesto integrante de las tropas
patriotas que durante a�os llev� un diario en el que describ�a
con una desapasionada objetividad la tragedia que se
desarrollaba ante sus ojos.
Uno de sus relatos m�s conmovedores es aquel en el que un
adolescente es ajusticiado p�blicamente sin que alcanzase a
comprender qu� era lo que iban a hacer con �l y, mucho menos,
por qu�:
"Uno de ellos era un jovencito de la puna, as� llaman a los de
las pampas de Oruro y de todo lugar fr�gido; dicen que sal�a
de la iglesia al pat�bulo comiendo un mollete, que es el pan
que hacen del �spero de la harina de la flor, sin saber por
qu� lo mataban ni dar cr�dito de que iba a ser v�ctima, sal�a
con una frescura de �ni�mo, y siempre mascando iba el
jovencito, el se�or cura que lo ayudaba le dec�a: `hijo, ya no
es tiempo de que comas, en este momento vas a la presencia del
divino tribunal, p�dele miseri�cordia, ll�male que te ayude,
te defienda del enemigo malo; a este tenor palabras dirigidas
y propias Para el presente asunto, el indiecito nada hablaba
comiendo el mollete, hasta que le replicaba al cura. `tata
cura, desde anteanoche estoy sin comer, acabar� de comer
todav�a, ll�venme despacio pues, �y no pudiera ver todav�a
c�mo estar�n mis carneros cargados, despu�s me volviera
pronto, y entonces les acompa�ar�, hasta donde quieran me
llevan pues, le suplica�ba a un soldado que le d� licencia,
despu�s pro�mete que le ayudar� a cargar el fusil aunque sea
todo el d�a y ma�ana
m�s, llega al pat�bulo, lo
sientan y lo afusilan, todav�a el pan en la boca, el indiecito
no hab�a acabado de tragar siquiera, lo que caus� la mayor
compasi�n, hasta los sol�dados enemigos se regresaron llorando
viendo al difunto con el pan en la boca y en la mano, a este
infeliz inocente, a�n m�s dicen que dijo a tiempo de que un
soldado y oficial le dicen que se siente: `d�jenme nom�s ya
pues, mi madre me retar�, qu� dir� de mi tardanza', as� pues
se manejaban los fieles vasallos de su majestad el rey de
Espa�a".
Manuel Ascencio y Juana no se amedrentaban y consideraron que
una vez m�s era necesario demos�trar a los habitantes de la
regi�n que ellos no eran insensibles a las barbaridades de los
godos y plancaron una �acci�n de represalia contra el tal
Carvallo. S�lo as� estar�an en condiciones de
solicitar colabora�ci�n cuando la necesitasen, ya sea
reclutando guerre�ros o aprovision�ndose de v�veres;
cabalgaduras o municiones.
Eran momentos dif�ciles, y Padilla s�lo contaba para la
acci�n con su esposa, Hualparrimachi y Jos� Ignacio Z�rate, un
caudillo proveniente de la republi�queta de Porco, que ante la
desaz�n y la deserci�n que hab�an cundido entre las filas
patriotas despu�s del desastre de Ayoh�ma hab�a decidido unir
sus huestes a las de Padilla para hacerse m�s fuerte. Estos lo
acogieron con gran satisfacci�n, ya que las mentas sobre
Z�rate lo se�alaban como persona de gran cora�je y gran
convicci�n en su lucha contra los realistas.
Desliz�ndose en las sombras, el 19 de febrero c�e 1814 Padilla
y Z�rate penetraron en la alcoba de San�chez de Velasco y lo
apresaron. La estrategia que hab��an
dise�ado consist�a en aprovechar el terror que Z�rate infund�a con sus
correr�as, en las que no aho�rraba las crueldades de la �poca,
las que difundidas entre los partidarios del rey le hab�an
echado fama de hombre despiadado. Fue as� como, para cubrir la
acci�n de comando de Z�rate y Padilla, do�a Juana y
Hualparrimachi recorrieron el rancher�o gritando: "�Aqu� est�
Z�rate! �Aqu� est� Zarate! �Huyamos! �Huyamos!".
La t�ctica fue eficaz y lograron que la mayor�a huyera
despavorida y buscara refugio aterrorizada.
Satisfechos con el �xito logrado, los guerrilleros dejaron
libre a S�nchez de Velasco y regresaron a su punto de origen,
cargados de pertrechos y algunas riqueza que hab�an logrado
saquear. Pero lo que no previeron fue que Carvallo,
fortuitamente fuera del campamento, adem�s de ser persona de
aver�a era tambi�n avezado militar, logrando reunir velozmente
una partida con la que sali� en busca de los patriot�as,
sorprendi�ndolos al descampado y despreveni�dos.
En estas circunstancias fue clara la dificultad que
significaba para los esposos llevar consigo a sus cuatro
hijos, ya que, ante la sorpresa, Juana y Hualparrimachi se
ocuparon de ponerlos a salvo, dejando solos frente a los
atacantes a Z�rate y a Manuel Ascencio, los que luego de una
brav�a pero muy, despareja escaramuza fueron heridos y
apresados.
Los realistas no perdieron el tiempo en estaquear a Padilla y
a su compa�ero, cuyo nombre a�n descono�c�an, y comenzaron a
torturarlos como una forma de ir prepar�ndose para el goce de
la muerte. Juana y Hual�parrimachi comprendieron que deb�an
obrar con gran premura y audacia si quer�an salvarles la vida,
y no vacilaron en hacerlo luego de dejar a Manuel, Mariano y
las dos ni�as escondidos en la casa de una familia india leal.
En el estiramiento de los tormentos y la consiguien�te demora
en la pena capital influy� no s�lo el ebrio regodeo s�dico
sino tambi�n la intervenci�n de S�n�chez de Velasco, quien no
olvidaba que Padilla y los dem�s le hab�an perdonado la vida,
y exig�a como autoridad que antes de ser pasados por las
armas, dado que por la importancia de los reos �l deber�a
informar a la superioridad, los prisioneros recibieran la
extremaunci�n de un sacerdote.
Los realistas, ya en un estado de franca borrachera, hab�an
pasado de los golpes a la utilizaci�n de las armas blancas, y
se divert�an ahora en hacerles cortes a Padilla y a Z�rate
entre burlas y carcajadas.
De pronto del exterior llegaron voces alarmadas que anunciaban
el regreso del tal Z�rate, ese campe�n el terror que erizaba
la piel de los godos. Los tortura�dores
interrumpieron sus tareas y salieron a preparar la defensa
ante tan temible ataque.
Como es de imaginar, se trataba de Juana y de Hualparrimachi,
quienes disparando al aire y arrastran�do ruidosas ramas de
Cola por el suelo, desga�it�ndo�se en gritos de amenaza y de
alarma, hab�an tenido �xito en crear confusi�n, y los
prisioneros aprovecha�ron para huir a todo lo que daban sus
piernas. |