Página Inicio

   Quienes Somos

    CARTELERAS
 

   PEÑAS BAILABLES

   EVENTOS Y PEÑAS ESPECTÁCULO

   MÚSICOS Y CANTANTES

 
    TEMAS DE INTERÉS
 

AL COLE CON EL FOLKLORE

   Artículos Relacionados

   Comidas Típicas Criollas

   Conociendo la Argentina

   Conociendo nuestro Barrio

   Creencias

   Costumbres

   Danzas Tradicionales Hist/Coreog

   Diccionario Folklórico

   Efemérides Folklóricas

   Fábulas

   Fiestas Criollas por Provincia

   Jineteada y Doma

   Instrumentos Musicales Autóctonos

   La Payada y los Payadores

   Literatura Digitalizada

   Notas de Interés General

   Nuestra Bandera

   Nuestro Himno

   Pilchas Gauchas

   Objetos Representativos

   Refranero

   Relaciones

   Representantes del Folklore

   Supersticiones y Leyendas

   INGRESO AL FORO TRADICIONES

   ALMACEN DE CAMPO

   LIBRO DE VISITAS
 
   ENTRETENIMIENTOS
 

   Adivinanzas

   El Rincón de los Abuelos

   GAUCHITOOO

   Juegos

   Links relacionados

   Postales Virtuales Argentinas

   Rincón Poético
 
   OTROS DESTACADOS
 
   DESTACADOS DE PEÑAS
   ESCUELAS DE DANZAS NATIVAS
      DONDE APRENDER A BAILAR
   C. de Música/Salas de Ens. / Est. de
      Grabación/Luthiers/Representantes
   Conjuntos y Artistas Folklicos -
   Danzas de Proyección Hist/Coreog
   La Revista Peñera
   Manos Argentinas
   Musicalizadores de Peñas

   PROFESORES - CLASES

   PROGRAMAS RADIALES Y TV

   REVISTAS FOLKLÓRICAS
   DIARIOS TRADICIONALISTAS

JUANA AZURDUY

El joven cholo había desarrollado una fuerte rela­ción con los niños, sobre todo los varones Manuel y Mariano, quienes aprendían del joven indio las habili­dades de la selva, cómo sacarle punta a una flecha, cómo tensar un arco, cómo atravesar peces con una lanza, cómo cazar monos y hacer sabrosa su carne, cómo trepar hasta la copa de los árboles para vigilar. Al mismo tiempo consideraban natural que ese joven apuesto de brazos nudosos y de piernas bien tornea­das les recitase bellas poesías acompañándose de su quena:

Luz que me despiertas en cada mañana,

con la sonrisa rosada de otra aurora que llega,

y, muy despacio, va dorando el cielo,

 mientras un sol madrugador, entibia

del aire la caricia...

Manuelito aprendió rápidamente a revolear la "huaraca", y lanzaba la piedra, que debía ser de aerolito para tener más peso, lejos y con notable puntería. Su hermano era menos vigoroso, pero tenía Mariano, en cambio, una notable inteligencia para esconderse haciéndose inhallable o para desplazarse con tanto ssigilo que desconcertaba al mismísimo Hualparrimachi. Felices y jadeantes, los niños rogaban al guerrero­ poeta que los premiase con alguna de sus creaciones.

 

¡Apu Inti, del mundo todas las maravillas

con ti despiertan y ellas son mis amigas!

¡Buenos días, aurora clara!

¡Buenos días, quieta montaña!

¡Ah sol, toda oro, y en la noche, de plata!

Buen día, cielo limpio con sol recién nacido, pasto

flor, río calmo, arroyo cristalino...

 

A ti arroyo, te hablo:

 Mañanera, suave brisa

si está mi amada despierta,

llévale este hato de besos,

que en mi boca tengo presos.

En cuanto llegas, amigo sol,

 lo que la noche esfuma con su oscuridad,

se llena de vida, luz y color

¡Buen día, Apu-Inti! ¡Buen día, mi Dios-Sol

No te vuelvas ardiente,

no la hieras quemante.

Sé bueno, tus rayos entibia.

Torna tu luz tan suave,

que hasta su rostro llegue,

cual tímida caricia, como ese beso leve,

¡que mis labios ansiosos,

a darle no se atreven!

Corriente de agua clara, tú que copias su imagen

y la llenas de besos, cuando la baña tu agua,

¿No te das cuenta cuán feliz eres?

Hoy otro día nace, donde todo está riente,

Y, como todo es un sueño dichoso y transparente,

mi alma enamorada, le envía su saludo.

Se ha dormido mi pena. Se la llevó la noche.

¡Al arribo del día mi dolor queda mudo!

 

Se sentían orgullosos los niños de que fuese Juan Hualparrimachi, nieto de rey europeo y descendiente de monarca incaico, quien estuviese a cargo de ellos, pues a sus oídos llegaban comentarios de su extraordinario valor en las batallas, de su lealtad hacia sus jefes, de cómo las jóvenes indias suspiraban por su amor.

Una de sus hazañas más mentadas fue cuando él y Juana rescataron increíblemente a Manuel Ascencio, caído preso luego de una acción algo descabellada que tuvo por misión la de escarmentar á un tal Carva­llo que en nombre del subdelegado del cantón de Tapala, don Manuel Sánchez de Velasco, cometía toda' clase de abusos contra los nativos. Era tal su despotismo que cuando los indígenas no podían oblar los excesivos tributos que él pretendía cobrarles les confincaba por la fuerza todas sus propiedades, la vivienda, las cosechas, los bueyes, condenándolos a la miseria más absoluta y a la inevitable muerte por ina­nición. Pero no terminaban aquí sus hazañas sino que a los oídos de los Padilla llegaban inacabables denun­cias acerca de torturas y asesinatos que Carvallo y sus secuaces cometían como una forma de imponer su voluntad por el terror.

Ese terror realista que tan bien describiese el Tam­bor Vargas, un casi analfabeto y modesto integrante de las tropas patriotas que durante años llevó un diario en el que describía con una desapasionada objetividad la tragedia que se desarrollaba ante sus ojos.

Uno de sus relatos más conmovedores es aquel en  el que un adolescente es ajusticiado públicamente sin que alcanzase a comprender qué era lo que iban a hacer con él y, mucho menos, por qué:

"Uno de ellos era un jovencito de la puna, así llaman a los de las pampas de Oruro y de todo lugar frígido; dicen que salía de la iglesia al patíbulo comiendo un mollete, que es el pan que hacen del áspero de la harina de la flor, sin saber por qué lo mataban ni dar crédito de que iba a ser víctima, salía con una frescura de áni­mo, y siempre mascando iba el jovencito, el señor cura que lo ayudaba le decía: `hijo, ya no es tiempo de que comas, en este momento vas a la presencia del divino tribunal, pídele miseri­cordia, llámale que te ayude, te defienda del enemigo malo; a este tenor palabras dirigidas y propias Para el presente asunto, el indiecito nada hablaba comiendo el mollete, hasta que le replicaba al cura. `tata cura, desde anteanoche estoy sin comer, acabaré de comer todavía, llé­venme despacio pues, ¿y no pudiera ver todavía cómo estarán mis carneros cargados, después me volviera pronto, y entonces les acompañaré, hasta donde quieran me llevan pues, le suplica­ba a un soldado que le dé licencia, después pro­mete que le ayudará a cargar el fusil aunque sea todo el día y mañana más, llega al patíbulo, lo sientan y lo afusilan, todavía el pan en la boca, el indiecito no había acabado de tragar siquiera, lo que causó la mayor compasión, hasta los sol­dados enemigos se regresaron llorando viendo al difunto con el pan en la boca y en la mano, a este infeliz inocente, aún más dicen que dijo a tiempo de que un soldado y oficial le dicen que se siente: `déjenme nomás ya pues, mi madre me retará, qué dirá de mi tardanza', así pues se manejaban los fieles vasallos de su majestad el rey de España".

Manuel Ascencio y Juana no se amedrentaban y consideraron que una vez más era necesario demos­trar a los habitantes de la región que ellos no eran insensibles a las barbaridades de los godos y plancaron una ­acción de represalia contra el tal Carvallo. Sólo así estarían en condiciones de solicitar colabora­ción cuando la necesitasen, ya sea reclutando guerre­ros o aprovisionándose de víveres; cabalgaduras o municiones.

Eran  momentos difíciles, y Padilla sólo contaba para la acción con su esposa, Hualparrimachi y José Ignacio Zárate, un caudillo proveniente de la republi­queta de Porco, que ante la desazón y la deserción que habían cundido entre las filas patriotas después del desastre de Ayohúma había decidido unir sus huestes a las de Padilla para hacerse más fuerte. Estos lo acogieron con gran satisfacción, ya que las mentas sobre Zárate lo señalaban como persona de gran cora­je y gran convicción en su lucha contra los realistas.

Deslizándose en las sombras, el 19 de febrero cíe 1814 Padilla y Zárate penetraron en la alcoba de San­chez de Velasco y lo apresaron. La estrategia que habí­an diseñado consistía en aprovechar el terror que Zárate infundía con sus correrías, en las que no aho­rraba las crueldades de la época, las que difundidas entre los partidarios del rey le habían echado fama de hombre despiadado. Fue así como, para cubrir la acción de comando de Zárate y Padilla, doña Juana y Hualparrimachi recorrieron el rancherío gritando: "¡Aquí está Zárate! ¡Aquí está Zarate! ¡Huyamos! ¡Huyamos!".

La táctica fue eficaz y lograron que la mayoría huyera despavorida y buscara refugio aterrorizada.

Satisfechos con el éxito logrado, los guerrilleros dejaron libre a Sánchez de Velasco y regresaron a su punto de origen, cargados de pertrechos y algunas riqueza que habían logrado saquear. Pero lo que no previeron fue que Carvallo, fortuitamente fuera del campamento, además de ser persona de avería era también avezado militar, logrando reunir velozmente una partida con la que salió en busca de los patriot­as, sorprendiéndolos al descampado y despreveni­dos.

En estas circunstancias fue clara la dificultad que significaba para los esposos llevar consigo a sus cuatro hijos, ya que, ante la sorpresa, Juana y Hualparrimachi se ocuparon de ponerlos a salvo, dejando solos frente a los atacantes a Zárate y a Manuel Ascencio, los que luego de una bravía pero muy, despareja escaramuza fueron heridos y apresados.

Los realistas no perdieron el tiempo en estaquear a Padilla y a su compañero, cuyo nombre aún descono­cían, y comenzaron a torturarlos como una forma de ir preparándose para el goce de la muerte. Juana y Hual­parrimachi comprendieron que debían obrar con gran premura y audacia si querían salvarles la vida, y no vacilaron en hacerlo luego de dejar a Manuel, Mariano y las dos niñas escondidos en la casa de una familia india leal.

En el estiramiento de los tormentos y la consiguien­te demora en la pena capital influyó no sólo el ebrio regodeo sádico sino también la intervención de Sán­chez de Velasco, quien no olvidaba que Padilla y los demás le habían perdonado la vida, y exigía como autoridad que antes de ser pasados por las armas, dado que por la importancia de los reos él debería informar a la superioridad, los prisioneros recibieran la extremaunción de un sacerdote.

Los realistas, ya en un estado de franca borrachera, habían pasado de los golpes a la utilización de las armas blancas, y se divertían ahora en hacerles cortes a Padilla y a Zárate entre burlas y carcajadas.

De pronto del exterior llegaron voces alarmadas que anunciaban el regreso del tal Zárate, ese campeón el terror que erizaba la piel de los godos. Los tortura­dores interrumpieron sus tareas y salieron a preparar la defensa ante tan temible ataque.

Como es de imaginar, se trataba de Juana y de Hualparrimachi, quienes disparando al aire y arrastran­do ruidosas ramas de Cola por el suelo, desgañitándo­se en gritos de amenaza y de alarma, habían tenido éxito en crear confusión, y los prisioneros aprovecha­ron para huir a todo lo que daban sus piernas.

inicio

página anterior

página siguiente

 
© 2005 Copyright FolkloreTradiciones -  Todos los Derechos Reservados
Dean Funes 1773 - Piso 11 Depto. 25 Capital (1244)
- Provincia de Buenos Aires - República Argentina
Tel/Fax: (54-11) 3533-0893
- e-mail:
mlf@folkloretradiciones.com.ar
Diseño y Hosting: www.drwebsa.com.ar