Cuando
hablamos del gaucho y
mencionamos su cuchillo,
inmediatamente nos
vienen a la mente los
legendarios duelos que
protagonizó. Este fuerte
vínculo entre el hombre
y su arma puede darnos
la idea errónea de que
pasaba su vida peleando,
cuando en realidad, más
que un arma, el cuchillo
fue un instrumento
multipropósito en sus
tareas cotidianas.
Efectivamente, el gaucho
de ayer utilizaba el
cuchillo para numerosas
tareas, entre las que
podemos mencionar:
señalar, castrar ganado,
matar la res, sacar el
sebo, cuerear, carnear y
despostar la carne.
También lo usaba para
desvasar yeguarizos,
limpiar las pezuñas o
restregarles el lomo,
cerdear o desporrar. Con
el cuchillo se obtenían
finos tientos para
trenzar.
El gaucho
echaba mano de este
versátil utensilio para
hacer ojales y reparar
arneses y piezas de
aperos; para comer,
trinchando y cortando;
para cortarse las uñas o
limpiárselas, mondarse
los dientes, hacer
estacas, cortar chala,
preparar la calabaza
para el mate y cortar
alambres y cuerdas.
Según
relatos de época, el
cuchillo también se
usaba para ensartar una
brasa del fogón para
luego encender un
cigarrillo o para
"pintar marcas", es
decir, dibujar en el
piso de tierra o en una
puerta de madera, marcas
de hacienda conocidas
(también se lo usaba
para dibujar un mapa o
mostrar a otra persona
cómo llegar a
determinado lugar).
También
se sacaba provecho de
esta herramienta a la
hora de encarar pequeñas
operaciones con la
hacienda, como las
sangrías o punciones
necesarias para curar un
empaste.
El
cuchillo era
desenvainado muchas
veces a lo largo del día
y el gaucho no tenía
inconvenientes para
variar la forma de
tomarlo en su mano,
según le fuera más
conveniente. Incluso, si
debía tomarlo por la
mitad de la hoja, si la
que poseía su cuchillo
era demasiado larga para
determinado trabajo.
Por otro
lado, el constante
convivir en un medio
hostil, bárbaro y
sangriento, alejado de
lo que por entonces se
conocía como
"civilización" hizo que
el gaucho desarrollara
una moral propia. Eso
explica, por ejemplo, la
costumbre del llamado "despenamiento"
o "hacer la obra santa",
que consistía en ayudar
a bien morir a un
familiar o amigo,
gravemente enfermo o
herido. Lo que el gaucho
perseguía era evitar un
largo y penoso
sufrimiento, que
antecedía a un desenlace
inevitable: algunas
enfermedades o heridas
graves significaban,
para quien las sufría,
una agonía lenta previa
a una muerte segura en
medio de la planicie,
lejos de un centro
poblado importante, de
atención médica o de las
escasas medicinas de
aquellos tiempos. Fue
esta una dramática
costumbre que, aunque
bien vista y tolerada en
la época, debió
posteriormente ser
legislada y perseguida
por las autoridades, a
raíz de los abusos
cometidos.
Por
supuesto que el cuchillo
fue también el arma
única del gaucho: para
defenderse de fieras y
de otros hombres. Y
enastado en una tacuara,
podía ser usado como
moharra de lanza. Por
distintas
circunstancias, el arma
de fuego fue usada sólo
marginalmente por el
gaucho, prefiriendo el
arma blanca por sobre
aquéllas.
Por Abel A. Domenech
Para LA NACION