En
el mes de enero se ha cumplido
el primer aniversario del
fallecimiento del doctor Esteban
Laureano Maradona, médico,
naturalista, escritor y
filántropo, que por su vida
singularmente virtuosa, por sus
contribuciones científicas y por
las obras que realizó en favor
de sus semejantes, se hizo
acreedor a honores de organismos
nacionales e internacionales y
de encumbradas corporaciones
académicas, y a un sitial prócer
en el respeto y la estimación de
la totalidad del pueblo.
Vidas ejemplares como la suya
exornan e iluminan las páginas
de la historia, y marcan
derroteros de conducta,
especialmente para los jóvenes
de las generaciones futuras.
Justo y conveniente será,
entonces, que en tal
aniversario, aunque sea a
grandes rasgos, recordemos
hechos correspondientes a ella.
Maradona nació en Esperanza
(Santa Fe) el 4 de julio de
1895. Descendía, por parte de su
padre, de una familia gallega
que llegó al país procedente de
Chile en la época colonial, en
los días inmediatos a cuando
Juan Jufré fundó la ciudad de
San Juan. En esta ciudad se
radicó la familia Maradona, que
a través de los años, durante la
dominación española primero, dio
funcionarios de relevancia, y
figuras de talla histórica
luego, en los albores de nuestra
nacionalidad. Un Maradona fue
Alférez Real bajo los Borbones y
apenas producida la Revolución
de Mayo diputado por San Juan a
la Junta Grande de 1810/1811.
Sobre esta familia
(originariamente Fernández de
Maradona) hay referencias en
varios libros de historia
lugareña, entre ellos,
"Recuerdos de Provincia" de
Sarmiento.
Retrato al lápiz del Dr.
Maradona, obra del artista
Ernesto Demagistris. Expuesto en
la galería iconográfica de la
Escuela nº 591 de Maggiolo, Pcia.
de Santa Fe.
En la segunda mitad del siglo
XIX, uno de sus miembros,
Waldino Maradona, siendo
jovencito emigró de su terruño,
hizo alto en Rosario y en
seguida comenzó a ejercer la
docencia particular por los
campos de los entonces
incipientes pueblos del sur de
Santa Fe. Un día fue llamado
para enseñar las primeras letras
en la estancia "Los Aromos"
cerca de Barrancas,
perteneciente a Esteban
Villalba, un criollo santiagueño
y a Agustina Sosa, bonaerense,
de los pagos de Azul. Allí
conoció a una hija de éstos,
Petrona de la Encarnación
Villalba, que era también apenas
una jovencita, y con ella
contrajo enlace en 1875.
Waldino y Petrona de la
Encarnación fueron los
progenitores de una familia
numerosa, y uno de sus hijos fue
Esteban Laureano. Éste nació en
Esperanza porque su padre -
hombre múltiple, como muchos de
los de aquellos años -, además
de maestro fue coronel de
guardias nacionales, periodista,
productor rural y, sobre todo,
político. Esta última actividad
lo llevó a cambiar varias veces
de domicilio, conforme las
necesidades y conveniencias de
su militancia y de su Partido.
Fue amigo de Sarmiento -que
visitaba su casa- y de Nicasio
Oroño, entre otros.
Esteban Laureano, de muy niño
fue llevado a la estancia "Los
Aromos", junto a sus hermanos, y
allí, con ellos y sus padres, en
contacto íntimo con la
naturaleza, pasó los mejores
días de su vida. Siendo ya muy
anciano, todavía los recordaba
con romántica nostalgia: la
música del piano que ejecutaban
sus hermanas mayores, la
hermosura y la fragancia de las
flores, el canto contagiosamente
alegre de los pájaros y la
mansedumbre del río Coronda, que
pasaba junto a la casa como una
cinta interminable. Sin embargo,
antes de entrar en la
adolescencia, se vio obligado a
dejar su paraíso, pues la
familia se trasladó a vivir a
Buenos Aires. En ella se recibió
de médico dos décadas después,
en 1928.
Se instaló unos meses en la
Capital Federal y luego en
Resistencia, capital del
entonces Territorio Nacional del
Chaco. Estaba allí en 1930,
cuando una revolución depuso al
presidente Hipólito Yrigoyen. Él
nunca había sido yrigoyenista
-por el contrario, cuando estaba
cursando la carrera de medicina,
fue candidato a diputado
nacional por el "Partido
Unitario", de vida efímera-,
pero interpretó que era su deber
como ciudadano defender la
democracia y el gobierno
constitucional; y lo hizo por
medio de ardientes conferencias
pronunciadas en las plazas
públicas. Debido a ello fue
perseguido y molestado. Entonces
emigró al Paraguay, y ofreció
sus servicios para desempeñarse
como médico en la "Guerra del
Chaco" -sostenida entre Bolivia
y Paraguay, y que acababa de
estallar-. Se lo incorporó en la
Armada y estuvo contento de que
se le confiaran enfermos y
heridos de los dos países, pues
según sus palabras, "el dolor no
tiene fronteras".
Terminada la guerra, volvió a la
Argentina, a pesar de que el
gobierno paraguayo le pidió que
se quedara, pues era muy
apreciado y había cumplido
abnegadamente con su misión.
Empezó siendo aceptado como un
simple camillero y tres años
después era Director del
Hospital Naval.
Había proyectado las etapas de
su viaje: regresaría a su país
en barco, hasta Formosa, y allí
tomaría el tren que pasaba por
Salta, Jujuy y Tucumán; en esta
ciudad visitaría a un hermano,
que era intendente; después
llegaría a Buenos Aires, donde
vivía su madre. Empezó a
realizarlo. Un grupo numeroso de
amistades, en testimonio de
afecto, concurrió al puerto de
Asunción cuando se embarcó. Hubo
lágrimas, signo seguro de
emociones profundas. A la
tardecita arribó a Formosa. Allí
permaneció unos días, hasta que
resolvió continuar el trayecto.
Era el 2 de noviembre de 1935.
La cristiandad conmemoraba el
día de sus Fieles Difuntos.
Maradona vio que unas mujeres
subían al tren con ramilletes de
flores artificiales, como se
usaban en la zona, por
imposición de un sol abrasador:
seguramente iban a visitar el
pequeño camposanto de alguno de
los pueblecitos de la línea.
El tren partió de Formosa al
despuntar la aurora, rumbo a
Embarcación, donde se hacía el
trasbordo, y en seguida se
internó en el monte. Pocas horas
después comenzó a notarse que el
día iba a ser de intenso calor.
A la media tarde, a través de
abras y arboledas, Maradona
seguía su viaje según lo
previsto, sin demoras ni
sorpresas. Todo aparentaba,
todavía, continuar su rutina.
Pero al llegar a la pequeña
localidad de Estanislao del
Campo, ocurrió un episodio muy
difundido en nuestro tiempo por
la prensa, y que lo retendría
por muchos años. Una joven
parturienta estaba desde hacía
tres días sin poder alumbrar y
muy próxima a la muerte. Al
saberse que en el tren viajaba
un médico, se le requirió para
que la atendiera, y él logró
salvar a la madre y a la niña.
Pero el tren siguió su camino.
El próximo pasaba a los tres o
cuatro días.
En ese intervalo, la gente del
lugar y de los campos vecinos
acudió a hacerse asistir, y
todos le pidieron
insistentemente que se quedara,
ya que no había ningún médico en
muchas leguas a la redonda.
Casa que habitó el Dr. Maradona
en Estanislao del Campo,
declarada
por tal motivo monumento
histórico.
Dibujo realizado por la Sra.
Mabel Motta.
Convencido de que lo
necesitaban, decidió quedarse a
vivir en ese paraje que aspiraba
a ser pueblo y permaneció allí
51 años. Curó a todos los que
llegaron hasta él, sin
importarle ningún tipo de
retribución. Fue,
preferentemente, el médico de
los pobres y de los aborígenes.
En los dos años que pasó en
Resistencia había tenido ocasión
de tomar contacto con algunos
aborígenes, que poblaban un
barrio marginal de esa ciudad.
Pero el interés que éstos podían
suscitar era relativo, pues su
primigenio modo de vida ya había
empezado a experimentar
modificaciones, como
consecuencia de los cambios
impuestos por los pueblos que
los invadieron con éxito y se
adueñaron de sus dominios.
Ahora, en Estanislao del Campo,
iba a tener oportunidad de
conocerlos en su ambiente
histórico y en su estado
natural, exentos de pautas
culturales extrañas.
Justamente, a poco de vivir
allí, vio aparecer a los
aborígenes de las cercanías.
Llegaban de cuando en cuando a
los comercios y viviendas de los
límites del poblado, ofreciendo
canjear plumas de avestruces,
arcos, flechas y otras
artesanías por alguna ropa o
alimento que necesitaban. Eran
tribus de tobas y de pilagás.
Habían sido soberanos en esos
montes; pero ahora deambulaban
por ellos como espectros en
fuga: derrotados, miserables,
desnutridos, enfermos y heridos
de muerte por las invasiones
extranjeras, que los castigaron
sin razón ni piedad.
Se conmovió hasta los más
profundo de su ser cuando
advirtió la desventura que
flagelaba el espíritu y el
cuerpo de esos semejantes, y
entendió que era su obligación
moral aportar algún esfuerzo que
contribuyera a beneficiarlos. En
cumplimiento de esa demanda que
sintió avasallante, sin
hesitación alguna pero con
absoluta serenidad, resolvió en
el momento intervenir como
protagonista. Fue al encuentro
de los nativos y habló
amablemente con algunos de
ellos. No lo aceptaron
enseguida; le tuvieron recelo,
porque a través del tiempo otros
blancos se les habían acercado,
pero para engañarlos,
explotarlos y maltratarlos. Él,
insistiendo en su propósito, se
ofreció para asistirlos como
médico. Unos pocos, aunque con
tibieza, accedieron,, y con ello
le dieron pie para que
concurriera a las tolderías.
Tuvo al principio muchas
dificultades con los curanderos
de las tribus, a quienes su
ciencia desplazaba, y corrió,
por esa causa, hasta riesgos
físicos. Pero su bondad, su amor
y su desinterés, se impusieron
al fin. Y logró entablar amistad
con algunos caciques, que
aceptaron su colaboración y
facilitaron su tarea.
Debe resaltarse que fue entonces
cuando este hombre demostró toda
la riqueza espiritual que lo
animaba, ya que su empeñosa y
abnegada labor por mejorar la
suerte y condición de esos
grupos de aborígenes, constituye
uno de los hitos más importantes
en el historial de su obra
filantrópica. En efecto, no se
circunscribió solamente a la
asistencia sanitaria;
conviviendo con ellos, se
interiorizó de las múltiples
necesidades que padecían y trató
de ayudarlos también en todos
los aspectos que pudo:
económicos, culturales, humanos
y sociales.
En ese cometido, realizó
gestiones ante el Gobierno del
Territorio Nacional de Formosa y
obtuvo que se les adjudicara una
fracción de tierras fiscales.
Allí, reuniendo a cerca de
cuatrocientos naturales, fundó
con éstos una Colonia Aborigen,
a la que bautizó "Juan Bautista
Alberdi", en homenaje al autor
de "Las Bases . . .", colonia
que fue oficializada en 1948.
Les enseñó algunas faenas
agrícolas, especialmente a
cultivar el algodón, a cocer
ladrillos y a construir
sencillos edificios. A la vez,
los atendía sanitariamente,
todo, por supuesto, de manera
gratuita y benéfica, hasta el
extremo de invertir su propio
dinero para comprarles arados y
semillas. Cuando edificaron la
Escuela, enseñó como maestro
durante tres años, hasta que
llegó un docente nombrado por el
gobierno.
Además de esas tareas
filantrópicas, Maradona, que era
un apasionado de las ciencias
naturales, realizaba
investigaciones sobre la gea, la
flora y la fauna del lugar y
anotaba sus observaciones, sus
impresiones y sus ideas.
Escribió muchos libros, en su
mayor parte todavía inéditos.
Entre ellos podemos mencionar "A
través de la selva", "Recuerdos
campesinos", "Historia de la
ganadería argentina", "Plantas
cauchígenas", "Una planta
providencial", (el yacón),
"Vocabulario Toba pilagá", "La
ciudad muerta" (historia de los
primeros días de la ciudad de
Concepción del Bermejo"),
"Páginas sueltas" (recopilación
periodística), "Historia de los
Obreros de las Ciencias
Naturales (de Botánica y
Zoología Americanas)", "Dendrología",
y varios más.
En 1981 un jurado compuesto por
representantes de organismos
oficiales, de entidades médicas
y de laboratorios medicinales,
lo distinguió con el premio al
"Médico Rural Iberoamericano".
El mérito que conlleva el
galardón lo hizo trascender al
ámbito del conocimiento público.
Había trabajado muchos años en
silencio, sin ninguna pretensión
ni ansia de nombradía,
cumpliendo con lo que
consideraba sólo obligación
hipocrática y humana, y
repentinamente se encontró con
que su nombre había echado a
andar por varios países,
vinculado a una vida que parecía
pertenecer a un pasado lejano y
que adquiría en la mentalidad de
los pueblos contornos
legendarios. Y así era.
A principios de junio de 1986 -
cuando ya desbordaba los 91 años
- se enfermó. Entonces un
sobrino que reside en Rosario,
el doctor José Ignacio Maradona
y su esposa Amelia, lo hicieron
traer para que lo asistiesen y
se quedara a vivir con su
familia. Cuando lo conducían
pidió que no lo llevaran a un
nosocomio privado; quería que lo
internaran en un hospital
público, "adonde va la gente
pobre". Accediendo a sus deseos
se lo internó en el Hospital
Provincial.
Los medios de difusión,
publicaron el regreso del
filántropo, enfermo, envejecido
y pobre, pero aureolado de
gloria. La noticia conmovió los
corazones de muchos de sus
comprovincianos, que
concurrieron al Hospital para
conocerlo y saludarlo. Ya de
alta, fue llevado a la casa de
su sobrino.
Mientras vivió en ésta, recibió
muchos homenajes más: "Miembro
de la Sociedad de Médicos
Escritores", con sede en París;
"Premio Florián Paucke", de la
Provincia de Santa Fe; "Premio
Estrella de Medicina para la
Paz", de las Naciones Unidas;
"Doctor Honoris Causa", de la
Universidad de Rosario. También
fue propuesto, por el gobierno
de la provincia de Santa Fe,
para el "Premio Nobel de la
Paz".
Pasó sus últimos tiempos
atendido y rodeado por sus
deudos. El sobrino tenía diez
hijos, en su mayoría niños y
jovencitas, que constantemente
le exteriorizaban su cariño. De
una lucidez asombrosa, que
conservó hasta su muerte,
estudiaba, con las de más edad,
cuestiones de Medicina y de
Historia. En el día anterior al
de su deceso habían estudiado
temas sobre el Virreinato del
Río de la Plata. Murió de vejez,
sin sufrimientos físicos ni
morales -en la santa paz de los
buenos y justos- poco después de
despuntar la mañana del 14 de
enero de 1995; le faltaban
apenas unos meses para cumplir
los cien años. Fue sepultado en
el panteón de la familia "Maradona
Villalba", en el cementerio de
la ciudad de Santa Fe, junto a
sus padres.
Maradona era de físico pequeño,
limitado por una talla de un
metro con cincuenta y tres
centímetros y una constitución
delgada. Pero dentro de esa
moderación, las proporciones
hacían evidente acto de
presencia y con ellas, una
sencilla y graciosa elegancia.
Además, conjuntábanse otras
dotes que imprimían a la
generalidad de su persona un
aspecto interesante y agradable.
Así, al cutis blanco lo
recubrían unas facciones tan
armoniosas y regulares que de
ellas no merece destacarse
ningún detalle en especial, como
no sea violentando las leyes de
la verdad y la justicia. Su
frente era apenas inclinada, sus
ojos pardos y más bien chicos,
su nariz recta, delgada y
mediana, su boca y orejas
también medianas, estas últimas
contiguas a un cráneo cuya nuca
se prolongaba con la discreción
de la justa medida. Todo ese
conjunto, que visto de frente
era ligeramente oval, estaba
coronado por una cabellera lacia
que fue de color castaño oscuro
hasta que entró en la madurez,
pero que paulatinamente se fue
decolorando, para llegar a ser
completamente blanca a poco de
cruzar la línea del medio siglo.
Sin embargo, se le mantuvo
abundante, hasta que comenzó a
ralearse un tanto en la
senectud, acaso para estar a
todo con la enjutez de ese
rostro de asceta.
Pero es en la esfera moral donde
resplandecían con toda magnitud
las más estimables cualidades de
Esteban Maradona, aquéllas que
más lo singularizaban y
ennoblecían; y a ellas debemos
referirnos.
Su mente -propia para altas
preocupaciones, tanto
científicas como humanísticas-
era absolutamente libre, su
carácter dulce y jovial, su
espíritu fino y bondadoso, su
humildad extrema, y su altruismo
sublime.
La política -que a tantos tienta
y absorbe- no logró seducirlo.
Cuando joven, se acercó a ella,
con la fe y el entusiasmo de
esos años de la vida. Pero la
experiencia que vivió no fue
halagüeña ni promisoria. Sea por
esto, o porque no sintió en lo
profundo el fuego del
apasionamiento, se distanció en
seguida. Y como desencantado
memorioso, o voluntario
desentendido, prefirió luego,
para siempre, mantenerse fuera
del alcance de los cánticos de
esa sirena.
En sus últimos años -tanto había
visto-, solía opinar que la
política, por más ambiciosos que
fueran los programas, era
incapaz de solucionar la
totalidad de los problemas
sociales. En consecuencia,
comenzó a descreer, también, de
los hombres políticos en
general. No obstante -y quizá
por eso mismo-, recordaba con
respeto y admiración a algunas
figuras prominentes de nuestro
pasado nacional: San Martín,
Belgrano, Rivadavia, Sarmiento
eran sus próceres predilectos.
Como médico, nunca se afanó tras
los cargos públicos, ni vivió de
ellos, y atendió a todos sus
enfermos con afectuosa
dedicación y generoso
desinterés. Varias veces le
ofrecieron puestos; nunca prestó
conformidad. Cuando ya era
anciano, el gobierno quiso
destinarle una pensión
vitalicia; tampoco aceptó. Su
norma inquebrantable de conducta
rezaba "todo para los demás,
nada para mí".
Le era ingénita e imperiosa la
necesidad de prodigarse en el
bien. Por eso contribuyó con su
ayuda cada vez que vio una
estrechez o imaginó una
conveniencia para sus
semejantes. El Premio al Médico
Rural se adjudicaba acompañado
de importante suma de dinero.
Rechazó a ésta de plano, y en el
mismo acto de la entrega, logró
que con ese fondo, se
instituyeran becas para
estudiantes que aspiraran a ser
médicos rurales.
Cuando vivió en Asunción tuvo
una novia, la única de su vida.
Se llamaba Aurora Ebaly y era
una típica muchacha de pueblo,
que descendía de irlandeses
radicados en el Chaco-í (*),
frente a Asunción, río Paraguay
de por medio. Maradona vio en la
humildad de Aurora su cualidad
sobresaliente, y por tener en
altísima estimación a esta
virtud en la escala de sus
valores espirituales se enamoró
de esa joven nacida en el
Paraguay. Pero ella falleció
víctima de fiebre tifoidea,
enfermedad común en épocas de
guerra. Su muerte lo sumió en un
dolor profundo, al que logró
superar con fortaleza y
resignación, en un digno
silencio y en total soledad.
Pero después de ese trance, y a
pesar del transcurso del tiempo,
no se preocupó de buscar otro
amor: nunca se casó ni volvió a
noviar.
(*) En guaraní, la letra -" í "-
latina y acentuada, empleada
como sufijo y precedida de un
guión, es diminutiva del
sustantivo al que califica;
"Chaco-í" significa, entonces,
Pequeño Chaco, Chaquito o
Chaquillo. Era, en esos años,
zona de chacritas y obrajes, con
alguna población aborigen y un
pequeño puerto. El padre de
Aurora, a la vera del río tenía
un molino en el que se
molturaban huesos de animales.
El polvo resultante, compactado
en panes, era luego enviado a
Inglaterra, donde se lo
utilizaba para la fabricación de
porcelanas.
En Estanislao del Campo vivía
solo en una modesta casita que
adquirió en 1939 en quinientos
pesos. Tenía una sola habitación
(que hacía de alcoba, gabinete
de estudio y consultorio), una
galería y una pequeña cocina,
todo de pared y piso de ladrillo
y techo de zinc. Al retrete y al
aljibe, que estaban en el patio,
los compartía con una familia
vecina. No había tampoco luz
eléctrica.
Vale la pena destacar todo esto,
porque agiganta la dimensión
espiritual del hombre. Era hijo
de una estanciera, médico de
profesión, y podría haber vivido
como mimado de la suerte en
medio de las comodidades de una
gran ciudad; sin embargo,
prefirió las privaciones de una
zona agreste para el mejor
servicio en favor del prójimo.
Pudo morir millonario, pero
vivió donando sus bienes y
provechos para mitigar dolores y
necesidades de los demás. Fue un
verdadero e inagotable fontanar
de virtudes, y su vida todo un
ejemplo de altruismo, abnegación
y filantropía.
Hoy, en Formosa, en Rosario y en
la ciudad natal hay escuelas y
calles que llevan su nombre, y
su busto, vaciado en el bronce
con que se recuerda a los
prohombres de intrínseco y
auténtico valer -superiores a
las motivaciones e intereses de
la política- hermosea la
Plazoleta de la Paz en la ciudad
de Santa Fe. Además, su humilde
vivienda fue declarada monumento
histórico por el gobierno de
Formosa. Ojalá estos
reconocimientos tengan la virtud
de despertar vocaciones tan
beneméritas como la suya. Se
cumplirían sus anhelos, y sería
para beneficio y enaltecimiento
de la especie humana.
ABEL BASSANESE - Cañada de
Gómez, febrero de 1996.
Panteón donde descansan los
restos del Doctor Maradona en la
ciudad de Santa Fe, declarado de
interés municipal.
Busto del Dr. Maradona erigido
en la Plazoleta de la La Paz .
Santa Fe.
Placa descubierta en los
jardines de acceso a los que se
denomina Complejo Universitario
"El Pozo" de la ciudad de Santa
Fe. Texto de la placa del busto.
" ..Vuelvo con las manos vacías,
todo lo he dado.
Luz de las estrellas para
alumbrar
el camino.
Mi corazón humilde se lo ofrecí
al destino.
Regreso pobre de amor, de
ensueños
y de esperanzas.
Una carga de lágrimas sólo
he traido, un dolor puro y santo
como un niño dormido.
Dr. Esteban L. Maradona
EN LA INHUMACIÓN DEL DOCTOR
MARADONA.
Maradona fue velado en el
Palacio de la Municipalidad de
Rosario, ciudad que lo había
nombrado "ciudadano ilustre" y
en la mañana del día siguiente
trasladado a Santa Fe.
Su inhumación tuvo lugar el día
15 de enero de 1995 en la
necrópolis de ésta. Como
expresión del duelo y de la
adhesión oficial, concurrieron
al acto el gobernador de la
Provincia y el intendente de
Santa Fe. Sin embargo, al igual
que la vida del prohombre, la
ceremonia fue sencilla y
humilde. Previa una misa de
cuerpo presente celebrada en la
capilla, y ya frente al panteón,
alguien que lo admiraba recitó
una poesía alusiva a la Muerte y
seguidamente habló su amigo Abel
Bassanese, después de lo cual se
depositó el cadáver en el
panteón de la familia.
Extraída de una grabación
magnetofónica, enviada por el
señor Erasmo Trangoni, de LT9
Radio Santa Fe, a la Escuela Nº
591, trascribimos a continuación
la oración fúnebre, que en
representación de los amigos del
doctor Maradona, pronunció Abel
Bassanese.
Señoras, Señores:
No tengo representación de
institución alguna, ni pública
ni privada, para hablar en este
acto. Pero lo hago por dos
razones: primero, porque
entiendo que en las exequias de
los grandes hombres cualquier
ciudadano honesto puede hacer
uso de la palabra, para expresar
sus ideas y sentimientos sobre
el difunto y su vida. Y segundo,
porque si bien no tengo ninguna
representación institucional, sí
poseo una que las resume a todas
. . .:
Hablo en nombre de los más
antiguos amigos del doctor
Maradona que aún permanecemos en
vida. De aquéllos que a lo largo
de muchos años, en las tórridas
jornadas del interior de
Formosa, tuvimos la dicha de ser
iluminados con las luces de su
inteligencia, de disfrutar las
delicias y bondades de su
espíritu, de ser enaltecidos con
su cariño y amistad, sin falsías
ni retaceos, de conocer su
desinterés por las cosas
materiales y de emocionarnos con
las exteriorizaciones de su
infinita filantropía.
Porque así, con todas esas
virtudes, como un paradigma del
ser humano ideal, fue Maradona.
Vivió con extrema sencillez,
trabajó con singular humildad e
hizo el bien a cuantos pudo, sin
alardes ni estridencias de
ninguna especie. Ejerció su
profesión como un verdadero y
exigente apostolado, a tal
extremo que quizá haya superado
a los mejores de todos los
tiempos, a aquéllos que dieron
lustre y dignidad a la práctica
de la medicina en nuestra
tierra.
Ese quehacer y esas virtudes ya
le habían ganado, hace años, el
pedestal de la inmortalidad. Y
últimamente, rodeado del cariño
de sus familiares, disfrutaba la
tranquilidad de un condigno
retiro, al que ocupaba para
perfeccionar y completar algunos
de los numerosos libros que
escribió. Así pasó sus días,
hasta que se fue, silencioso y
humilde como había vivido. Fue
fiel a su naturaleza hasta para
llegar a la misma sepultura.
El destino pareció serle
propicio. Tuvo una larga
existencia, como la de los
antiguos patriarcas bíblicos, y
como algunos de éstos,
sobrevivió a su obra y pudo
comprobar la recompensa de un
reconocimiento unánime,
traducido en muchos homenajes,
que nunca había buscado y ni
siquiera soñado.
Querido Doctor Esteban:
Hoy, los argentinos de todas las
edades estamos acongojados por
tu deceso, que no por tan
natural, dada tu edad, es menos
doloroso. Y en esa congoja,
además de tus familiares,
estamos todos: los sabios y los
no tan sabios, los niños, los
adultos, los pobres, los
aborígenes, tus amigos. Los
sabios, porque hoy viste
crespones la ciencia argentina,
que contigo ha perdido a uno de
sus valores más representativos;
los que no son sabios, por todo
lo que fuiste y todo el amor que
brindaste en tu vida cotidiana;
los niños, por lo que de ello
han oído; los más grandes, por
los ecos que les llegaron desde
el teatro mismo de tus desvelos;
los pobres, por los beneficios
que les prodigaste con tu arte y
tu ciencia de curar, noble y
gratuitamente; tus amigos, por
lo que hemos visto, disfrutado y
vivido junto a ti; los
aborígenes, esos pobres
desterrados, perseguidos y
destruidos en nombre de la
civilización, cuando se enteren
de este día de luto, se
acongojarán también, y te
honrarán y venerarán, quizá más
que nadie, por las tribulaciones
que les mitigaste y las mejoras
materiales, morales e
intelectuales que con tu
sacrificio les procuraste.
Y puedes estar seguro, doctor
Esteban, que cuando la luna
llena se eleve sobre el
horizonte de la selva, y llamado
por sus ancestros, como
adorándola, sienta vibrar su
corazón el indio formoseño e
invoque la ayuda de sus mayores
y de sus grandes benefactores,
estarás en su memoria, ocupando
el lugar donde se suscitan las
mejores gratitudes y esperanzas.
Querido doctor Esteban:
Tus amigos no esperábamos este
desenlace. Nos habíamos
acostumbrado a verte sonriente,
sabio y bueno, como siempre
fuiste, y nunca nos habíamos
formado la idea de que un día
llegaras a dejarnos. Y en cierto
sentido, acertamos; porque el
alejamiento de tu imagen física,
no te habrá de separar nunca de
entre nosotros. Por eso no hay
adioses, por parte de tus
amigos, en esta ceremonia.
Mientras vivamos, estarás
siempre, vitalmente sonriente y
celosamente guardado, en lo más
íntimo de nuestros corazones.
Amén.
HOMENAJE DEL CORREO ARGENTINO
El 20 de abril de 1996 el Correo
Argentino emitió una serie de
cuatro sellos postales, todos de
igual valor, en homenaje a otros
tantos médicos que descollaron
en la historia del país:
Francisco Javier Muñiz, Ricardo
Gutiérrez, Ignacio Pirovano y
Esteban L. Maradona.
Cada sello tiene el retrato del
homenajeado, su nombre y
apellido y una leyenda
caracterizadora. La
correpondiente a Muniz dice:
"Médico, naturalista y hombre
público". La de Gutiérrez:
"Médico y escritor. Fundador del
Hospital de Niños". La de
Pirovano: "Médico, profesor
prestigioso". En el sello
correspondiente a Maradona la
leyenda lo caracteriza así:
"Médico abnegado y generoso".
Justiciero homenaje para esas
figuras que prestigiaron la
medicina argentina, y entre las
cuales, por indiscutible
derecho, se encuentra el doctor
Maradona.
Fuente: Pampa Gringa
Publicado por Red Mercosur de
Noticias para MADRE TIERRA el
10/20/2010 03:20:00 PM