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DIÓGENES ENTRE LOS GAUCHOS RIOPLATENSES
 
Según Florencio Sánchez, la vida de este filósofo griego despertó interés en los hombres de la campaña
 
 

Así como el "Quijote" llegó adaptado al medio gauchesco, a través del mostrador de muchas pulperías -según señaló Pedro Luis Barcia en la inauguración de la Feria del Libro Anticuario, que se organizó en Buenos Aires el año pasado-, también despertó curiosidad en la solitaria campaña la vida de Diógenes, el gran filósofo griego que se jactaba de despreciar las reglas sociales y las comodidades, tal como lo ha apuntado Florencio Sánchez, en un relato poco menos que desconocido. Palabras más, palabras menos, éste pudo haber sido el diálogo en el interior de la cocina de los peones, en alguna estancia:

-¡Ben de ser como la´ jocho o las nueve y media, don Cirilo!

El capataz sorbió ganoso el amargo hasta hacerle sonar el fondo, y dando las buenas noches abandonó la cocina.

-¡Viejo lindo este Don Cirilo pa´ contar cuentos! -exclamó uno de los peones así que el viejo se hubo perdido entre las sombras del patio de la estancia.

-¡Ah! Pero más diablo que todos pa´ contar cuentos es el patrón, afirmó Basilio interrumpiendo las risas.

-¡De veras, ché! Yo no lo he oído nunca, pero se me hace que el mozo ha de ser de la familia Sonsonete...

-Yo lo oí una vez, cuando vino del pueblo con aquellos tres mocitos: ¿se acuerdan de que a uno de ellos lo voltió el petizo en el rodeo? Güeno. Una noche dispués de comer me mandaron llamar para que les cebara un amargo. Cuando yo juí pa´ las piezas de adentro con el mate y la pava, el patrón estaba trenzao con aquel rubiecito jugando un solo al aljedrés y los otros dos fumando unos cigarros de la paja cortitos y barrigones y chupando coñaques y chartreses...

-¡Se te haría agua la boca a vos!

-¡Y cómo no! Este... güeno; el patrón y el otro se pasaron un rato largo dele y dele mover muñequitos en aquel tablero lleno e´ cuadros como patio de casa rica hasta que vino él y le dio mate al rubio.

-¿Pa qué están mintiendo? ¡El patrón iba a tallar el amargo!

-¡No seas bárbaro! Mate quiere decir que ha ganao.

-¡Ah!

-El rubio le quería jugar la contra, pero el patrón dijo que le dolía un poco la cabeza y ahí no más empezaron a verdear y a contar cuentos de historias de reyes y de marqueses. Redepente el patrón dijo que un diario había dicho no sé qué cosa y que había macaneao, porque eso no era de ése sino de Diógenes...

-¿Cuál? ¿El puestero del talar?

-¡No, hombre! Otro don Diógenes. Y empezó a contar que hace tiempo, cuando él era chico, había conocido un rey que se llamaba...

-¡Mentira! Aquí no ha´bido reyes.

-¡Sí, señor, hubo!

-¡No, señor, no hubo!

-¿Y Rivadavia?...

-No era rey, era marqués.

-¡Ah! Güeno, entonces sería en Uropa. Sí; ahora que me acuerdo, jué en Uropa... Pues cuando ese rey era presidente de la república, el tal don Diógenes, a quien le llamaban el filoso...

-Como a vos te llaman el Ñato.

-¡Eso es!... Cayó por el pago buscando un hombre -algún pariente dél- sin duda con la intensión de pedirle unos pesos prestaos pa´ vestirse, porque andaba medio mal de pilchas. ¡Lo buscó, lo buscó, lo buscó! Al botón nomás, y ya cansao se fue a una pulpería y le pidió al gallego que le diera una pipa que había sido de vino carlón y estaba arrumbándose en el patio. El pulpero se la dio porque pa´ qué le servía y don Diógenes la llevó a un terreno baldío y se puso a vivir adentro.

-¡Loco lindo!

-Güeno. Y dice que ahí vivió un tiempo, comiendo lo que le daban y diciéndole cosas a la gente que se amontonaba pa´ verlo como en día de carreras grandes, hasta que un día, ese rey, que no me acuerdo el nombre, supo lo que le pasaba y le dió lástima. ¡Qué diablos!, dijo. ¡Pobre hombre! ¡Hay que socorrerlo! Y una mañana, con una helada machaza, se jué a verlo. Don Diógenes estaba hecho un ovillo en la boca e´ la pipa tiritando e´ frío, cuando llegó el rey y le dijo que se dejara de paradas, que se juera a vivir con él, que mientras él tuviera, no le había de faltar un rincón del galpón pa´ dormir y una presa de puchero pa que juera comiendo hasta encontrar trabajo...

-¡De juro! ¡Y tenía razón!

-Eso digo yo también. Pero don Diógenes estaba a la fija medio trastornao, porque... ¿saben lo que contestó? Pues le dijo: "¡Ladiá el cuero e´ la puerta que no sos de vidrio y me atajás el solcito!"

-¡Al rey! ¡Qué bárbaro!.

(Buenos Aires, 26 de Junio de 1900)

Fuente: Por Carlos A. Moncaut
Para LA NACION

 
     
 
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