Dijo Alfonso Reyes
que quizás estemos hechos de la
sustancia de los libros más de lo que
imaginamos; de la sustancia de los
relatos orales, quizá podamos agregar,
ya que como bien supo Reyes, la Ilíada y
el Cid, entre tantísimos, tuvieron como
primera forma el decir.
En América, de la
misma manera, el hombre necesitó
contarse historias para vivir; "Los
cuentos de mama vieja", compilados en su
momento por Rafael Jijena Sánchez
relatan tiempos de toda Hispanoamérica,
tiempos en los que lo fácil no existía.
Por eso no se puede decir que los
relatos sean todos lindos -lejos de
ello-, algunos hasta son truculentos.
Muchos traen mensajes tales como "más
vale maña que fuerza" y "los malos son
castigados", aunque no siempre a decir
verdad, en varios cuentos quedan
indemnes y dueños de la situación.
Entre los tópicos
aparecen los tradicionales tratos con el
demonio, a cambio de juventud, de
dinero, en este caso en el cuento
argentino "Las doce palabras
redobladas". Las transformaciones
sucesivas de un personaje es otro de los
lugares frecuentados en las narraciones,
como en el cuento "El mágico".
Uruguay propone su
especial versión de por qué y cuándo el
diablo perdió el poncho. Particularmente
delicioso es el lenguaje, ahora sí, tan
popular como sabio y sencillo. Se puede
leer "así quedó anoticiado", "supo lo
ocasionado", "mentar" y "cobija", o
"volvió con el contesto", con aquello de
arcaico que remite a Cervantes; por su
parte, aquí y allá aparecen fuertes ecos
del Romancero español (en La flor de la
deidad, argentina); "así a la oración"
se lee en "El padre avaro", señalando un
momento en la tarde, impreciso como todo
lo mágico. "Entonces" fue y es un pie
importante para el relato. En la
recopilación de Jijena aparece "entón
vino la bruja ", que subraya aquello de
cuento contado y no leído.
Jijena propuso un
reencuentro -literario al menos- con
teros, zorros, piedras, higuerales,
montañas, avestruces, jilgueros,
riachos, nieves y búhos. No sólo por
esto es fácil ver que las narraciones no
están en el ámbito del Martín Fierro, ya
que la mama vieja tiene un protagonismo
impensado en el mundo de José Hernández.
Aquí la narradora, heredera de otra y a
su vez de otra, transmite lo que no
leyeron sino oyeron.
Los relatos unen a
dos extremos de la vida: la sabiduría
que dan los años y el candor de la
niñez, pero con la sugestión
insustituible de lo familiar y
cotidiano. En mama vieja, los animales,
los atardeceres y los vientos tienen
cosas para decir. La edición primera de
esta obra es 1946. Esta reedición de la
Fundación Carolina Argentina lleva una
carta del nieto de Jijena, el también
poeta Agustín Jijena Sánchez, un
concienzudo estudio preliminar de Olga
Fernández Latour de Botas y muy bellas
ilustraciones. Al final, un escueto
diccionario pone al tanto de
americanismos y voces raras. A poco que
se mire se ve que los de mama vieja son
cuentos que han viajado no sólo en el
tiempo sino también en el espacio -y de
la misma manera se han transformado- se
puede decir entonces que son relatos de
muchos rincones de la tierra y, por
supuesto, también del Rincón Gaucho de
LA NACION.