El Golfo Nuevo, en las
costas de la provincia de Chubut, está
encerrado entre la Península Valdés y Punta
Ninfas, dos territorios extremos cuyas
tierras se ocuparon sacrificadamente por
pobladores de origen europeo, principalmente
vascos.
Para 1930, a dos décadas
de establecerse los primeros ovejeros, tanto
la península como Ninfas ya estaban pobladas
por familias estables que rara vez dejaban
su casa de campo, principalmente las
mujeres. Por falta de caminos, los viajes a
Puerto Madryn se hacían ocasionalmente,
arriba de un carro o a caballo.
Algunas fiestas
espaciadas reunían a los vecinos en alguna
estancia grande, por ejemplo en septiembre u
octubre para las tradicionales señaladas y
capadas.
Los festejos de Navidad y
fin de año también eran ocasión para
reunirse entre los vecinos dispersos. Se
vivía en soledad, en la total rusticidad del
medio geográfico, criando los hijos sin
médicos ni escuela, cuidando las ovejas y
esperanzados en el beneficio anual de la
esquila.
Juan Maisen, nacido en
Puerto Madryn en 1918, ha publicado un libro
titulado "El Madryn olvidado", en cuyas
imperdibles páginas testimoniales se
asientan datos de enorme interés para
conocer la historia menuda de esa lejana
tierra chubutense.
Cuenta que su padre se
ocupaba de instalar y arreglar molinos, y
que él, siendo muchacho lo ayudaba, por lo
cual había tenido la ocasión de conocer
muchos establecimientos ganaderos de la
zona.
Al registrar ese mundo
pionero que le tocó ver de cerca, destaca el
retiro en que vivía la gente del campo y
cuenta que por el año 30, siendo muy joven,
trabajaba de camionero en la estancia La
Adela, en la península, por lo cual viajaba
casi todos los días a Puerto Madryn, la
ciudad cabecera de la región.
Como andaba de puesto en
puesto dentro del enorme establecimiento de
Ferro y visitaba algunas de las estancias
dispersas en la península, recibía encargos
personales, sobre todo de las mujeres, que
no salían nunca.
En los puestos había
muchas muchachas que nunca habían viajado al
pueblo y aprovechaban el ánimo de hacer
gauchadas de Juan para encargarle también
las cosas femeninas que necesitaban, como
jabón, polvos, perfumes, cintas y otros
artículos de tocador que ansiaban poseer.
El autor comprendía sus
inquietudes y carencias y escribe: "Se
trataba de una juventud buena, sana,
sencilla, prisionera del campo y yo era la
única unión que tenían con el pueblo, yo los
proveía de todas esas cosas que de otra
manera no conseguían, salvo lo que les
vendía algún mercachifle a precio de oro, yo
los surtía de revistas, caramelos, discos de
la época y por ello me apreciaban mucho."
Ayuda generosa
También hacía gauchadas
entre los varones, que lo llamaban para
hacer gestiones mucho más delicadas que las
compras en el pueblo. Cuando habían visto
alguna chica vecina y se habían enamorado,
se les presentaba el problema de cómo
comunicarse con ella y entonces esperaban a
que Juan, el camionero, llegara al puesto.
Lo invitaban a tomar unos
mates y le pedían ayuda. Esta consistía en
que había que redactar una carta pues casi
todos ellos no sabían escribir, o lo poco
que sabían no les servía para una
declaración. La gauchada no terminaba en
escribir la carta, sino que también debía
llevarla a destino.
A veces la señorita
tampoco sabía escribir y el mensajero debía
leerle el papel y escribir otra carta con la
respuesta para el enamorado.
Meisen, en su relato
agrega que aunque parezca mentira, haciendo
de cupido barato, por su intermedio se
formaron muchos matrimonios que poblaron la
península y progresaron, pese a esas tierras
saladas, secas y duras, donde habían formado
el hogar. Así se pobló la Patagonia.
Fuente: Rincón Gaucho
Por Yuyú Guzmán Para LA NACION