Entre las
muchas historias místicas que han tenido lugar en el
interior de nuestro país, hay una, ocurrida hace 100
años, que resulta entrañable: la del milagro de Juan
Cravero, un niño de Italo, un pueblito del sur
cordobés.
Después de su muerte, Juancito se le habría
aparecido varias veces a su familia, pidiéndole que
sus restos estuvieran en el cementerio de la
localidad de Realicó, en el norte de la provincia de
La Pampa.
Cuando, al exhumarse su cadáver se comprobó que
el humilde cajoncito de pino blanco estaba intacto
(hasta las marcas del lápiz del carpintero tenía) el
traslado resultó un imperativo de conciencia para la
familia de inmigrantes italianos que lloraba la
muerte del niño.
Como buenos agricultores, sabían que si había
tierra habría trabajo. Por eso partieron hacia
Realicó, donde el chico fue para siempre San
Juancito.
Había trascendido que Juancito era milagroso, por
eso el traslado de sus restos fue acompañado por un
bizarro cortejo desde Italo.
Hombres y mujeres en coches, jardineras y sulkys
y paisanos de a caballo pernoctaron la primera noche
en la chacra de Cravero donde se efectuó el
velatorio para seguir temprano en la mañana a fin de
recorrer los casi 80 kilómetros hacia la morada
final.
Cuentan los memoriosos que "seis muchachas
vestidas de satiné celeste, traían sobre las
rodillas el cajón de Juancito" y que a medida que se
acortaba la distancia, comenzaban a gestarse ciertos
aires de sugestión individual y colectiva que
inhibían muchas veces a los incrédulos.
Uno de los hechos que se conocieron fue el que le
sucedió a un paisano desconfiado que había llevado
ante la tumba, junto con su mujer, una criatura de
pecho gravemente enferma.
Al verla curada en el acto, entre conmovido y
absorto, el paisano atinó a expresar: "No hay que
darle güeltas... Hay que creer o reventar".
Durante décadas, cuando todavía corrían los
trenes de pasajeros, llegaban hasta Realicó personas
agradecidas que depositaban flores en la tumba que
aun perdura con las mismas características. Otras
hacían ofrendas o prometían volver en sus hijos.
El tema tuvo otras aristas y excedió el ámbito
lugareño. El dramaturgo Pedro E. Pico llevó el caso
"San Juancito de Realicó" al tablado del Teatro
Odeón de Buenos Aires, en una obra donde actuaron
Olinda Bozán, Mecha López, Martín Zabalúa y otros
renombrados actores del teatro nacional.
Rezo criollo
Poco a poco el olor a crisantemos comenzó a
diluirse, las placas del interior del espacioso
panteón, testimonian aquellas presencias foráneas
que en su desesperación buscaban consuelo en el
cementerio de un pueblo del norte de La Pampa. El
mismo pueblo que se apresta a celebrar en escasos
doce meses su Centenario y a recuperar a San
Juancito de Realicó desde el sentimiento inevitable
de pertenencia.
En las "Instrucciones para que la Oración a San
Juancito sea eficaz" se indica que debe ser rezada
por la persona interesada en el mismo sepulcro y si
estuviera muy enferma, imposibilitada para
trasladarse, podría ir en su lugar un pariente más
cercano.
Dicen que podría volver el tren. Los caminos de
tierra ahora tienen pavimento y es mas fácil llegar.
Hay señales dispersas, pero que ya no parecen
remotas, porque si los tiempos de la fe con aquellas
características no concuerdan con los actuales, debe
quedar seguramente algún criollo dispuesto a
acodarse a un mostrador para apurar una grapa, antes
de ir al cementerio, quitarse el sombrero y pedir un
milagro.
Hay también mucha más gente que por pudor no se
anima a confesar sus deseos de rezarle al chiquilín
hijo de gringos que muriera allá por el año en que
el pueblo que eligiera para su descanso eterno,
comenzaba a andar.
fuente: Gladys Sago
LA NACION - Rincón Gaucho