Mi
querido amigo y gran poeta Luis Ricardo Furlan
ha traído al Rincón Gaucho, el 10 de junio
pasado, un tema por demás jugoso a propósito de
cosas criollas, bastante a menudo aludido pero
rarísima vez mencionado de manera expresa, como
es el de las mujeres que habrían estado en
comunión exaltada con la poesía gauchesca, de
las más bien míticas "payadoras".
Furlan habla de Ruperta Fernández, a partir
de referencias que le han trasmitido personas
que merecen entero crédito, pero sobre cuya
exactitud no renuncia a abrir un cauteloso signo
de interrogación, al señalar que acerca de ella
se contaban "anécdotas, verídicas o fraguadas "
No obstante, aporta datos que van dándole
visos de cosa finalmente real: era entrerriana,
de La Paz, y curandera, si bien esta última
atribución podría imputarse al criterio popular,
comprensiblemente empeñado en considerar "sabia"
a una mujer de sus mentas. No es demasiado lo
que ahora tenemos, pero es mucho más que nada,
en especial si se lo compara con la escueta
mención hecha por don Ismael Moya, en "El arte
de los payadores", donde Ruperta es la única
mujer en la extensa nómina de "payadores
argentinos de cuya actuación se tienen
referencias positivas (1800-1957)". En lo que me
toca, muy poco más sabía de ella, limitándose el
conocimiento añadido al entresacado de algunas
conversaciones al pasar con Germán Candeau
Carrizo y con el uruguayo Tabaré de Paula, y
retengo que éste aún le retaceaba el carácter de
payadora, pues sostenía que únicamente cantaba,
sin que sepa de dónde sacaba semejante
información.
El punto es curioso y merece un comentario,
pues suele inducir a equívocos: payar es
improvisar de contrapunto, en desafío y sobre
tema forzado; cantar es muy otra cosa y al
respecto bástenos con citar a "la pulpera de
Santa Lucía", quien "cantaba como una
calandria". Puntilloso, Sarmiento habla no del
payador sino del cantor, pero ya Groussac
confunde los términos y en su denuesto contra
Estanislao del Campo lo moteja de "payador de
bufette", si bien cabe entender que para
entonces todo cantor rústico era casi siempre
algo más que cantor, pues ideaba -o
"improvisaba"- los primores de su canto.
Convengamos, por otra parte, que si la
designación de cantor es elevada en extremo, la
de payador también tiene lo suyo, pues
utilizarla entraña la presunción de un plus de
ingenio y de agallas, a más de sentimiento y
elocuencia.
"Boca que besa no canta"
Furlan no dice que Ruperta payara, sino que
improvisaba "coplas con sucesos de la zona y,
más atrevida, algunas recetas rimadas de su
medicina empírica"; vendría, entonces, a ser una
payadora indirecta y sólo a medias, lo que
vendría, al cabo de años, a darle la razón a las
renuencias del finado Tabaré.
De ser en efecto así, seguiríamos sin
encontrar a la "payadora", hasta hoy
fantasmagoría imposible de asir. Sin embargo, la
improvisación femenina está fuertemente
arraigada en nuestras tradiciones, según dan
cuenta -sin ir más lejos- las "relaciones" de
los bailes, cristalizadas sin duda por las mil y
una reiteraciones, pero que supone toda suerte
de variantes maliciosas, que seguramente fueron
comunes. Tomemos una al azar: "Del cielo bajó un
pintor/ para pintar tu hermosura,/ y cuando te
vio tan fiero/ se le cuajó la pintura". O esta
otra: "Son floridas tus palabras/ y muy buenas
tus razones/ pero sabrás que he resuelto/ no
hacer caso a mancarrones". O acaso esta tercera:
"No soy de los ojos negros/ y de labios
colorados./ Tata no será tu suegro/ ni mi
hermano tu cuñado"; o bien, ya vencida la
condición arisca de la dama, esta oferta con
regusto a desfachatez: "Si es que tenés rancho y
pingo/ y yerba para tomar,/ y sólo te falta
china,/ yo te puedo acompañar".
Aunque no me la imagino a Ruperta manejando
ese tipo de retruécanos, siendo como era una
mujer sabia, a la que pese a "su belleza
personal", "nunca se le habían conocido
amoríos". Furlan arriesga que "en la velada voz
de su canto, dejaba verter la tristeza y la
añoranza de algún penar celosamente oculto ",
presunción de poeta que merece ser verdad; al
fin y al cabo también para ella tendría que
haber sido cierto aquello quevediano de que
"boca que besa no canta". ¿Por qué no?El borroso
rastro de las payadoras
Fuente: Fernando Sánchez Zinny
LA NACION - Rincón Gaucho