“Voy
dejando un rastro porque siempre mantuve la coherencia
con mi forma de pensar, escribir y vivir”
Atadas
con un tiento de nostalgia, aromadas de albahaca las
coplas de Pancho Cabral tienen la inmensidad de los
llanos, el agreste de sus montañas, la dulzura de las
vides y el alma de su pueblo. Se vuelven vidala, corazón
de caja, pañuelo de zamba cuando su pluma vela el
sueño de la poesía riojana.
-Contame
de esta Rioja donde vive Pancho Cabral.
-Es
un amor del que nunca me he desprendido, pese a haber
pasado muchos años en Europa. Siempre he tratado de
mantener mi color, mi forma de hablar, mis modismos
riojanos. Nunca pretendí cambiarlas. Mejor dicho diría
que los quise marcar firmemente como Vicentino, barrio
donde nací, manteniéndome fiel a esos paisajes, fiestas
y tradiciones que son los que amo y canto.
-¿Como era tu barrio?
-Muy
especial, se dio por coincidencias de la vida que de San
Vicente fueron la mayoría de los precursores de la
música de mi provincia. Un barrio de músicos con una
topografía muy particular, con subidas y bajadas, una
parte denominada “Los bordos” donde jugaba de niño, en
ese tiempo pasaba el canal regador, motivo por el cual
era el lugar preferido para las siestas del verano.
Escribí un cuento “Chaya de los bordos” de mi libro de
“El hombre de veranos en la frente” donde describo lo
que sucedió en el último carnaval de mi infancia, que lo
he llevado escondido y guardado en la memoria por todos
los lugares donde anduve y en algún momento salió a la
luz de la mano de Imelda Corina. Ella es quien me llevó
a la narrativa. Yo venía escribiendo poesías y canciones
y ella me dio las herramientas para hacerlo en su taller
de literatura y escritura en México.
Los
caminos de la creación
-Ideaste una bandera que representa al carnaval. ¿La
podrías describir?
-Si,
la creé para brindarle una caricia, un homenaje a los
amigos que van para carnaval a mi casa. Le puse el verde
de la albahaca y el blanco de la harina. Dos símbolos
fundamentales. Sin ellos no existe el carnaval. Y el
amarillo de la algarroba, el primitivo pan de nuestros
ancestros los diaguitas. Ese del que nos sigue
alimentando con el patay, el mashaco y todo lo que se
cocina con su harina. En el centro, a modo de sol una
caja chayera representando el canto popular, custodiado
por dos ramas de albahaca. Fíjate que está abierta para
que los nuevos cantores tomen nuestro canto de esa caja
y no lo limiten, lo dejen abierto a su creación, que
vayan con su raíz, partiendo desde la vidala. Yo
considero que el canto es una dinámica como lo es la
danza. Está en continuo movimiento. La creatividad n o
puede cercenarse. No podemos decir a los jóvenes esta es
la línea a seguir o a cantar, hay que incentivarlos a
seguir creando. Ese es el sentido de los cuatro palitos
cruzados, el canto debe ir hacia los 4 rumbos.
-Hace
unos años habías creado unos naipes indoamericanos.
-Sí,
pero ya no se consiguen, hay que hacer una nueva
impresión. Ahora estoy creando otros junto al pintor
plástico y grabadista, pariente mío don Rubén de la
Colina. El hizo una exposición en La rioja que llamó
Las maderas de San Nicolás. Porque en un momento que él
estaba perdiendo la vista le hizo una promesa al santo,
que si se la devolvía le haría un homenaje. A los días
de su recuperación creó diferentes San Nicolás, de los
pájaros, de los niños. Yo tenía la idea de crear un
juego de naipes con los elementos de la fiesta del
Tinkunaco. Y al ver las maderas de San Nicolás pensé
que ahí estaban los naipes que me faltaban. Los bastos
es una especie de palo mayor que tienen los alférez con
globos de colores, las espadas el bastón de San Nicolás,
las copas un cáliz con un racimo de uvas y hojas de
parra y por último una flor de cardón. El lomo del
naipe y el comodín es un niño alcalde. Ante ese niño
intendente es que según cuenta la historia el santo se
hinca tres veces, salvando así que los indígenas se
pelearan con los españoles.
Una
vida dedicada a la música
-¿Como
nacés a la música?
-Posiblemente de niño, de la escuela primaria, donde
empezamos la mayoría, después con los Montoneros
riojanos, siguiendo con el Grupo norte en la
adolescencia, con quienes después de ganar el primer
premio de tango como cuarteto vocal en La Falda,
representando a nuestra provincia, nos fuimos a
Cosquín. Ahí me enteré por Colacho Brizuela que los
Huanca Huá estaban buscando una primera voz para el
grupo vocal. Fui a hablar y me probaron atrás del
escenario de Cosquín.
-¿Recordás que cantaste?
-La
zamba “De mis pagos”. Allí comenzó todo en los años
´70. Me volví a La Rioja y al poquito tiempo decidí irme
de la provincia. Una decisión muy difícil porque
nosotros tenemos mucho apego al terruño. Tomar la
iniciativa toma su tiempo. Felizmente pude despegar e
irme tras los Huanca Huá. Y al poco tiempo ya estábamos
haciendo el “Romance de la muerte de Lavalle” en el
teatro Regina de la avenida Santa Fe. Fue una
experiencia maravillosa estar con dos hombres de la
talla de Falú y Sábato con apenas 25 años.
-Pero también fuiste miembro de “Los andariegos”.
-Sí
pero por poco tiempo, estuve un año aproximadamente.
Cuando Raúl Mercado se fue con el gato Barbieri a
Estados Unidos. Yo entré en ese lapso. Una experiencia
enriquecedora porque eran dos armonizaciones distintas.
Pude aprender muchas cosas. Tuve la felicidad de hacer
dos sonidos originales y precursores de la música vocal
argentina. La vida me colocó allí y yo supe disfrutarla
y tener el placer de estar con gente que sabía más que
yo.
-¿Le
da más amplitud al artista el cantar en polifonía?
-Si,
desde luego. Como solista uno tiene una forma muy
personal de cantar y al estar interpretando con 3 o 4
voces alrededor de uno, se tiene la obligación de
adaptarse a esa armonía y a ese color que suena en los
acordes y se va adquiriendo la costumbre de cantar en
grupo. A veces uno se desvía o baja de tono y hay que
mantener la afinación, una forma de emitir la voz,
sobretodo en los Huanca Huá, quienes tienen una forma de
emitir los sonidos para esos acordes que están
armonizados, que nacieron así, para no perder su color.
El aprendizaje fue constante y muy positivo.
-¿Que representó la “Cantata Riojana” para Pancho
Cabral?
-Una
hermosísima experiencia. Después de volver de Europa
recibí la invitación de cantar en esa obra que marca un
antes y un después en la música de La Rioja. Me
despertó muchos sentimientos al poder viajar todo el
interior de la provincia con los músicos, con Ramón
Navarro, con Héctor Gatica. Pueblos que yo hacía 20 años
que no había visto. Todas las canciones del disco “El
cantor del viento” nacieron después de esa gira.
-Un
disco prologado por Armando Tejada Gómez
-Si,
con él me unía una amistad profunda que se fue
desarrollando a través de los años. Lo conocí en Rosario
en una actuación de los Huanca Huá, en un lugar llamado
“Los caños” un café-concert situado en un sótano. Me lo
presentó el Chango Farías Gómez, yo le dije que escribía
e inmediatamente me dijo-“Bueno, decime algo”- Yo le
recité un poema referido a un alfarero, a Dionisio Díaz.
Se quedó pensando y me dijo-“Bueno, va bien por
ahí”-Para mí fue una opinión importante, que me obligó a
tratar de seguir en la misma tesitura.
-Hablabas
de aprender, de la tremenda responsabilidad de actuar
con Falú o Sábato. ¿Qué sentís ahora cuando los jóvenes
te ven a vos como referente?
-Más
viejo me siento. (Risas) Cuando vivo una actuación como
la de anoche en la casa de La Rioja, junto a Ramón
Navarro y Héctor David Gatica, siento que he aprendido
bien. Por eso los jóvenes, los estudiantes van a mi
casa, toman mi poesía, mi canción, mi canto como
referencia. Es muy gratificante para mí. Siento que en
mi provincia he dejado algo, no he pasado por la vida
por pasar nomás. Voy dejando un rastro porque siempre
mantuve la coherencia con mi forma de pensar, de
escribir y de vivir. Eso me hace dormir tranquilo,
nunca dejé de lado el camino que me propuse para
componer, cantar y escribir. Siempre trato de
inculcarles a los jóvenes cantores que se gane el
silencio o el aplauso sin esos modismos, sin esos vicios
que se crearon en la década del´70, en donde todos
cantaban cuentos y pedían ¡Palmas, palmas! Felizmente yo
tuve buenos maestros y no se me pegaron esas mañas con
la cual pretenden desterrar a la canción folklórica.
Dudo que tengan tal o cual pretensión de éxito. Yo he
tratado de cantar siempre buscando mi camino, mi tono y
mi modo de cantar en el quehacer de la canción.
-¿Cual es el disparador para tus escritos?
-Son
muchos. La gente que escribe sufre diferentes estados
de creatividad, el de la observación, el de la
sensibilidad, no sé si es especial, pero nosotros
tenemos una manera de mirar que no sé si es igual para
todos. La vida me dio un don de sensibilidad para
asombrarme ante un yuyito, una flor silvestre que forma
parte de ese paisaje, voy sufriendo etapas de
representación, yo lo miro, lo absorbo y lo vuelvo a
lanzar al aire en palabras. Todo el que escribe tiene
inspiración todo el tiempo, y a veces le falta tiempo si
es que realmente está dedicado a eso y ama lo que hace.
Ahora si uno escribe para la familia, que siempre le
alabará el trabajo es otra cosa. Yo no creo que Héctor
Gatica, por ejemplo ande buscando la copla, ella está en
él, nació con él. Solo le quedó mirarla y decir este es
mi camino. Felizmente yo también vi eso en mí, mi tarea
en la vida es cantar componer y escribir. Mucho es lo
que veo por día, que viajo en el paisaje de mi
provincia. Miro, hago anotaciones, soy pertinaz en ese
trabajo.
-Después de andar tanto tiempo por los caminos del mundo
¿Cómo vivías la nostalgia?
-¡Uf
Que difícil de llevar esa carga. Uno aprende a ver su
territorio, su barrio desde otro ángulo, las cosas se
ven distintas. Veía a Pancho en La Rioja. Proyecciones
diferentes. Si lees todos mis libros vas a encontrar
mucha nostalgia. Cuando compuse Azul provinciano,
estaba lleno de ese sentimiento, le canto al azul y al
verde de la nostalgia. Si bien es cierto que la capital
de mi provincia no es linda, su montaña tiene un
colorido muy especial, un colorido que me regocija
mirar, con sus diversos matices de azules a la
distancia, tornasolados a medida que uno se va
acercando, rojos al tenerlos al alcance de las manos.
-¿Cómo es Sanagasta?
-Es
un valle muy bonito que refresca el alma. Tenemos el
privilegio de tenerlo ahí nomás. Desde niño la visito.
Voy a la casa del indio, el que nombra la chacarera.
Para este valle hice como 15 canciones y las reuní en
el cancionero “Valle de Salamanca y cielo”. Sus
alamedas, aguas traslucidas, viñas, amigos y un río que
cuando llueve deja aislados a quienes viven en la otra
banda, su salamanca desde donde salen muchos cantos. Me
he criado con el duende de la magia de ese pueblito.
Compañero del viento
-¿Porqué está siempre presente el viento en tu poesía?
-No
puede faltar porque el viento en La Rioja y sobre todo
en Sanagasta es lo que me acompaña permanentemente. Me
da una visión particular del paisaje sometido a esa
dinámica, movimiento eso es lo que veo. Los paisajes
moviéndose rítmicamente. En la zona de Los sauces mueve
las alamedas, las viñas, es muy helado en el Famatina,
si caminas por los llanos en invierno es hiriente y
dulce cuando llega a las noches bochornosas del verano.
Entonces lo guardo dentro de mí y lo suelto en cada
canción.
-¿Cuando nace “Sanagasta en el viento”?
-En
la década del ´80, gané Cosquín como canción inédita. La
grabé en el disco “Cantor del viento” Nació en la casa
del indio Arias, mi amigo. En ningún momento especial
porque cuando estoy ahí, siempre alguna cosa de su
paisaje me robo para llevarlo conmigo. Con mi mujer y
mis hijos salimos a caminar por el río, la alameda, a
cortar uvas. No recuerdo que nació primero si la letra o
la música, o tal vez nacieron juntas porque logré
amalgamarlas muy bien. Ese mensaje ha cumplido su
cometido que es el de comunicar un estado de animo, una
porción de paisaje representado a través de la
observación. Después que cantantes tan exquisitas como
Mercedes Sosa, Julia Zenko o Tania Libertad en México
grabaron esta canción, es tiempo de decir –“Ah,
bueno después tengo que seguir en la misma línea. Tengo
que tratar de dar lo mejor de mí, reflejándome en esas
canciones que son mías pero ya dejaron de serlo cuando
las cantan los demás como propias”-.
-¿Al
volver has encontrado muy cambiado el cancionero
folklórico?
-Cuando partí muchos poetas se habían acercado al pueblo
como don Jaime Dávalos, Manuel Castilla, Armando Tejada
Gómez, Ariel Petrocelli. Esos que revolucionaron nuestro
canto tradicional. En el sentido de enriquecer vino la
nueva palabra. Desde allí esa generación marcó a mi
generación, la enriqueció y le dio muchas formas, mucha
imaginación. Nosotros, los que tomamos esa línea, esa
forma de tomar la vida, esos paisajes, la emoción de
cantarle a la justicia, al amor, a la lucha nos
enriquecimos totalmente y seguimos admirándolos. No sé
si en estos momentos hay tantos poetas de esa calidad…
yo creo que no. Esa clase de gente nace cada tanto, no
es cosa de todos los días. Los que hemos podido tomar
algo de esa savia tratamos de seguirles los pasos para
tener su coherencia ante el pueblo.
-¿Cuantos libros tenés editados?
-Ocho. Un cancionero donde no están todos mis temas
porque sino hubiera sido muy alto, muy largo y
muy…invendible. En el ´68 publiqué un libro que ahora
volví a reeditar bajo el título “Lo simple”, “Érase una
vez un niño” Cuentos para niños, un poemario que debo
volver a reeditar “Coral e imaginación”, “El hombre de
los veranos en la frente” y después una serie de
cancioneros “Madre chaya”,”Coplas de andares y cantares”
“Salamanca y cielo” donde reuní todas mis canciones
dedicadas al carnaval,”Con el calor de mi gente” con las
canciones dedicadas al barrio San Vicente, “Las
divinidades diaguitas adaptadas para niños”,un ensayo
para la Chaya que voy a tratar de mejorar y reeditar y
las “divinidades diaguitas para adultos”
El
territorio de Cosquín
-Formas parte del ateneo cultural del Festival de
Cosquín. ¿Qué vivencias has recogido?
-Como miembro activo de ese ateneo junto a Lucía
Carmona, Alfonso Nassif, Mario Rojas, entre otros en el
Festival de Cosquín es una experiencia fascinante porque
nosotros somos como veedores del mismo, de lo que pasa
y también de lo que no pasa. Es decir hacemos un
informe de nuestros pareceres, lo que está bien y lo que
hay que mejorar.
-¿Qué abunda más lo que pasa o lo que no pasa?
-Pasan muchas cosas. Yo creo que el festival tuvo su
tiempo de decadencia y desde hace 3 o 4 años se ha
vuelto a levantar y en eso tenemos mucho que ver los del
ateneo. Ellos se alimentaron de muchas ideas nuestras,
escucharon nuestras opiniones. Cada uno de los
organizadores, con su visión trata de congeniar y llevar
de la mejor manera posible el festival, importante para
todos. Se muestran a los clásicos, a los nuevos valores
les da un lindo empujón, tienen la oportunidad que
Cosquín los eche a andar. Solo deben aprovecharlo, si
es que tienen algo para dar. Si el joven es talentoso
llegará a un buen objetivo como el de mejorar la canción
popular, aportando su talento.
-¿Dos veces fuiste galardonado como autor de la mejor
canción inédita?
-Si,
curiosamente las dos canciones están dedicadas al mismo
pueblo “Sanagasta en el viento” y “Coplas atadas con
chala” donde se me ocurrió decir cosas que no había
dicho antes como nombrarla a doña Goya donde tomábamos
cerveza, y a Lula hija de una vidalera del lugar, por
eso la copla dice:
“En
lo de Goya, cerveza / en lo de Lula vidalas / en lo del
indio una copla / ¡Ay! Como refresca al alba”.Son
pantallazos que a mí me dan muchos recuerdos. A la casa
del indio yo voy a leer o escribir, a tomar paisajes,
luego a todas esas coplas las ato con chalas y las lanzo
a los amigos cantores. Es un hombre muy hábil con las
manos. Un artesano que hace lazos, frenos, cajas. Los
tambores que yo tengo me los hizo él.
-¿Sentís de una manera especial la vidala?
-Claro, la vidala es como madre de nuestro canto, n os
refresca el alma, nos mueve un montón de sentimientos.
La vidala de La Rioja no es igual a la de Santiago del
Estero, ni a la de Catamarca, ni a la de Salta. Su
estructura ha sido estudiada por Don Carlos Vega e
Isabel Aretz. Hay más de l00 formas de escribir vidalas
antiguas populares. Por eso quien escribe con esa
estructura es muy difícil que no tenga sabor a vidala
antigua. Esa forma llegó con el romancero español y
nosotros nos la apropiamos para agregarle nuestros
paisajes, colores, personajes, hasta nuestros golpes
originales del tambor.
-¿Le
sentís un latido propio al parche de tu tambor?
-No
tengo dudas. Nosotros golpeamos a dos palos al igual que
los vidaleros salteños o tucumanos pero nosotros tenemos
otra rítmica, otras acentuaciones. Coplas, estribillo y
mote son los tres elementos
fundamentales de la vidala riojana. Esas coplas están
intercaladas a veces con los estribillos. El mote viene
a ser otro estribillo. A veces tiene que ver y otras
veces no. Es como un duende que anda mezclado, que le da
otra inflexión. Hay diferentes rítmicas entre esas
vidalas no lo digo yo, están estudiadas por los
musicólogos. Para que no se sienta celoso ningún
santiagueño, ningún catamarqueño. Don Carlos Vega dice
que los únicos que compusieron con esas estructuras
fueron Don Ricardo Rojas y Luís Franco. El alma de la
vidala custodia el esdrújulo canto de mi pueblo.
GRACIELA ARANCIBIA
|