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LA PANCHA HERNÁNDEZ

Pancha Hernández es una heroína de la guerra de la independencia. Casada con el sargento Hernández fue una de las cuatro mujeres a quién San Martín concedió autorización para que acompañara a su esposo.

Llamábanle popularmente La Pancha. Era una moza guapa, bien formada y esbelta. Sus grandes ojos negros habían cautivado más de un corazón juvenil pero, ella mostrábase indiferente y desdeñosa hasta que se encontró de cerca con el bizarro granadero Dionisio Hernández, a quién ya conocía a la distancia. El vistoso uniforme del joven voluntario y su arrogancia natural, impresionaron su imaginación, exaltada en aquellos momentos por el patriotismo ... el virtuoso P. Barros, bendijo la unión de la apuesta pareja y recordándoles sus mutuos deberes y las asperezas de la vida, imploró para ellos la protección del cielo.

La suerte había sido, definitivamente echada, y su destino futuro estaba en manos de Dios.

Las milicias puntanas seguían disciplinándose para la gran jornada libertadora del Perú. El general San Martín ultimaba, en Chile, los preparativos, cuando lo sorprendió el estallido de la conspiración realista en San Luis. En aquella mañana del 8 de febrero,

En que los patriotas dieran el trágico grito de alarma llamando al pueblo a las armas, la Pancha corrió a ponerse al lado de su marido, y, como una leona enfurecida, se lanzó sobre los enemigos de la causa americana. Sofocada la temeraria intentona y restablecido el orden, volvióse a la tarea de reorganizar el ejército.

El regimiento de Granaderos a Caballo se rehacía y aumentaba en las Chacras y a él se incorporó el voluntario Dionisio Hernández, siguiéndole su esposa que, con sus propias manos, levantó su rancho en las proximidades del campamento.

Llegó la hora de la partida ... (.) ... Detrás del regimiento, y a la cabeza de los milicianos troperos que conducían las cargas y el ganado, apareció la Pancha, montada gallardamente, engalanada, como siempre, con su rojo pañolón de espumilla y luciendo a la espalda, su hermosa trenza renegrida.

El Regimiento de Granaderos a Caballo pasó la cordillera y en Rancagua, se incorporó al ejército Libertador, a medida que se terminaban los preparativos y se acercaba el plazo para zarpar de Valparaíso con destino al Perú, debía aumentar la ansiedad de nuestra heroína, ante la horrible idea de quedarse sola en tierra extranjera. Sin embargo, su fe no la abandona jamás, aunque se sabía que el general San Martín no admitía mujeres en la expedición ¿Quién hubiera osado pedir una expedición en su favor? Entonces consultó a su marido sobre este punto:

¿Se negaría el general a permitir el ingreso de un voluntario más en el ejército?

- Cómo de un voluntario! - repuso el esposo.

- Sí, Dionisio, de un voluntario, - insistió ella con suprema resolución.

Yo puedo vestir el uniforme de granadero y ocupar, a tu lado, un puesto en las filas, jurándote que cumpliré mi deber de soldado.

La solución encontrada le pareció aceptable al veterano, y sin perder un momento, pusiéronse a la tarea de buscar quien se empeñase por ellos.

Al fin, el General, conmovido por aquel rasgo de amor y de varonil entereza, y elogiando la conducta de la heroína, acordó el permiso solicitado. Entonces, la Pancha, loca de alegría, cortóse las hermosas trenzas, vistió el uniforme y ciñóse a la cintura el sable de granadero. Así se embarcó en la expedición libertadora, causando la admiración de aquellos argonautas del ideal que iban a redimir pueblos, hacia las remotas regiones del Ecuador.

Después del desembarco de Pisco y de la gloriosa campaña de la Sierra, realizada por el regimiento, debía asistir a la solemne entrada en Lima y participar de las expansiones del triunfo y de aquel hecho histórico, memorable en los anales americanos.

También pudo decir, con legítimo orgullo, ante los coetáneos y su posteridad: - Yo fui, con mi marido, del Ejército Libertador.

Para terminar la gran campaña, el general San Martín había dispuesto una expedición a Puertos Intermedios, destinada a operar en la Sierra del Sur y libertar del dominio realista, las provincias del Alto Perú.

A fines de 1822 se embarcó la expedición, formando, como siempre, a su vanguardia, el famoso Regimiento de Granaderos. A principios de 1823 estaba sobre Torata, a la vista del enemigo. El choque fue violentísimo y sostenido por el extraordinario valor de los independientes y faltaba el último sacrificio para inclinar a su lado la victoria, cuando los realistas recibieron un poderoso esfuerzo, viéndose aquellos obligados a retirarse sobre Moquegua, con grandes pérdidas y agotadas las municiones. En tan apurada situación, no quedaba sino salvar el honor de la jornada.

"A la vista de tan angustioso cuadro, escribe el General Espejo actor en tan horrible drama, nos reunimos como cuarenta, entre oficiales y jefes, armados como estábamos, unos con sables, espada o lanza, pero todos con pistola y formamos el Escuadrón Sagrado, como algunos lo denominaron, para proteger en lo posible aquella masa anceguecida por el pánico. Se le dio el mando al Comandante D. Juan Lavalle contándose entre las filas a Pringles y al sargento distinguido don Dionisio Hernández, natural de San Luis, que llevaba a su lado a su esposa La Pancha (también puntana), vestida de uniforme militar y armada de sable y pistolas como era su costumbre en los combates en que estaba su marido".

El sargento Hernández estaba herido y desfalleciente, pero, la heroica Pancha había vendado su herida y lo conducía del brazo, ayudándole a andar por aquellos arenales, hasta que llegaron a la costa del mar, en las cercanías de Ilo. Ya estaban casi a salvo. Allí, sobre la arena de la ribera, dejóse caer el soldado rendido por el cansancio y el infortunio. La noble Pancha, como un ángel tutelar en la desgracia, no le abandonaba y alzando en el hueco de la mano, un poco de agua de mar, refrescó su frente febricitante, a la vez que la piadosa brisa marina contribuía también a reanimarle.

La heroica Pancha, al lado de su esposo, había sufrido y triunfado hasta entonces, de la adversidad; pero, regresaría a Lima envejecida, agotada y mortalmente enferma.

¡Qué caros había pagado su amor y su lealtad al elegido de su corazón!

Allí desapareció entre la masa anónima de los heroicos hijos del pueblo, para los cuales no hay ascensos, ni recompensa, ni recuerdos, ni lágrimas.

Cumplió noble y abnegadamente su triste destino, legándonos el ejemplo de sus excelsas virtudes de mujer y de su patriótica exaltación. Pocas veces, en el alma femenina, se han armonizado y fundido con temple tan extraordinario, las grandes afecciones del amor y el sublime sentimiento de la patria.

Fuente: http://www.elfolklorecuyano.com.ar 

 
 

 

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