El
31 de marzo del año 1915, el monte santiagueño de la localidad de
Barrancas, inserta en el departamento Salavina de la provincia madre de
la República Argentina, escuchó el grito de un gauchito que nacía en un
rancho de sus entrañas, con el que la familia Palavecino sumaba al fogón
el tercer hijo varón, había nacido Sixto Palavecino, el "qari" que
dedicaría su vida a la defensa del idioma quichua de sus ancestros, el
que la difundiría a través de la poesía y la música y en toda la
dimensión cultural. En la distribución familiar de las tareas
campestres, a Sixto le hubo de tocar el cuidado de las majadas, que a
horas tempranas de cada día partían desde los corrales hacia los lejanos
pastizales, lugar donde permanecían hasta la caída del sol, horas en que
retomaban la senda de regreso, no sin antes pasar por los pozos donde se
baldeaba el brebaje.
En aquellos pastizales, el tiempo parecía viajar en una pesada carreta.
El niño miraba a ratos el sol para orientarse del horario de regreso,
mientras rondaba a su majada para evitar el dispersamiento y los
posibles ataques del "daño", ellos son los carnívoros como el puma o el
zorro que acechaban al tierno cordero desde la espesura del monte.
Cada ronda era así como la ubre que amamantaba al niño en su sapiencia
campesina, que sin saberlo se preparaba para la gran misión difusora de
todas esas cosas nuestras ante el gran público que lo admiraría.
El bosque encontró en él al investigador de sus esencias ocultas y la
fauna se vio descubierta y estudiada en sus costumbres, vivencias éstas
que en su justo momento valieron para cazarla con total prescindencia de
armas, terreno en que se debaten la astucia del bicho con la
inteligencia del hombre, y más tarde para elevarla en graciosa
comparación con las conductas del hombre, tarea que solo pueden
concretarla aquellos que observan con profundidad y que cuentan con la
suficiente imaginación para ensamblarlas armónicamente en el escaso
espacio de una estrofa.
De allí es que la conversación de Don Sixto es rica y subyugante cuando
narra las picardías del zorro o del "champi", las estrategias de la
iguana para hacerse del panal, las del gavilán para vulnerar el
caparazón del "pichi", los hábitos de las "ñanarcaj" ataja caminos, de
la lechuza o el gato montés, para dar algunos ejemplos. Fue en esas
largas horas en que la sangre-música de los Palavecino, comenzó a hacer
sentir en el niño que había llegado el momento de recurrir al
instrumento. Estas ansias no se concretaban por la férrea oposición de
su madre que no veía en los músicos la mejor ocupación y por ello lo
privaba de acudir a los instrumentos de la casa. Esta actitud no hizo
claudicar las inquietudes del "karisitu" –pastor- que flanquearía el
obstáculo recurriendo a su habilidad artesanal.
Comenzó con aquellas viejas maderas de una mesa en desuso a moldear, con
su inseparable facón, el violín que lo iniciaría en la música.
Aquel rústico violín que durante el día sorprendiera a los habitantes
nativos del monte, quienes de pronto "escucharon" modificarse a su
paisaje, y en el transcurso de la noche, formaba parte de los misterios,
escondido en el hueco de un quebracho blanco que le serviría de estuche.
En esos escenarios montaraces, donde el rebaño pastaba bajo su cuidado,
hubo de nacer el actual "violinisto-sachero", tal como se bautizara el
protagonista para diferenciarse respetuosamente del músico académico.
Una noche el violín y su dueño visitaron la casa materna. La cena
concluyó y faltó coraje en el niño para presentar en familia su talento
desconocido y su violín no aceptado. Sobreponiéndose a sus temores y
apaciguando sus angustias, decidió enfrentar el momento, sorprendiendo a
sus mayores con el acorde de una chacarera.
El talento pudo mas que la oposición, y es así como se impuso a las
adversidades que, como por arte de magia, se rindieron al alumno del
monte, quien traía en sus encantos la herencia otorgada a las
generaciones posteriores por San Francisco Solano en su paso por
Santiago. Es así como tuvo aceptación el músico y fue admirado el
artesano.
A partir de allí, las veladas lugareñas danzaban al ritmo del violín del
artista de 10 años.
El tiempo lo fue perfeccionando y la pluma comenzó a graficar sus
sentimientos, que a la fecha suman más de trescientos temas.
El monte santiagueño encontró el descriptor y los animales se vieron
desnudados en su astucia. Las obreras de la miel de palo parece que le
regalaron un panal a su espíritu, a juzgar por la dulzura de sus temas e
interpretaciones.
La precisión del afinado hizo pensar a muchos en pactos salamanqueros, a
punto que Fabio Zerpa en la revista "Cuarta Dimensión" lo reporteó sobre
estas presunciones. Otros, como el escritor Emilio Breda, lo consideran
egresado de la "Universidad del Monte"; pero lo cierto es que Don Sixto
es un autodidacta de la música, un enamorado de los instrumentos; y es
ese gran amor el que lo dota de la suficiente voluntad para
perfeccionarse diariamente, innovando conocimientos y repertorios.
Además del violín, ejecuta bandoneón, guitarra y bombo. Es oportuno
mencionar que Don Sixto es exclusivo en cantar en dúo con su violín,
virtud que ha sido ponderada por grandes ejecutantes de estos
instrumentos. El año 1941 lo encuentra viviendo en Villa Salavina,
distante 25 kilómetros de la localidad que lo vio nacer, constituido en
matrimonio con Doña Argelia del Carmen Monte, quien le brindó un varón y
dos niñas que desde temprana edad lo acompañaron en la conformación del
conjunto "Sixto Palavecino y sus hijos", el conjunto más duradero de los
formados por el mismo, con el cual ha de recorrer el país, representando
a nuestra provincia y en los principales escenarios y medios de difusión
como: el Estadio del Luna Park, el programa de televisión de Mancera,
"Sábados Circulares", el programa radial de la otrora Chela Jordán de la
recordada Radio Libertad y otros tantos de idéntica jerarquía que iban
cimentando su personalidad en el folclore y haciendo cada vez más sólido
su norte, la defensa de la lengua y la cultura quichua.
Con este conjunto, Don Sixto grabaría, en el sello RCA-Víctor, su primer
doble duración para orgullo de los santiagueños, ya que para esa época
no eran muchos los representantes que alcanzaban esta distinción, lo
cual lo lanzaba al mercado nacional. Sixto ingresa aquí al campo
profesional de la música y hasta 1969 ha de grabar tres dobles,
reeditados por el éxito de la venta, convertidos ese año en un larga
duración. Hoy se sigue escuchando ese picaresco gatito "Agrede soy
rizongón", tema que lo popularizó en esa época.
Las naturales obligaciones de sus hijos desvanecen la actividad del
conjunto. Don Sixto se aferra a su violín -hasta este momento dirigía él
mismo y ejecutaba el bandoneón- lanzándose como solista.
La mayoría de sus temas serían una mixtura de "castilla y quichua",
"overitos" como el los llama, método tendiente a facilitar al público la
interpretación de las letras y sin duda, para ir acostumbrando a los
oídos a escuchar la lengua desterrada y oficialmente prohibida, en estos
momentos de la historia. Al pregonero del quichua y su cultura no le
basta la actividad que desarrollaba hasta el momento. Su espíritu
inquieto le indicaba que debía procurar un espectro de difusión más
amplio, pero la razón le advertía el duro camino a recorrer.
Es que la realidad puntualmente le demostraba en hechos los grandes
escollos a superar. Para entonces el Quichua se encontraba en vías de
extinción; el hablante sufría, ocultaba su lengua a consecuencia de la
nefasta prohibición gubernamental, que se extendía a la totalidad de las
escuelas provinciales como también a las dependientes de la Nación. El
puntero bajaba autoritario sobre el niño-quichua obligándolo a sustituir
su idioma de origen por el castellano y el sermón diario del maestro le
iba haciendo sepultar su lengua al punto de crearle la sensación de
vergüenza y de subdesarrollo. El mismo Sixto dirá, en una chacarera
doble, en valiente testimonio de la censura "Avergonzado vivía" para
declarar, ya en el éxito de reivindicación, quizás documentando la
concientización popular, "Que cante en Quichua, me dicen".
Así las cosas planteadas escuetamente, corría el año 1969 cuando Don
Sixto se apersona en la vieja emisora Radio del Norte de Santiago del
Estero –L.V. 11- ante el Director interino Don Alberto Pérez (Huesito),
a quien le expresara el alcance de sus deseos: pedía una audición
quichua para la difusión del idioma y de la cultura quichua; quería
llegar a sus hermanos quichuahablantes e indicarles el camino de la
reivindicación; deseaba fervientemente transmitir su propio orgullo a
través de la onda radial y propagar desde la cuna al país este verdadero
sentimiento de identidad nacional.
Don Alberto Pérez entendió el propósito y en valerosa y patriótica
decisión autorizó la iniciación de la misma que a la fecha ha cumplido
sus 26 años de audiciones ininterrumpidas. Y es por esto, que en pleno
reconocimiento de Don Sixto Palavecino, el ciclo 1991 llevó el nombre
del ex-director a quien además se le hizo entrega de un pergamino de
reconocimiento en claro testimonio a aquella histórica decisión asumida.
Hoy el quichua ocupa el nivel que soñaron sus defensores tales como Don
Sixto; el Profesor Domingo Bravo; los poetas Vicente Salto y Felipe
Corpos y todos aquellos identificados con estas raíces. Tras una breve
dolencia falleció en su Santiago del Estero natal un 24 de abril de 2009
a los 94 años.