Nació a las once horas y cinco minutos de la mañana de un 29 de
Septiembre de 1917 en la ciudad de Salta. Hijo de José María Leguizamón
Todd y María Virginia Outes Tamayo. Descendiente de Dña. Martina Silva
de Gurruchaga, criolla de hacha y tiza que peleó en la Batalla de Salta,
considerada heroína de la Independencia.
Hijo de un contador fanático de la ópera y de una mujer que heredó la
costumbre de silbarles a los pájaros para que la siguieran, Gustavo
Leguizamón es un arquetipo al que reverenciaron los ricos y los pobres,
la izquierda y la derecha, el apetito y las ganas de comer. Pero, ¿cuál
fue el secreto de esta magia? La respuesta, acaso se pueda rastrear en
su propia historia.
Tenía meses apenas y a su madre le preocupaba su delgadez. Fue en esa
época que a Doña María Virginia le ofrecieron unos chanchos para ver si
podía comprarlos. "¡Pero están flacos como este cuchi!", dijo mirando a
su hijo. En ese instante Leguizamón quedó rebautizado: desde entonces y
para todos sería El Cuchi, vocablo que en quechua quiere decir
precisamente chancho o cerdo, pero al que en Salta se le otorga un
significado no peyorativo sino simpáticamente cómplice.
Pajita García Bes, José Fernandez Molina, Julio Espinoza y otros.
Como padecía de sarampión, a los dos años su padre le regaló una quena,
con lo cual lo hizo musiquero antes casi de que aprendiera a hablar. Su
familia cuenta que pronto le arrancaba al instrumento EL BARBERO DE
SEVILLA casi íntegro. Después, siempre de oído, la emprendería con la
guitarra y el bombo, hasta que acabó en el piano.
Cuando tenía veinte años y debía resolver su futuro, ya era músico. Le
comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho, y el hombre se encrespó.
Su idea era que fuera a París para perfeccionarse. El le giraría la
mensualidad. El Cuchi, que se deleitaba con tener una historia al revés
de los convencionalismos, no hizo caso y marchó a La Plata, donde en
1945 obtuvo el título de abogado.
No olvidaría jamás aquella estudiantina que lo llevaba a Buenos Aires a
recalar en El Olimpo, un tugurio del Bajo donde se jugaba ajedrez. Allí
conoció a Witold Gombrowicz, al que descubrió con unos botines rotosos
pero inmensos. "El único que puede tener patas de ese tamaño -maquinó-
es Ariel Ramírez". Y acertó, porque Ramírez le había regalado los
zapatos al polaco. Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después
fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció
durante treinta años la abogacía, hasta que decidió dejarla, porque
"Estoy harto de vivir en la discordia humana. Me produce una gran
satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una
vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la
vida, y un changuito pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo.
Entonces lo paro y le pregunto qué es lo que silba: -No sé; me gusta y
por eso lo silbo-, me contestó. Ya ves, ésa es la función social de la
música".
En los cuarenta, cuanto tenía algo más de 25 años, trenzó una amistad
entrañable con el poeta Manuel J. Castilla, el hijo del jefe de la
estación de Cerrillos, a quien en una de sus obras mayores le diría:
"Padre, ya no hay nadie en la boletería". Al Cuchi, muchas veces con
letra de Castilla, le debe la música argentina y universal, zambas,
chacareras, carnavalitos, vidalas inolvidables en las que habitan el
amor, la tragedia, la miseria, el sarcasmo, la ternura.
Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala
dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero
también de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y sobre todo de
Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo". Pero no se
quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique Villegas, y a
Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius ("Las corrientes de música
popular americana más importantes están en Brasil") y Ellington. Capaz
de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de
campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las
iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó
cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se
escribió alguna vez, a pura oreja. La prueba es que intentó también un
concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical
maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son
sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar
su misma marcha". Al principio -hasta hizo fundir una quena para
agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho
raro. Después se entusiasmaron. Los maquinistas lo saludaban con el
saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar.
En tiempos de Arturo Illia, Gustavo Leguizamón fue diputado provincial
extrapartidario y en tiempos del gobernador peronista de Salta Roberto
Romero, asesor cultural de la provincia. Fue entonces cuando embistió
con mayor fiereza contra una burocracia sorda que impedía importar
pianos y protagonizó en la Legislatura debates memorables para propender
al descongelamiento cerebral.
Capaz de respetar a Churchill tanto cuanto despreciaba a Thatcher,
Malvinas fue para él una herida abierta pero no ciega, porque supo
adjudicar responsabilidades cuando se preguntó por qué fuimos y no
peleamos. Impensable en Buenos Aires, Leguizamón- que mascaba hojas de
coca, y defendía la costumbre- fue parte del paisaje de Salta, a la que
amó profundamente, desde los olores de sus yuyos secos hasta el aire que
viene de la quebrada escondida por la cual Belgrano sorprendió a los
españoles.
Se casó con Ema Palermo, teniendo cuatro hijos de ella: Juan
Martín(1961), José María(1963) Delfín Galo(1965) y Luis Gonzalo(1967).
Es autor de las zambas más famosas y que representan a la cultura
musical de Salta., la música popular ; además de haber compuesto obras
populares es un compositor que ha contribuido con su talento y su
expresión al acervo cultural salteño. Sus obras son características por
su armonía y ritmo por su riqueza melódica, su temática musical.
Escribió entre otras : Zamba del Pañuelo, del Mar, La Panza Verde con
Jaime Dávalos, Chacarera del Expediente, Carnavalito del Duende, , Zamba
del Argamonte (Castilla), Bajo el azote del sol (Nella Castro). Su
musicalidad y asonancia fue única y componía algunas de sus obras a la
medida de la interpretación del Dúo Salteño con quien mejor acuñó las
disonancias que emergían como duendes traviesos de las melodías. Su
simpatía y espontaneidad (ocurrencias) brotaban a borbotones en la
cotidianeidad Salteña.
Ganó numerosos premios por su labor artística : Premio SADAIC, Premio
Fondo Nacional de la Artes. Compuso una obra que Virtu Maragno la
estrenara con la Orq. Sinfónica de Santa Fe, es su Preludio y Jadeo,
compuso la música para la película La Redada.
Pero Leguizamón poco a poco se fue apagando, perdiendo primero la
memoria- olvidó hasta cómo tocar el piano- luego la razón y finalmente
la vida. Murió en Salta, la ciudad que le había visto nacer y pasar en
ella toda su existencia, a las cuatro y media de la tarde de un 27 de
Septiembre del 2000, dos días antes de que pudiera cumplir los 83 años
de edad.
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